– ¿Traerla aquí? -preguntó Cargill con lentitud-. ¿A Sally?
Bishop le hizo una seña a Shelton y ambos comenzaron a andar. De espaldas, dijo:
– Ahora volvemos.
– No, no lo hagan -suplicó Cargill.
Ellos se detuvieron.
La congoja inundó el rostro de Cargill: los más culpables siempre son los que parecen las mayores víctimas.
– Era un Jaguar descapotable. Ultimo modelo. Gris perla o metalizado. Con la capota negra.
– ¿Y el número de la matrícula?
– Era de California. No vi el número.
– ¿Le sonaba el coche?
– No, no lo había visto nunca.
Gillette hizo un gesto de asentimiento y los detectives se volvieron para irse de allí.
Entonces Cargill esbozó una sonrisa cómplice y se encogió de hombros, señalando su casa:
– Dígame, oficial, de hombre a hombre, sabe cómo son estas cosas… Podemos mantener esto en secreto, ¿no? -y miró su casa, sugiriendo a su esposa.
– Eso no es problema, señor -dijo Bishop, quien conservaba un velo de educación en el rostro.
– Gracias -respondió el ejecutivo, ahora inmensamente aliviado.
– Si no fuera por el atestado final -añadió el detective-. Que hará referencia a su relación con Sally Jacobs, señor.
– ¿Atestado? -preguntó Cargill, sobresaltado.
– Que nuestro Departamento de Pruebas le enviará por correo.
– ¿Por correo? ¿A casa? -preguntó él sin resuello.
– Es una ley del Estado -dijo Shelton-. Tenemos que dar a todos nuestros testigos una copia impresa del atestado de su declaración.
– No pueden hacerme eso.
– Tenemos que hacerlo, señor -añadió Bishop, quien no era proclive a sonreír y menos en semejantes circunstancias-. Tal como ha dicho mi compañero, es una ley del Estado.
– Me pasaré por su oficina y la recogeré yo mismo.
– Vendrá por correo: la envían de Sacramento. La recibirá en los próximos meses.
– ¿Tardará meses? ¿No me lo puede decir con exactitud?
– Ni nosotros mismos lo sabemos, señor. Podría tardar una semana, o podría llegar en agosto. Buenas tardes. Y gracias por su cooperación, señor.
Se apresuraron en volver al Crown Victoria azul marino, habiendo dejado al ejecutivo haciendo planes para interceptar el correo durante los próximos dos o tres meses para que su mujer no viera el informe.
– ¿Atestado final? ¿Departamento de Pruebas? -preguntó Shelton alzando una ceja.
– Me sonaba bien -respondió Bishop, encogiéndose de hombros. Ambos hombres se rieron.
Bishop llamó a la operadora de la Central y solicitó un LVE (un localizador de vehículos de emergencia) para el coche de Phate. Esta petición pondría sobre la mesa todos los expedientes de descapotables Jaguar gris perla o metalizados de último modelo del Departamento de Vehículos Motorizados. Bishop era consciente de que si Phate había utilizado el coche en sus crímenes se debía a que el aparato debía de ser robado o registrado bajo un nombre y una dirección falsos, lo que significaba que no era probable que el expediente del Departamento de Vehículos Motorizados fuera de ayuda. Pero el LVE también pondría sobre aviso a todas las policías del norte de California y éstas informarían de inmediato si avistaban un coche de esas características.
Hizo un gesto a Shelton (el más raudo y agresivo de los dos al volante) para que condujera él.
– Volvamos a la UCC -dijo.
– Hombre, así que conduce un Jaguar -musitó Shelton-. Éste no es un hacker normal y corriente.
Pero, como dijo Bishop, eso ya lo sabían.
* * *
Volvió Triple-X.
Triple-X: Lo siento, chaval. Un tipo no ha parado de preguntarme chorradas sobre cómo saltarse las contraseñas de los salvapantallas. Era un lelo.
Gillette, dentro de su personaje de quinceañero tejano enajenado, invirtió los minutos siguientes en contarle a Triple-X cómo había vencido a la contraseña de salvapantallas de Windows y permitió que el hacker le diera algunos consejos sobre maneras mejores de hacerlo.
