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Karen y Lauren no repararon en el Sedan último modelo que las adelantó en Pleasant Street ni en la mirada de reojo que les dirigió su ocupante. Estaban inmersas en una discusión.
– Sigo pensando que deberíamos hacer algo -insistía Lauren mientras su hermana negaba con la cabeza.
– Ya lo estamos haciendo; estamos haciendo lo que nos han dicho.
– No sé si es suficiente.
– Bueno, no podemos saberlo, ¿no?
– No, y eso es lo que me pone nerviosa, no puedo creer que quieras quedarte sin hacer nada.
– Bueno, lo que desde luego no quiero hacer es nada que pueda estropear las cosas.
– ¡Pero no lo sabes! -insistió Lauren-. No hay forma de saber si su plan funcionará. Y además, ¿qué saben papá y mamá de cómo hay que tratar con esta gente? ¡Podría salir todo mal!
– Sí, pero también podría salir bien -replicó Karen con tono de Pepito Grillo.
– Te odio cuando hablas así, intentas parecer una persona mayor y no lo eres.
– ¿Y entonces qué quieres hacer?
Lauren no dijo nada. Luego habló:
– Todo esto es una locura.
– Por eso es importante que actuemos con sensatez.
– ¿Te acuerdas de cuando Jimmy Harris vio a aquel tipo robando un coche del estacionamiento del instituto? ¿Recuerdas lo que hizo? Apuntó la matrícula y llamó a la policía, que vino enseguida.
– No puedo creer lo que estás diciendo. Ayer era yo la que quería llamar a la policía y tú te negabas.
– Nada de eso.
– Claro que sí.
Lauren asintió por fin.
– Bien, tienes razón, ya me callo. Es sólo que me gustaría que pudiéramos hacer algo -suspiró-. Echo de menos a Tommy.
– Y yo.
– No, pero, quiero decir, de otra manera. Esta mañana cuando me levanté no podía creer que no estuviera allí intentando colarse en el cuarto de baño.
Karen rio.
– Y dejado la pasta de dientes sin tapar.
– Y las medias y calzoncillos en el suelo.
Karen negó con la cabeza.
– Tenemos que estar convencidas de que volverá. Mañana, eso es lo que ha dicho papá.
– ¿Y tú lo crees?
– Ni creo ni dejo de creer. Me limito a esperar.
– Llevo todo el día con ganas de llorar.
– Yo también, excepto en un par de momentos en que todo parecía normal y entonces me daba cuenta de que me había olvidado, y otra vez me entraron ganas.
– Te vi hablando otra vez con Will.
– Quiere que salgamos.
– ¿Y qué le has dicho?
– Que me llame la semana que viene.
Lauren sonrió.
– Es simpático.
– Sí -rio Karen-. Me gusta.
– Y sexy. Me han dicho que salió con Lucinda Smithson el año pasado.
– Ya, pero no me importa. ¿Y qué hay de Teddy Leonard, eh? Este verano se fue a París en un viaje de intercambio y me han dicho que hasta fue a un burdel.
– No lo creo.
Karen rio.
– Le habría dado miedo.
Las dos sonrieron.
– ¿Sabes por qué me gusta Teddy? -preguntó Lauren, y continuó sin esperar contestación-: Porque cuando vino a casa estuvo un rato jugando con Tommy. A veces me preocupa que Tommy nunca esté con chicos mayores, sólo nos ve a nosotras. ¿Te acuerdas que Teddy se lo llevó afuera y estuvieron jugando al rugby como media hora? Tommy estaba feliz. ¿Te conté lo que me dijo después, esa noche? Fui a llevarle un vaso de agua, después de que apagara la luz y me dijo: «Lauren, me gusta ese chico. Puedes casarte con él». ¿Lo puedes creer?
Karen soltó una carcajada uniéndose a la risa de su hermana, pero en cuestión de segundos su alegría se esfumó dando paso a un escalofrío.
– Si le hacen daño, aunque sea un poco… -empezó a decir Karen.
– Los mataremos -terminó su hermana. Ninguna de las dos se paró a pensar en cómo lo harían y en lugar de ello continuaron en silencio. Cuando Karen doblaba la esquina para entrar en su calle dijo:
– No lo puedo creer, mamá no está en casa todavía.
