– Sí, lo entiendo -dijo Larry.
– No supe protegerlo una vez, pero no quiero fallarle ahora.
Griffin Scope volvió la mirada hacia su jardín. Tomó otro sorbo de licor. Larry Gandle lo entendía. Por eso se levantó, echó a andar y se perdió de nuevo en la noche.
Eran las diez cuando Carlson se acercó a la puerta principal del número 28 de Goodhart Road. No le preocupaba que fuera tan tarde. Había visto luces en la planta baja y el parpadeo de un televisor pero, aunque no hubiera sido así, Carlson tenía preocupaciones más importantes que el sueño reparador de quien fuese.
Ya iba a pulsar el timbre cuando se abrió la puerta. Apareció Hoyt Parker. Por un momento se quedaron los dos frente a frente, dos boxeadores en el centro del cuadrilátero mirándose fijamente mientras el árbitro repite sus absurdas instrucciones sobre golpes bajos y golpes en la espalda.
Carlson no aguardó a que sonara la campana.
– ¿Su hija consumía drogas?
La expresión de Hoyt Parker apenas se alteró.
– ¿Por qué le interesa saberlo?
– ¿Puedo entrar?
– Mi esposa está durmiendo -dijo Hoyt saliendo al exterior y cerrando la puerta tras él-. ¿Le importa que hablemos ahí fuera?
– Lo que usted diga.
Hoyt se cruzó de brazos y dio lo que parecían unos saltitos sobre las puntas de los pies. Tenía pinta de hombre fuerte con sus vaqueros azules y su camiseta, ahora más ceñidos como cuando pesaba cinco kilos menos. Carlson sabía que Hoyt era un policía veterano. Con él no valían argucias ni sutilezas.
– ¿Va a contestar mi pregunta? -preguntó Carlson.
– ¿Y usted me dirá por qué quiere saberlo? -replicó Hoyt.
Carlson decidió cambiar de táctica.
– ¿Por qué se llevó las fotos que acompañaban la autopsia del expediente de su hija?
– ¿Qué le hace pensar que me las llevase yo? -ni actitud ofendida, ni negativas estentóreas.
– Hoy he examinado el informe de la autopsia -dijo Carlson.
– ¿Por qué?
– Perdone, pero…
– Hace ocho años que mi hija está muerta. Su asesino está en la cárcel. Pese a todo, usted hoy ha decidido examinar el informe de la autopsia. Me gustaría saber por qué.
La conversación no iba a ningún sitio y estaba yendo demasiado rápido. Carlson decidió reducirla, bajar la guardia, dejar que el otro vadeara un tramo, ver qué pasaba.
– Ayer su yerno visitó al forense del condado. Quería ver el expediente de su esposa. Me gustaría saber por qué.
– ¿Se lo dejaron ver?
– No -dijo Carlson-. ¿Sabe usted por qué tenía tanto interés en verlo?
– No tengo ni idea.
– Pero parece que le preocupa que pueda verlo.
– Yo, como usted, encuentro sospechoso su proceder.
– Pero aquí hay algo más -dijo Carlson-. Lo que usted quería saber era si había puesto realmente las manos en el informe. ¿Por qué?
Hoyt se encogió de hombros.
– ¿Querrá decirme qué hizo usted de las fotografías de la autopsia?
– No sé de qué me habla -replicó, impertérrito.
– Nadie más que usted firmó el informe.
– ¿Demuestra algo, quizá?
– Cuando usted vio el informe, ¿estaban en él las fotografías?
Aunque le brillaron levemente los ojos, Hoyt no demoró la respuesta.
– Sí -dijo-, estaban allí.
Carlson no pudo reprimir una sonrisa.
– Una buena respuesta -la pregunta era una trampa en la que Hoyt no había caído-. Si hubiera dicho no, yo habría debido preguntarle por qué no había informado inmediatamente del hecho, ¿verdad?
– Usted es desconfiado por naturaleza, agente Carlson.
– Ajá. ¿Sabe usted dónde han ido a parar esas fotografías?
– Se habrán traspapelado.
– Seguramente. Pero a usted eso no parece preocuparle demasiado.
