Rex Stout - Los Amores De Goodwin

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Cuando un poderoso representante gubernamental de la O.R.P. (Oficina de Regulación de Precios) está preparándose para hablar ante un grupo de millonarios pertenecientes a la A.I.N. (Asociación Industrial Nacional) muere asesinado. El mundo de los negocios se tambalea ante las sospechas vertidas sobre los magnates asistentes a la conferencia. La A.I.N. exige que se encuentre al asesino y Nero Wolfe decide hacerse cargo del caso.

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– Y ¿si estuviera usted cometiendo su primera y única equivocación y ella efectivamente lo hubiera echado al río?

– Draguen los ríos. Todos los ríos que estuvieron a su alcance.

– No diga tonterías. Conteste a mi pregunta.

– En tal caso nos habrían tomado el pelo y jamás detendríamos al asesino -dijo Wolfe encogiéndose de hombros.

– ¿Quiere usted decir, pues, que en calidad de investigador perito aconseja usted abandonar todas las sendas de pesquisa exceptuando la búsqueda de ese cilindro? -preguntó Skinner.

– No lo creo así -dijo meditativo Wolfe-. Y menos contando como cuentan ustedes, con un millar o más de hombres bajo sus órdenes. Claro está que no me encuentro informado de lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer, pero sé cómo debería conducirse el caso y me pregunto si no se habrán pasado por alto detalles de bulto, conociendo como conozco al señor Cramer. Por ejemplo, en cuanto al pedazo de tubería de hierro, supongo que se habrá hecho todo lo posible por averiguar de dónde procedía. La cuestión de las llegadas a mi casa en la noche del lunes ha sido, como es natural, analizada con el mayor detenimiento. Se ha consultado a los moradores de todas las casas de mi manzana y a los de la acera de enfrente, con la débil esperanza, improbable en aquella quieta vecindad, de que alguien viese u oyese algo. La cuestión de quién tuvo ocasión de estar a solas con el muerto en la noche del banquete del Waldorf debe de haber tenido ocupada a una docena de agentes durante una semana, si es que no siguen atareados con ella. Las investigaciones tocantes a las relaciones tanto ostensibles como clandestinas, la verificación de la coartada del señor Dexter… En fin, éstos y tantos más detalles tienen que haber sido considerados experta y detenidamente un millar de veces. Y ¿en qué situación se encuentran ustedes? -preguntó Wolfe-. Perdidos en una ciénaga de trivialidades y desconciertos hasta el punto de acudir a remedios tan, frívolos como sustituir al señor Cramer por un bufón como el señor Ash o elaborar una orden para mi detención. Durante un largo espacio de tiempo me he familiarizado con los métodos y hazañas de la policía de Nueva York, pero jamás supuse que llegase el día en que el inspector jefe de la Brigada de Homicidios creyese resolver un caso encerrándome en una celda, atacando mi persona, esposándome y amenazándome.

– Esto es una pequeña exageración. Este lugar no es una celda y no creo…

– Se proponía hacerlo -aseguró melancólicamente Wolfe-. Y lo habría hecho con toda naturalidad. Me han pedido ustedes consejo. Yo, en su caso, continuaría todas las investigaciones comenzadas ya e iniciaría otras que puedan ofrecer resultados, porque diga lo que diga el cilindro, si es que lo llegan a encontrar, les hará falta a ustedes toda clase de informaciones y aseveraciones complementarias. Les sugiero que intenten lo siguiente: ¿Conocían ustedes a la señorita Gunther? ¿Sí? Bien. Siéntense, cierren los ojos e imagínense que son ustedes la señorita Gunther y que están sentados en la tarde del jueves en su oficina de la O.R.P. de Washington. Tienen en la mano el cilindro y el problema estriba en qué hacer con él. Quieren ustedes preservarlo de cualquier daño, quieren ustedes tenerlo fácilmente al alcance para cuando lo necesiten apresuradamente y estar seguros de que por mucho que la gente lo busque no lo encontrará. No se puede ocultarlo en la oficina. Hay que pensar en algo más eficaz, algo más depurado. La persona que es capaz de preparar la treta de los nueve cilindros será también capaz de inventar algo notable en este otro sentido. ¿Quizá ante un asesinato, ante un caso de extrema gravedad y de la máxima importancia? ¿Se podrá confiar en persona alguna hasta este extremo? Están ustedes dispuestos a marcharse, a ir a su piso primeramente y luego a tomar el avión de Nueva York algunos días. ¿Llevan ustedes el cilindro consigo o lo dejan en Washington? De ser así, ¿dónde? ¿Dónde? Este es el problema, caballeros. Resuélvanlo de la misma manera que lo resolvió la señorita Gunther y habrán terminado sus quebraderos de cabeza. Estoy gastando mil dólares diarios para tratar de saber cómo lo resolvió ella. -Al decir esto. Wolfe doblaba la cantidad, que además no salía de su bolsillo, pero por lo menos algo había de cierto en ello-. Vamos, Archie -me dijo-, quiero ir a casa.

