Rex Stout - Los Amores De Goodwin

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Cuando un poderoso representante gubernamental de la O.R.P. (Oficina de Regulación de Precios) está preparándose para hablar ante un grupo de millonarios pertenecientes a la A.I.N. (Asociación Industrial Nacional) muere asesinado. El mundo de los negocios se tambalea ante las sospechas vertidas sobre los magnates asistentes a la conferencia. La A.I.N. exige que se encuentre al asesino y Nero Wolfe decide hacerse cargo del caso.

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– Winterhoff miente como un bellaco -dijo el comisario de policía-. No vio a nadie que saliese corriendo de esta casa. Se lo inventó de arriba abajo.

– ¡Por todos los santos, tengan presente que no perseguimos a un embustero, sino a un asesino! -exclamó el fiscal.

– Querría irme a la cama -susurró Wolfe-. Son las cuatro y estarán ustedes aturdidos.

– Claro que lo estamos -respondió Cramer-. Lo dice usted de una manera que da a entender que usted no lo está.

– ¿Yo? No, señor Cramer. No, por cierto. Pero me siento soñoliento y cansado.

Este debate hubiera acabado violentamente, si no se hubiese producido una interrupción. Llamaron a la puerta y entró un policía, que se acercó a Cramer y le dijo:

– Hemos conseguido encontrar a otros dos taxistas, los que trajeron a la señora Boone y O’Neill. Pensé que quizá querría usted verles, inspector,… Uno se llama…

Se paró en seco al ver la cara que ponía Cramer.

– Y ¿se cree usted que le van a conceder un ascenso por esto? ¡Váyase y cuénteselo a otro esto de los taxistas! ¡Taxistas!…

El policía puso cara de decepción y se fue.

– Tendremos que dejarles libres -dijo el comisario de policía.

– Sí, señor -convino Cramer-. Ya sé que estamos en este caso. Tráigales acá, Archie.

El hecho de que Cramer me llamase Archie daba idea de su situación moral; mientras me dirigía a obedecer su encargo, traté de recordar alguna otra ocasión en que me hubiera llamado así, y no la encontré. Claro está que cuando hubiera dormido un poco y se hubiera dado una ducha, tendría un concepto diferente de mí, pero archivé el dato para recordarle en el momento oportuno que me había llamado Archie. Mientras me dedicaba a estas cavilaciones, Purley y yo hicimos entrar a todos los que estaban en la habitación de la fachada y en el comedor.

El consejo de estrategas se había puesto en pie y. se había reunido en un extremo de la mesa de Wolfe. Los recién entrados se sentaron. Los policías se desparramaron por la habitación, eran cosa de una docena, y adoptaron una actitud de vigilancia tan inteligente como lo permitían los resultados de la investigación, para lucirse ante los ojos de su gran jefe, el comisario.

Cramer, dirigiéndose a ellos, dijo:

– Vamos a dejarles ir a sus casas. Pero antes de que salgan ustedes, quiero exponerles la situación; El examen microscópico de las manos no ha revelado nada, pero en otro campo de observación sí ha dado resultado. En una bufanda que había en el bolsillo de uno de los gabanes de ustedes hemos encontrado partículas del tubo. La bufanda fue empleada indudablemente por el asesino para evitar el contacto de la mano con él. Por todo ello…

– ¿De quién es el gabán? -saltó Breslow.

– No les diré de quién es el gabán ni de quién la bufanda -dijo Cramer moviendo negativamente la cabeza-, y me parece que será mejor que sus dueños tampoco lo divulguen, porque ello trascendería a los periódicos y ya saben ustedes…

– No, no es esto -dijo con su voz aflautada Kates-. Querrá usted decir porque ello conviene a los planes de usted y a los de Nero Wolfe, y a los de la A.I.N., pero no conseguirán ustedes burlarme. ¡Era mi abrigo! Y la bufanda no la he visto antes jamás. Esta es la más infame…

– Basta, Kates -dijo rudamente Salomón Dexter.

