Jeffery Deaver - La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs.
El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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De un lugar cercano, detrás de un alto matorral, ella escuchó otro sonido. Creyó que alguien martillaba una pistola.

Pensó nuevamente en Romeo y Julieta .

Y en el hermoso cementerio sobre la colina que dominaba Tanner's Corner por el que habían pasado hacía un tiempo que ahora parecía toda una vida.

Oh, Rhyme…

La mosca voló cerca de su rostro. Instintivamente la apartó y comenzó a andar hacia los pastos bajos.

* * *

Rhyme le dijo a Bell:

– ¿No piensas que se harán preguntas si muero de esta forma? Difícilmente puedo abrir un frasco.

El sheriff respondió:

– Tropezaste con la mesa. El tapón no estaba firme. Se derramó sobre ti. Yo fui a buscar ayuda pero no te pudimos salvar.

– Amelia no lo dejará pasar. Lucy tampoco.

– Tu novia no será un problema mucho tiempo más. ¿Y Lucy? Podría enfermar de nuevo… y esta vez quizá no haya nada que cortar para salvarla.

Bell dudó apenas un instante, luego se acercó y derramó el líquido sobre la boca y la nariz de Rhyme. Vertió el resto sobre la delantera de la camisa.

El sheriff tiró el frasco en el regazo de Rhyme, retrocedió rápidamente y se cubrió la boca con un pañuelo.

La cabeza de Rhyme cayó hacia atrás, sus labios se abrieron involuntariamente y parte del líquido se deslizó a su boca. Empezó a ahogarse.

Bell se sacó los guantes y los guardó en los pantalones. Esperó un momento, estudió a Rhyme con calma, luego caminó con lentitud hacia la puerta, le quitó el cerrojo y la abrió. Gritó:

– ¡Ha habido un accidente! ¡Necesito ayuda! -caminó por el pasillo-. Necesito…

Fue derecho hacia la línea de fuego de Lucy, cuya pistola apuntaba a su pecho.

– ¡Jesús, Lucy!

– Basta ya, Jim. Quédate ahí quieto.

El sheriff retrocedió. Nathan, el policía de la buena puntería, entró en el cuarto, detrás de Bell, y cogió la pistola del sheriff de su funda. Otro hombre entró, un hombre grande con un traje marrón y una camisa blanca.

También Ben entró corriendo, ignoró a todos y se acercó a Rhyme. Le enjugó el rostro con una servilleta de papel.

El sheriff miró fijamente a Lucy y los demás.

– ¡No, no lo entendéis! ¡Hubo un accidente! El veneno se derramó. Debéis…

Rhyme escupió en el suelo y estornudó a causa del líquido y los gases astringentes. Le dijo a Ben:

– ¿Puedes limpiarme más arriba en la mejilla? Temo que me entre en los ojos. Gracias.

– Seguro, Lincoln.

Bell dijo:

– ¡Estaba pidiendo ayuda! ¡Esa cosa se derramó! Yo…

El hombre del traje sacó unas esposas de su cinto y las colocó en las muñecas del sheriff. Dijo:

– James Bell, soy el detective Hugo Branch de la Policía del Estado de Carolina del Norte. Está arrestado -Branch miró a Rhyme con amargura-. Le dije que lo derramaría sobre la camisa. Deberíamos haber puesto el dispositivo en otro lugar.

– ¿Pero ha grabado lo suficiente?

– Oh, mucho. Ese no es el problema. El problema es que esos transmisores cuestan dinero.

– Yo lo pagaré -dijo Rhyme con acritud, mientras Branch abría la camisa del criminalista y despegaba el micrófono y el transmisor.

– Estaba arreglado -murmuró Bell.

– Estás en lo cierto.

– Pero el veneno…

– Oh, no es toxafeno -dijo Rhyme-. Apenas un poco de licor ilegal. De ese frasco que examinamos. Ya que estamos, Ben, si queda algo, me tomaría un trago ahora. Y, por Dios, ¿puede alguien encender el aire acondicionado?

* * *

Prepárate, vete hacia la izquierda y corre como el diablo. Me darán pero si tengo suerte no me detendrán.

Cuando te mueves no te pueden pillar…

Amelia Sachs dio tres pasos hacia el pasto.

Lista…

Preparada…

Luego la voz de un hombre, desde atrás, desde el área de la prisión, gritó:

– ¡Quieto, Steve! -pon el arma en el suelo. ¡Ahora! ¡No te lo diré dos veces!

Sachs se volvió y vio a Mason Germain con su pistola apuntando a la cabeza de cabello bien recortado del joven, que tenía las orejas color tomate. Farr se agachó y dejó la pistola en el suelo. Mason se apresuró a esposarlo.

