– ¡No! -gritó Olivia.
Emily se volvió y levantó su arma.
– ¡No! -gritó de nuevo Olivia.
El joven guardia disparó.
– ¡No! -gritó Olivia por tercera vez.
El impacto la separó de Emily.
Olivia dejó escapar un grito de angustia mientras trataba de asir a su amante y retenerla contra el impulso que la había empujado de espaldas. Se giró y miró calle abajo. Emily, tumbada boca arriba en el suelo, intentaba respirar. En lugar del pecho tenía una gran masa de sangre, huesos y carne desgarrada. Dirigió a Olivia una mirada de perplejidad, como esperando que ésta la tranquilizara.
Después murió.
Olivia gritó:
– ¡No! ¡No! ¡No! -Y cayó de rodillas junto a Emily. Tiró la pistola y tomó la cabeza de Emily en sus brazos.- ¡No! -gritaba una y otra vez, echando la cabeza hacia atrás como un animal desesperado. De repente, la invadió la rabia, tuvo el primer pensamiento concreto en lo que le habían parecido horas: ¡Matarlos a todos! ¡A todos!
Alargó el brazo para recoger su arma.
– ¡No lo hagas!
Se volvió y se dio de bruces con el cañón del revólver de un agente de policía.
Dejó escapar un grito gutural mientras retrocedía y se agachaba de nuevo junto al cuerpo de Emily. Levantó la cabeza una vez buscando a Duncan y maldiciéndolo, pero sólo vio el círculo de policías que se había formado alrededor de ella. Así que cerró los ojos y se abandonó a la oscuridad, a la agonía, a la desesperación y a las primeras punzadas de un odio profundo que empezaba a corroerle las entrañas.
***
Duncan vio todo lo que ocurrió. Después salió de la furgoneta y escondió la pistola bajo la camisa, resistiendo un fuerte impulso de salir corriendo. Camina. Nadie te ha visto. Camina. Nadie lo sabe. Camina, joder. ¡Camina!
Retrocedió calle abajo y cuando llegó al final de la cuadra, dobló la esquina y siguió caminando a paso ligero. Se metió entre dos edificios y apretó el paso. Se oía a sí mismo jadear cada vez más fuerte conforme lo invadía una sensación de pánico. Finalmente echó a correr por un callejón, el corazón latiendo desenfrenado y esperando toparse en cualquier momento con un coche de policía acelerando detrás de él.
También Bill Lewis vio todo lo que ocurrió desde la relativa seguridad de la oficina del banco. Vio a Olivia agarrar a Emily y arrastrarla hacia la salida.
No tenemos el dinero, pensó. No tenemos nada. Miró a su alrededor, a los cajeros y otros empleados del banco, a la gente dispersa con los brazos en alto en señal de pánico y rendición.
¿Qué ha pasado?, se preguntó casi con frialdad. Todo ha salido mal.
No había dado ni tres pasos al frente cuando vio el primer coche patrulla frenar bruscamente en medio de la calle.
No, pensó. Así no. Retrocedió, alejándose del tiroteo de la calle. ¡Tengo que salir de aquí como sea!
Se giró y agarró a una cajera por el brazo, apuntándole con la pistola a la barbilla. Se dio cuenta de que, a pesar del tiroteo, él no había hecho ni un solo disparo y se preguntó con curiosidad si eso cambiaría en algo las cosas.
– ¡Dame el dinero! -gritó. Se sorprendió al escuchar su propia voz, al darse cuenta de que era capaz de reaccionar, de no quedarse paralizado ante lo que estaba sucediendo. Dejó que el instinto y la adrenalina guiaran sus actos. Soltó a la cajera y empezó a meterse fajos de billetes bajo la camisa.
– ¡Fuera! -le gritó-. ¡Por la puerta de atrás! ¡Sácame de aquí!
La cajera señaló con el dedo y Bill la arrastró hacia la parte de atrás.
Vio una puerta de salida de incendios y el cartel: SALIDA DE EMERGENCIA.
