Revisó el menú.
Centro Médico Stanford Packard
Palo Alto, California
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10. Unidad de Cuidados Intensivos
Estuvo explorando un rato y finalmente eligió el número 6.
Servicios médicos computarizados
1. Programación de intervenciones quirúrgicas
2. Dosis de medicaciones y programación de su administración
3. Reabastecimiento de oxígeno
4. Programación oncológica de quimio/radiación
5. Programación y menús de dieta de los pacientes
Tecleó un 2 y dio a Enter .
* * *
Frank Bishop sintió la amenaza en el aparcamiento de la Unidad de Crímenes Computarizados antes incluso de poder ver con claridad al hombre que se encontraba a unos quince metros, medio oculto a causa de la niebla matinal.
Bishop supo que el intruso era peligroso del modo que uno sabe cuándo un tipo lleva una pistola por la forma que tiene de bajarse de la acera. Del mismo modo que uno sabe que algún peligro lo aguarda tras una puerta, en un callejón, en el asiento delantero de un coche parado.
Bishop vaciló sólo un segundo. Pero luego continuó su camino como si no sospechara nada.
No podía ver la cara del intruso pero sabía que tenía que ser la de Pittman: bueno, la de Shawn. Había estado husmeando ayer cuando se topó con Tony Mott y hoy también andaba fisgoneando.
Sólo que hoy el detective intuyó que ese sospechoso quizá quería ir más allá de la mera vigilancia: tal vez andaba de caza.
Y Frank Bishop, el veterano de las trincheras, supuso que si este hombre estaba aquí ya debía de saber qué tipo de coche conducía e intentaría cortarle el camino cuando se dirigiera hacia su vehículo; que también habría sopesado el entorno, los distintos ángulos de tiro y los recodos.
Así que Bishop continuó yendo hacia su coche mientras hacía como que buscaba un paquete de cigarrillos a pesar de que había dejado de fumar años atrás; también miraba la lluvia con cara perpleja, como si tratara de averiguar qué tiempo se aproximaba.
Nada hace que los delincuentes se vuelvan más asustadizos y deseosos de escapar que lo imprevisto e inesperado del movimiento de los policías.
Sabía que podía correr de vuelta a la UCC pero que, si lo hacía, Shawn se largaría pitando y quizá no volverían a tener otra oportunidad de atraparlo. No, Bishop no iba a ignorar esta oportunidad de atrapar al compañero del asesino más de lo que ignoraría el llanto de su propio hijo.
«Sigue andando, sigue andando.»
Todo se reduce a esto…
El detective continuó caminando por el asfalto como si nada mientras el bulto (Shawn), que ahora se ocultaba tras una gran caravana Winnebago, se levantaba un poco para medir la posición de Bishop y luego se volvía a esconder.
Cuando andaba cerca de la Winnebago, el detective se echó hacia la derecha y sacó su vieja arma de la funda.
Corrió tan deprisa como le fue posible hasta la esquina de la caravana, pistola al frente.
Pero de pronto se paró.
Shawn había desaparecido. En los pocos segundos que le había llevado recorrer la caravana el compañero de Phate se había esfumado.
A su derecha, al otro lado del aparcamiento, se oyó un portazo proveniente de un coche. Bishop se movió en dirección al ruido, agachando y alzando su pistola. Pero comprobó que el ruido provenía de un mensajero. Un hombre negro y fornido llevaba una caja desde su vehículo hasta una empresa cercana.
Bien, ¿dónde había podido esconderse Shawn?
Lo averiguó un segundo más tarde, cuando se abrió de golpe la puerta de la caravana y la pistola de Shawn encañonó a Bishop en la nuca, antes de que éste pudiera hacer nada.
El detective vio de reojo el rostro del hombre delgado y con bigote mientras la mano de éste saltaba como una serpiente para arrancarle la pistola a Bishop y tirarla lejos.
Bishop pensó en Brandon y luego en Jennie.
Se tensó.
Todo se reduce a esto…
Frank Bishop cerró los ojos.