– Probablemente está de camino.
Karen estacionó en la rampa pero ninguna de las dos salió del coche; se quedaron mirando la casa, incómodas. Afuera estaba oscuro.
– Ojalá papá hubiera instalado el sistema ese de iluminación automática -se quejó Karen.
– Nunca imaginé que nuestra casa pudiera dar miedo -musitó Karen.
– ¡Basta! -la atajó Karen-. No hagas que parezca peor de lo que es. Odio cuando te pones cagona, como si fueras un bebé. Vamos.
Cerró de un golpe la puerta del coche y Lauren la siguió. Karen abrió la puerta delantera de la casa con su llave, entró y encendió la luz, rompiendo la penumbra gris del interior de la casa. Ambas se quitaron los abrigos y los colgaron en el armario de la entrada. Después Karen se volvió hacia su hermana y le dijo:
– ¿Ves? No pasa nada. Vamos a hacernos un té y a esperar a mamá. Estará a punto de llegar.
Lauren asintió, pero siguió sin salir del coche.
Karen miró a su hermana, que parecía estar escuchando algo.
– ¿Qué pasa? -susurró.
– No lo sé -contestó Lauren.
– Si me estás tomando el pelo…
– Chisss.
– ¡No pienso callarme! -dijo Karen-. ¡Me estás asustando! ¡No hay que ponerse histéricas!
Lauren ignoró a su hermana y preguntó:
– ¿Por qué hace tanto frío?
– ¡Y yo qué sé! -se apresuró a contestar Karen-. Deben haber bajado el termostato antes de salir esta mañana.
– ¿No sientes el frío? Es como si hubiera una ventana abierta.
Karen iba a responder pero cambió de opinión.
– Tal vez deberíamos esperar afuera -dijo abruptamente.
– Yo creo que deberíamos echar un vistazo.
Karen miró a su hermana.
– Se supone que yo soy la sensata aquí-susurró-. Y creo que deberíamos largarnos de aquí ahora mismo.
– Todavía no.
Lauren caminó unos pasos en dirección al cuarto de estar.
– Dame la mano -dijo, y su hermana obedeció.
– ¿Oyes algo?
– ¡No!
Con gran cautela entraron en la cocina.
– ¿Qué? -preguntó Karen.
– Nada, pero hace un frío helador.
De repente Karen dio un respingo.
– ¡Madre mía!
Lauren se sobresaltó.
– ¿Dónde? -¡Mira!
Karen señalaba a la despensa. Cuando vio lo que había Lauren también se sobresaltó.
Ambas permanecieron quietas mirando el pequeño espacio. Una ventana había sido forzada desde afuera y los vidrios rotos estaban esparcidos sobre el suelo de linóleo.
– ¡Tenemos que salir de aquí! -dijo Lauren.
– No, tenemos que inspeccionar la casa.
– ¿Crees que…?
– No lo sé.
– Bueno, podría ser…
– ¡No lo sé!
Karen caminó de puntillas a un cajón situado junto a la pileta y sacó un cuchillo de cocina de gran tamaño. Se lo pasó a su hermana y ella tomó un palo de amasar.
– Vamos -dijo-. Al piso de arriba.
Avanzaron por el pasillo y subieron las escaleras sin hacer ruido. Dos veces se pararon a escuchar y después siguieron; iban de la mano y con sus armas en alto. Al llegar arriba echaron un vistazo rápido al dormitorio de sus padres.
– Todo parece en orden -dijo Lauren, que empezaba a sentirse más tranquila-. Supongo que quienquiera que haya entrado se asustó al oírnos llegar.
– ¡Chisss! -dijo su hermana, asustándola otra vez-. Vamos a mirar en la habitación de Tommy. Seguro que vinieron a buscar algo suyo.
Caminaron en silencio hasta el dormitorio de su hermano.
– ¿Cómo vamos a saber si falta algo? -preguntó Karen-. Mira todo lo que hay.
Se deslizaron de nuevo por el pasillo, esta vez hasta su propio dormitorio; la puerta estaba entreabierta y Lauren la empujó con el pie.
– ¡Oh, no! -exclamó.
Karen dio un salto atrás y luego adelante, para ver la habitación.
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