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Jeffery Deaver: La silla vacía

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Jeffery Deaver La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs. El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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– Tengo un respeto que antes no sentía por los escarabajos peloteros después de leerlo -dijo Rhyme.

– Había algo que me mostró, un pasaje. Era una lista de las características de las criaturas vivientes. Una de ellas consiste en que los seres sanos se esfuerzan por crecer y por adaptarse al medio. Me di cuenta de que es algo que tú tienes que hacer, Rhyme, pasar por el quirófano. No puedo interferir.

Después de un momento, Rhyme comenzó a hablar:

– Sé que no me va a curar, Sachs. ¿Pero cuál es la naturaleza de nuestro trabajo? Las pequeñas victorias. Encontramos una fibra allí, una huella dactilar parcial allá, unos pocos granos de arena que pueden conducir a la casa del asesino. Eso es todo lo que busco en este lugar, una pequeña mejora. No voy a salir de esta silla, lo sé. Pero necesito una pequeña victoria.

Quizá la ocasión de tomarte de la mano de verdad.

Ella se inclinó, lo besó con fuerza y luego se sentó sobre la cama.

– ¿Por qué pones esa cara, Sachs? Pareces un poco retraída.

– Volvamos al pasaje del libro de Garrett…

– Bien.

– Había otra característica de las criaturas vivientes que quería mencionar.

– ¿Cuál es?

– Todas las criaturas vivientes se esfuerzan por perpetuar la especie.

Rhyme gruñó:

– ¿Me equivoco o es otro arreglo judicial el que se viene? ¿Un trato de algún tipo?

Ella respondió:

– Quizá podamos hablar de algunas cosas cuando regresemos a Nueva York.

Una enfermera apareció en la puerta.

– Necesito llevarlo a la sala pre-operatoria, señor Rhyme. ¿Listo para el paseo?

– Oh, apuesto que sí… -Se volvió hacia Sachs-. Seguro que hablaremos.

Sachs lo besó una vez más y le apretó la mano izquierda, donde Rhyme podía, apenas levemente, sentir la presión en su dedo anular.

* * *

Las dos mujeres se sentaban a cada lado de un grueso haz de luz solar.

Frente a ellas, sobre una mesa naranja cubierta de marcas marrones, producidas en la época en que en los hospitales se permitía fumar, había dos vasos de papel con café de máquina muy malo.

Amelia Sachs miró a Lucy Kerr, que estaba inclinada hacia delante, con las manos juntas, apagada.

– ¿Qué pasa? -preguntó Sachs-. ¿Estás bien?

La policía dudó y finalmente dijo:

– Oncología está en el ala de al lado. Pasé meses allí. Antes y después de la operación. -Sacudió la cabeza-. Nunca se lo dije a nadie pero el Día de Acción de Gracias, después de que Buddy me dejara, vine aquí. Anduve dando vueltas. Tomé café y bocadillos de atún con las enfermeras. ¿No es divertido? Podía haber ido a ver a mis padres y primos de Raleigh, y hubiera comido pavo y me hubiera puesto elegante. O a casa de mi hermana y su marido en Martinsville, los padres de Ben. Pero quería estar donde me sentía en casa. Que de seguro no era en mi casa.

Sachs dijo:

– Cuando mi padre se moría, mi madre y yo pasamos tres fiestas en el hospital. Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo. Papá hizo una broma. Dijo que deberíamos hacer pronto nuestras reservas para Semana Santa. Sin embargo, no vivió hasta entonces.

– ¿Tu madre vive todavía?

– Oh, sí. Anda mejor que yo. Yo heredé la artritis de papá. En cantidad -Sachs casi hizo una broma acerca de que esa era la razón por la cual tiraba tan bien, para no tener que correr atrás de los delincuentes. Pero entonces se acordó de Jesse Corn, evocó el agujero de la bala en su frente y se quedó en silencio.

Lucy dijo:

– Se pondrá bien, sabes. Lincoln.

– No, no lo sé -respondió Sachs.

– Tengo un presentimiento. Cuando has pasado tanto como yo pasé, en los hospitales, quiero decir, tienes presentimientos.

– Te lo agradezco -dijo Sachs.

– ¿Cuánto tiempo crees que tardará? -preguntó Lucy.

