– No -reconoció Caleb desanimado-, pero tampoco he repasado los documentos personales de Jonathan. Mi trabajo se limita a la colección de libros.
– No, su trabajo se amplía a cualquier prueba relativa a la propiedad de sus libros. ¿Cree que Christie's o Sotheby's subastarán un Libro de los Salmos sin estar completamente seguros de la autenticidad del libro ni de la fe pública bajo la cual se venderá el libro?
Era plenamente consciente de que querrían saber eso.
– Pues bien, Shaw, si estuviera en su lugar me pondría manos a la obra para encontrar las pruebas pertinentes. Si no las encuentra, la impresión general será que Jonathan consiguió el libro por cauces no verificables. En el mundo de los libros raros, eso equivale a decir que lo robó o que, a sabiendas, se lo compró a alguien que lo había robado.
– Supongo que, si lo pido, sus abogados me permitirían rebuscar entre sus documentos. O quizá lo harían ellos mismos si les dijera lo que tienen que buscar.
– Si hace eso, querrán saber por qué. Cuando les explique el motivo, le aseguro que ya no será dueño de la situación.
– ¿Cree que debería hacerlo yo mismo?
– ¡Sí! Usted es su albacea literario, actúe como tal.
– Preferiría que no me hablara así -repuso Caleb, enojado.
– ¿Cobra un porcentaje del precio de la venta de la subasta?
– No tengo por qué responder a eso -replicó Caleb.
– Lo interpretaré como un «sí». Si trata de subastar ese ejemplar sin poseer pruebas irrefutables de que DeHaven lo obtuvo de forma honesta y luego se descubre que no fue así, su reputación no será la única que se verá manchada, ¿no cree? Cuando hay mucho dinero en juego, la gente siempre supone lo peor.
Caleb no replicó mientras asimilaba esa información. Aunque los comentarios de Pearl le repugnaban, tenía razón. Le desolaba que la reputación de su difunto amigo naufragase, pero Caleb no quería que aquello le arrastrase hasta el fondo del océano.
– Supongo que podría repasar los documentos de Jonathan. -Sabía que Oliver y los otros ya habían rebuscado en la casa, pero no habían tratado de encontrar los documentos de propiedad de la colección de libros.
– ¿Irá allí esta noche?
– Es muy tarde. -Además, le había dado la llave a Reuben.
– Entonces ¿mañana?
– Sí, mañana.
– Perfecto. Comuníqueme lo que encuentre. O lo que no encuentre.
Cuando Pearl se hubo marchado, Caleb se sirvió una copa de jerez y se la bebió mientras comía unas patatas fritas grasientas, uno de sus aperitivos favoritos. Se sentía demasiado presionado para pensar en la dieta. Mientras se tomaba el jerez, recorrió con la mirada la pequeña colección de libros que tenía en los estantes del estudio.
«Quién me iba a decir que coleccionar libros sería tan complicado, joder?», pensó.
A primera hora de la mañana siguiente, Reuben informó a Stone de que durante la noche no había sucedido nada; la noche anterior el informe había sido el mismo.
– ¿Nada? -preguntó Stone con escepticismo.
– No hubo acción en el dormitorio, si es que te refieres a eso. Behan y su esposa llegaron a casa a medianoche. Al parecer, no usan ese dormitorio porque la luz nunca se enciende. Quizás está reservado para las mujeres que hacen striptease.
– ¿Viste algo más? ¿La camioneta blanca, por ejemplo?
– No, y creo que entré y salí de la casa sin que nadie me viera. Hay un seto de tres metros de altura que tapa la zona de atrás. Hay una alarma en la puerta trasera, así que no tuve problemas.
– ¿Estás seguro de que no viste nada que pudiera ayudarnos?
Reuben parecía inseguro.
– Bueno, tal vez no sea importante, pero a eso de la una de la madrugada me pareció ver un destello en la ventana de la casa de enfrente.
– Tal vez los propietarios estuvieran levantados.
