Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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Él estaba por allí, en algún lugar.

Era una espléndida tarde de otoño que le recordó a Kate que un día como éste se había graduado en la universidad. Aún guardaba la foto en el escritorio: ella, vestida con la toga y el birrete, en el campus de Brown; las sonrisas de todos, tan brillantes y orgullosas; su cabeza apoyada en el hombro de su padre. Nunca había visto el cielo tan azul como ese día.

Él le había estado mintiendo… incluso entonces.

Kate rezaba por estar haciendo lo correcto. Tenía el cerebro embotado por la falta de insulina, y hasta se notaba la sangre circulando pesada y lentamente.

Era consciente de que no pensaba con total claridad. Miró el reloj: las 3.30. La estaba haciendo esperar. Comprobó la pistola en el bolso y volvió a mirar a los policías.

«Por favor, Kate, por favor, no cometas el mayor error de tu vida.»

Entonces, de pronto, lo vio aparecer entre la multitud, como surgido de la nada.

Sus miradas se encontraron. Él se quedó a cierta distancia, como si la dejara acostumbrarse a verlo, con esa sonrisa que conocía tan bien, pero que a la vez se le antojaba poco clara. Llevaba pantalones caqui, una camisa azul de cuello abierto y la consabida americana azul marino. Tenía el pelo más corto, casi cortado al rape. Ya no estaba moreno. Nunca le había visto con la cara tan chupada. Parecía sacado de una película de ciencia-ficción de ésas de bajo presupuesto: alguien viviendo en el cuerpo de otra persona. Un dominguero haciendo footing se les cruzó por delante. Kate tenía los nervios de punta.

– Hola, gorrión.

Él no hizo ademán de ir a abrazarla. Si lo hubiera hecho, Kate no hubiera sabido qué hacer. Se limitó a observarlo, recorriendo cada rasgo familiar con la mirada. Por un lado, deseaba apoyar el rostro en su pecho y rodearlo con los brazos, como había hecho mil veces. Por otro, quería atacarlo, indignada, llena de ira. Así que se limitó a escudriñar las profundidades más recónditas de sus ojos.

– ¿Quién eres… papá?

– ¿Que quién soy? ¿Cómo que quién soy, gorrión? Soy tu padre, Kate. Nada de lo que ha pasado puede cambiar eso.

Kate sacudió la cabeza.

– No sé si lo tengo claro.

Él sonrió con cariño.

– ¿Te acuerdas de la primera vez que te llevé por la montaña en Snowmass? ¿Lo pegada que ibas a mí? ¿Y cuando me viniste a buscar después de que te plantara aquel gilipollas de la BU, aquel actor? Cuando te abrazaba y te secaba las lágrimas de los ojos…

– Ahora ya no tengo lágrimas, papá; te he preguntado quién eres. ¿Cuál es nuestro verdadero apellido? No es Raab. Eso ya lo sé. ¿Cuál es la verdad sobre nuestra familia? Rosa… ¿de dónde era en realidad? De España no.

– ¿Con quién has hablado, Kate? Quienquiera que te haya dicho esas cosas miente.

Alargó la mano hacia ella.

– ¡Para! -Retrocedió-. Para, por favor… Sé. la verdad. Lo sé, papá. El tiempo que llevas trabajando para ellos. Mercado. Cómo el FBI te descubrió. Quién te delató. -Esperaba que dijera algo, cualquier cosa, para negarlo, pero él se limitó a quedarse mirándola-. ¿Quién acribilló nuestra casa esa noche? ¿Nos protegías, papá? ¿Tenías miedo?

– Siempre te he protegido, gorrión -respondió él-. Soy quien te ayudó a recuperarte cuando te pusiste enferma. Yo era quien estaba a tu lado en el hospital cuando abriste los ojos. Lo sabes, Kate. ¿Quién fue la primera persona que viste? El resto, ¿qué importa? Cualquier otra cosa no es más que una mentira.

– No. -A Kate le hervía la sangre de ira-. Sí que importa, papá. Es todo cuanto importa. Si quieres saber lo que es una mentira, yo te lo enseñaré.

Hurgó en el bolso y sacó algo que le puso en la mano. Era la instantánea de él y su hermano delante de la puerta de Cármenes.

– Mira esto, papá. Esto es una mentira. Ésta es la mentira que llevas toda la vida contando, hijo de puta.

