Jeffery Deaver - La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs.
El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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– ¿Cuál es el récord? -bromeó Rhyme.

– ¿De contar hacia atrás? Un hombre, que era mucho más grande que usted llegó al setenta y nueve antes de dormirse.

– Yo llegaré a setenta y cinco.

– Hará que este quirófano lleve su nombre si lo hace -replicó ella, inexpresiva.

Rhyme observó como deslizaba un tubo con un líquido claro en la intravenosa. Después, se volvió para observar el monitor. Rhyme comenzó a contar.

– Cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete…

La otra enfermera, la que había mencionado su nombre, se agachó. En voz baja le dijo:

– Hola.

Un tono extraño en la voz.

Rhyme la miró.

Ella siguió:

– Yo soy Lydia Johansson. ¿Me recuerda? -antes de que pudiera contestarle que sí, por supuesto, ella agregó en un sombrío murmullo-: Jim Bell me pidió que le dijera adiós.

– ¡No! -murmuró Rhyme.

La anestesista, con los ojos en el monitor, dijo:

– Está bien. Sólo relájese. Todo está bien.

Con su boca a centímetros de la oreja de Rhyme, Lydia murmuró:

– ¿No se preguntó cómo Jim y Steve Farr descubrieron a los pacientes de cáncer?

– ¡No! ¡Deténgase!

– Yo di sus nombres a Jim para que Culbeau se asegurara de que sufrieran accidentes. Jim Bell es mi novio. Hace años que tenemos una relación. Es él el que me envió a Blackwater Landing después de que Mary Beth desapareciera. Esa mañana fui a poner flores para estar por ahí en caso de que Garrett apareciera. Iba a hablar con él para darle a Jesse y a Ed Schaeffer la ocasión de cogerlo, Ed estaba con nosotros también. Luego le iban a obligar a decirles dónde estaba Mary Beth. Pero nadie pensó que me secuestraría a mí.

Oh, sí, esta ciudad tiene algunas avispas…

– ¡Deténgase! -gritó Rhyme. Pero su voz salió entre dientes.

La anestesista dijo:

– Pasaron quince segundos. Quizá rompa el récord después de todo. ¿Está contando? No lo escucho.

– Volveré enseguida -dijo Lydia acariciando la frente de Rhyme-. Hay muchas cosas que pueden salir mal durante una cirugía, ya sabe. Se puede obstruir el tubo de oxígeno, se pueden administrar las drogas equivocadas. ¿Quién sabe? Lo podrían matar o dejarlo en coma. Pero de seguro no va a poder ir a testificar.

– ¡Espere! -jadeó Rhyme- ¡Espere!

– Ja -dijo la anestesista, riendo, con los ojos aun en el monitor-. Veinte segundos. Creo que va a ganar, señor Rhyme.

– No, no creo que lo haga -susurró Lydia y lentamente se puso de pie mientras Rhyme veía que el quirófano se tornaba gris y luego negro.

Capítulo 46

Amelia pensó que se trataba de uno de los lugares más bonitos del mundo.

Para ser un cementerio.

Tanner's Corner Memorial Gardens, en la cima de una redondeada colina, dominaba el río Paquenoke, que fluía a unas millas de distancia. Desde el mismo cementerio se apreciaba mejor su belleza que visto desde la carretera, como lo hizo Amelia cuando se acercaba desde Avery.

Entornó los ojos a causa del sol, percibiendo la cinta resplandeciente del canal Blackwater que se unía al río. Desde allí, hasta sus aguas, oscuras y coloreadas, que habían producido tanta pena a tantos, le daban un aire amable y pintoresco.

Amelia se encontraba entre un grupo de gente de pie ante una tumba abierta. Uno de los hombres de la empresa funeraria colocaba en la fosa una urna. Amelia Sachs estaba al lado de Lucy Kerr. Garrett Hanlon se mantenía próximo a ellas. Del otro lado de la tumba se podía ver a Mason Germain y a Thom, que llevaba un bastón y estaba vestido con pantalones y camisa inmaculados. Lucía una corbata audaz, con estampado rojo estridente, que parecía apropiada a pesar de lo sombrío del momento.

