– Recuerdo lo que has dicho antes, Frank. Pero no eres responsable de la muerte de Andy. Él debería haber sabido sus limitaciones. Nadie lo obligó a perseguir a ese tipo en solitario.
– Si ha sido mi culpa o no ha sido mi culpa carece de importancia. No se trata de eso. Se trata de detener a un delincuente peligroso tan rápido como nos sea posible.
El capitán Bernstein entendió lo que quería decir y miró a Wilkins:
– Susan ya ha llevado casos como éste. Es buena.
– Sé que lo es, señor. Hemos trabajado juntos. Pero ella se licenció en Quántico y nunca ha trabajado en las trincheras, como yo. Sabe a lo que me refiero: Oakland, Haight, Salinas… Este delincuente es así de peligroso. Por eso prefiero llevar yo el caso. Pero el otro problema es que aquí no estamos jugando en nuestro terreno. Necesitamos a alguien que sea bien brillante -su tupé señaló a Gillette-. Y creo que él es tan bue- no como el asesino.
– Tal vez lo sea -susurró Bernstein-. Pero no es eso lo que me preocupa.
– Me hago cargo, señor. Si algo sale mal, asumiré la culpa de todo. Ninguno de los míos volverá a correr riesgos.
Patricia Nolan se les unió y dijo:
– Capitán, si quiere cerrar este caso va a necesitar algo más que tomar huellas e interrogar a testigos.
– Bienvenidos al puto nuevo milenio -suspiró Shelton.
– Bien, el caso es tuyo -le dijo Bernstein a Bishop, asintiendo-. Escoge a alguien de Homicidios de San José para que os eche una mano.
– Huerto Ramírez y Tim Morgan -replicó sin dudar Bishop-. Me gustaría que se presentaran aquí tan pronto como fuera posible si está en su mano, señor. Quiero poner a todo el mundo en antecedentes.
Bernstein le comunicó los cambios a Susan Wilkins, quien se marchó, más perpleja que enfadada por la pérdida de su nuevo caso. Y luego el capitán preguntó a Bishop:
– ¿Quieres trasladarlo todo a la Central?
– No, nos quedamos aquí, señor -dijo Bishop. Señaló una pantalla de ordenador-. Tengo la impresión de que éste será el lugar donde haremos la mayor parte del trabajo.
– Bueno, mucha suerte, Frank. Me ocuparé de que tanto Escena del Crimen como los hombres de fuerzas especiales estén a punto para echaros una mano.
– Pueden quitarle las esposas -dijo Bishop a los agentes que habían venido para escoltar a Gillette de vuelta a San Ho.
– ¿Y también la tobillera de detección? -preguntó uno de los agentes, apuntando al artefacto que el detenido lucía en una de sus piernas.
– No -dijo Bishop, mostrando una extraña sonrisa-. Creo que se la vamos a dejar puesta.
* * *
Algo más tarde, dos hombres se unían al equipo de la UCC: un latino ancho y moreno que era extremadamente musculoso (tan musculoso como el dibujo del Gold Gym) y un detective alto y rubio vestido con camisa oscura, corbata oscura y uno de esos trajes de cuatro botones. Bishop los presentó como Huerto Ramírez y Tim Morgan, los detectives de la Central que había solicitado.
– Ahora me gustaría decir un par de cosas -anunció Bishop, metiéndose la camisa rebelde por dentro del pantalón y colocándose en el centro del grupo. Los observó a todos y mantuvo la mirada un instante-. En cuanto al tipo que perseguimos: es alguien perfectamente dispuesto a matar a quien se interponga en su camino y eso incluye a defensores de la ley e inocentes. Es un experto en ingeniería social -echó una mirada a los recién llegados Ramírez y Morgan-. Que, en resumen, significa disfraz y estrategias de diversión. Así que es importante que cada cual recuerde continuamente lo que sabemos sobre él.
