– Bien, no llueve, pero ¿y nieve?
– Buena pregunta, pero cuando nieva de alguna manera se siente en el tejado, hace más frío. Ven, déjame que te levante y así tocarás el techo, dime si sientes más frío.
El juez estaba improvisando, pero aun así levantó al niño de forma que pudiera tocar el techo.
– Hace frío -dijo Tommy-, pero no tanto.
– Entonces, ¿qué opinas?
El juez había bajado al niño y éste se dirigió a la parte donde la pared era más delgada. Apoyó la oreja y permaneció unos minutos en silencio, después se estremeció.
– Sí, hace frío, y también escucho un poco de viento.
– Así que podemos suponer que ha bajado la temperatura y hace algo de viento.
– Pero ¿y qué hay del cielo? ¿Estará nublado o habrá sol? -preguntó Tommy.
– Ahí me atrapaste -repuso el juez-. A veces el viento se lleva las nubes; otras en cambio las hace acumularse.
Tommy se estremeció de nuevo.
– Creo que está nublado -dijo-. Creo que por la mañana había un montón de nubes grises y la gente fue con botas al colegio y a trabajar porque pensaba que iba a nevar. El aire se nota húmedo, como cuando empieza a hacer frío, pero todavía no ha nevado.
– Bueno, el año pasado tuvimos quince centímetros de nieve dos semanas antes de Acción de Gracias, ¿te acuerdas?
– En primavera anduvimos en trineo en Jones Farm.
– Así que podría estar llegando el invierno.
– Ojalá -dijo Tommy-. Este año voy a jugar al hockey sobre hielo en la liga de principiantes.
El juez se dio vuelta. Este año, pensó, y sintió unos deseos inmensos de esconder la cabeza como un avestruz y huir de la realidad, pero en lugar de ello miró a Tommy caminar de nuevo hacia la pared y palpar la madera suavemente, empujando los tablones.
– Abuelo -dijo-. Creo que deberíamos empezar a intentar arrancarlos. A lo mejor raspándolos con el clavo, como dijiste. Además, así tendría algo que hacer.
El juez vio la expresión de duda de su nieto y de pronto pensó: ¿Y por qué no? Se levantó y dijo:
– Maldita sea, Tommy, llevamos ya mucho tiempo sentados. Intentemos eso.
Se acercó a la pared y se arrodilló para inspeccionarla.
– Muy bien -dijo-. Vamos a empezar, sin hacer ruido.
Pero conforme se dirigía a sacar el clavo de su escondite oyó pasos en el rellano, junto a la puerta del ático.
– Vuelve a la cama, Tommy -susurró.
No podía dejar de darle vueltas a una idea. Ella ha querido encerrarnos como en una cárcel conscientemente, pero también nos ha dicho, sin darse cuenta, cómo debemos actuar. ¿Qué hizo ella cuando estuvo encerrada? El primer día le pegó al guardia; nos ha contado todos los detalles de cuando estuvo en la cárcel. Pero una cosa no hizo, y ésa es permanecer sentada compadeciéndose, como lo estoy haciendo yo.
Tommy cruzó el ático de un salto y el juez hizo lo mismo justo cuando la puerta se abría dando paso a Olivia. Llevaba un pequeño radiocasete.
– Hola, caballeros -dijo en tono animado-. Pasando el rato, ¿eh?
El juez se limitó a mirarla con expresión furiosa y se dio cuenta de que Tommy también fruncía el ceño en lugar de encogerse asustado.
– Durante mis dieciocho años de vacaciones pagadas por el gobierno pasé exactamente seiscientos treinta y seis en lo que llaman segregación administrativa, que no es más que un nombre burocrático para lo que cualquiera que haya visto las películas de Jimmy Cagney llamaría «el agujero». No era tan agradable como esta habitación, juez, pero supongo que comienzas a hacerte una idea.
– ¿Y ahora qué? -preguntó el juez irritado.
– Necesito una pequeña parte de ti, juez, y también del niño…
– Olvídelo -replicó el juez.
Olivia calló y dejó que el silencio entre ambos creciera por unos instantes.