Gillette estaba practicando genuflexiones digitales ante su gurú cuando se abrió la puerta de la UCC y vio que Shelton y Bishop habían vuelto.
– Estamos a un pelo de encontrar a Triple-X -dijo una excitada Nolan-. Está en un cibercafé en algún centro comercial cercano. Dice conocer a Phate.
– Pero no nos ha dicho nada concreto acerca de él -añadió Gillette-. Sabe algo pero tiene miedo. Andamos cerca de rastrear su posición.
– Pac Bell y Bay Área On-Line dicen que lo tendrán en cinco minutos -dijo Tony Mott-. Están estrechando el cerco. Parece que se encuentra en Atherton, o en Menlo Park o en Redwood City.
– ¿Cuántos centros comerciales puede haber en esas zonas? -preguntó Bishop-. Que envíen a unas patrullas tácticas a peinar la zona.
Bob Shelton hizo la correspondiente llamada y luego anunció:
– Van de camino. Llegarán en cinco minutos.
– Vamos, vamos -decía Mott a la pantalla del ordenador, mientras acariciaba la culata cuadrada de su pistola plateada.
– Vuelve a hablarle de Phate -dijo Bishop leyendo la pantalla-. A ver si consigues que te diga algo concreto.
Renegade334: Tio, sobre este Phate, ¿no hay nada que pueda hacer para pararle los pies? Me gustaría joderle.
Triple-X: Oye, chaval. Nadie jode a Phate, sino ÉL A TI.
Renegade334: ¿Eso piensas?
Triple-X: Phate lleva a la muerte del brazo, chaval. Y lo mismo pasa con su amigo Shawn. No te acerques a ellos. Si Phate te pasa el Trapdoor, quema tu disco duro y vuelve a empezar. Y cambia tu nombre de pantalla.
Renegade334: ¿Crees que puede llegar hasta aqui, hasta Texas? ¿Donde se mueve?
– Muy bueno -dijo Bishop. Pero Triple-X no contestó al segundo. Y un momento después aparecía este mensaje en la pantalla:
Triple-X: No creo que llegue a Austin. Pero tengo algo que decirte, chaval…
Renegade334: ¿Qué es?
Triple-X: Que tu espalda no está más segura al norte de California, que es donde estás sentado en este preciso momento, ¡¡¡puto mentiroso!!!
– ¡Mierda, nos ha pillado! -gritó Gillette. ¿Cómo había sido posible tal cosa?
Renegade334: Oye, tio, estoy en Texas.
Triple-X: No es cierto. Comprueba los tiempos de respuesta de tu anonimatizador. ¡ESRD!
Triple-X se desconectó.
– ¡Mierda! -dijo Nolan.
– Se ha largado -dijo Gillette a Bishop y, cabreado, pegó un golpe sobre el escritorio con la palma de la mano.
El detective echó una ojeada al último mensaje escrito en la pantalla. Lo señaló:
– ¿Qué es eso de los tiempos de respuesta?
Gillette no contestó al momento. Tecleó algunos comandos y examinó el anonimatizador que había escrito Stephen Miller.
– Maldición -musitó cuando vio lo que había pasado. Se explicó: Triple-X había estado rastreando el ordenador de la UCC por medio del envío de los mismos pings electrónicos que Gillette estaba mandando para rastrearle a él. El anonimatizador le había dicho a Triple-X que Renegade se encontraba en Austin, pero el hacker había hecho otra confirmación, que le advirtió que el tiempo de respuesta de los pings que iban y venían de un ordenador a otro era definitivamente demasiado breve para que los electrones pudieran desplazarse hasta Austin y volver.
Éste era un fallo muy serio para un hacker: no se habría necesitado sino un simple kludge que creara un pequeño retraso de unos milisegundos en el anonimatizador para que hubiera dado la impresión de que Renegade se encontraba a miles de kilómetros de distancia. A Gillette no le cabía en la cabeza cómo Miller se había olvidado de eso.
– Oh, no -dijo Miller sacudiendo la cabeza cuando cayó en la cuenta de su error-. Es por mi culpa. Lo siento… No lo pensé.
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