Sonó el teléfono de Bishop y atendió la llamada. Era un patrullero.
Le informaba de que había encontrado el Jaguar de Phate en Oakland.
No había pruebas determinantes que señalaran que el coche era el del hacker pero tenía que serlo, pues la única razón existente para rociar un coche de veinte mil dólares con gasolina y prenderle fuego es la ocultación de pruebas.
Algo de lo que el fuego se había encargado con extraordinaria eficacia, según lo señalado por la unidad de Escena del Crimen: no había pruebas que pudieran interesar al equipo.
Bishop siguió ojeando el informe preliminar de la escena del crimen de la Academia St. Francis. Huerto Ramírez lo había reunido en un tiempo récord pero no había nada que fuera de mucha ayuda. El arma homicida había vuelto a ser un cuchillo Kabar. La cinta adhesiva utilizada para amordazar a Jamie Turner era tan común como el agua del grifo y el Tabasco y el amoniaco usados para cegar sus ojos se podían encontrar en cualquier tienda. Habían hallado muchas huellas pertenecientes a Holloway, pero no les servían de mucho habida cuenta que ya conocían su identidad.
Bishop fue hasta la pizarra blanca e hizo un gesto a Miller pidiéndole el rotulador, y éste se lo pasó. El detective comenzó a escribir estos detalles en la pizarra pero cuando empezó a garabatear «huellas» se detuvo.
Las huellas de Phate…
El Jaguar ardiendo…
Esos hechos le causaban resquemor por algún motivo. Se preguntó el porqué, mientras se frotaba los nudillos en las patillas.
Haz algo con eso…
Chasqueó los dedos.
– ¿Qué? -preguntó Linda Sánchez. Mott, Miller y Nolan lo miraron.
– Esta vez Phate no ha usado guantes.
Phate había anudado una servilleta a su botellín en el Vesta's de Cupertino para ocultar sus huellas. Y en St. Francis no se había molestado en hacerlo.
– Eso significa que sabe que conocemos su verdadera identidad -y luego añadió-: Y está su coche. La única razón que tenía para destruirlo era que supiera que sabíamos que conducía un Jaguar. ¿Cómo lo habrá adivinado?
La prensa no había publicado ni su nombre ni el hecho de que el asesino condujera un Jaguar. Esos datos tampoco habían aparecido en Internet. Todo se había dicho de forma verbal: por el teléfono. ¿Cómo se había adueñado Phate de semejante información?
– ¿Crees que hay un espía entre nosotros? -preguntó Linda Sánchez.
Los ojos de Bishop volvieron a la pizarra, donde advirtieron la referencia a Shawn, el misterioso compañero de Phate. Dio un golpecito sobre el nombre y preguntó:
– ¿Cuál es el propósito de su juego? Encontrar una forma oculta de obtener acceso a la vida de sus víctimas. Así es como piensa Phate: así es como juega una partida.
– ¿Estás pensando que Shawn es un infiltrado, un espía?
Tony Mott se encogió de hombros.
– ¿Será un operador de la Central? ¿Un agente?
– ¿O alguien en el Departamento de Datos del Estado de California? -sugirió Stephen Miller.
– O quizá -anunció una voz de hombre-, Gillette es Shawn.
Bishop se dio la vuelta y vio a Bob Shelton frente al cubículo del fondo de la sala.
– ¿De qué hablas? -preguntó Patricia Nolan.
– Venid -dijo, señalando al interior del cubículo.
Dentro, un texto brillaba en la pantalla de ordenador. Shelton se sentó y comenzó a teclear mientras los miembros del equipo se posicionaban a su alrededor.
Linda Sánchez miró la pantalla. Dijo, con cierta preocupación:
– Estás en ISLEnet. Gillette dijo que no nos conectáramos desde aquí.
– Por supuesto que sí -replicó Shelton con mal humor-. ¿Sabes por qué? Porque tenía miedo de que diéramos con esto -tecleó un poco más y señaló la pantalla-. Es un viejo informe que he encontrado en el Departamento de Justicia en los archivos del condado de Contra Costa de Oakland. Phate borró la copia que había en Washington pero se olvidó de ésta -Shelton dio un golpecito a la pantalla-. Gillette era Valleyman. Holloway y él comandaban la banda de los Knights of Access . Ellos la fundaron.