77

Él no mostró sorpresa ni se inmutó. Se limitó a mirar fijamente la foto, como recordando, como si se hubiera topado con algo íntimo y valioso que llevara largo tiempo perdido. Cuando volvió a mirar a Kate, curvó las comisuras de los labios y esbozó una sonrisa resignada.

– ¿De dónde has sacado esto, Kate?

– Maldito seas, papá, confiábamos en ti -dijo Kate, incapaz de controlar la furia que la invadía-. Em, Justin, mamá… Te habíamos confiado nuestras vidas. Más que nuestras vidas, papá: te habíamos confiado nuestra identidad.

Él golpeó la foto con el pulgar.

– Te he preguntado de dónde has sacado esto, Kate.

– ¿Qué más da? Quiero oírlo de tus propios labios; por eso estoy aquí. Quiero oír cómo me dices que todo era mentira. Lo que hacías. Quién eras. Quiénes éramos.

Algunos transeúntes se volvían y se los quedaban mirando, pero Kate no cedía, con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Y Greg, papá? ¿Eso también era parte del plan? ¿Era algún rollo sefardí, papá, o sólo negocios? ¡Fraternidad!

Él le tendió la mano, pero Kate se apartó. Ahora le daba asco.

– ¡Lo sé! Sé que él es tu hermano. Sé lo de tu padre y quién era. Sé que lo organizaste todo: tu detención, el juicio, que te metieran en el programa. Sé lo que pretendes hacer.

Él se quedó allí mirándola, protegiéndose los ojos del sol.

– Mataste a esa mujer, ¿verdad? A Margaret Seymour. Mataste a mi madre… ¡a tu propia esposa! Y a esa mujer de Búfalo. Es todo verdad. Todo, ¿a que sí? ¿Qué clase de monstruo eres?

Él parpadeó. De pronto, fue como si algo familiar cambiara.

De repente había dureza en sus ojos, un vacío helado en su mirada.

– ¿Dónde está, cariño?

– ¿Dónde está quién?

La voz de él sonaba apagada; hablaba casi en tono profesional. Le tendió la mano.

– Ya sabes a quién me refiero.

Y entonces fue como si la persona que había conocido toda su vida ya no estuviera allí delante.

Kate se soltó.

– No sé de quién me hablas. No sé ni cómo nos llamamos en realidad. ¿Metiste a Greg en mi vida, hijo de puta? ¿Para hacer qué? ¿Convertir también mi vida en una mentira? Dime una cosa, papá. ¿Cuánto tiempo -miró sus ojos vacíos-, cuánto tiempo lo supo mi madre?

Él se encogió de hombros.

– Sé que lo has visto, Kate. Es él quien te está envenenando. Es él quien te cuenta mentiras. Quiero que vengas conmigo. He pensado en lo que me dijiste. Iremos los dos al FBI. Ellos te dirán lo mismo que yo.

Esta vez alargó la mano y la agarró, haciendo que se retorciera de asco. Kate forcejeó para soltarse.

– ¡No! -Dio un paso atrás-. Ya sé lo que quieres hacer. Quieres atraerlo a través de mí. Maldito seas, papá, es tu hermano. ¿Qué piensas hacer, matarlo también?

Su padre quiso tocarla, pero se detuvo. Su mirada cambió de un modo extraño. Kate fue presa de un escalofrío sobrecogedor.

Había visto algo.

– ¿Qué estás mirando? -preguntó ella, estremeciéndose de arriba abajo.

– Nada.

Su mirada volvió a fijarse en ella. Sus labios esbozaron una media sonrisa.

En sus ojos había algo escalofriante y casi inhumano. A Kate casi le estalló el corazón. Miró a su alrededor, en busca de los policías. Tenía claro que debía irse. ¡Era su padre! De pronto, Kate temió por su vida.

– Ahora tengo que irme, papá.

Él avanzó un paso en dirección a ella.

– ¿Por qué lo proteges, Kate? Él no es nadie para ti.

– No protejo a nadie. Tienes que entregarte. Yo ya no puedo ayudarte.

Kate retrocedió hasta chocar con una mujer, haciendo que cayera el paquete que ésta llevaba.

– ¡Eh!

Empezó a correr por el paseo. Su padre la siguió unos pasos mientras la gente se cruzaba en su camino.

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