Peter James - Las Huellas Del Hombre Muerto

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Abby entro al elevador y las puertas se cerraron con el sonido de una pala levantando canto rodado. De pronto sintio el perfume de alguien mas y tambien de un limpiador con aroma de limon. El elevador se movio unos cuantos centimetros hacia arriba. Y ahora era demasiado tarde para cambiar de idea y salir: con el metal de las paredes presionandola, comenzo a caer por el vacio. Abby se dio cuenta de que acababa de cometer el peor error de su vida… En medio del caos de la manana del 9/11, el negociante Ronnie Wilson ve la oportunidad de su vida. Para salir de sus deudas, desaparecera y se re-inventara a si mismo en otro pais. / Abby stepped in the lift and the doors closed with a sound like a shovel smoothing gravel. She breathed in the smell of someone else's perfum, and lemon-scented cleaning fluid. The lift jerked upwards a few inches. And now, too late to change her mind and get out, with the metal walls pressing in around her, they lunged sharply downwards. Abby was about to realize she had just made the worst mistake of her life…Amid the tragic unfolding mayhem of the morning of 9/11, failed Brighton businessman and ne'er-do-well Ronnie Wilson sees the chance of a lifetime, to shed his debts, disappear and reinvent himself in another country.Six years later, the discovery of the skeletal remains of a woman's body in a storm drain in Brighton, leads Detective Superintendent Roy Grace on an enquiry spanning the globe, and into a desperate race against time to save the life of a woman being hunted down like an animal in the streets and alleys of Brighton. 'One of the most fiendishly clever crime fiction plotters'

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– Ha chocado contra la torre. Ha chocado contra la puta torre.

Era obvio que estaba en estado de shock.

Ahora escuchó otra sirena. Distinta a la del coche patrulla, un pitido grave. Un coche de bomberos.

«¡Genial! -pensó Ronnie-. ¡Es la puta hostia, joder! Justo la mañana que tengo la reunión con Donald, a un capullo de mierda se le ocurre estrellar un avión contra el puto World Trade Center!»

Miró el reloj. ¡Mierda! ¡Eran casi las 8:55! Había salido del deli justo a menos cuarto, con tiempo de sobra. ¿De verdad llevaba aquí diez minutos? La secretaria estirada de Donald Hatcook le había dicho que tenía que ser puntual, que Donald sólo disponía de una hora antes de salir hacia el aeropuerto para coger un avión a alguna parte; Wichita, creía que había dicho. O tal vez fuera Washington. Sólo una hora. ¡Una ventana de sólo una hora para soltarle el discurso y salvar su negocio!

Escuchó otra sirena. «Mierda.» Iba a armarse un buen caos, seguro. Quizá los malditos servicios de emergencia acordonaran toda la zona. Tenía que llegar antes que ellos. Tenía que llegar a esa reunión.

«Tenía que llegar.»

¡No iba a permitir por nada del mundo que un capullo de mierda que había estrellado un avión le jodiera la reunión!

Arrastrando el equipaje, Ronnie echó a correr.

14

Octubre de 2007

Había un olor desagradable en el desagüe que no había percibido ayer. Un animal putrefacto, seguramente un roedor. Roy lo advirtió cuando llegó, poco antes de las nueve de la mañana, y ahora, una hora después, arrugó la nariz cuando volvió a entrar en el desagüe, con dos bolsas de plástico llenas de bebidas calientes que un agente de apoyo a la comunidad muy servicial había comprado en una tienda Costa cercana.

La lluvia caía implacablemente, transformando cada vez más el terreno en un lodazal, pero el nivel del agua todavía no había subido, se percató Grace. Se preguntó cuánta lluvia haría falta. Por lo que recordaba del cadáver de un joven que habían hallado en la red de alcantarillado de Brighton algunos años atrás, sabía que todos los desagües acababan en una cloaca principal que desembocaba en el mar en Portobello cerca de Peacehaven. Si este desagüe se había inundado, era probable que la corriente hubiera arrastrado gran parte de las pruebas, en particular la ropa de la víctima, hacía mucho tiempo.

Haciendo caso omiso a un par de comentarios sarcásticos sobre su nuevo papel como chico del café, con los nervios destrozados por una noche agitada y pensamientos de preocupación acerca del esqueleto, Roy comenzó a distribuir los tés y cafés entre el equipo, como a modo de disculpa -o expiación- por fastidiarles el fin de semana.

El desagüe era un hervidero. Ned Morgan, el asesor de registros de la policía, varios agentes entrenados en inspecciones y miembros del SOCO, todos con sus trajes blancos, se habían dispersado por el túnel. Estaban registrando el mantillo centímetro a centímetro en busca de zapatos, ropa, joyas, cualquier hebra o retazo, por pequeño que fuera, que la víctima pudiera llevar encima cuando la dejaron allí abajo. El cuero y las fibras sintéticas tendrían las probabilidades más altas de haber sobrevivido a este entorno húmedo.

