Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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– Puedo volver -respondió Raab, al tiempo que apuntaba con la boca del arma a los ojos del anciano-. Pero hermano, tu tiempo se ha acabado. No tienes adónde ir más que al infierno.

– No, papá -dijo Kate, con firmeza.

Sus palabras lo hicieron volverse. Ella tenía la pistola en la mano y le estaba apuntando directamente. Sacudió la cabeza.

– Aún no.

84

Raab sostenía la pistola contra la cabeza de su hermano, con el dedo en el gatillo. Y Kate sostenía su arma con ambas manos. No tenía ni idea de lo que haría.

Entonces, poco a poco, Raab soltó el percutor y bajó el arma.

– No irás a dispararme, ¿verdad, gorrión?

– Kate, sal -le dijo Mercado-. Deja que haga lo que tiene que hacer.

– ¡No!

Kate fulminó a Raab con la mirada, tratando de luchar contra la imagen de cuanto había creído y amado una vez. Todo el daño que ese hombre había causado iba a acabarse. Aquí. Sacudió la cabeza y le apuntó el pecho con la pistola.

– No pienso correr.

– Bájala -le dijo Raab-. Nunca he querido hacerte daño, Kate. Tiene razón. Ya puedes salir.

– No; ya me has hecho daño, papá. Nada en el mundo podría reparar el daño que has hecho.

Hubo una pausa calculada en los ojos de Raab.

Y entonces, con una sonrisa que la hizo estremecerse, Raab volvió a apuntar a Mercado en la cabeza.

– ¿No irás a dispararme, verdad, cariño? ¿A quien te ha querido todos estos años? ¿A quien te ha criado? Eso no puedes cambiarlo, Kate, sientas lo que sientas ahora. No por este…

Raab empujó a Mercado con el pie y el anciano rodó por el suelo.

– Por favor, no me obligues a hacer algo horrible, papá -dijo Kate. Las lágrimas le surcaban las mejillas.

– Vete -dijo Mercado-. Por favor…

Un charco de sangre empezó a formarse en el suelo.

– Si puedes hacerlo, adelante, Kate… ¡dispara! -Raab se volvió hacia ella-. Los dos sabemos que lo mataré dentro de un momento. Así que adelante, gorrión. -Levantó el arma hacia ella-. Mátame, cariño; si eres capaz, ahora es el momento…

A Kate se le paralizaron los dedos. Clavó la mirada en el cañón estrecho y gris de su pistola. No sabía lo que haría él. «Aprieta, aprieta -insistía una voz en su interior-. No es tu padre. Es una alimaña.» Le apuntó al pecho y cerró los ojos. «Aprieta.»

Y entonces volvió a abrir los ojos.

Él se sonreía.

– Ya lo suponía, Kate. Pero tiene razón. Sal, Kate, ahora. No te seguiré. -Se volvió de nuevo hacia Mercado y sostuvo la pistola a apenas unos centímetros de su cabeza-. Yo ya tengo lo que quiero.

Se oyó un disparo. Kate gritó, cerrando los ojos. Cuando los abrió, Raab seguía con la mirada clavada en ella, pero su expresión había cambiado.

Él retrocedió, tambaleándose. Se miró el hombro, en estado de shock. Se llevó la mano a la chaqueta y, al sacarla, la tenía empapada de sangre. Miró a Kate, incrédulo. Entonces apuntó a Mercado con su arma.

– ¡No!

Kate volvió a apretar el gatillo. Esta vez Raab se volvió y se agarró el brazo derecho, mientras el arma le caía al suelo con gran estrépito.

Parecía confuso. Por un instante, Kate no tuvo claro lo que Raab pensaba hacer.

Entonces él, persistente, dio un paso en dirección al arma caída en el suelo. Kate volvió a retirar el percutor.

– Por favor, no me obligues a hacer esto…

Le temblaban las manos. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Avanzó un paso y apuntó a Raab al pecho.

– ¿Qué vas a hacer? -dijo Raab bajando la mirada y observando la sangre que tenía en la palma de la mano, como incapaz de creer lo que ella había hecho-. ¿Matar a tu propio padre, Kate?

Kate consiguió que las manos dejaran de temblarle. Negó lentamente con la cabeza.

– Tú no eres mi padre, hijo de puta.

