Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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Sus hombres eran disciplinados. Nadie preguntó qué era aquello. Para eso había que esperar al vestuario, después de la misión. Incluso entonces todos sabían que nadie podría hablar abiertamente de aquella misión nocturna.

– Listos para disparar -confirmó el jefe de escuadrilla de los Eagle.

– Listos -repitieron Eagle Dos y los otros dos pilotos.

– ¡Fuego!

En la pantalla frontal del Cubo el caza Fu parecía haberse quedado de repente sin movimiento mientras una fina línea roja salía de cada uno de los cazas hacia el punto verde.

– ¡Dios mío! -exclamó el jefe de escuadrilla de los Eagle. El duende había desaparecido ¡hacia arriba! Entonces la realidad se impuso.

– ¡Maniobras de evasión! -gritó el jefe de escuadrilla cuando el misil Sidewinder lanzado por el F15 opuesto a él le iba a dar caza.

Durante cuatro segundos reinó la confusión más absoluta mientras los pilotos y los aviones se abrían paso para escapar del fuego amigo.

El general Gullick no miró siquiera la refriega autoinducida.

– ¡Agitador número tres! ¡Fuera! Directo el ángulo de interceptación. Corto. Ocho, diríjase hacia el sur y atrápelo si va en la misma dirección que el otro. Aurora, indique altura. ¡Muévanse, gente, muévanse! Cambio.

– Veinte mil metros y subiendo -informó Quinn-. Veintitrés mil.

– ¡Te lo ruego, Dios mío! -dijo para sí el jefe de escuadrilla de los Eagle mientras salía del vuelo en picado en el que se había metido. Un Sidewinder pasó ruidoso por la izquierda. Tecleó en la radio.

– Escuadrilla Eagle, informen. Cambio.

– Uno, Roger. Cambio.

– Dos, Roger. Cambio.

– Tres. Me dio un mordisco, pero todavía estoy vivo. Cambio.

El jefe de escuadrilla de los Eagle miró el cielo hacia arriba, más allá del punto de donde se había marchado el duende.

– Gracias, Señor.

– Veintiocho mil y todavía ascendiendo -informó Scheuler al mayor Terrent. Sus dedos golpeaban el teclado que tenía delante, mientras sus brazos se debatían contra las fuerzas de la gravedad que lo obligaban a estar dentro del asiento.

– Treinta mil y todavía en ascenso -dijo el mayor Quinn-. Los F15 están todos a salvo y de regreso a Holloman -agregó-. Treinta y seis mil.

Había subido más de treinta kilómetros hacia arriba y todavía iba en vertical.

– Treinta y ocho mil. Está llegando al máximo -dijo Scheuler.

El mayor Terrent emitió un suspiro de alivio. Los controles empezaban a ir más lentamente. La altura máxima alcanzada por un agitador había sido de cincuenta mil trescientos metros; cuatro años antes aquello había sido un paseo salvaje. Por algún motivo, seguramente relacionado con el sistema de propulsión magnético que todavía no se había descubierto, a más de trescientos mil metros los discos empezaban a perder potencia.

La tripulación del disco que había llegado a la altura máxima experimentó la terrible experiencia de llegar al máximo mientras todavía intentaban ascender y luego sufrir una caída descontrolada antes de que el disco recuperase la energía.

– ¿Dirección? -preguntó Terrent concentrado en mantener el control.

– Suroeste -respondió Scheuler -Dirección dos, uno, cero grados.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Gullick.

– Duende en dirección dos, uno, cero grados -dijo Quinn-. En descenso en ruta de planeo, bajando a trescientos treinta mil metros. El número tres lo persigue de cerca. El número ocho está… -Quinn calló-. ¡El duende está cambiando de dirección!

– ¡Vaya! -exclamó el capitán Schleuder cuando las cosas cambiaron en su visor.

– ¿Qué? -Los controles en manos del mayor Terrent eran cada vez más firmes. Ya estaban casi por debajo de los trescientos mil metros.

Scheuler se puso en acción.

– ¡Peligro de colisión!

– Indíqueme la dirección -exclamó Terrent.

