Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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– Todavía no. Estamos trabajando primero en la escena del crimen. Pensaba…

– Entonces creo que hemos de hacerlo ahora mismo -dijo Walling con apremio-. Podrás preguntarme por el camino. Coge las llaves del tipo por si hemos de entrar, y yo iré a buscar mi coche.

Walling empezó a alejarse, pero Bosch la agarró del brazo.

– Conduzco yo -dijo.

Señaló el Mustang y dejó a Walling allí. Bosch se dirigió al coche patrulla, donde las bolsas de pruebas todavía continuaban esparcidas sobre el capó. Por el camino lamentó haber dejado que Edgar se marchara de la escena. Hizo una seña al sargento para que se acercara.

– Escucha, he de ir a la casa de la víctima. No tardaré mucho, y el detective Ferras llegará en cualquier momento. Sólo mantén la escena del crimen hasta que uno de nosotros llegue aquí.

– Entendido.

Bosch sacó el móvil y llamó a su compañero.

– ¿Dónde estás?

– Acabo de salir del Parker Center. Estoy a veinte minutos.

Bosch explicó que iba a abandonar la escena del crimen y pidió a Ferras que se diera prisa. Colgó, agarró del capó del coche la bolsa de pruebas que contenía el llavero y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta.

Al llegar a su coche, vio que Walling ya estaba en el asiento del pasajero. Estaba terminando una llamada y cerrando el teléfono.

– ¿Quién era? -preguntó Bosch-. ¿El presidente?

– Mi compañero -repuso ella-. Le he dicho que se reúna conmigo en la casa. ¿Dónde está el tuyo? -Está en camino.

Bosch arrancó el Mustang. En cuanto estuvieron en marcha empezó a hacer preguntas.

– Si Stanley Kent no era un terrorista, ¿en qué lista estaba?

– Como físico médico, tenía acceso a materiales radiactivos. Eso lo pone en una lista.

Bosch pensó en todas las tarjetas de identificación de hospitales que había encontrado en el Porsche del muerto.

– Acceso, ¿dónde? ¿En los hospitales?

– Exactamente. Allí es donde se guardan. Son materiales que sobre todo se usan en el tratamiento del cáncer.

Bosch asintió. Estaba captando la idea, pero todavía le faltaba información.

– Vale, ¿qué me estoy perdiendo, Rachel? Explícamelo.

– Stanley Kent tenía acceso directo a materiales que a cierta gente le gustaría tener en su poder. Materiales que podrían ser muy valiosos para estas personas, pero no para el tratamiento del cáncer.

– Terroristas.

– Exactamente.

– ¿Estás diciendo que este tipo podía entrar sin más en un hospital y coger ese material? ¿No hay regulación al respecto? Walling asintió con la cabeza.

– Siempre hay regulación, Harry, pero con tenerla no basta. Repetición, rutina, ésas son las fisuras en cualquier sistema de seguridad. Antes no se cerraban con llave las puertas de la cabina del piloto en las líneas comerciales; ahora sí. Hace falta un suceso capaz de alterar la forma de vida para cambiar procedimientos y fortalecer precauciones. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Pensó en las anotaciones de la parte de atrás de algunas de las tarjetas de identificación que pertenecían a la víctima del Porsche. ¿Era posible que Stanley Kent hubiera sido tan poco estricto con la seguridad de estos materiales como para apuntar las combinaciones en el reverso de su tarjeta de identificación?

El instinto de Bosch le decía que la respuesta era que probablemente sí.

– Entiendo -le dijo a Walling.

– Entonces, si tuvieras que burlar un sistema de seguridad existente, no importa lo fuerte o débil que fuese, ¿a quién acudirías? -preguntó ella.

Bosch asintió.

– A alguien con un conocimiento profundo de ese sistema de seguridad.

– Exactamente.

Bosch giró en Arrowhead Drive y empezó a buscar los números de las direcciones en la acera.

– ¿Me estás diciendo que esto podría ser un suceso capaz de alterar nuestra forma de vida?

– No, no estoy diciendo eso. Todavía no.