No querían dejarle partir, ni aun entonces, lo cual era la mejor demostración del lamentable estado en que se encontraban. Wolfe les tranquilizó generosamente con unas pocas frases más, construidas académicamente con la correspondiente dotación de sujetos, predicados y oraciones subordinadas, ninguna de las cuales significaba un ardite, y luego salió de la habitación llevándome en retaguardia. Observé que aplazó la salida hasta después que hubo entrado un empleado que dejó unos papeles en la mesa de Hombert, lo cual ocurrió en el momento en que Wolfe le aconsejaba a él y a Skinner que se figurasen que eran la señorita Gunther.

Al regresar a casa, se sentó en el asiento posterior del coche, en gracia a su teoría de que cuando el coche chocaba con algún objeto tenaz, las probabilidades de salir con bien, aun siendo pocas, eran mayores estando en el asiento posterior que en el delantero. Mientras nos habíamos dirigido a la jefatura de policía, le había trazado, a petición suya, un esquema de mi sesión con Nina Boone y ahora, al volver a casa, estaba completando las lagunas de éste. No pude decir si contenía bocado alimenticio alguno, porque le daba la espalda y no podía ver su cara por el espejo retrovisor y además porque las emociones que suscitaba en él el ir en un vehículo eran tan intensas que no le dejaban lugar para reaccionar por minucia alguna.

Cuando llegamos a casa y Fritz nos abrió la puerta y yo recogí el sombrero y el gabán de Wolfe, me pareció que estaba casi de buen humor. -Había frustrado una tentativa de violencia contra él, estaba en casa y eran las seis, hora de tomar la cerveza. Pero Fritz destruyó en el acto su bienestar anunciándole que en el despacho le esperaba una visita. Wolfe le dirigió un gruñido y preguntó ferozmente:

– ¿Quién es?

– La viuda del señor Cheney Boone.

– ¡Cielo santo, aquella histérica!

Opinión esta absolutamente injusta, porque la señora Boone había estado en casa sólo dos veces, de la manera más tranquila y yo no había advertido en ella la menor muestra de histerismo.

Capítulo XXX

Wolfe acogió a la señora Boone con una frase inhospitalaria:

– Señora, dispongo de diez minutos.

– Como es natural, se preguntará usted qué me trae aquí -dijo ella.

– Naturalmente.

– Quiero decir el por qué de mi visita, dado caso que usted figura en la acera de enfrente. Se trata de que he telefoneado a mi primo esta mañana y me ha hablado de usted.

– Yo no estoy en el otro lado de la calle ni en lado alguno. Me he comprometido a detener a un asesino. ¿Conozco a su primo?

– Es el general Carpenter. Este es mi apellido de soltera. Es primo hermano mío. De no haber estado en el hospital de resultas de una operación, habría intervenido para ayudarme cuando mi marido fue asesinado. Me dijo que no creyese nada de lo que usted me dijese, pero que hiciese todo lo que me aconsejase usted hacer. Dijo también que tiene usted unas normas de conducta personales cuando trabaja en un caso de asesinato, y que el único que de veras puede estar seguro de usted es el criminal. Ya que conoce usted a mi primo, se podrá figurar el sentido de sus palabras. Yo ya estoy acostumbrada a sus cosas.

– ¿Y…? -adelantó Wolfe.

– He venido a recibir consejo de usted. O más bien, a decidirme acerca de si deseo recibir consejo de usted. Tengo necesidad de que me lo dé alguien y no sé ¿Tengo que explicarle por qué razón prefiero no acudir a uno del F.B.I. o de la policía?

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