– Color de ojos incorrecto, amigo mío. Los de Elizabeth son azules… igual que los suyos… y la ley de Mendel dice que es imposible que dos personas de ojos azules tengan un hijo de ojos pardos. -«¡Te pesqué, hijo de puta!» O bien Leo había mentido para burlarse, o ese cretino ignorante sabía tanto de genética como él-. No debió confiar en Vera para obtener información, Fox. Ella nunca pudo recordar bien las fechas. El soldador irlandés anduvo por aquí dos años antes del embarazo de Elizabeth -levantó un dedo y apuntó al corazón de Fox-, y ésa es la razón por la que Ailsa tampoco le hubiera creído. No importa de qué muriera… o cómo muriera, ella sabía que no existía la menor conexión entre su nieta y usted.
Fox negó con la cabeza.
– Ella me reconoció en ambas ocasiones, señor Ankerton… me pagó para que me largara la primera vez… y lo hubiera vuelto a hacer de no haber muerto. Ella no quería que su marido conociera la existencia de algunos secretos familiares.
– ¿La mató usted? -preguntó Mark sin ambages.
– No. Esa noche no estuve aquí.
Nancy salió del pasillo.
– Vera dijo que él intentaba chantajear a Ailsa. Parecía bastante lúcida. Al parecer, Ailsa dijo que prefería morir antes de darle dinero… y por eso él hizo que Vera cerrara la puerta con llave y dejara que se ocupara de Ailsa.
La mirada de Fox se desvió unos instantes hacia Nancy.
– La señora Dawson me confunde con Leo. Quizá debería formular esas preguntas al hijo del coronel, señor Ankerton.
Mark sonrió levemente.
– Si no estaba aquí, ¿dónde estaba?
– Probablemente en Kent. Pasamos casi toda la primavera en el sureste.
– ¿Pasamos? -Mark contempló cómo una gota de sudor se deslizaba por un lado de la frente de aquel hombre. Sólo daba miedo en la oscuridad, pensó. A la luz y esposado, no parecía tan intimidatorio. Tampoco era inteligente. Astuto, pero no inteligente-. ¿Dónde están Vixen y el Cachorro? -preguntó, al no obtener respuesta de Fox-. Seguramente Vixen apoyaría la coartada de la estancia en Kent si le dice a la policía dónde está.
Fox centró su atención en Monroe.
– ¿Piensa hacer su trabajo, sargento, o va a permitir que el coronel y su abogado me interroguen?
Monroe se encogió de hombros.
– Le hemos prevenido. Tiene derecho a guardar silencio, como cualquier otra persona. Siga, señor -invitó a Mark-. Me interesa lo que tenga que decir.
– Puedo ofrecerle los hechos que conozco, sargento. -Puso en orden sus ideas-. Primero: cuando tenía quince años, Elizabeth mantuvo una relación con un soldador irlandés. Él la convenció de que robara en provecho suyo y su hermano asumió la responsabilidad para protegerla. Sin duda, Vera conocía la relación, porque encubría a Elizabeth cada vez que la chica salía. Aquel episodio dio lugar a que se fomentara la desconfianza entre los sirvientes, desconfianza que nunca desapareció. Vera se sentía maltratada porque el coronel la acusó del robo… y dudo que la señora Lockyer-Fox volviera a tratarla alguna vez como antes. Estoy seguro de que Vera instigó a Elizabeth a actuar como lo hizo.
Puso una mano sobre el brazo de James para que el anciano se mantuviera en silencio.
– Segundo: Elizabeth tuvo una hija a los diecisiete años que fue dada en adopción. Era una adolescente promiscua y desconocía quién era el padre. Por supuesto, Vera supo lo del parto y la adopción. Sin embargo, sospecho que ella ha mezclado los dos episodios, y ésa es la razón por la que este hombre piensa que el irlandés era el padre. -Escrutó el rostro de Fox-. La única persona viva que puede identificar a ese individuo, aparte de Vera, cuyo testimonio carece de valor, es la propia Elizabeth, y ella lo ha descrito como un hombre mucho mayor, que, además, era el padre de la mayoría de los niños de su grupo.