Desde luego, esto es una emergencia, pensó. Empujó la puerta y ésta se abrió de par en par activando otra alarma cuyo alarido se sumó a los ya existentes. Soltó a la cajera dándole un brusco empujón y corrió hacia un callejón. Podía oír más disparos procedentes de la parte delantera del banco. Siguió corriendo, pensando únicamente en alejarse de allí el máximo posible, alejarse del ruido de los disparos.
Entonces se dio cuenta: Están todos muertos. Por un instante pensó en su mujer y en Olivia y casi se detuvo. La emoción le hizo sentir un gran nudo en la garganta. Inhaló con fuerza, como si el oxígeno pudiera ayudarle a recuperar la calma. Vio que el callejón estaba vacío y pensó: Aquí hay demasiada confusión. Puedes hacerlo. ¡Escapa!
Corre, se dijo. ¡Corre! ¡Corre!
***
Megan escuchó el ruido de sirenas y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Unos segundos antes había oído también disparos a lo lejos. Un sonido desconocido, extraño, que le había llevado unos instantes procesar e identificar. Luego, conforme continuaba, la había sumido en la desesperación.
Lo sabía. Lo sabía. Lo sabía.
Todo se ha terminado antes incluso de empezar.
¿Por qué no lo detuve? ¿Por qué lo dejé hacerlo?
Era incapaz de controlar sus sollozos.
Está muerto. Lo sé. Está muerto.
Se abrazó a sí misma lo más fuerte que pudo, balanceándose atrás y adelante en el asiento del conductor. Quiero irme a casa, pensó. Mi pobre bebé, perdóname. Te he dejado sin padre antes incluso de que pudieras verle la cara. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué dolor!
Sintió fuertes ganas de vomitar y consiguió abrir la puerta y arrastrarse fuera de la furgoneta. Se apoyó contra un edificio y trató de serenarse.
Entonces, todavía llorando, se enderezó.
Perdóname, bebé. Lo he estropeado todo, pero voy a sacarte de aquí. No vas a nacer en la cárcel. Vamos a ir a casa y vas a tener una buena vida. ¿Me oyes?
Miró otra vez a la furgoneta. Llevaba puestos guantes de goma. Todos los llevaban, obedeciendo las instrucciones de Olivia, para no dejar huellas. Megan se los quitó y los tiró en un contenedor cercano, sintiéndose mejor cuando los vio desaparecer.
Volvió hasta la furgoneta y la miró intentando pensar si la relacionarían con la brigada. Era alquilada; la otra la habían robado. Había sido idea de Olivia, el que la primera furgoneta, la que iban a abandonar, fuera robada y la otra, completamente legal, con todos los papeles en regla. Había que devolverla a una agencia de alquiler en Sacramento dentro de tres días.
Nos sacará de aquí, pensó.
Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para entrar en la furgoneta. Era como si su interior oliera a conspiración, a los miembros de la brigada que, estaba segura, yacían muertos a pocas cuadras de allí.
Arrancó, enjugándose las lágrimas con la manga. Metió la marcha atrás y se alejó poco a poco del punto de encuentro. Cuando llegó a la esquina se detuvo un momento y miró en ambas direcciones antes de incorporarse al tráfico. Las sirenas sonaban a lo lejos, pero donde ella se encontraba los coches circulaban con normalidad, ajenos a lo que sucedía a pocos metros de allí. Se sintió extrañamente invisible conforme se alejaba. Soy un conductor más, pensó. No soy diferente del resto. Podría ser como la anciana ésa del Sedan, o el ejecutivo del Cadillac, justo delante. Vio a una pareja de adolescentes melenudos en una furgoneta Volkswagen pintada de colores fluorescentes. Yo podría ser ellos, ellos podrían ser yo. Era como si a su alrededor se hubiera formado una burbuja que la mantenía a salvo.
– Lo vamos a conseguir -dijo en voz alta.
Frenó al llegar a un semáforo en rojo y fue entonces cuando lo vio, saliendo de entre dos edificios, medio corriendo medio caminando.
– ¡Duncan! -gritó con voz ahogada. No pensó en el peligro, sólo veía al hombre al que amaba, el padre de su hijo. Pronto estuvo fuera de la furgoneta, agitando el brazo para llamar su atención. No pensó que podría haber un agente de policía siguiéndolo o que en ese momento podía estar poniéndolos a ambos en peligro.
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