– ¿Qué ha pasado?
La puerta se abrió y entraron Frank Bishop y Bob Shelton.
– Acabamos de enterarnos -dijo Shelton-. Y hemos venido tan rápido como nos ha sido posible. ¿Es cierto?
Aunque la escena que tenía enfrente dejaba poco lugar a dudas.
– ¿Han hablado con su mujer? -dijo Sánchez, empapada en lágrimas-. Oh, y con Connie, su pequeña. Tiene tan sólo cinco o seis años.
– El comandante y un orientador psicológico se dirigen a su casa en este momento.
– ¿Qué ha pasado? -repitió Miller.
– Nos podemos hacer una idea -respondió el capitán Bernstein-, pues hay un testigo, una mujer que paseaba a su perro por el parque. Parece que Andy acababa de detener a un sujeto llamado Peter Fowler.
– Sí -dijo Shelton-, ése era el vendedor de armas que abastecía al asesino.
– Lo malo es que él pensó que Fowler era el asesino -continuó Bernstein-. Era rubio y vestía una cazadora vaquera -señaló la pizarra blanca-. ¿Recuerdan esas fibras de dril de algodón en la herida? Debían de haberse quedado adheridas al cuchillo que el asesino le compró a Fowler. En cualquier caso, mientras Andy esposaba a Fowler un hombre blanco se le acercó por detrás. Veintitantos años, pelo oscuro, traje azul marino y con un maletín en la mano. Dijo algo y cuando Andy se dio la vuelta lo apuñaló por la espalda. La testigo fue a pedir ayuda y eso es todo lo que vio. El asesino también mató a Fowler a cuchilladas.
– ¿Por qué no pidió refuerzos? -preguntó Mott.
– Bueno, eso sí que es raro: hemos comprobado su teléfono móvil y el último número que marcó era el de la Central. Una llamada de tres minutos enteros. Pero en la Central no consta que se haya realizado y ninguno de los operadores habló con él. Nadie puede imaginarse qué es lo que ocurrió.
– Muy fácil -dijo el hacker-. El asesino alteró el conmutador.
– Eres Gillette -dijo el capitán. No necesitaba una respuesta para verificar su identidad: le bastaba con ver las esposas del detenido-. ¿Qué significa eso de «alteró el conmutador»?
– Se metió en el ordenador de la compañía de telefonía móvil e hizo que le enviaran a su propio teléfono todas las llamadas que salieran del aparato de Andy. Lo más probable es que se hiciera pasar por un operador y le dijera que un coche iba en su ayuda. Y luego dejó el móvil de Andy sin cobertura para que no pudiera llamar a nadie más.
El capitán asentía lentamente:
– ¿Hizo eso? Pero ¿a qué diantres nos enfrentamos?
– Al mejor ingeniero social que he visto en la vida -contestó Gillette.
– ¡Tú! -gritó Shelton-. ¿Es que no puedes parar de usar esos putos clichés informáticos?
Frank Bishop le tocó el brazo a su compañero para que se calmara y luego le dijo al capitán:
– Es culpa mía, señor.
– ¿Culpa tuya? -el capitán miró al delgado detective-. ¿Qué es lo que quieres decir?
Sus ojos se movieron lentamente de Gillette hasta la pizarra blanca:
– Andy no estaba cualificado para realizar un arresto.
– En cualquier caso, era un detective entrenado -replicó el capitán.
– El entrenamiento no se parece en nada a lo que sucede en las calles -Bishop alzó la vista-. En mi opinión, señor.
La mujer que acompañaba al capitán se revolvió, nerviosa, en ese momento. El capitán la miró y dijo:
– Ésta es la detective Susan Wilkins de la sección de Homicidios de Oakland. Ella llevará el caso a partir de ahora. Dirige una brigada de agentes (hombres de fuerzas especiales y de Escena del Crimen) que van camino de la Central de San José. Tendrán todo el apoyo que necesiten.
– Frank, he dado el visto bueno a tu petición -añadió el capitán volviéndose hacia Bishop-. Bob y tú seréis trasferidos al caso MARINKILL. Un informe afirma que se ha avistado a los asesinos en una tienda de ultramarinos a treinta kilómetros al sur de Walnut Creek. Da la impresión de que vienen en esta dirección -miró a Miller-. Steve, tú te encargarás de lo que hacía Andy: del lado informático del asunto. Trabajarás con Susan.
