Una vez en la sala de ordenadores del sótano, un sitio gélido y deprimente, Gillette, Nolan y Sánchez se desplazaron hasta la máquina número tres. Sánchez le ofreció un disco de inicio al hacker, pero éste negó con la cabeza.
– Eso no evitará que el demonio Trapdoor se autodestruya. Estoy seguro de que Phate lo ha programado para que se suicide si hacemos algo fuera de lo normal.
– Bueno, ¿qué vas a hacer entonces?
– Darle un poco al teclado como si fuera otro usuario. Quiero experimentar un poco para ver dónde vive el demonio Trapdoor.
– Como un ladrón de cajas fuertes que siente las ruedas antes de probar una combinación -dijo Nolan brindándole una débil sonrisa.
Gillette asintió. Inició la máquina y examinó el menú principal. Cargó unas cuantas funciones: un procesador de textos, una hoja de cálculo, un programa de fax, antivirus, varios programas de almacenamiento en disco, algunos juegos, un par de browsers de Internet…
Mientras tecleaba espiaba la pantalla para ver cómo aparecían en ella las letras luminosas correspondientes a los caracteres que había escrito. Escuchó el rotar del disco duro para comprobar si hacía ruidos que no estuvieran sincronizados con la tarea que debía estar realizando en ese preciso momento.
Patricia Nolan se sentó a su lado y también miraba la pantalla.
– Puedo sentir el demonio -susurró Gillette-, pero hay algo raro: parece como si se estuviera moviendo de un lado a otro. Salta de programa en programa. Cada vez que abro uno se cuela dentro: quizá para saber si lo busco. Y cuando decide que no lo busco se va… Vive dentro, en algún lado. Tiene que tener una casa.
– ¿Dónde? -preguntó Bishop.
– Veamos si puedo encontrarla -Gillette abrió y cerró una docena de programas, y luego otra, mientras tecleaba con furia-. Vale, vale… Este es el directorio más torpe -miró una lista de ficheros y luego dijo con risa floja-: ¿Sabéis dónde se esconde?
– ¿Dónde?
– En el programa del Solitario.
– ¿Qué?
– En el juego de cartas.
– Pero ese juego viene con cada ordenador que se vende en América -dijo Sánchez.
– Es probable que ésa sea la razón por la cual Phate escribió su código de esa manera -dijo Nolan.
Bishop sacudió la cabeza.
– ¿Así que cualquiera que posea un juego del Solitario en su ordenador puede tener el Trapdoor?
– ¿Qué pasa si uno cancela el Solitario o lo borra?
Lo discutieron un poco. Gillette sentía mucha curiosidad por la forma en que trabajaba Trapdoor y le hubiera encantado extraer el programa y examinarlo. Si borraban el juego el demonio se suicidaría, pero el mismo conocimiento de ese hecho les podría brindar un arma: cualquiera que sospechase que su ordenador contenía un demonio podría borrar el juego y ya estaba todo arreglado.
Decidieron copiar el disco duro del ordenador que había usado Jamie Turner y, una vez hecho eso, Gillette borraría el Solitario y saldrían de dudas.
Cuando Sánchez acabó de copiar el disco duro, Gillette borró el programa. Pero advirtió un retraso apenas perceptible en la operación. Y cuando volvió a probar varios programas se dio cuenta de que el que ahora andaba renqueante era el antivirus.
– Aún está ahí -dijo Gillette, riendo con amargura-. Ha saltado a un nuevo programa y anda vivito y coleando. ¿Cómo lo hace? -el demonio Trapdoor había presentido que iban a echar abajo su casa y había demorado la actuación del programa de eliminación para que le diera tiempo a escapar desde el software del Solitario hasta un nuevo programa.
Se levantó y sacudió la cabeza.
– No hay nada que pueda hacer aquí. Llevemos la máquina a la UCC y…
Percibió una imagen velada en movimiento y acto seguido la puerta de la sala de ordenadores se abría en un estallido y volaban cristales por todas partes. Se oyó un grito de rabia que inundó la sala y Gillette tuvo que echarse a un lado para evitar una figura que cargaba contra el ordenador. Nolan cayó de rodillas, exhalando un breve grito de desmayo.
