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Jeffery Deaver: La silla vacía

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Jeffery Deaver La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs. El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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El alguacil la condujo a la mesa de la defensa. Le dejó los grilletes. Sol Geberth se sentó a su lado.

Se pusieron de pie cuando entró el juez, un hombre, enjuto y fuerte, vestido con una voluminosa toga negra que se sentó en un banco alto. Pasó unos minutos ojeando documentos y hablando con su secretario. Por fin, hizo una señal con la cabeza y el secretario dijo:

– El pueblo del estado de Carolina del Norte contra Amelia Sachs.

El juez señaló con un movimiento de cabeza al fiscal de Raleigh, un hombre alto y de cabellos grises, quien se puso de pie.

– Señoría, la acusada y el Estado han acordado un arreglo de alegación, por el cual la acusada conviene en declararse culpable de homicidio en segundo grado en la muerte del policía Jesse Randolph Corn. El Estado desecha todos los otros cargos y recomienda una sentencia de cinco años, que deberán cumplirse sin posibilidad de libertad condicional ni reducción de la pena.

– Señorita Sachs, ¿ha hablado de este arreglo con su abogado?

– Sí, Señoría.

– ¿Y le ha dicho que tiene el derecho de rechazarlo y presentarse a juicio?

– Sí.

– Y usted comprende que al aceptar el trato se declara culpable en una acusación de homicidio criminal.

– Sí.

– ¿Toma esta decisión voluntariamente?

Ella pensó en su padre, en Nick. Y en Lincoln Rhyme.

– Sí, así es.

– Muy bien. ¿Cómo se declara en la acusación de homicidio en segundo grado hecha en su contra?

– Culpable, Su Señoría.

– A la luz de la recomendación del Estado la alegación será registrada y por lo tanto la condeno…

Las puertas de cuero rojo que llevaban al pasillo se movieron hacia adentro y con un chirrido agudo, la silla de ruedas de Lincoln Rhyme maniobró para entrar. Un alguacil había tratado de abrir las puertas para la Storm Arrow pero Rhyme parecía tener prisa y arremetió contra ellas. Una golpeó contra el muro. Lucy Kerr iba detrás.

El juez levantó la vista, dispuesto a reprender al intruso. Cuando vio la silla, se refugió, como la mayoría de la gente, en la corrección política que Rhyme despreciaba y no dijo nada. Se volvió hacia Sachs:

– Por lo tanto la condeno a cinco años…

Rhyme dijo:

– Perdóneme, Señoría. Necesito hablar un minuto con la acusada y su abogado.

– Señor -se quejó el juez-, estamos en el medio de una audiencia. Puede hablar con ella en algún otro momento.

– Con todo respeto, Señoría -respondió Rhyme-, necesito hablar con ella ahora -su voz también expresaba una queja, pero mucho más ruidosa que la del jurista.

* * *

Justo como en los viejos tiempos, estar en una sala de tribunal.

La mayor parte de la gente piensa que la única tarea de un criminalista consiste en buscar y analizar evidencias. Pero cuando Lincoln Rhyme dirigía las actuaciones forenses del NYPD, la División de Investigaciones y Recursos, pasaba casi tanto tiempo testimoniando en juicios como en el laboratorio. Era un buen testigo experto. (Blaine, su ex esposa, a menudo comentaba que Rhyme prefería actuar frente a la gente, incluida ella misma, antes que interactuar con los demás.)

Cuidadosamente, Rhyme se dirigió a la barandilla que separaba las mesas de los abogados de la galería en los Tribunales del Condado de Paquenoke. Miró a Amelia Sachs y lo que vio casi le rompió el corazón. En los tres días de permanencia en prisión, había perdido mucho peso y su rostro estaba amarillento. Su pelo rojo estaba sucio y atado en un ajustado moño, el mismo que se hacía en las escenas de crímenes para evitar que algunos cabellos sueltos tocaran la prueba; estas circunstancias hacían que su cara, bonita como siempre, pareciera severa y demacrada.

Geberth caminó hacia Rhyme y se agachó. El criminalista habló con él unos minutos. Por fin, Geberth asintió y se puso de pie.