– Eso es lo raro. Parece que no vive nadie en la casa. No se ven coches ni cubos de la basura fuera. Y hoy era el día de sacar la basura, porque todas las otras casas la habían dejado en la acera.
Stone lo miró con curiosidad.
– Interesante. ¿Crees que era un destello óptico?
– De una pistola, no; pero puede que sí de unos prismáticos.
– Vigila esa casa también. ¿Qué hay del aviso a la policía?
– Los llamé desde una cabina, como dijiste, pero creo que no me creyeron porque la mujer me dijo que dejara de llamar para molestar.
– Vale, llámame mañana por la mañana para darme el siguiente parte.
– Perfecto, pero ¿cuándo se supone que duermo, Oliver? Llevo toda la noche despierto y ahora voy al muelle a trabajar.
– ¿Cuándo sales del trabajo?
– A las dos.
– Duerme entonces. No hace falta que vayas a casa de DeHa-ven hasta las diez, más o menos.
– Gracias. ¿Puedo comerme su comida?
– Sí, siempre y cuando la repongas.
– Joder, vivir en una mansión no es tan bueno como lo pintan -resopló Reuben.
– Ya lo ves, no te has perdido nada.
– Y mientras me parto el culo ahí fuera, ¿qué hace su excelencia?
– Su excelencia sigue pensando.
– ¿Sabes algo de Susan? -preguntó Reuben esperanzado.
– Nada de nada.
Al cabo de media hora, Stone trabajaba en el cementerio cuando un taxi se detuvo junto a la puerta y Milton salió. Stone se levantó, se sacudió el polvo de las manos y los dos entraron en la casa. Mientras Stone servía limonada, Milton encendió el portátil y abrió una carpeta que había traído.
– He averiguado muchas cosas sobre Cornelius Behan y Robert Bradley -dijo-, pero no sé si servirán de algo.
Stone se sentó junto al escritorio y cogió la carpeta. Al cabo de veinte minutos, alzó la vista.
– Parece que Behan y Bradley no eran precisamente amigos.
– Enemigos, para ser más exactos. Aunque la empresa de Behan ganó esos dos importantes contratos gubernamentales, Bradley le impidió ganar otros tres; en parte, porque lo acusó de tráfico de influencias. Eso me lo contaron un par de conocidos del Capitolio. Por supuesto, nunca lo admitirían en público, pero parece bastante evidente que Bradley encabezó el ataque contra Behan, a quien tachaba de corrupto. No parecen formar parte de la red de espionaje.
– No, no lo parece, salvo que sea una tapadera. Pero estoy de acuerdo con el difunto presidente: creo que Behan es un corrupto. ¿Lo bastante corrupto para matar? En el caso de DeHaven, diría c] ue sí.
– Entonces, quizá Behan también mató a Bradley. Tendría motivos de sobra si Bradley se entrometía en sus negocios.
– Sabemos que DeHaven murió por envenenamiento de CO 2y que la bombona mortal procedía de una de las empresas de Be-han. Caleb me llamó ayer. Fue a la cámara y echó un vistazo detrás de la rejilla doblada del conducto de ventilación. Había un pequeño agujero de tornillo en la pared del conducto que podría haber servido para colgar una cámara de vídeo. También me comentó que no le costó desatornillar la tapa, como si alguien lo hubiera hecho recientemente. Pero eso no basta para demostrar que allí hubo una cámara.
– Si Bradley y Behan no estaban conchabados, entonces Jonathan no los vio juntos en casa de Behan. ¿Por qué lo mataron?
Stone negó con la cabeza.
– Ni idea, Milton.
Cuando Milton se hubo marchado, Stone retomó el trabajo en el cementerio. Sacó un cortacésped de un pequeño cobertizo, lo puso en marcha y lo pasó por una zona de hierba situada a la izquierda de la casita. Al acabar, apagó el motor, se volvió y se la encontró mirándolo. Llevaba un sombrero grande y flexible, gafas de sol y un abrigo de piel marrón sobre la falda corta. Aparcado al otro lado de las puertas, vio un coche de alquiler.
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