– Mi hija está muerta. Su caso está cerrado. ¿Para qué andarse con más preocupaciones?
Todo aquello era una pérdida de tiempo. O tal vez no. Carlson no conseguía mucha información, pero la reacción de Hoyt era muy elocuente.
– ¿O sea que usted sigue pensando que KillRoy mató a su hija?
– Es un hecho indiscutible.
Carlson mostró el informe de la autopsia.
– ¿Incluso después de leer esto?
– Sí.
– ¿No le intriga que muchas de las heridas fueran post mórtem?
– Al revés, me consuela -dijo-. Eso me dice que mi hija sufrió menos.
– No hablo de eso. Yo hablo de pruebas contra Kellerton.
– En el informe no veo nada que desmienta la conclusión.
– Pero no corresponde con los demás asesinatos de este hombre.
– En eso no estoy de acuerdo -dijo Hoyt-. Con lo que no corresponde es con la fuerza de mi hija.
– No sé a qué se refiere.
– Sé que Kellerton disfrutaba torturando a sus víctimas -explicó Hoyt- y sé que generalmente las marcaba cuando todavía estaban vivas. Pero nosotros supusimos que Elizabeth había tratado de escapar o, en cualquier caso, que se había resistido. Consideramos que él se había visto obligado a dominarla y que, al final, la había tenido que matar. Esto explica las heridas de navaja que mi hija tenía en las manos. Y esto explica por qué la marca era post mórtem.
– Ya comprendo -dijo Carlson, sorprendido.
Procuró, sin embargo, no perder pie. Pero la respuesta era buena, endiabladamente buena. Tenía sentido. Hasta las víctimas más débiles pueden causar problemas. Aquella explicación hacía consecuentes las posibles inconsecuencias del caso. A pesar de todo, subsistían algunos enigmas.
– ¿Qué me dice del informe de toxicología?
– Absurdo -dijo Hoyt-. Es como preguntar por su historial sexual a la víctima de una violación. Aquí no tiene importancia alguna que mi hija fuera abstemia o adicta al crack.
– ¿Cuál de las dos cosas era su hija?
– No tiene ninguna importancia -repitió.
– Cuando se investiga un asesinato importa todo. Y usted lo sabe.
Hoyt dio un paso adelante.
– Váyase con cuidado -dijo.
– ¿Me está amenazando?
– Ni por asomo. Lo que quiero es advertirle que no corra tanto, que no se ensañe por segunda vez con mi hija.
Se quedaron donde estaban. Había sonado la campana final. Ahora había que esperar una decisión que no iba a ser satisfactoria para nadie cualquiera que fuera el lado hacia el cual se inclinaran los jueces.
– ¿Nada más? -preguntó Hoyt.
Carlson asintió y dio un paso atrás. Parker tendió la mano hacia la puerta.
– ¿Hoyt?
Hoyt se dio la vuelta en redondo.
– Así pues, aquí no hay malentendidos -dijo Carlson-. No creo una palabra de todo lo que acaba de decir. ¿Está claro?
– Como el cristal -respondió Hoyt.
Cuando entró en su apartamento, Shauna se desplomó en su rincón favorito del sofá. Tenía a Linda a su lado, que le indicó su regazo con un gesto. Shauna reclinó la cabeza sobre sus muslos. Permaneció con los ojos cerrados mientras Linda le acariciaba los cabellos.
– ¿Está bien Mark? -preguntó Shauna.
– Sí -contestó Linda-. ¿No me dirás dónde has estado?
– Es muy largo.
– Estaba aquí sentada por si oía algo sobre mi hermano.
– Me ha llamado -dijo Shauna.
– ¿Qué?
– Está bien.
– ¡Gracias a Dios!
– Él no ha matado a Rebecca.
– Lo sé.
Shauna levantó la cabeza para mirarla. Linda parpadeó.
– Todo irá bien -dijo Shauna.
Linda asintió y desvió los ojos hacia otro lado.
– ¿Qué pasa?
– Fui yo quien sacó las fotos -dijo Linda.
Shauna se levantó.
– Elizabeth vino a mi despacho. Estaba cubierta de contusiones. Quise llevarla al hospital. No quiso. Lo único que quería era tener un testimonio de su estado.
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