– Ella miente -dijo Fox.
– Entonces es su palabra contra la de ella. Si no lo identifica, la policía sacará sus propias conclusiones sobre la veracidad de todo lo que ha dicho… incluyendo lo referente a la muerte de la señora Lockyer-Fox.
Mark fue recompensado con el instante de indecisión que se reflejó en aquellos ojos pálidos.
– Tercero: el resentimiento de Vera hacia su esposo y los Lockyer-Fox ha crecido de manera exponencial desde que su demencia se hizo perceptible en 1997. La fecha está documentada porque en ese momento se adoptó la decisión de permitirle a ella y a Bob vivir en la casa del guarda sin pagar alquiler hasta su muerte. El coronel acaba de decir que Vera llenó la cabeza de este hombre de tonterías sobre su parecido con Leo. Sospecho que lo que ocurrió fue diametralmente lo contrario. Él aprovechó su parecido con Leo para llenar de tonterías la cabeza de Vera. No pretendo comprender por qué, excepto que él entendió lo fácil que fue ganar dinero la primera vez y pensó que podía repetirlo. -Hizo una pausa-. Finalmente, y lo más importante, ni Leo ni Elizabeth han visto nunca a la señora Bartlett ni han hablado con ella. Por lo tanto, sea cual sea la estafa que este hombre estaba maquinando, no tiene nada que ver con los hijos del coronel.
– La señora Bartlett parecía muy convencida -intervino Monroe.
– Entonces miente, o también la han engañado -afirmó Mark con rotundidad-. Le sugiero que incluya a Fox en una rueda de reconocimiento para ver si ella lo identifica. Y haga lo mismo con la madre de Wolfie cuando la encuentren, si lo hacen, por supuesto. Él y una rubia de ojos azules podrían engañar sin mucha dificultad a personas que hayan visto a Leo y Elizabeth de lejos.
– ¿Puede probar que no estaban involucrados?
– Sí. -Puso una mano bajo el codo del coronel para servirle de apoyo-. La hija del coronel se está muriendo. Desde septiembre entra y sale del hospital, padece una enfermedad incurable en el hígado. Si se hubiera reunido en octubre con la señora Bartlett, eso habría ocurrido dentro de los límites del hospital de St Thomas.
Se trataba de una soldadura muy ingeniosa, una falsa pared trasera del compartimiento de equipajes delantero, pero fue detectada por una colega de Barker de mirada aguda, que se preguntó por qué una fina línea de pintura, del ancho de un cincel, se había borrado del borde de uno de los paneles. A la luz del día no hubiera sido visible pero, al pasar la linterna, la franja de metal desprotegido destacaba sobre la pintura gris.
– Tengo que reconocer que este tipo es muy listo -dijo Barker con admiración, cuando una mínima presión con un cuchillo liberó un muelle que permitía retirar el panel del borde que lo mantenía sujeto al otro lado.
Apuntó su linterna hacia el espacio de treinta centímetros de profundidad y un metro de anchura que acababa de aparecer.
– Parece que ha limpiado la mitad de las casas señoriales de Inglaterra.
La agente de policía descendió al compartimiento para palpar algo bajo el panel de la izquierda.
– Aquí hay más -dijo, mientras buscaba con los dedos y liberaba un segundo cierre al nivel del suelo. Tiró del panel hacia sí y lo dejó reposar horizontalmente-. ¿No sientes curiosidad por saber cuánto de lo que hay aquí pertenece a la mansión de los Lockyer-Fox?
Barker deslizó la luz de la linterna sobre los cuadros y piezas de plata que llenaban el escondrijo.
– No tengo idea… pero sí creo que el viejo coronel debió de haberse dado cuenta de que las cosas desaparecían. -Se desplazó al compartimiento siguiente-. Si estos dos sitios tenían la misma profundidad cuando construyeron el autocar, eso quiere decir que también hay una pared falsa en la parte de atrás. ¿Quieres intentar encontrarla?
La agente se arrastró hacia el maletero y comenzó a trabajar de nuevo con el cuchillo. Soltó un gruñido de satisfacción cuando el panel se abrió.
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