A cuatro patas en el lúgubre desagüe de ladrillo, en el resplandor claroscuro y las sombras que proyectaban las luces instaladas a intervalos, el equipo ofrecía una imagen inquietante.

Joan Major, la arqueóloga forense, que también iba ataviada de los pies a la cabeza en un traje blanco, trabajaba en silencio muy concentrada. Si este caso llegaba alguna vez a juicio tendría que presentar al tribunal una maqueta precisa en tres dimensiones del esqueleto en el lugar donde lo habían encontrado. Justo acababa de entrar y salir corriendo, luchando contra la ausencia de señal del GPS que utilizaba para establecer y registrar las coordenadas de los restos óseos, y ahora estaba haciendo un boceto de la posición exacta del esqueleto en relación al desagüe y el cieno. Cada pocos instantes saltaba el flash de la cámara del fotógrafo del SOCO.

– Gracias, Roy -dijo Joan casi ausente. Cogió el latte grande que le entregó y lo dejó sobre la caja de madera con su material que había colocado encima de una estructura apoyada en un trípode para que no se mojara.

Grace había decidido que le bastaría con un equipo reducido durante el fin de semana y que reclutaría más personal el lunes por la mañana. Para alivio inmenso de Glenn Branson, le había dado el fin de semana libre. Trabajaban a «ritmo lento»; no había la urgencia que habrían empleado si la muerte hubiera sido más reciente: días, semanas, meses o incluso un par de años. El lunes por la mañana habría tiempo suficiente para dar la primera rueda de prensa.

Tal vez él y Cleo aún pudieran aprovechar la reserva para cenar en Londres esta noche y salvar parte del fin de semana romántico que Grace había planeado, si -lo cual aún estaba por ver- Joan terminaba el mapa y el proceso de recuperación y el patólogo del Ministerio del Interior era capaz de realizar la autopsia deprisa. Había esperanza con Frazer Theobald, lo sabía. De hecho, ¿dónde diablos estaba? Tendría que haber llegado hacía una hora.

Como esperando el momento justo, todo de blanco igual que el resto de la gente que estaba en el desagüe, el doctor Frazer Theobald hizo su entrada con cautela, sigilosamente, como un ratón olisqueando un queso. Era un hombre bajo y fornido, mediría menos de metro sesenta, tenía el pelo hirsuto y desgreñado y lucía un bigote grueso a lo Adolf Hitler debajo de su nariz aguileña. Glenn Branson había dicho una vez que lo único que le faltaba para ser el doble de Groucho Marx era un cigarro grueso.

Disculpándose porque le había costado arrancar el coche de su mujer y había tenido que llevar a su hija a clase de clarinete, el patólogo rodeó deprisa el esqueleto, sin acercarse demasiado y lanzándole una mirada recelosa, como si lo desafiara a que se declarara amigo o enemigo suyo.

– Sí -dijo a nadie en particular-. Ah, bien. -Entonces se volvió hacia Roy y señaló el esqueleto-. ¿Éste es el cadáver?

Grace siempre había pensado que Theobald era un poco peculiar, pero nunca se lo había parecido tanto como en este momento.

– Sí -contestó, algo anonadado por la pregunta.

– Estás moreno, Roy -observó el patólogo. Luego se acercó un paso más al esqueleto, tanto que podría parecer que le formulaba a él la pregunta-. ¿Has estado fuera?

– En Nueva Orleans -respondió Grace, sacando la tapa de su latte y deseando estar todavía allí-. Asistí a un simposio de la Asociación Internacional de Investigadores de Homicidios.

– ¿Cómo va la reconstrucción de la ciudad? -preguntó Theobald.

– Despacio.

– ¿Aún se ven muchos daños causados por las inundaciones?

– Muchos.

– ¿Había mucha gente tocando el clarinete?

– ¿El clarinete? Sí. Fui a algunos conciertos. Vi a Ellis Marsalis.

Theobald le ofreció una sonrisa extraña de placer.

– ¡Al padre! -dijo con aprobación-. Vaya, ¡tuviste suerte de escucharle! -Luego se volvió hacia el esqueleto-. Bueno, ¿qué tenemos aquí?

Grace le puso al día. Luego, Theobald y Joan Major entablaron un debate acerca de si debían retirar el cuerpo intacto, un proceso largo y laborioso, o trasladarlo en segmentos. Decidieron que, como lo habían hallado intacto, sería mejor conservarlo así.

Durante unos momentos, Grace contempló el diluvio que caía sin parar a través de la sección rota del desagüe, a poca distancia de donde se encontraba. Bajo el haz de luz, las gotas parecían motas de polvo alargadas. «Nueva Orleans», pensó, soplando el humo de su café y dando un sorbo tímido, intentando evitar quemarse la lengua con el líquido caliente. Cleo le había acompañado y se tomaron una semana de vacaciones justo después de la conferencia. Se quedaron allí y disfrutaron de la ciudad y el uno del otro.

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