– Claro, capitán, déjelo de mi cuenta.
El capitán se volvió hacia Patricia Nolan.
– Usted es la persona de la que nos habló el comandante, ¿no? La consultora de seguridad de ese entramado informático… ¿Horizon On-Line?
Ella asintió.
– Se preguntan si desea continuar.
– ¿Quiénes?
– Las autoridades de Sacramento.
– Claro, estaré encantada de colaborar.
Gillette no se mereció una alusión directa. El capitán habló a Miller:
– Estos agentes conducirán al detenido hasta San José.
– Mire -suplicó Gillette-. No puede llevarme de vuelta.
– ¿Qué?
– Me necesitan. Lo que está haciendo ese tipo no tiene precedentes. Tengo que…
El capitán lo despachó con un gesto y se volvió hacia Susan Wilkins, señalando la pizarra blanca y hablando sobre cuestiones relativas al caso.
– Capitán -reiteró Gillette-. No puede enviarme de vuelta.
– Necesitamos su ayuda -dijo Nolan, buscando con la vista a Bishop, quien no le hizo el menor caso.
El capitán miró a los dos agentes que le habían acompañado. Estos fueron hasta Gillette y se colocaron cada uno a un lado del detenido, como si él mismo fuera el asesino. Se encaminaron hacia la puerta.
– No -se quejó Gillette-. ¡No tiene ni idea de lo peligroso que es ese hombre!
Sólo precisaron otra mirada del capitán para escoltarlo hacia la salida. El empezó a decirle a Bishop que interviniera pero el detective estaba como ausente, seguramente reflexionando ya sobre el caso MARINKILL. Miraba al suelo, absorto en sus pensamientos.
– Vale -oyó Gillette que Susan Wilkins les decía a Miller, Sánchez y Mott-, lamento lo que le ha ocurrido a vuestro jefe pero ya he tenido que pasar por esto y estoy segura de que vosotros también, y la mejor manera de demostrar que Andy nos importaba es apresar al asesino y eso es justamente lo que vamos a hacer. Ahora bien, creo que todos estamos de acuerdo en lo concerniente a nuestra aproximación al caso. Pienso acelerar el procesamiento del informe de la escena del crimen y del expediente. El informe preliminar dice que el detective Anderson (al igual que ese Fowler) fue apuñalado. La causa de la muerte fue un paro cardiaco provocado por una herida de arma blanca. Ellos…
– ¡Espere! -gritó Gillette cuando casi salía ya por la puerta.
Wilkins se detuvo. Bernstein hizo una seña a los policías para que lo sacaran de allí. Pero Gillette dijo a toda prisa:
– ¿Y qué pasó con su primera víctima? ¿También fue acuchillada en el pecho?
– ¿Adonde quieres llegar? -preguntó Bernstein.
– ¿Lo fue? -reiteró su pregunta Gillette, enfático-. ¿Y las víctimas de los otros asesinatos, las de Portland y Virginia?
Por un instante nadie dijo nada. Por fin, Bob Shelton miró el informe del asesinato de Lara Gibson.
– Causa de la muerte, una herida de arma blanca en el…
– … en el corazón, ¿verdad? -dijo Gillette.
Shelton miró primero a su compañero y luego a Bernstein. Asintió. Tony Mott dijo:
– No sabemos qué pasó en Oregón ni en Virginia: borró los informes.
– Más de lo mismo -afirmó Gillette-. Os lo garantizo.
– ¿Cómo puedes saberlo? -le preguntó Shelton.
– Porque sé cuál es su móvil -respondió Gillette.
– ¿Y cuál es?-preguntó Bernstein.
– Acceso.
– ¿Qué quieres decir? -musitó Shelton con belicosidad.
Patricia Nolan asentía:
– Eso es lo que buscan todos los hackers. Acceso a información, a secretos, a datos…
– Cuando uno es un hacker -sentenció Gillette-, el acceso es Dios.
– ¿Y qué tiene eso que ver con los apuñalamientos?
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