Bishop también tuvo que echarse a un lado.
Linda Sánchez hizo el gesto de sacar la pistola.
Gillette se agachó para evitar la silla que le pasó por encima y que se estrelló contra la pantalla del ordenador en el que había estado sentado.
– ¡Jamie! -gritó el administrador con rudeza-. ¡No!
Pero el chico volvió a tomar impulso mientras aferraba la silla y la empotró de nuevo contra el monitor, que implosionó con un gran estallido y esparció pedazos de cristal por todos lados. Comenzó a salir humo de la carcasa.
El administrador le quitó la silla a Jamie de las manos, antes de echarla a un lado y arrojarlo al suelo.
– ¿Qué se cree que está haciendo, jovencito?
El chaval pataleó, llorando, e intentó atacar el ordenador otra vez. Pero tanto Bishop como el administrador lo sujetaron.
– ¡Lo voy a destrozar! ¡Lo mató! ¡Mató al señor Boethe!
– ¡Quiero que se tranquilice de inmediato, señor! -dijo el administrador-. No permitiré semejante comportamiento en ninguno de mis estudiantes.
– ¡Quítame las putas manos de encima! -replicó el chaval.
– ¡Muy bien, joven voy a dar parte de esto! Voy a…
– ¡Lo mató y yo voy a matarlo a él! -el chico se estremecía por la congoja.
– ¡Señor Turner, compórtese ahora mismo! No se lo volveré a repetir.
Mark, el hermano de Jamie Turner, entró en la sala de ordenadores. Le echó un brazo por los hombros a su hermano, quien se dejó caer encima de él, llorando.
– Los estudiantes tienen que comportarse correctamente -dijo el administrador, ante las caras largas de los del equipo de la UCC-. Así es como hacemos las cosas aquí.
Bishop miró a Sánchez, quien estaba evaluando los daños.
– La CPU está bien -dijo ella-. El monitor ha quedado para el arrastre.
Wyatt Gillette llevó un par de sillas hasta un rincón y le indicó a Jamie que lo acompañara. El chico miró a su hermano, quien le hizo un gesto de asentimiento, y se unió al hacker.
– Creo que si haces eso te quedas sin la puta garantía -dijo Gillette, que se reía mientras ojeaba el monitor.
El profesor se puso recto, probablemente irritado ante el lenguaje de Gillette, pero éste no le hizo caso.
El chico hizo una leve mueca intentando sonreír que se evaporó al instante.
– Booty murió por mi culpa -dijo el chaval, un rato después. Lo miró-: Yo conseguí la clave para la puerta, yo descargué el plano de las alarmas de la puerta. ¡Ojalá estuviera muerto! -se secó la cara en su propia manga.
Gillette advirtió que de nuevo el chaval tenía algo más en mente.
– Vamos, dime de qué se trata -lo invitó a sincerarse, con suavidad.
El chico humilló la cabeza y por fin explicó:
– Ese hombre, el que ha matado a Booty, dijo que si yo no hubiera estado hackeando, Booty aún estaría con vida. Que yo había sido el que lo había matado. Y que no debo volver a tocar un ordenador porque puedo matar a más gente y tendré que cargar con eso durante el resto de mis días.
– No, no, no, Jamie -sacudió la cabeza Gillette-. El tipo que ha hecho esto es un puto psicópata. Se le metió en la cabeza que se iba a cargar a tu rector y que nada se interpondría en su camino. Si no se hubiera servido de ti, se habría servido de otra persona. Y me parece que dijo eso porque te tiene miedo.
Jamie guardó silencio.
– No puedes romper todas las máquinas del mundo -afirmó Gillette, mirando hacia el monitor humeante.
– ¡Pero puedo joder ésa! -respondió el chaval con rabia.
– Es sólo una herramienta -explicó Gillette, con suavidad-. Hay gente que usa destornilladores para entrar en casas ajenas. Y no vas a destruir todos los destornilladores.
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