– ¿Conocías a Kent?

Bosch miró a Walling mientras preguntaba y ella pareció sorprendida por la pregunta. Era una posibilidad remota, pero Bosch la lanzó para ver la reacción, no necesariamente para obtener una respuesta. Walling le dio la espalda y miró por la ventanilla antes de responder. Ese movimiento la delató. Bosch sabía que a continuación le mentiría.

– No, nunca lo había visto.

Bosch se metió en el siguiente sendero y paró el coche.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.

– Aquí es. Es la casa de Kent.

Estaban delante de una casa que no tenía luces encendidas dentro ni fuera. No parecía que alguien viviese allí.

– No, no lo es -dijo Walling-. Su casa está a una manzana y…

Se detuvo al darse cuenta de que Bosch la había puesto en evidencia. Bosch la miró un momento en la oscuridad del coche antes de hablar.

– ¿Quieres ser franca conmigo o prefieres bajar del coche?

– Mira, Harry, te lo he dicho. Hay cosas que no puedo…

– Baja del coche, agente Walling. Me ocuparé yo solo.

– Has de compren…

– Es un homicidio: mi caso de homicidio. Baja del coche.

Rachel Walling no se movió.

– Puedo hacer una llamada y te retirarán de esta investigación antes de que vuelvas a la escena del crimen -dijo ella.

– Entonces hazlo. Prefiero que me den una patada ahora que ser un muñeco para los federales. ¿No es este uno de los eslóganes del FBI: «mantener a los locales en la inopia y enterrarlos en mierda de vaca»? Bueno, conmigo no. No esta noche y no en mi propio caso.

Bosch empezó a estirar el brazo por encima del regazo de Rachel para abrirle la puerta del coche. Walling le empujó y levantó las manos en ademán de rendición.

– Muy bien, de acuerdo -dijo-. ¿Qué quieres saber?

– Esta vez quiero la verdad. Toda la verdad.

3

Bosch se volvió en su asiento para mirar directamente a Walling. No iba a mover el coche hasta que ella empezara a hablar.

– Obviamente sabías quién era Stanley Kent y dónde vivía -dijo-. Me has mentido. Ahora dime, ¿era un terrorista o no?

– Te he dicho que no, y es la verdad. Era un ciudadano. Era físico. Estaba en una lista vigilada porque manejaba fuentes radiactivas que podrían usarse para causar daños a la población si cayeran en malas manos.

– ¿De qué estás hablando? ¿Cómo ocurriría eso?

– Por medio de la exposición, que puede ser de muchas formas. Por ejemplo, la agresión individual, ¿recuerdas ese ruso al que el pasado día de Acción de Gracias le dieron una dosis de polonio en Londres? Eso fue un atentado a un objetivo específico, pero también hubo víctimas colaterales. El material al que tenía acceso Kent podría usarse también a escala mayor: en un centro comercial, un metro o donde sea. Todo depende de la cantidad y del dispositivo de dispersión.

– ¿Dispositivo de dispersión? ¿Estás hablando de una bomba? ¿Alguien podría fabricar una bomba sucia con el material que él manejaba?

– Es una posible aplicación, sí.

– Pensaba que era una leyenda urbana, que no existen realmente las bombas sucias.

– La designación oficial es DEI dispositivo explosivo improvisado. Y, si quieres expresarlo de esta manera, es una leyenda urbana hasta el preciso momento en que se detona la primera.

Bosch asintió y volvió al tema. Hizo un gesto hacia la casa que tenían delante.

– ¿Cómo sabes que ésta no es la casa de Kent?

Walling se frotó la frente como si estuviera cansada y le doliera la cabeza de oír las fastidiosas preguntas de Bosch.

– Porque he estado en su casa, ¿vale? A finales del año pasado, mi compañero y yo fuimos a casa de Kent y advertimos a él y a su esposa de los potenciales riesgos de su profesión. Hicimos una evaluación de seguridad en su casa y les dijimos que tomaran precauciones. Nos lo había pedido el Departamento de Seguridad Nacional, ¿vale?

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