Rex Stout - Los Amores De Goodwin

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Cuando un poderoso representante gubernamental de la O.R.P. (Oficina de Regulación de Precios) está preparándose para hablar ante un grupo de millonarios pertenecientes a la A.I.N. (Asociación Industrial Nacional) muere asesinado. El mundo de los negocios se tambalea ante las sospechas vertidas sobre los magnates asistentes a la conferencia. La A.I.N. exige que se encuentre al asesino y Nero Wolfe decide hacerse cargo del caso.

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– Entonces usted y yo podemos salir al vestíbulo -dijo Smith sin parpadear.

– No haremos tal cosa. Archie, el señor Smith quiere el abrigo y el sombrero -dijo Wolfe.

Me puse en pie. Cuando estaba a medio cruzar la habitación, Smith volvió a sentarse. Yo retomé a mi base y le imité.

– Usted dirá -inició Wolfe.

– Nosotros contamos con alguien para culparle de los asesinatos de Boone y Gunther -comentó Smith en lo que, por lo visto, era su tono normal.

– ¿Nosotros? ¿Alguien?

Smith desenlazó los dedos, levantó una mano para rascarse la nariz, la volvió a bajar y cruzó los dedos de nuevo.

– No cabe duda de que la muerte constituye siempre una tragedia. Produce pesares, sufrimientos y adversidades. Esto es inevitable. Pero en el presente caso, las muertes de esas -dos personas han inferido también una ofensa a muchos miles de personas inocentes y han creado una situación que equivale a una ruda injusticia. Como usted sabe, cómo sabemos todos, existen elementos en este país que aspiran a minar los propios fundamentos de esta sociedad. La muerte actúa en servicio suyo y les ha servido a la perfección. Desde el punto de vista del bien común, estos dos sucesos eran irrelevantes, pero en cambio, los…

– Perdone usted -dijo Wolfe-. Yo también he sido orador. De la manera como usted se expresa, parece que quiera referirse a la reacción nacional contra la A.I.N., ¿verdad?

– Sí, quiero poner de relieve el contraste entre lo trivial de tales hechos y el enorme daño…

– Por favor, este punto lo ha expuesto usted ya. ¿Quiere pasar al siguiente? Mas, ante lodo, dígame: ¿Representa usted a la A.I.N.?

– No, yo represento de hecho aquellos hombres gloriosos que fundaron nuestra nación, represento los intereses más legítimos y fundamentales del pueblo norteamericano, yo¡…

– Conforme. Pasemos al siguiente punto.

Smith volvió a desenlazar los dedos. Esta vez fue la cara lo que le pedía ser rascada. Cuando hubo terminado, prosiguió.

– La situación presente es intolerable. El poner fin a ella es una cosa que no tiene precio. El hombre que lo consiguiera podría ser llamado benemérito del país; se habría ganado la gratitud de sus conciudadanos y, sobre todo, de aquellos que están padeciendo ahora una persecución injusta.

– En otras palabras -dijo Wolfe-, que se debería darle algún dinero.

– No, que se le daría algún dinero.

– Es lástima que yo me encuentre comprometido ya, porque me gusta que se me paguen los servicios.

– No habrá conflicto. Los objetivos son los mismos.

– Me gusta su manera de plantear las cosas, señor Smith -dijo Wolfe, frunciendo el entrecejo-. En una sola palabra lo ha dicho usted todo, exceptuando algunos detalles. ¿Quién es usted y de dónde viene?

– Esta pregunta es estúpida; y usted no lo es. Claro está que podrá usted averiguar quién soy, si se toma el tiempo y la molestia necesarios. Pero hay siete respetables, respetabilísimas, personas, caballeros y damas, con los cuales tengo que jugar al bridge esta noche, después de una cena. Lo cual ocupará toda la velada, a partir de las siete.

– Sin duda, y además serán ustedes ocho contra dos.

Smith volvió a desenlazar los dedos, pero esta vez no para rascarse. Llevó la mano a un bolsillo del gabán y extrajo un paquete pulcramente envuelto en papel blanco y atado. Era de un tamaño suficiente para mantener tenso el bolsillo y tuvo que emplear ambas manos para sacarlo.

– Como dijo usted, quedaban ciertos detalles pendientes -dijo-. La cantidad de que estamos hablando asciende a trescientos mil dólares. Aquí está el primer tercio de ella.

