Paul Doherty - Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte

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Alejandro Magno En La Casa DeLa Muerte: краткое содержание, описание и аннотация

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Alejandro Magno es uno de los personajes más fascinantes de nuestro pasado y algunos de los mejores cultivadores de novela histórica le han dedicado obras inolvidables. Doherty se suma a esta pléyade de narradores situándose en la primavera del año 334 a.C., cuando Alejandro se dispone a invadir Persia, iniciando la que hoy conocemos como la batalla del Gránico.

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Telamón recordó las llanuras, los ríos caudalosos, las marismas y los enormes bosques de su tierra natal. Sacudió la cabeza.

– Las llanuras de Tracia -susurró- nunca me harán añorar mi casa.

En cualquier caso, la campiña era agradable. Aquí y allá se veía alguna casa de campo donde se cultivaba, aunque la mayoría de los campesinos habían escapado a los pueblos cuando apareció el ejército de Alejandro. Había tramos del camino que estaban bordeados de abetos que ofrecían una sombra mitigante del calor de aquella mañana, que a Telamón se le hacía cada vez más difícil soportar. Lamentó que en las prisas por salir del campamento se hubiera olvidado el sombrero de alas anchas que muchos de sus compatriotas usaban para protegerse del sol.

– ¿Por qué Alejandro ha decidido dar este paseo? -preguntó a Aristandro, quien cabalgaba en su jamelgo, sumido en sus pensamientos.

– Su Excelencia -respondió Aristandro en un tono sardónico- siempre se ha caracterizado por su impetuosidad. Lamento que decidiera no traer más guardias -apuntó mirando por encima del hombro a los dos oficiales de caballería, que charlaban alegremente como niños a los que llevan de excursión.

– El campamento está cerca -señaló Telamón-. Aquí no corremos ningún peligro.

Aristandro sacudió la cabeza, como si tuviera dudas.

– Un rey nunca está seguro -comentó-. También estoy preocupado por mi enano, Hércules. Lleva horas sin dar señales. ¿Lo has visto esta mañana, Telamón? ¿Cuándo fuiste a la jaula de los esclavos para escoger a esa perra pelirroja?

– Casandra. Mi amiga y ayudante se llama Casandra.

– Y el mío es Hércules, quien parece haber desaparecido -replicó el custodio de los secretos vivamente-. Todos tenemos cosas más importantes que hacer que trotar por un camino como un hatajo de palurdos campesinos. Mi señora -preguntó a Antígona-, ¿los guías continúan asustados?

– Después de ver morir asesinados a dos de ellos, y sus cuerpos consumidos en la pira funeraria, es lógico que lo estén. Además, tienen la sensación de que ya no se confía en ellos.

– ¡Ah! ¿Te refieres a los tesalios que ahora los protegen?

– O los vigilan para que no deserten.

– Es la misma cosa -murmuró Aristandro encogiéndose de hombros mientras sujetaba las riendas con mano firme-. Todos estamos metidos en el mismo baile, rodeados por hombres armados -apuntó avivando al caballo para ir a cabalgar junto a Alejandro.

– ¿Por qué viniste aquí? -preguntó Telamón a Antígona-. ¿Por qué sencillamente no esperaste a que el rey cruzara el Helesponto?

– Soy griega de nacimiento -respondió la sacerdotisa sonriendo-. Por crianza y educación. También soy pariente lejana de Alejandro -añadió ampliando su sonrisa-. Conocí muy bien a su padre. No, no -aclaró levantando una mano en un gesto cargado de delicadeza-, ¡no de esa manera! Filipo cruzaba el Helesponto muy a menudo para inspeccionar las tropas y establecer una cabeza de puente. Me había encontrado antes con él; gracias a su influencia, me dieron el templo en Troya. Por supuesto, todo el mundo viene a Troya, incluido Filipo. Esto fue hace unos cinco años. Me trajo a mis dos doncellas tesalias: Aspasia y Selena. Filipo venía a visitarme, a rendir culto a la diosa y a hablar. ¡No sabes cuánto hablaba Filipo! Decía que marcharía hasta los confines del mundo y lo haría resonar con sus victorias. Rogaba para que un segundo Hornero cantara sus éxitos.

– ¿Alguna vez te dijo por qué?

