La mujer se removió en su asiento como si la dulce voz, con su melodioso acento polaco, resultara de algún modo atrayente.
– Tal vez debería, ¿no cree, Sophie? -murmuró Clara detrás de su mano, utilizando a su vez un tono suplicante-. La policía tiene que saberlo, ¿no le parece? Vaya… que no está bien atar a la gente… y ese negro le pegó.
Sophie lanzó una risa hueca al tiempo que se apoyaba sobre los talones y miraba a Franek.
– Realmente es usted increíble -comentó, admirada a su pesar-. Así es como trastoca la historia, ¿no? Pretende que Clara alegue brutalidad por mi parte y por parte de Jimmy para debilitar mi acusación contra usted.
También hubo un atisbo de admiración en los ojos del anciano -una sonrisa fugaz-, o tal vez fuera el placer de verla desfigurada.
– ¿Qué acusaciones tiene usted contra mí? -Franek ladeó la cara para mostrar su propia desfiguración-. Usted atacó a mí primero con cristal roto. Franek es viejo débil. Usted chica joven y fuerte. Claro que Franek defiende a él. Milosz ve todo. Él dice exactamente lo que ocurrió cuando policía pregunta.
Sophie se planteó si tan burda tergiversación de la realidad funcionaría.
– Está muy seguro de sí mismo -dijo levantando la muñeca del hijo para comprobar de nuevo el pulso-. ¿Ha contado mentiras por usted alguna vez?
– Solo digo la verdad de lo que pasa -afirmó el anciano-. Esta señora mi testigo. Oye lo que usted dice… ve lo que hace negro.
Sophie miró a Clara. No quería asustar a la mujer contándole quiénes eran los Zelowski, pero tampoco quería que la versión de Franek quedara sin respuesta.
– ¿Su teléfono es portátil, Clara? -La mujer asintió con la cabeza-. ¿Y por qué no lo trae aquí? Estoy de acuerdo con usted. La policía debería saber lo que está pasando, pero a mí también me gustaría hablar con ellos, y no puedo dejar a mi paciente.
Franek asintió con la cabeza en señal de aprobación.
– Eso está bien. Todos hablamos. Así la policía saba la verdad.
Ambos observaron cómo la mujer salía de la estancia.
– ¿Por qué tapa la mujer su cara con la mano así? -preguntó el anciano-. ¿Qué pasa a ella?
– No es asunto suyo -contestó Sophie, tajante-, y como se le ocurra hacerle un solo comentario al respecto le pegaré tanto celo en la puta cara que los tajos se le abrirán aún más cuando se lo quiten.
Franek soltó una risita.
– ¿Y ahora quién es sádico?
– Más vale que me crea por lo que a usted respecta. No me importa el daño que le puedan llegar a causar. Me dará risa.
– ¡Ajá! -exclamó él con una risita de alegría-. Usted muy fiera cuando Franek atado… y tan cobarde cuando Franek está encima.
– Y qué valiente ha sido usted cuando iba cruzando los jardines a trompicones -espetó Sophie, e imitando las consonantes guturales del anciano añadió-: Franek no puede respirar… Franek asustado… Franek tiene miedo.
– Usted peor. -El hombre puso voz de falsete-. Nicholas, ayuda a mí… hombre malo toca a mí… por favor… por favor… Nicholas… Nicholas.
Sophie estaba a punto de lanzar otra invectiva contra Franek cuando cayó en la cuenta de la terrible familiaridad del comportamiento de ambos. Era como discutir con Bob. Que tú dijiste… que yo dije… que tú hiciste… que yo hice… Era como si aquel horrendo viejo hubiera liberado una parte de ella que llevara cerrada a cal y canto en un estuche durante años y años, una parte que podía odiar con toda su alma… y, peor aún, hallar placer en su odio. Pero ¿qué le ocurría? Franek había intentado violarla, por el amor de Dios, y ella se comportaba como si lo conociera de toda la vida, le hablaba de un modo en el que no podía hablar con otras personas… ¡y disfrutaba con ello!
– Me confunde con su esposa -dijo fríamente-. Me imagino que ella llamaría a voces a Nicholas infinidad de veces antes de que usted la matara.
El buen humor desapareció del rostro de Franek como el sol tras una nube.
– Otra vez dice mentiras.
– Pues demuéstreselo a la policía, señor Hollis, porque voy a asegurarme de que le pregunten sobre ella.
– Franek no es el malo -espetó furioso-. No es mí a quien tienen que preguntar… no es mí a quien ponen en registro de sexo… no es mí quien causa todos los problemas.