También estaba ahí, a un costado, Fred Dellray, de traje negro, solo, pensativo, como si recordara algún pasaje de uno de los libros de filosofía que le gustaba leer. Hubiera parecido un reverendo de la Nación del Islam si llevara una camisa blanca en lugar de la verde limón con lunares amarillos.

No había ministro que oficiara, aun cuando esa región se destacaba por su religiosidad y, probablemente, se podía encontrar una docena de clérigos a espera que los llamaran para oficiar funerales. El director de la funeraria miró a la gente reunida y preguntó si alguien quería decir algo a la asamblea. Mientras todos miraban a su alrededor, preguntándose si habría voluntarios, Garrett comenzó a hurgar en sus amplios pantalones de los que sacó un libro muy manoseado, The Miniature World.

Con voz titubeante, el chico leyó:

– «Están los que sugieren que no existe una fuerza divina, pero nuestro cinismo se pone a prueba cuando consideramos el mundo de los insectos, que ha sido agraciado con tantas características sorprendentes: alas tan finas que apenas parecen haber sido hechas con materia viviente, cuerpos sin un solo miligramo de exceso de peso, detectores de velocidad del viento tan exactos que registran hasta una fracción de milla por hora, movimientos tan eficientes que los ingenieros mecánicos los toman como modelo para robots y, lo que es más importante, la extraordinaria capacidad de los insectos para sobrevivir frente a la abrumadora oposición del hombre, los predadores y los elementos. En momentos de desesperación, podemos recurrir al ingenio y la perseverancia de estas criaturas milagrosas para encontrar solaz y restaurar nuestra fe perdida». -Garrett levantó la vista y cerró el libro. Hizo sonar sus uñas nerviosamente. Miró a Sachs y preguntó-: ¿Quieres decir algo?

Ella se limitó a negar con la cabeza.

Nadie más habló y después de unos minutos, todos los que rodeaban la tumba se volvieron, disgregándose colina arriba por un sinuoso sendero. Antes de que rodearan la cima que llevaba a la zona de comidas campestres, el personal del cementerio había comenzó a rellenar la tumba con una excavadora. Cuando llegaron a la cima de la colina poblada de árboles, cerca del aparcamiento, Sachs respiraba con dificultad.

Recordó la voz de Lincoln Rhyme:

No es un mal cementerio. No me molestaría que me enterraran en un lugar así…

Se detuvo para enjugar el sudor de su rostro y recobrar el aliento; el calor de Carolina del Norte todavía resultaba inmisericorde. Sin embargo Garrett no pareció percibir la temperatura. Se adelantó corriendo y comenzó a sacar bolsas de alimentos del maletero del Bronco de Lucy.

No era exactamente ni el lugar ni el momento para hacer un picnic, pero Sachs supuso que la ensalada de pollo y el melón constituían una forma de recordar a los muertos tan buena como cualquier otra.

También el whisky escocés, por supuesto. Amelia buscó en varias bolsas de la compra, hasta encontrar finalmente la botella de Macallan de dieciocho años. Sacó el corcho que hizo un leve ruido.

– Ah, mi sonido favorito -dijo Rhyme.

Se acercaba en su silla de ruedas, conduciendo con cuidado por el césped desigual. La colina que descendía hasta la tumba era demasiado empinada para la Storm Arrow por lo que tuvo que esperar en la zona ajardinada.

Había observado desde la cima cómo enterraban las cenizas de los huesos que Mary Beth había encontrado en Blackwater Landing, los restos de la familia de Garrett.

Sachs sirvió el whisky en el vaso de Rhyme, equipado con una larga pajita y se sirvió un poco para ella. Todos los demás tomaban cerveza.

Rhyme dijo:

– El licor ilegal es realmente malo, Sachs. Evítalo a toda costa. Esto es mucho mejor.

Sachs miró a su alrededor:

– ¿Dónde está la mujer del hospital? ¿La cuidadora?

– ¿La señora Ruiz? -Murmuró Rhyme-. Es una inútil. Se fue. Me dejó en la estacada.

– ¿Se fue…? -comentó Thom-. La volviste loca. Sería lo mismo que si la hubieras despedido.

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