Capítulo 00011110 / Treinta
La campanilla del ordenador de la UCC era un sonido.wav normal y corriente, pero a todos los del equipo les pareció una potente sirena.
Wyatt Gillette corrió hacia el cubículo.
– ¡Sí! -susurró-. Phate ha visto la fotografía. El virus está en su máquina.
Y luego aparecieron estas palabras en la pantalla:
Config.sys.modified.
– Eso es. Pero no tenemos mucho tiempo: con que compruebe su sistema una sola vez verá que estamos dentro.
Gillette se sentó ante el teclado. Puso las manos sobre él y sintió esa excitación sin parangón que experimentaba cada vez que realizaba un viaje hacia un lugar inexplorado (e ilícito) de la Estancia Azul.
Comenzó a teclear.
– ¡Gillette! -gritó una voz de hombre mientras la puerta principal de la UCC se abría de golpe.
El hacker se volvió y vio a un hombre que se adentraba en el corral de dinosaurios. Gillette tragó saliva. Era Shawn: el hombre que se hacía pasar por Charlie Pittman.
– ¡Dios mío! -dijo Shelton, sobrecogido.
Tony Mott se movió deprisa y trató de empuñar su pistola plateada. Pero Shawn empuñaba un arma y, antes de que Mott la pudiera sacar, el otro ya le estaba apuntando a la cabeza. Mott levantó las manos poco a poco. Shawn hizo una seña a Sánchez y a Miller para que se echaran atrás y siguió avanzando hacia Gillette, apuntándolo con su arma.
El hacker se puso en pie y levantó las manos.
No había ningún lugar al que ir.
Pero ¿qué estaba pasando?
Frank Bishop, con el rostro sombrío, entró por la puerta principal. Lo acompañaban dos tipos altos y trajeados.
¡Así que ése tampoco era Shawn!
El hombre mostró unas credenciales.
– Soy Arthur Backle, trabajo para la División de Investigaciones Criminales del Departamento de Defensa -señaló a sus dos compañeros-. Estos son los agentes Griffin y Cable.
– ¿Eres de la DIC? ¿Qué sucede aquí? -preguntó Shelton.
Backle lo ignoró y se acercó a Wyatt Gillette, quien le dijo a Bishop:
– Nos hemos conectado a la máquina de Phate. Pero sólo tenemos unos minutos. Tengo que hacerlo ya o nos verá.
Bishop iba a responderle cuando Backle dijo a uno de sus compañeros:
– Espósalo.
El fornido agente se acercó a Gillette con las esposas en la mano y se las puso.
– ¡No!
– Me dijiste que eras Pittman -dijo Mott.
– Estaba trabajando de forma encubierta -dijo Backle, encogiéndose de hombros-. Tenía motivos para pensar que no cooperaríais si os decía mi verdadera identidad.
– La puta verdad, no hubiésemos cooperado -dijo Bob Shelton.
– Vamos a escoltarlo hasta el correccional de media seguridad de San José.
– ¡No pueden hacerlo!
– Wyatt, he hablado con el Pentágono -dijo Bishop-. Es cierto -sacudió la cabeza.
– Pero el director aprobó su excarcelación -dijo Mott.
– Dave Chambers ha quedado fuera -le explicó el detective-. Peter Kenyon es el director en funciones de la DIC. Y ha rescindido la orden de excarcelación.
Gillette recordó que Kenyon había sido quien supervisara la creación del programa de codificación Standard 12. El hombre que tenía mayores posibilidades de acabar en entredicho (cuando no en paro) si el programa era pirateado.
– ¿Qué ha pasado con Chambers?
– Improcedencia financiera -dijo el afilado Backle, con remilgos-. Tráfico de influencias con compañías internacionales. Ni lo sé ni me importa. Todo lo que sé es que quien lleva ahora el Departamento es el subsecretario asistente Kenyon -luego Backle le dijo a Gillette-: Tenemos órdenes de revisar todos los ficheros a los que has tenido acceso y comprobar si contienen pruebas relacionadas con su acceso ilegal al software de encriptación del Departamento de Defensa.
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