– Señoría, comprendo que ésta es una audiencia referente a un arreglo de alegación. Pero tengo una propuesta inusual. Hay unas nuevas evidencias que han salido a la luz…

– Que usted puede presentar en el juicio -gruñó el juez-, si su cliente opta por rechazar el arreglo de alegación.

– No me propongo presentar nada al tribunal; me gustaría dar a conocer al estado esta evidencia, para ver si mi digno colega consiente en considerarla.

– ¿Con qué propósito?

– Posiblemente para modificar los cargos contra mi cliente -añadió Geberth tímidamente-: Lo que podría hacer que la lista de casos pendientes de Su Señoría parezca menos abrumadora.

El juez puso los ojos en blanco para mostrar que la maña de los yanquis no contaba para nada en su jurisdicción. Sin embargo, miró al fiscal y preguntó:

– ¿Bien?

El fiscal de distrito le preguntó a Geberth:

– ¿Qué tipo de evidencia? ¿Un nuevo testigo?

Rhyme no se pudo controlar más.

– No -dijo-. Evidencia física.

– ¿Usted es el Lincoln Rhyme del que he oído hablar? -preguntó el juez.

Como si hubiera dos criminalistas inválidos haciendo su trabajo en el estado de Carolina del Norte.

– Lo soy, sí.

El fiscal preguntó:

– ¿Dónde está esta evidencia?

– Bajo mi custodia, en el Departamento de Policía del condado de Paquenoke -dijo Lucy Kerr.

El juez le preguntó a Rhyme:

– ¿Consiente en dar testimonio bajo juramento?

– Ciertamente.

– ¿Está de acuerdo, señor fiscal? -preguntó el juez.

– Lo estoy, Señoría, pero si es una maniobra táctica o si la evidencia resulta irrelevante, presentaré una acusación de interferencia contra el señor Rhyme.

El juez pensó unos instantes y luego dijo:

– Para que conste, esto no es parte de ninguna audiencia. La corte se limita a prestarse a las partes para que se haga una deposición anterior al arreglo. El examen se realizará de acuerdo a las normas de procedimiento penal de Carolina del Norte. Tome juramento al declarante.

Rhyme se colocó frente al juez. Cuando un empleado se acercó, inseguro, llevando la Biblia en la mano, el criminalista dijo:

– No, no puedo levantar mi mano derecha -luego recitó-: Juro que el testimonio que voy a prestar es la verdad, de acuerdo a mi solemne juramento -trató de captar la mirada de Sachs, pero ella tenía la vista puesta en los desvaídos mosaicos del suelo de la sala.

Gerberth caminó hacia el frente de la sala.

– Señor Rhyme, puede darnos su nombre, domicilio y ocupación.

– Lincoln Rhyme, 345 Central Park West, ciudad de Nueva York. Soy criminalista.

– Eso es más que un científico forense, ¿no es cierto?

– Algo más que eso, pero la ciencia forense constituye el núcleo de lo que hago.

– ¿Y cómo conoció a la acusada, Amelia Sachs?

– Ha sido mi asistente y compañera en una cantidad de investigaciones criminales.

– ¿Y cómo llegaron a Tanner's Corner?

– Estábamos ayudando al sheriff James Bell y al departamento de policía del condado de Paquenoke. Investigábamos el asesinato de Billy Stail y las desapariciones de Lydia Johansson y Mary Beth McConnell.

Geberth preguntó:

– Entonces, señor Rhyme, ¿dice que tiene nuevas evidencias que presentar en este caso?

– Sí, así es.

– ¿Cuál es esa evidencia?

– Después de que supimos que Billy Stail había ido a Blackwater Landing a matar a Mary Beth McConnell comencé a preguntarme por qué lo habría hecho. Llegué a la conclusión de que le habían pagado para hacerlo. Él…

– ¿Por qué pensó que le pagaron?

– La razón era obvia -gruñó Rhyme. Tenía poca paciencia con las preguntas irrelevantes y Geberth se desviaba de su guión.

– Compártala con nosotros, por favor.

– Billy no tenía una relación romántica de ningún tipo con Mary Beth. No estaba involucrado en el asesinato de la familia de Garrett Hanlon. Ni siquiera la conocía. De manera que no tenía ningún motivo para matarla salvo que fuera por un beneficio económico.

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