– Giro a la derecha -se aventuró a decir Scheuler.

En la pantalla grande, los puntos rojo y verde describieron una curva en la misma dirección y se fundieron. Gullick se puso en pie clavando los dientes en el puro.

Scheuler vio cómo el caza Fu se colocaba directamente sobre sus cabezas, a menos de tres metros. Un haz de luz blanca se desprendió de la pequeña bola brillante, alcanzó el disco y lo atravesó.

– ¡Fallo del motor! ¡Sin control! -informó Terrent. Ambos sintieron cómo su peso se volvía más ligero al ser agitados hacia arriba y luego despedidos hacia abajo.

– Veintisiete mil metros y en caída libre -dijo Scheuler mirando el visor.

La palanca y el mando se movían sin control en las manos de Terrent.

– Nada. No hay energía.

Miró a Scheuler. Ambos hombres mantenían su disciplina externa pero sus voces revelaban su miedo.

– Veintiséis mil -dijo Scheuler.

– El agitador número tres va en descenso sin control -informó Quinn-. No tiene energía. El platillo número ocho y el Aurora prosiguen todavía la caza.

El punto verde que representaba el caza Fu se desplazó bruscamente en dirección al suroeste.

– Veintiún mil -informó Scheuler.

Terrent soltó los mandos, que ya no servían para nada.

– Diecisiete mil.

El duende atravesará la frontera mexicana en dos minutos -informó Quinn.

– Agitador número ocho, aquí Cubo Seis -dijo Gullick por el micrófono que llevaba-. ¡Atrapen a ese hijo de puta!

Con la gravedad de la Tierra como única energía, el agitador número tres se desplomaba a una velocidad terminal. Habían volcado hacia un lado, y los cuerpos de los dos hombres se inclinaron bruscamente hacia abajo.

En realidad, bajaban más lentamente de lo que habían subido, pensó Scheuler, mientras miraba el contador del visor digital que tenía ante sí. Se sintió extrañamente indiferente; sus años de entrenamiento como piloto mantenían a raya el pánico. Por lo menos, no daban volteretas en el aire.

Scheuler dirigió una mirada interrogante a Terrent.

– Catorce mil. -Terrent comprobó de nuevo los controles-. Todavía, nada.

– Treinta segundos para la frontera -dijo Quinn.

Confirmó las malas noticias que mostraba la pantalla. La distancia entre el duende y el agitador número ocho aumentaba en lugar de disminuir, a pesar de que la tripulación del disco lo estaba forzando hasta el máximo que podía soportar.

Gullick escupió los restos de su puro.

– Agitador número ocho, aquí Cubo Seis. Se cancela la operación. Repito. Se cancela la operación, regrese a casa. Aurora, prosiga la caza. Cambio.

– Aquí agitador número ocho, Roger. Cambio.

– Aquí Aurora, Roger. Cambio.

En la pantalla, el platillo número ocho desaceleró rápidamente y volvió de nuevo hacia el espacio aéreo sobre los Estados Unidos. El Aurora continuó persiguiendo al duende.

– Alerte al Abraham Lincoln para proseguir la persecución -ordenó el general Gullick al almirante Coakley. Por fin el general fijó su mirada en la parte superior de la pantalla. El punto verde que representaba el agitador número tres todavía estaba quieto.

– ¿Altura? -preguntó.

Quinn supo a lo que se refería.

– Nueve mil metros. Todavía sin energía. Caída sin control.

– ¿Situación del equipo de recuperación Nightscape? -preguntó Gullick.

– En el aire, hacia el área de impacto prevista -respondió Quinn.

– Voy a inicializar a los seis mil -dijo Terrent con la mano de nuevo en la palanca roja-. Todo despejado.

Scheuler apartó el teclado y la pantalla de sus rodillas mientras Terrent hacía lo mismo.

– Despejado.

– Cable arriba -ordenó Terrent.

Scheuler pulsó un botón al lado de su asiento. Por detrás de ambos se tensó un cable sujeto del techo y su punto de anclaje se deslizó por un canal fijado en el suelo hasta detenerse exactamente entre las dos depresiones en las que los hombres estaban sentados.

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