Eché una mirada al paquete y dictaminé que no podía estar todo aquel dinero en billetes de a cien, sino que los habría de quinientos y de mil.

Wolfe levantó una ceja y observó:

– ¿No es usted quizá demasiado audaz, señor Smith? El señor Goodwin, como le he dicho, es mi secretario particular. ¿Qué ocurriría si le cogiera el dinero, lo cerrara en la caja de caudales y le pusiera a usted en la puerta?

Por vez primera, Smith cambió de cata, pero la arruguita que se formó en su frente no obedecía a temor alguno.

– Quizá será usted un estúpido, al fin y al cabo, pero conocemos su biografía y su personalidad. No existe el menor indicio de que sea usted un bandolero. Se le está proporcionando ocasión de realizar un servicio…

– No, basta -dijo Wolfe-. Ya hemos hablado de esto.

– Conforme. Si me pregunta usted por qué se le abona cantidad tan exorbitante le diré las razones: Primero, porque todo el mundo sabe que usted cobra unas facturas astronómicas por cualquier cosa que haga; segundo, desde él punto de vista de la gente que le paga, la animadversión rápidamente creciente del público les está costando, o los costaré, centenares de millones. Trescientos mil dólares al lado de esto son una bagatela. Tercero, usted tendrá que hacer gastos que quizá serán cuantiosos. Cuarto, estamos advertidos de las dificultades del asunto y puedo manifestarle con franqueza que no sabemos de nadie más que usted que pueda resolverlas.

– Entonces, he comprendido quizá mal la frase con que empezó usted a hablar. ¿No ha dicho usted que contaba con alguien en cuanto a los asesinatos de Boone y Gunther?

– Sí -dijo Smith mirándole con la misma fijeza con que Wolfe tenía los ojos puestos en él.

– ¿Quién es?

– La palabra «contamos» es un tanto inexacta. Mejor sería decir que tenemos una persona que indicar.

– ¿Quién?

– O Salomón Dexter o Alger Kates. Preferiríamos a Dexter, pero con Kates nos basta. Estamos en situación de contribuir a algunos aspectos de las pruebas. Después que haya usted establecido sus decisiones, cambiaré impresiones con usted acerca de ello, los otros doscientos mil dólares, a propósito, no dependen necesariamente de que el culpable sea condenado. Usted no puede garantizarlo. El segundo tercio se le entregaría el día de la detención y el último en el día en que comience el proceso. El efecto de la detención y del proceso serán suficientes, aunque no totalmente satisfactorios.

– ¿No querría usted pagar más dinero por Dexter que por Kates? Debería usted hacerlo: Dexter es el director en funciones de la O.R.P. Para usted tendría que ser más valioso.

– No. Hemos calculado una cantidad amplia, y aun exorbitante, para excluir cualquier regateo. Es una suma «record» -dijo Smith dando unos golpecitos en el paquete.

– ¡Cielo santo, no! -dijo Wolfe con suave indignación. Como si acabasen de insinuarle que su cultura era insuficiente-. Podría detallarle ocho, diez, doce ejemplos. El rey Alyattes de Lidia recibió en cierta ocasión el peso en oro de diez panteras. Richelieu le pagó a Effiat cien mil libras de una vez, que son un equivalente mínimo de dos millones de dólares de hoy. No, señor Smith, no se lisonjee usted con la idea de estar batiendo un «record». En Tazón de lo que pide usted de mí, es usted un explotador.

– Considere usted que este dinero está en metálico. La equivalencia, si estuviera en cheque, tendría que ser para usted de unos dos millones.

– Ciertamente -convino Wolfe-, Ya se me había ocurrido esta ventaja, y no quiero pretender que sea usted avaro. Pero existe una objeción insuperable.

– ¿De qué se trata?

– De las victimas que requiere usted. Primeramente, son demasiado destacadas, pero no es éste aún el obstáculo principal. Es el motivo. Un asesinato requiere contar con un buen motivo y un doble asesinato exige un motivo realmente colosal. No sé si podría descubrirse tal justificación en el señor Dexter o en el señor Kates. Usted ha afirmado generosamente que no soy estúpido, pero lo sería si me comprometiese a hacer detener y procesar a esos señores, y no digamos condenar. No, señor. Sin embargo, encontrará usted a alguien que, por lo menos, querrá intentarlo. ¿Qué le parece el señor Bascom, de la agencia de detectives Bascom? Es una buena persona.

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