– El hecho de que a su hijo lo hayan condenado y a usted no, no le hace inocente -repuso Sophie.
– Cierre la boca -exclamó el anciano.
– Sino más culpable, si cabe -prosiguió Sophie, sin hacer caso al anciano-. Entre los pederastas es usted de los peores, de los que utilizan a su hijo para satisfacer su placer enfermizo. Primero trató a su mujer con una crueldad increíble, y luego hizo lo mismo con su hijo porque usted sabía que Nicholas tenía demasiado miedo de perder a sus dos padres para contárselo a alguien. Usted lo hizo, señor Hollis. Las perversiones de su hijo son las perversiones que usted le enseñó.
El anciano apartó la mirada.
– Usted siempre culpa a mí, pero ¿usted pregunta qué pasó a Franek cuando niño pequeño? ¿Usted cree que yo invento crueldad?
Era la pregunta lógica, pero la capacidad de comprensión de Sophie estaba bajo mínimos.
– ¿Y por qué no rompió el ciclo? -inquirió con frialdad-. No deja de decir que usted no es tonto, pero hasta un imbécil sabe que los patrones de crueldad y abuso no se curan nunca por la vía de la repetición. No es de extrañarse que tenga ataques de pánico. Se habrá pasado toda la vida atemorizado por las consecuencias de sus actos. -Sophie hizo una pausa-. Lo único que ha conseguido en setenta y un años es convertirse en un foco de odio para miles de personas. Nunca le recordarán por nada más. ¿Eso es lo quiere señor Hollis?
Transcurrieron varios segundos antes de que Franek se volviera hacia ella, y Sophie se sorprendió al ver mojadas sus pestañas.
– Al menos recuerdan a mí. Y usted también, pequeña. Usted pensar en Franek siempre.
Centro Médico de Nightingale
– Por fin lo han cogido -anunció Jenny Monroe a Ken Hewitt con voz entrecortada-. ¿Señora Frensham? Sí, la llamo del Centro Médico de Nightingale. Llevamos un rato tratando de comunicar con usted. ¿Está ahí la doctora Morrison? ¡Oh, gracias a Dios! -Jenny guardó silencio para escuchar a su interlocutora-. Es por los disturbios, señora Frensham, en estos momentos no es posible ponerse en contacto con la policía… Entiendo, pero tenemos a un agente con nosotros. Se llama Ken Hewitt. Permítame que le pase con él. Él podrá aconsejarle mejor que yo sobre lo que debe hacer. Un segundo.
Jenny pulsó la tecla de «silencio» y se dirigió a Ken.
– Quiere hablar con la policía. Sophie ha atado al padre y este le está suplicando a la señora Frensham que le desate. El anciano dice que se muere y que Sophie se niega a ayudarle… ya la señora Frensham le preocupa verse involucrada en un asesinato. -Jenny pasó el auricular al policía y pulsó de nuevo la tecla de «silencio» para reanudar la comunicación-. Es toda suya -murmuró Jenny-, pero le sacaré las tripas como le pase la pelota a ella. A usted le pagan por tomar decisiones… a ella no.
– No soy su enemigo, Jenny -repuso Ken con tono suave-. Puedo equivocarme… o hacer cosas que no sirvan de nada… pero estoy de su parte.
– Pues demuéstrelo.
El agente se presentó y a continuación escuchó pacientemente durante varios minutos.
– Ya, entiendo. Dice que la doctora Morrison sigue sangrando, pero ¿puede hablar? Bien, ¿y sería tan amable de pasarle el teléfono? Hola, doctora Morrison. Sí… estamos al corriente. Entiendo. No quiere hablar delante de la señora Frensham. Bien. Le haré unas cuantas preguntas. Responda sí o no. Eri primer lugar, suponemos que la amenaza de violación era por parte del señor Zelowski padre, ¿cierto? Sí. En segundo lugar, ¿él le…? -El agente miró a Jenny Monroe abriendo los ojos con gesto tranquilizador-. Bien, la señora Frensham dice que está usted malherida. ¿Significa eso que lo intentó? Sí. ¿Y usted opuso resistencia? Sí. ¿Por eso está el hombre sangrando? Bien. Sabemos que Jimmy James les sacó de la casa (lo estamos siguiendo todo desde el helicóptero), pero, solo para que conste, confírmeme que tenía una buena razón para pegar al señor Zelowski. Bien. ¿Prefiere que le pida a la señora Frensham que abandone la sala? Bien. ¿Sería tan amable de volver a pasármela? En un minuto hablo con usted.
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