– Bien está -cortó Cramer sin que su voz sonase a disgusto-. La encontramos en el gabán del señor Kates, y dice que jamás vio la bufanda antes…

– La bufanda -interrumpió Winterhoff, con voz más gruesa y más grave que nunca- me pertenece a mí. Me fue robada del sobretodo en esta casa en la noche del último viernes. No la había visto desde entonces hasta que me la enseñaron ustedes aquí. Dado que han tolerado ustedes que Kates formulase insinuaciones acerca de los planes de la A.I.N…

– No, basta -dijo Cramer secamente-. No me interesan las insinuaciones. Si quieren ustedes discutir, pueden alquilar cualquier sala y entregarse a ello libremente. Lo que quiero decirles es lo siguiente: Hace unas horas yo dije que alguno de ustedes había matado a la señorita Gunther y el señor Erskine opuso objeciones. Ahora ya no queda fundamento para objeción alguna, ni duda de ello. Podríamos detenerles a todos y encerrarles como testigos personales, pero siendo ustedes quienes son, al cabo de unas horas estarían ya bajo fianza. Así, pues, les dejaremos ir a casa, incluyendo al autor del asesinato cometido aquí esta noche, porque no sabemos quién es. Nos proponemos encontrarte. Mientras no lo consigamos, cabe que se les convoque a ustedes a cualquier hora del día o de la noche. No saldrán ustedes de esta ciudad, ni siquiera una hora, sin permiso. Sus movimientos podrán ser observados. Estamos decididos a llevar adelante este sistema, tanto si protestan ustedes como si no. Los coches de la policía les llevarán a casa. Pueden ustedes irse, pero antes oigan una última palabra: No desistimos de nuestra empresa. Sé que la situación es molesta para todos ustedes, y seguirá siéndolo hasta que encontremos al asesino. Así, pues, si saben ustedes algo que nos ayude a ello, la peor falta que podrán cometer es ocultárnoslo. Si lo saben, quédense y dígannoslo. El comisario de policía y el fiscal del distrito estamos aquí dispuestos a charlar con cualquiera de ustedes.

La invitación no fue aceptada, o por lo menos no lo fue en los términos propuestos. La familia Erskine deseaba cambiar impresiones con el fiscal del distrito; Winterhoff quería hacerle una observación al comisario; la señora Boone habló aparte con Travis, del F.B.I., a quien por lo visto conocía; Breslow tenía algo que decirle a Wolfe y Dexter empezó a hacerle preguntas a Cramer. Pero a poco hubieron terminado todos y se marcharon sin que pareciese que se había producido aportación útil alguna a la causa.

Wolfe se puso en pie y Cramer, por el contrario, se sentó:

– Váyanse a acostar, si quieren -dijo amargamente. -Pero yo me quedaré a hablar con Goodwin. Quiero saber quién, además de Kates, tuvo ocasión de poner esta bufanda en el gabán.

– ¡Qué tontería! -dijo Wolfe-. Esta medida podría ser necesaria con otra clase de persona, pero el señor Goodwin está adiestrado; es competente, es de fiar y de moderada inteligencia. Si pudiera prestar alguna ayuda, lo hubiera hecho ya. Hágale una simple pregunta, o, mejor dicho, se la haré yo: Archie, ¿sospecha usted de alguien que pusiera la bufanda en el gabán, o puede usted eliminar a alguno totalmente como persona incapaz de haberlo hecho?

– No, señor, a ambas preguntas. Lo he pensado bien y largamente. Estuve entrando y saliendo a medida que llamaban a la puerta y ellos iban y venían también libremente. Lo malo es que la puerta de la habitación de la fachada está abierta así como la puerta del vestíbulo.

– ¿Cómo hubiera contestado usted si hubiera estado a solas con Wolfe? -preguntó Cramer maliciosamente.

– Si éste es su parecer -dije- puede usted prescindir de mi respuesta y emplear la tortura. Le advierto que soy especialmente resistente al tormento al amanecer, que es el caso en que nos encontramos. ¿Cómo conseguiría usted arrancarme la verdad?

– Vamos a dormir -dijo Spero, del F.B.I., y todos se adhirieron a su parecer.

Se entretuvieron aún empaquetando en una caja la bufanda, como si hubiera sido una pieza de museo (y por cierto que lo es, en realidad) y recogiendo papeles y objetos diversos. De esta suerte, se hicieron las cinco antes de que saliesen.

Volvíamos a ser dueños de la casa. Wolfe se dirigió al ascensor. Yo quise hacer aún una ronda para ver lo que faltaba y asegurarme de que no había policías durmiendo por debajo de los muebles.

– ¿Instrucciones para mañana, señor? -le dije a Wolfe.

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