Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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– Tú debes de ser el detective Bosch -dijo-. Jack Brenner. Soy el compañero de Rachel.

Bosch le tendió la mano. Era un detalle, pero la forma en que dijo que Rachel era su compañera le aclaró mucho a Bosch. Había algo de amo y señor en ello. Brenner le estaba diciendo que el compañero veterano estaba ahora en el caso, tanto si éste era el punto de vista de Rachel como si no.

– Bueno, ya os habéis presentado.

Bosch se volvió. Walling había colgado el teléfono.

– Lo siento -dijo-. Estaba informando al agente especial al mando. Ha decidido dedicar todo el equipo de Táctica al caso. Va a mandar a tres unidades a los hospitales para ver si Kent ha estado hoy en laboratorios de radiología.

– ¿Es ahí donde guardan el material radiactivo? -preguntó Bosch.

– Sí. Kent tenía acceso a través de seguridad a casi todos los del condado. Hemos de averiguar si ha estado en alguno de ellos hoy.

Bosch sabía que probablemente podía estrechar la búsqueda a un solo centro médico: la clínica para mujeres Saint Agatha. Kent llevaba una tarjeta de identificación de ese hospital cuando fue asesinado. Walling y Brenner no lo sabían, pero Bosch decidió no contárselo todavía. Sentía que la investigación se le estaba escapando de las manos y quería aferrarse a lo que podría ser el único elemento de información privilegiada con el cual todavía contaba.

– ¿Y el departamento? -preguntó.

– ¿La policía de Los Ángeles? -dijo Brenner, saltando a la pregunta antes que Walling-. ¿Quieres saber qué pasa contigo, Bosch? ¿Es lo que estás preguntando?

– Sí, exacto. ¿Dónde estoy yo en esto?

Brenner abrió los brazos en un gesto de apertura.

– No te preocupes, estás dentro. Estás con nosotros hasta el final.

El agente federal asintió con la cabeza como si ésa fuera una promesa inquebrantable.

– Bien -dijo Bosch-. Eso es lo que quería oír.

Miró a Rachel en busca de confirmación de la promesa de su compañero. Pero ella apartó la mirada.

4

Cuando Alicia Kent salió finalmente del dormitorio principal se había cepillado el pelo y lavado la cara, pero todavía llevaba el albornoz blanco. Bosch se dio cuenta de lo atractiva que era. Bajita y morena, con un aspecto en cierto modo exótico. Supuso que adoptar el apellido de su marido había camuflado sus orígenes de algún lugar remoto. Su cabello negro, con una cualidad luminiscente, enmarcaba un rostro de tez aceitunada que era hermoso y afligido al mismo tiempo. La mujer se fijó en Brenner, quien asintió con la cabeza y se presentó a sí mismo. Alicia Kent parecía tan aturdida por lo que estaba ocurriendo que no dio muestras de reconocerlo, aunque antes sí se había acordado de Walling. Brenner la dirigió al sofá y le pidió que se sentara.

– ¿Dónde está mi marido? -preguntó, esta vez con una voz que era más fuerte y más calmada que antes-. Quiero saber qué está pasando.

Rachel se sentó a su lado, preparada para consolarla si era necesario. Brenner ocupó una silla al lado de la chimenea. Bosch permaneció de pie. No le gustaba estar cómodamente sentado cuando tenía que dar esta clase de noticias.

– Señora Kent -dijo Bosch, tomando la delantera en un esfuerzo por mantener el control del caso-, soy detective de homicidios. Estoy aquí porque esta noche hemos encontrado el cadáver de un hombre que creemos que es su marido. Lamento mucho decirle esto.

La cabeza de Alicia Kent cayó hacia delante al recibir la noticia. Inmediatamente levantó las manos para cubrirse la cara. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se oyó un gemido de impotencia tras sus manos. Entonces rompió a llorar, y los profundos sollozos agitaron tanto sus hombros que tuvo que bajar las manos y agarrarse el albornoz para evitar que se abriera. Rachel se acercó y le puso la mano en la nuca.

