Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– Por la radio han dicho que Amy lleva desaparecida desde las diez. Y este tipo tiene las espaldas cubiertas desde las once treinta o así hasta una «escena» muy oportuna a la una treinta. Sabía que la hora de comer era importante. -Tyler hizo una pausa-. Después de eso, en vez de volver a su casa para preparar la reunión de hoy, se esfuma con una amiga misteriosa y aparca el equipaje. ¿Por qué no fue a casa y lo dejó allí?

– Quizá lo hiciera. Nuestro coche no llegó allí hasta las nueve.

– ¿Y por qué no decirlo? -Tyler no esperaba una respuesta, pues se sumió en sus propias deliberaciones-. ¿Te ha dicho Ablett si Townsend dio algún motivo para presentarse de improviso?

– No. Solo que Townsend empezó a acusarle de ladrón.

– Mmm. Montando una escena. -Otra pausa para la reflexión-. ¿Se llevó algo? ¿Documentos? ¿Los planos del arquitecto? ¿Cintas?

– No le he preguntado. ¿Quiere que vuelva a llamarlo?

Tyler asintió con la cabeza.

– No quiero quedar mal si solo fue a vaciar un archivador, que conste. Pregúntale también por el coche de Townsend. Si lo vio. Si había equipaje en su interior.

Tyler aguardó mientras Butler volvía a marcar, formulaba después la primera pregunta y escuchaba lo que decía el otro durante un par de minutos antes de tapar el micrófono con la tela de la americana.

– Dice que la caseta está prácticamente vacía. Los planos y archivos se trasladaron a la oficina de Southampton hace una semana para que estuvieran a disposición de los futuros clientes. Dice que la única razón que tenía Townsend para estar allí era descargar su ira contra alguien. Dice que tumbó la mesa y rompió las tazas de los obreros. Ahí es cuando saltó Ablett.

– Pregúntale sobre el coche.

Otro intervalo de escucha.

– Lo aparcó al lado de la caseta. Dice que había un par de bolsas de viaje en el asiento trasero.

Tyler alzó las cejas.

– ¿Cómo eran?

– Una negra, la otra marrón.

– Franny Gough me dijo que Townsend solo llevaba una y era negra. ¿Cuánto espacio ocupaban en el asiento trasero?

– Casi todo.

– Entonces ¿qué había en el maletero? No; no se lo preguntes a Ablett… confirma solo que Townsend no lo abrió delante de él. -Tyler apretó los labios, concentrado, mientras Butler negaba con la cabeza-. ¿Dijo Townsend adónde iba después?

Esta vez la respuesta fue más larga y acalorada; Tyler percibía desde donde estaba la ira del hombre en su voz. Butler volvió a tapar el micrófono con la americana.

– Aún está furioso por la pelea que tuvieron. Por lo visto, fue una pelotera bastante gorda, en la que se acusaron mutuamente de ladrón. Ablett dice que Townsend es tan de fiar como una serpiente de cascabel. No hay que creer lo que dice. En referencia a adónde iba Townsend: bueno, según Ablett, no era Southampton, porque Townsend se echó a reír cuando se enteró de que los acreedores estaban rondando la oficina con la intención de romperle la mandíbula. Townsend aseguró que no era tan tonto. No pensaba ir a Southampton hasta al día siguiente… o sea, hoy. Ablett supuso que se refería a la reunión de hoy.

Butler frunció el ceño de repente, como si se le hubiera ocurrido algo. Habló de nuevo por el micrófono.

– ¿Quién es el responsable? ¿Quién adelantó la reunión cuando el banco cortó el grifo? -Butler pareció sorprendido-. ¿El señor Rogerson? -exclamó-. ¿El abogado? -Miró fijamente al inspector mientras repetía lo que le decía Ablett-. La oficina se cerró por orden suya… a los empleados se les informó de un posible paquete de rescate para hoy.

Una larga pausa antes de que Butler tapara de nuevo el micrófono.

– Rogerson posee una parte importante del negocio. Es su dinero el que ayudó a Townsend a establecerse hace diez años. La empresa debió de empezar a hacer agua hace un par de semanas, pero Rogerson le ha estado tirando cables para mantener el negocio a flote. Ahora los empleados temen que, con la desaparición de Amy, Rogerson desvíe su atención hacia otro lado… porque él es el único que puede salvar sus puestos de trabajo…

Capítulo 26

Sábado, 28 de julio de 2001.