– Mierda -murmuró Miller.
– No -dijo Bishop-. No puede ser.
– También nos ha aplicado a nosotros la puta ingeniería social -les espetó Shelton.
Bishop cerró los ojos, sentía un intenso estremecimiento por la traición.
– Gillette y Holloway se conocen desde hace muchos años -prosiguió Shelton-. Shawn puede ser uno de los nombres de pantalla de Gillette. Recuerda que el alcaide nos dijo que lo pillaron enchufado a la red. Lo más seguro es que estuviera poniéndose en contacto con Phate. Quizá todo esto no ha sido sino un plan para sacar a Gillette de la cárcel. Qué puto hijo de perra.
– Pero Gillette también programó su bot para que buscara a Valleyman -apuntó Nolan.
– Falso -Shelton pasó un impreso a Bishop-. Esto es lo que programó.
Búsqueda: IRC. Undernet, Dalnet, WAIS, gopher, Usenet, BBSs, WWW, FTP, ARCHIVES
Buscar: (Phate o Holloway o «Jon Patrick Holloway» o «Jon Holloway» o Trapdoor) PERO NO Valleyman NI Gillette.
Bishop sacudió la cabeza.
– No lo entiendo.
– Escribió esa petición -aclaró Nolan- de tal forma que su bot recobraría cualquier referencia a Phate, a Holloway o a Trapdoor siempre y cuando no aludiera también a Gillette o a Valleyman. En ese caso ignoraría dichas referencias.
– Él ha sido quien ha estado informando a Phate -continuó Shelton-. Así es como tuvo tiempo de escapar de St. Francis. Y luego Gillette le dijo que sabíamos qué tipo de coche conducía y lo quemó.
– Y recordad que estaba desesperado por permanecer entre nosotros y quedarse -añadió Miller.
– Claro que lo estaba -dijo Shelton-. De otro modo, habría perdido su oportunidad para…
Los dos detectives se miraron.
– … escapar -susurró Bishop.
Corrieron por el pasillo que conducía hacia el laboratorio de análisis. Bishop vio que Shelton había sacado el arma.
La puerta del laboratorio estaba cerrada con llave. Bishop la golpeó pero no obtuvo respuesta.
– ¡Llaves! -gritó a Miller.
– ¡A la mierda las llaves! -gruñó Shelton y pegó una patada a la puerta, adentrándose en la sala con el arma levantada.
El laboratorio estaba vacío.
Bishop siguió por el pasillo y entró en un almacén en la parte trasera del edificio.
Vio la puerta de incendios que conducía al aparcamiento. Estaba abierta de par en par. La alarma de humos de la barra de la puerta había sido desmantelada tal y como había hecho Jamie Turner para escapar de St. Francis.
Bishop cerró los ojos y se apoyó en la pared húmeda. Sentía la traición dentro de su corazón, tan aguda como el horrible cuchillo de Phate.
Cuanto más te trato, menos te veo como el típico hacker.
Quién sabe, quizá no lo sea…
Luego el detective dio media vuelta y se apresuró a regresar a la parte central de la UCC. Llamó a la oficina de Coordinación de Detenciones y Rectificaciones del edificio del condado de Santa Clara. El detective se identificó y dijo:
– Tenemos un fugado que viste una tobillera de localización. Solicitamos una búsqueda de emergencia. Voy a darle el número de su unidad -consultó su cuadernillo-. Es el…
– Teniente, ¿podría llamar más tarde? -le dijo una voz cansina.
– ¿Más tarde? Señor, me temo que no lo entiende. Hemos tenido una fuga. En los últimos treinta minutos. Y necesitamos rastrearlo.
– Bueno, no vamos a poder efectuar ningún rastreo. Todo el sistema se ha venido abajo. Como el Hindenberg. Nuestros técnicos no se pueden explicar las causas.
Bishop sintió un estremecimiento recorriéndole el cuerpo.
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