Raab se detuvo y se agachó sobre la pistola, jadeando. El brazo herido le colgaba inerte a un costado del cuerpo. Entonces alargó la mano.

Los dedos de ella temblaron sobre el gatillo.

– ¡No!

Raab se agachó un poco más y asió el arma con los dedos. La volvió a coger lentamente.

– Por favor, papá… -sollozó Kate.

– Siempre fuiste la luchadora de la familia, ¿verdad, gorrión? -Enderezó la pistola hasta apuntar hacia ella-. Lo siento, cariño, pero no puedo dejarlo con vida.

Un disparo resonó desde atrás. Raab cayó hacia delante, con la sangre manándole del pecho. Y luego uno más: más gotas de sangre, su arma cayendo ruidosamente al suelo. Raab giró en redondo, con los dedos aún asiendo un arma imaginaria, apuntando con ella al aire, al tiempo que doblaba las piernas con la mirada clavada en quien le había disparado.

Cayó.

Greg estaba en el umbral, pálido como un fantasma, con los brazos extendidos. Se volvió hacia Kate y sacudió la cabeza.

– No podía permitir que te hiciera daño, cariño. Como te dije, siempre podrás contar conmigo.

85

La policía llegó al laboratorio en cuestión de minutos. Las ambulancias le iban a la zaga. Aquello parecía un campo de batalla, con las luces cegadoras destellando y los chirridos de las ambulancias deteniéndose en el exterior con grandes frenazos. Tres cadáveres yacían en el vestíbulo. Había sangre por todas partes. Kate estaba sentada junto a Greg, que la rodeaba con el brazo, mientras los equipos médicos atendían a Mercado. Ella dijo a la policía que sólo hablaría con el agente Phil Cavetti del programa WITSEC. Venía de camino.

Raab estaba muerto. Mercado seguía con vida, pero a duras penas. Mientras esperaban, Kate no dejó de acariciarle el rostro, rogándole que aguantara. Y, de un modo u otro, lo consiguió. Semiinconsciente, farfullaba constantemente que todavía le quedaba algo por saber. Kate le apretaba la mano. «Por favor, no te mueras…»

Cavetti llegó a la escena al cabo de unos minutos. Nada más verlo, Kate se soltó y corrió a abrazarlo.

– Mi padre… -sollozó en su hombro-. Mi padre vino… con el hombre de fuera. Mató a esos agentes… Tuve que…

– Lo sé, Kate. -Cavetti asintió al tiempo que le daba palmaditas en la espalda. No hizo nada por apartaría-. Lo sé…

– Era todo una venganza -dijo Kate-. Toda nuestra vida no era más que una mentira… por venganza. Destruyó a toda nuestra familia para vengarse de Mercado por haberlos traicionado. -Kate volvía a tener los ojos inundados de lágrimas-. Mi padre… Mercado es mi padre, Cavetti. -Se apartó y levantó la mirada hacia Raab-. Me he pasado la vida oyéndole decir que lo único que contaba era la familia. Eso es lo único que no era mentira.

El personal sanitario que atendía a Mercado lo subió a una camilla. Cavetti les hizo una señal con la cabeza indicándoles que se lo llevaran.

– ¿Adónde lo llevan? -preguntó Kate presa de los nervios, pues ella también quería ir.

Cavetti la asió por los hombros y sacudió la cabeza apenas perceptiblemente.

– Lo siento, Kate, pero eso no puedes saberlo.

Empezaron a llevárselo hacia la entrada. De pronto, Kate se dio cuenta de que estaba pasando otra vez lo mismo.

– ¡No!

Corrió junto a la camilla y se aferró a la mano de él. Se estaban llevando a su padre.

– Hice lo correcto -murmuró él mirándola.

– Sí -asintió Kate, apretándole la mano-. Así es.

Él sonrió.

Se lo llevaron por el pasillo que conducía a la zona de recepción y lo bajaron por las escaleras, hasta la acera. Kate lo siguió durante todo el trayecto. Un corro de personas se había congregado en la calle. Varias ambulancias con las luces en marcha cortaban el tráfico.

– Te quiere -dijo Mercado. Alargó la mano y agarró con firmeza el brazo de ella-. Durante todo este tiempo, sólo ha estado ahí para protegerte. Debes saberlo, Kate. Sólo estaba ahí por mí…

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