Una eternidad…

– Cuatro horas, calculó la doctora Weaver.

A la distancia apenas si podían escuchar el superficial y forzado diálogo de una serie televisiva. Un reclamo distante de un médico. Una alarma de reloj. Una carcajada.

Alguien pasó al lado y se detuvo.

– Hola, chicas.

– Lydia -dijo Lucy sonriendo-. ¿Cómo estás?

Lydia Johansson. Al principio Sachs no la había reconocido porque llevaba uniforme verde y una cofia. Recordó que Lydia trabajaba de enfermera en ese centro médico.

– ¿Te has enterado? -preguntó Lucy-. Jim y Steve están arrestados ¿Quién lo hubiera pensado?

– Ni en un millón de años -dijo Lidia-. Toda la ciudad habla de ello -luego le preguntó a Lucy-: ¿Tienes una cita en oncología?

– No. El señor Rhyme se opera hoy. De la espina dorsal. Somos sus animadoras.

– Bueno, le deseo todo lo mejor -dijo Lydia a Sachs.

– Gracias.

La muchacha siguió por el pasillo, saludó con la mano y pasó por una puerta batiente.

– Buena chica -dijo Sachs.

– ¿Te imaginas qué trabajo, ser enfermera en oncología? Cuando lo de mi operación, pasaba por el pabellón todos los días. Tan alegre como podía estar. Tiene más agallas que yo.

Pero Sachs apenas la escuchaba. Miró al reloj. Eran las once de la mañana. La operación estaría a punto de comenzar.

* * *

Trataba de portarse bien.

La enfermera de la sala preoperatoria le explicaba cosas y Lincoln Rhyme asentía pero ya le habían dado un Valium y no prestaba atención.

Quería decirle a la mujer que se callara y siguiera con los preparativos, sin embargo suponía que había que ser muy cortés con la gente que está a punto de abrirle el cuello a uno.

– ¿De verdad? -dijo cuando ella hizo una pausa-. Es interesante -no tenía ni idea de lo que le había dicho.

Luego llegó un celador y lo trasladó desde la sala preoperatoria a la misma sala de operaciones.

Dos enfermeras lo trasladaron de la camilla a la mesa de operaciones. Una de ellas fue a un extremo alejado de la sala y comenzó a sacar instrumental del autoclave.

La sala de operaciones era más informal de lo que hubiera creído. Los azulejos eran verdes, el equipo de acero inoxidable, se veían los instrumentos y los tubos previstos. También cantidad de cajas de cartón y un radiograbador portátil. Estaba a punto de preguntar que clase de música iban a oír cuando recordó que estaría inconsciente y en consecuencia no debía preocuparse por la banda sonora.

– Es muy divertido -murmuró como un borracho a una enfermera que estaba cerca. Ella se volvió. Rhyme sólo podía ver sus ojos por encima de la mascarilla.

– ¿Qué es tan divertido? -preguntó la enfermera.

– Me operan en el único lugar en el que necesito anestesia. Si fueran a sacarme el apéndice podrían cortar sin darme nada.

– Es gracioso, señor Rhyme.

Él se rió brevemente y pensó: de manera que me conoce.

Miró al techo, con humor reflexivo y confuso. Lincoln Rhyme dividía a la gente en dos categorías: los que viajaban y los que llegaban. Algunos gozaban del viaje más que de la llegada. Él, por naturaleza, era una persona de llegada, encontrar las respuestas a los interrogantes forenses era su meta y disfrutaba descubriendo las soluciones más que el proceso de buscarlas. Sin embargo ahora, acostado sobre la espalda y mirando la pantalla cromada de la lámpara quirúrgica, sintió lo opuesto. Prefería quedarse en este estado de esperanza, disfrutar de la alentadora sensación de anticiparse.

La anestesista, una mujer india, entró y le colocó una aguja en el brazo, preparó una inyección y la ajustó al tubo conectado con la aguja. Tenía manos muy hábiles.

– ¿Listo para echar una siesta? -le preguntó con un leve acento cantarín.

– Totalmente listo -musitó.

– Cuando inyecte esta sustancia le pediré que cuente hacia atrás desde cien. Se dormirá antes de lo que piensa.

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