– Filipo era un niño en un cuerpo de hombre -contestó Antígona-. Casi tanto como Alejandro -apuntó bajando el tono de voz-. Se veía a sí mismo como el gran héroe. El nuevo Agamenón que viviría tantas aventuras como Ulises. Yo solía burlarme y le decía que en realidad su único deseo era alejarse lo máximo posible de Olimpia. Nunca lo tomó a mal -apuntó sacudiendo la cabeza y mirando a lo lejos-. Era de una generosidad increíble. ¿Conoces la historia de Queronea? -preguntó sin esperar la respuesta-. Filipo derrotó a los ejércitos unidos de Grecia y se emborrachó. Comenzó a bailar por el campo de batalla. Un cautivo ateniense, Demades, gritó que Filipo se estaba comportando como un bárbaro, sin demostrar el menor respeto por los muertos. Cualquier otro rey hubiera mandado que le cortaran la cabeza. Filipo recuperó la sobriedad en el acto. Se disculpó por su comportamiento, liberó a Demades, lo colmó de riquezas y lo envió de regreso a Atenas como su representante.

– ¿Estás hablando otra vez de mi padre? -preguntó Alejandro, que había estado escuchando la conversación a pesar del ruido de los cascos y la charla de sus compañeros-. ¿A ti también te encantó, Antígona?

– Encantaba a todo el mundo -respondió la mujer-. Algunas veces, me llevaba a navegar en una barca de pesca. Pescaba la cena y la cocinaba.

Alejandro se encogió de hombros despreocupadamente y fue a reunirse otra vez con Hefestión.

– Sin embargo, Alejandro no es Filipo -susurró Telamón-. ¿Por qué has venido?

– Traje a los guías. También traje información y, por encima de todo lo demás, me traje a mí misma, una señal de buena fortuna -avisó acercándose un poco más-. Créeme, Telamón, Alejandro necesitará toda la buena fortuna que los dioses quieran concederle.

– ¿Qué me dices de las doncellas tesalias que fueron asesinadas antes de llegar a Troya? ¿Por qué Filipo reinstauró la costumbre? -preguntó el físico.

– Quería más compañeras -contestó Antígona-. Te dije cómo recogía la información. Aspasia y Selena interrogan a los viajeros, sobre todo a aquellos que llegan de la corte persa. Filipo quería que las tesalias no sólo fueran buenas compañeras para mí, sino que también escucharan y transmitieran sus informes.

– ¿Eres una espía macedonia, mi señora?

– Soy sacerdotisa de Atenea -respondió con una sonrisa que inundaba sus ojos-. Por supuesto que soy una espía macedonia, y los persas no pueden tocarme. Si alguien quiere entrar en contacto con Alejandro o las ciudades de Grecia, acude al templo de Atenea en Troya.

– ¿Te sorprendiste cuando uno de los generales de Memnón acudió a ti?

– ¡Ah sí, el renegado! Tiene a un jefe de caballería, Lisias, quien, creo, quiere cambiar de bando. Tenía que reunirse con Alejandro en Troya. Sin embargo, le avisé del cambio en los planes. Lisias había sido traicionado, probablemente por el espía cercano a Alejandro.

– ¿Sospechas quién puede ser el espía?

– Nadie lo sabe -replicó Antígona con un tono brusco-. Sea quien sea, lleva activo desde hace tiempo. Filipo también tuvo que soportar las actividades del mismo traidor. El rey no sabe si sólo es una persona, o si son dos o incluso una red.

– ¿Qué me dices de sus compañeros? -inquirió Telamón intrigado por el alcance de la traición.

– Corren algunos rumores. Hay quien murmura el nombre de Aristandro. Incluso he llegado a escuchar el nombre de Olimpia.

– ¿Olimpia?

– En los últimos años, odiaba a Filipo. Tenía muchas reservas sobre la campaña de su hijo. Lo mismo pasa con otros. Mira a tu alrededor, Telamón: los físicos con quienes te codeas, los compañeros de copas de Alejandro… ¿Has escuchado hablar de Parmenio?

– ¿El general de Alejandro en Asia, el comandante de la cabeza de puente?

– ¿Sabes cuántas veces intentó contratar guías? Al menos cinco. Fracasó en todas. En una ocasión, contrató sin saberlo a hombres al servicio de Persia y tuvo que retirarse ante las tropas de Memnón -apuntó Antígona tirando de las riendas-. Oh no, las señales no son buenas. No todos quieren que Alejandro marche hasta el confín del mundo.

Telamón se inclinó para palmear el pescuezo del caballo. La situación comenzaba a aclararse. Recordó la expresión de astucia en el rostro de Ptolomeo y los ojos asustados de Perdicles. ¿Había cometido un error esta mañana? ¿Alejandro había sido sólo la víctima del exceso de bebida y una pesadilla? ¿O se trataba de algún veneno muy sutil? Telamón miró hacia el cielo. Por primera vez desde su llegada, se preguntó si el mundo del que le había rescatado estaba a punto de abatirse sobre él para atraparlo de una vez por todas.

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