Interior del nº 6 de Bassett Road

El poder de recuperación de Franek era extraordinario, pensó Sophie al verlo hacer esfuerzos hasta que logró incorporarse. Estaba atado de pies y manos con varias medias de Clara Frensham, a pesar de lo cual tuvo la fuerza y agilidad suficientes para elevar del suelo la mitad superior de su cuerpo. Al abrirles Clara la puerta de entrada, el anciano se había tambaleado en el umbral -con el rostro cubierto de sudor y respirando con dificultad con la boca abierta-, y la reacción instintiva de la mujer fue tenderle una mano para ofrecerle apoyo. Estaba a punto de decir «pobre hombre» cuando Sophie se apresuró a apartarla de un empujón.

– Manténgase alejada de él -le advirtió con tono amenazador.

A la mujer se le encogió el corazón.

– Pero está en apuros. Si no puede respirar morirá…

– Haga lo que le digo, Clara-dijo entre sus labios aún sangrantes-; si se muere, que se muera. ¡Pero no se acerque a él! -exclamó espaciando bien las palabras.

Como toque de despedida, Jimmy le había cortado la respiración con un. rodillazo en la ingle a fin de dejarlo inactivo el tiempo suficiente para que Sophie pudiera atarlo. «Utilice algo de nailon -le había aconsejado Jimmy-. Los nudos se apretarán cuanto más forcejee». Sophie estaba haciendo lo posible para que Nicholas volviera en sí, pero era como resucitar a un muerto. Deseó que Bob estuviera allí. El conocía los resortes que transmitían a un hombre la seguridad suficiente para abrir los ojos. Tenía que ser eso, pensó, pasándole los dedos por la nuca. Notaba un bulto donde Franek la había golpeado con la silla, pero ninguna otra lesión. Quizá en su subconsciente Nicholas oyera el ruido de Bassett Road advirtiéndole de que aún existía peligro.

El teléfono había sonado dos veces en el salón, pero Clara Frensham parecía estar demasiado desconcertada para contestar. Apenas pasaba de los cuarenta y siempre había sido una mujer tímida, pero los devastadores efectos de la cirugía radical habían aniquilado hasta el último rastro de su amor propio. Permanecía encogida en una silla, cubriéndose con una mano la prótesis de plástico que ocultaba la nariz extirpada, paseando aterrorizada la mirada de Sophie a Franek sin saber por qué tenían la cara tan magullada y ensangrentada. Los intentos de Sophie por tranquilizarla habían topado con el silencio de Clara y, con un suspiro, la doctora pasó a concentrar sus esfuerzos en Nicholas. No quería contestar al teléfono ella misma por temor a lo que Franek pudiera hacer o decir a Clara en su ausencia.

– Vamos, Nicholas -dijo en voz alta al tiempo que le daba palmadas en las mejillas-. Todo va bien. Hemos conseguido salir de la casa y estamos sanos y salvos. Ya puedes abrir los ojos.

– ¿Por qué no llamar policía… y decir a ellos que necesitamos ayuda? -inquirió Franek.

– No hay ayuda que valga -contestó Sophie, cortante-. Estamos solos.

– Pues llame otro doctor. Averigüe qué hacer. Conozco Milosz. Se queda así tiempo y tiempo hasta que su papá abraza y habla con él.

– Le reventaré la boca si no cierra el pico -le advirtió ella-. Su hijo tiene más miedo de usted que de cualquier otra persona.

El anciano se dirigió directamente a Clara en un tono suave y suplicante.

– Usted llama por teléfono, señora. Usted habla con policía. Diga a ellos que esta doctora no buena. Diga a ellos que ella quiere que Franek muere. Usted testigo. Usted oye lo que ella dice cuando usted intenta ser amable. Diga a ellos que el negro pega a Franek. Diga a ellos que Franek no puede respirar porque está atado, y Milosz inconsciente porque tiene miedo. Diga a ellos que manden a Sophie desatar Franek para que él puede ayudar su hijo.

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