Bishop miró a los ojos a todos los del equipo mientras revisaba la lista:
– Creo que tenemos ya confirmado que es un sujeto de unos veintitantos años. De constitución mediana, quizá es rubio pero es probable que sea moreno, con la cara afeitada pero que a veces lleva postizos faciales y cuya arma asesina preferida es un cuchillo Ka-bar. Puede invadir las líneas telefónicas e interrumpir el servicio o hacer que se le transfieran las llamadas. Puede meterse en los ordenadores de la policía -ahora fue Gillette quien recibió una mirada-, perdón, puede «crackear» los ordenadores de la policía y destruir fichas policiales e informes. Le van los desafíos y matar es para él un juego. Ha pasado muchos años en la costa Este pero ahora está cerca, aunque desconocemos su localización real. Creemos que compró artículos para sus disfraces en una tienda de productos teatrales de El Camino Real en Mountain View. Es un sociópata insensible e incontinente que ha perdido contacto con la realidad y que piensa en lo que hace como si jugara a un gran juego de ordenador.
Gillette estaba asombrado. El detective daba la espalda a la pizarra blanca mientras recitaba todos estos datos. El hacker cayó en la cuenta de que había juzgado mal a aquel hombre. Cuando el detective parecía mirar absorto por la ventana o posar la vista en el suelo no hacía otra cosa que absorber todos esos datos.
Bishop bajó los ojos pero siguió enfocándolos a todos:
– No quiero perder a ningún otro miembro de este equipo. Así que vais a tener que guardaros las espaldas y desconfiar de todo bicho viviente: hasta de la gente que creéis conocer. Pensad en estos términos: nada es lo que parece.
Gillette se dio cuenta de que asentía sin querer a esas palabras.
– Y ahora, las víctimas. Sabemos que elige a gente inabordable, gente con guardaespaldas y buenos sistemas de seguridad. Cuanto más difícil sea acercarse a ellos, tanto mejor. Debemos tenerlo presente cuando pensemos en anticiparnos a sus acciones. Vamos a seguir el plan general de investigación. Huerto y Tim, quiero que llevéis la escena del crimen de Anderson en Palo Alto. Interrogad a todo aquel que encontréis en Milliken Park y alrededores. Bob y yo iremos a buscar a ese testigo que vio el coche del asesino en el aparcamiento del restaurante donde mató a la señorita Gibson. Y Wyatt, tú te encargas del lado informático de la investigación.
Gillette movió la cabeza: no estaba seguro de haber oído correctamente.
– ¿Perdón?
– Tú -repitió Bishop- te encargas del lado informático de la investigación -no hubo más explicaciones.
Stephen Miller no dijo nada, aunque miró al hacker con frialdad mientras continuaba ordenando inútilmente las pilas de disquetes y de papeles que abarrotaban su mesa.
Ramírez y el policía sacado del Vogue, Tim Morgan, se largaron para acercarse a Palo Alto. Una vez que se hubieron ido, Bishop preguntó a Gillette:
– ¿Le dijiste a Andy que podrías encontrar más cosas sobre cómo el asesino entró en el ordenador de la Gibson?
– Sí. Sea lo que sea lo que ha hecho este tipo, habrá tenido su repercusión en los rincones ocultos de la comunidad hacker. Por eso tengo que conectarme a la red y…
Bishop señaló un cubículo.
– Haz lo que tengas que hacer y danos un informe en media hora.
– ¿Así como así?
– En menos tiempo, a ser posible. Veinte minutos.
– Ejem -se hizo notar Stephen Miller.
– ¿Qué pasa? -le preguntó el detective.
Gillette esperaba algún comentario sobre la degradación que acababa de sufrir Miller. Pero no se trataba de nada de eso.
– Lo que pasa -protestó Miller- es que Andy dijo que éste no debía enchufarse a la red. Y además existe una orden del juzgado que afirma lo mismo. Formaba parte de la sentencia.
– Y es muy cierto -replicó Bishop, cuyos ojos rastreaban la pizarra blanca-. Pero Andy está muerto y el juzgado no lleva este caso. Lo llevo yo -miró a Gillette con cierta impaciencia educada-. Así que agradecería mucho que todos nos pusiéramos manos a la obra.
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