Sonaron pisadas desde afuera y las hojas crujieron. Mareada por el calor y la adrenalina, Sachs se dio la vuelta y vio a un negro delgado que salía de los matorrales y guardaba una gran Browning automática.

– ¡Fred! -gritó Sachs.

El agente del FBI Fred Dellray, sudando copiosamente en su traje negro, se le acercó y cepilló con petulancia su manga.

– Hola, Amelia. Dios, hace demasiado calor por aquí. No me gusta esta ciudad ni un poquito. Y mira este traje. Está todo, cómo decir, polvoriento o algo así. ¿Qué es esta mierda, polen? No tenemos algo así en Manhattan. ¡Mira esta manga!

– ¿Qué haces por aquí? -preguntó Sachs, atónita.

– ¿Qué crees? Lincoln no estaba seguro de en quién confiar y en quién no, de manera que me pidió que viniera y me enganchó con el policía Germain, aquí presente, para cuidarte. Me imaginé que necesitaría ayuda, al ver que no podía confiar en Jim Bell o los suyos.

– ¿Bell? -murmuró Sachs.

– Lincoln piensa que es él quien organizó todo. En estos momentos está averiguando la verdad. Pero parece que tiene razón, ya que este es su cuñado -Dellray señaló con la cabeza a Steve Farr.

– Casi me mata -dijo Sachs.

El delgado agente rió.

– Nunca corriste ni una pizca de riesgo, de ninguna manera. Le estuve apuntando a ese individuo justo en medio de sus dos grandes orejas desde el segundo en que se abrió la puerta de atrás. Si hubiera intentado apuntarte siquiera, lo hubiera matado antes.

Dellray percibió que Mason lo estudiaba con sospecha. El agente se rió y dijo a Sachs:

– A nuestro amigo de la policía local no le gusta demasiado la gente de mi clase. Me lo dijo…

– Espera -protestó Mason-. Yo sólo dije…

– Apuesto a que te refieres a los agentes federales -dijo Dellray.

El policía sacudió la cabeza y respondió con brusquedad:

– Me refería a los norteños.

– Es cierto, no le gustan -confirmó Sachs.

Ella y Dellray se rieron. Pero Mason se calló, solemne. No eran las diferencias culturales las que lo ponían de mal humor. Le dijo a Sachs:

– Perdona, pero tengo que llevarte de vuelta a la celda. Todavía estás bajo arresto.

La sonrisa de Sachs se desvaneció y ella miró nuevamente al sol que bailaba sobre el pasto amarillo y reseco. Inhaló el aire ardiente del exterior una vez y luego otra. Finalmente se dio la vuelta y caminó de regreso a la cárcel oscura.

Capítulo 43

– Tú mataste a Billy, ¿verdad? -preguntó Rhyme a Jim Bell.

Pero el sheriff no dijo nada.

El criminalista continuó:

– La escena del crimen quedó sin protección durante una hora y media. Y, es cierto, Mason fue el primer oficial en llegar, pero tú estuviste allí antes que él. No recibiste una llamada de Billy anunciándote la muerte de Mary Beth y comenzaste a preocuparte, de manera que te dirigiste a Blackwater Landing y encontraste que ella se había ido y Billy estaba herido. El chico te contó que Garrett se había llevado a Mary Beth. Entonces te pusiste los guantes de látex, cogiste la pala y lo mataste.

Al fin la cólera del sheriff se manifestó, desbaratando su pose:

– ¿Por qué sospechaste de mí?

– Al principio pensé que se trataba de Mason, sólo nosotros tres y Ben sabíamos lo de la cabaña de los destiladores. Supuse que llamó a Culbeau y lo envió allí. Pero se lo pregunté a Lucy y lo que sucedió es que Mason la llamó a ella y la mandó a la cabaña, para asegurarse de que Amelia y Garrett no escaparan otra vez. Luego me dio por pensar y me di cuenta de que en el molino Mason intentó matar a Garrett. Cualquiera que estuviera en la conspiración hubiera querido que siguiera con vida, como lo hiciste tú, de manera que pudiera llevarte hacia donde estaba Mary Beth. Controlé las finanzas de Mason y descubrí que vive en una casa barata y que tenía muchas deudas de MasterCard y Visa. Nadie le pagaba dinero sucio. A diferencia de tu cuñado y de ti mismo, Bell. Posees una casa de cuatrocientos mil dólares y mucho dinero en el banco. Steve Farr tiene una casa valorada en trescientos noventa mil dólares y un barco que cuesta ciento ochenta mil. Hemos pedido una orden judicial para echar una ojeada a tus cajas de seguridad. Me pregunto cuánto encontraremos allí.

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