– ¿Recuerdas el secuestro de Getty, juez? ¿El nieto del multimillonario? No fue hace tanto tiempo, en realidad. Bueno, el caso es que la familia dudaba de la sinceridad de los secuestradores y se negaba a pagar el rescate. Un asunto muy feo, la verdad. Así que tuvieron que demostrar la veracidad de sus intenciones de una forma digamos… gráfica. ¿Te acuerdas cómo fue?
El juez se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Las imágenes de los diarios y de las noticias de la noche se agolpaban en su cabeza, todas relatando el mismo detalle macabro: los secuestradores habían enviado a la familia una de las orejas de su nieto.
Todos los músculos del cuerpo se le tensaron y sintió cómo la furia lo invadía. Se acabó, pensó, no pienso dejar que siga amenazándonos, ya no. Entonces se dio cuenta de que se había puesto de pie y había empujado a Tommy detrás de él.
– Usted no va a tocar a nadie -dijo con voz fría y tranquila.
– No me des órdenes -contestó Olivia mientras situaba su cara a escasos centímetros de la del juez.
– No le pondrá una mano encima.
– ¿Y quién eres tú para decirme lo que puedo y no puedo hacer?
De pronto sacó un revólver y apoyó el cañón en la nariz del juez, quien no se movió y siguió como si nada hubiera ocurrido.
– No le pondrá una mano encima -repitió.
Por un instante los dos permanecieron como congelados en la misma posición, el juez consciente del cañón del arma contra su cara y del dedo de Olivia en el gatillo. Después ésta bajó el arma.
– Un tipo duro, juez. Sí, señor.
Dio un paso atrás y después simuló aplaudir.
– Impresionante, teniendo en cuenta que tienes las de perder. Admiro la fuerza de voluntad y la determinación, juez, son probablemente las dos cosas que más admiro -dejó escapar una carcajada-. Me parece que tenemos más en común de lo que crees -añadió.
El juez se relajó un poco, pero entrecerró los ojos y continuó mirándola con expresión furiosa.
– Sí -dijo-. Empezamos a conocernos mejor, ¿no?
Olivia calló un instante y no contestó directamente, sino que se limitó a asentir con la cabeza. Luego habló.
– Sigo necesitando algo de ustedes, y sé que cooperarán. Hasta se lo pediré por favor: Por favor.
Intentaba provocarlo con su sarcasmo pero por vez primera no lo consiguió y por un momento al juez le pareció ver una ira distinta en sus ojos, una ira que tal vez, sólo tal vez, encerraba un atisbo de duda. Aunque se disipó tan rápido como había aparecido y fue sustituida por la obstinada determinación habitual en ella.
El juez bajó la vista al casete y se recordó cuarenta años más joven, esperando que amaneciera en aquel agujero en plena jungla. Moño, no coño, estúpido. Repitió el chiste internamente y se sintió más fuerte y alerta, como en aquella horrible y calurosa noche.
***
Megan llamó a Karen y a Lauren:
– ¡Vamos, chicas!
En un momento estuvieron junto a ella preguntando ansiosas:
– ¿Pasa algo? ¿Qué?
Megan negó con la cabeza.
– No, es sólo que necesito tomar aire, todos lo necesitamos. Desconecté el teléfono y vamos a salir un par de minutos. Pónganse los abrigos.
Las chicas asintieron al unísono y empezaron a ponerse ropa. Megan las miraba, pensando en qué diferente era el amor que sentía por cada una de ellas, aunque siempre pensaba en las dos como un todo. Karen tiene la solidez y la frialdad de juicio de su padre, mientras que Lauren es muy emocional, más propensa a la fantasía y la aventura. Más como yo.
Hizo un gesto a las chicas:
– Vamos, tenemos que ver algo.
Ambas la siguieron afuera, curiosas. Megan vio desaparecer del cielo gris los últimos rayos de luz y el frío de la noche la envolvió. Sintió un escalofrío y vio cómo las gemelas se arrebujaban en sus abrigos. Caminó por el sendero de grava de la entrada, después se volvió y miró hacia la casa.
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