Brenner se ofreció a ir a buscar un vaso de agua y ella asintió con la cabeza. Mientras Brenner estuvo ausente, Bosch estudió a la mujer, observando las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Llamaban trabajo sucio a decirle a alguien que su ser querido había muerto. Lo había hecho centenares de veces, pero era algo que nunca se hacía bien y a lo que uno nunca se acostumbraba. También se lo habían hecho a él. Cuando su propia madre fue asesinada hacía más de cuarenta años, un policía le dio la noticia cuando acababa de salir de la piscina del orfanato. Su reacción fue volver a tirarse al agua y tratar de no volver a salir a flote.

Brenner le entregó el vaso y la nueva viuda se bebió la mitad del agua de golpe. Antes de que nadie pudiera plantear una pregunta llamaron a la puerta y Bosch acudió a abrir. Dejó pasar a dos auxiliares médicos que llevaban grandes cajas de material y se apartó mientras ellos se acercaban para hacer un reconocimiento físico de la mujer. Hizo una seña a Walling y Brenner para ir a la cocina y poder hablar en susurros. Se dio cuenta de que deberían haberlo comentado antes.

– Bueno, ¿cómo queréis manejarlo? -preguntó Bosch.

Brenner extendió las manos como si estuviera abierto a propuestas.

– Yo diría que mantengas la voz cantante -dijo el agente-. Intervendremos cuando haga falta. Si no te gusta, podría…

– No, está bien. Yo me encargaré.

Miró a Walling, esperando una objeción; sin embargo, a ella le pareció bien. Bosch se volvió para salir de la cocina, pero Brenner lo detuvo.

– Bosch, quiero ser franco contigo -dijo.

Bosch se volvió.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que he estado indagando. Se cuenta que…

– ¿Qué quiere decir que has estado indagando? ¿Has hecho preguntas sobre mí?

– He de saber con quién trabajamos. Lo único que sabía de ti antes de esto era lo de Echo Park. Quería…

– Si tienes preguntas, puedes hacérmelas a mí.

Brenner levantó las manos con las palmas hacia fuera. Al parecer era su gesto característico.

– Perfecto -dijo.

Bosch salió de la cocina y se quedó en la sala de estar, esperando a que los médicos terminaran con Alicia Kent. Se fijó en que uno de los hombres le estaba poniendo algún tipo de crema en las marcas de las rozaduras de muñecas y tobillos. El otro estaba tomándole la presión. Le habían aplicado vendajes en el cuello y en una muñeca, aparentemente cubriendo heridas que Bosch no había advertido antes.

Su teléfono vibró y volvió a la cocina para responder la llamada. Se fijó en que Walling y Brenner no estaban; presumiblemente se habían ido a alguna otra parte de la casa. Bosch se puso ansioso, porque no sabía qué estaban buscando.

La llamada era de su compañero. Ferras finalmente había llegado a la escena del crimen.

– ¿El cadáver sigue ahí? -preguntó Bosch.

– No, el forense acaba de marcharse -dijo Ferras-. Creo que el resto también están terminando.

Bosch lo puso al día respecto al rumbo que parecía estar tomando el caso, refiriéndose a la implicación federal y los materiales potencialmente peligrosos a los que tenía acceso Stanley Kent. A continuación, le instruyó para que empezara a buscar en las casas vecinas testigos que pudieran haber visto u oído algo relacionado con el asesinato de Kent. Sabía que era una posibilidad remota, porque nadie había llamado al 911, el número de emergencias, después de los disparos.

– ¿Quieres que lo haga ahora, Harry? Es de noche y la gente está durmiendo…

– Sí, Ignacio, has de hacerlo ahora.

A Bosch no le preocupaba despertar a la gente, aunque muy posiblemente el generador que daba potencia a los focos de la escena del crimen ya habría despertado a los vecinos de todos modos. Era preciso peinar el barrio, y siempre era mejor encontrar testigos antes que después.

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