Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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Esta vez no dudó en llamar a la policía. El miedo la había vuelto incoherente pero logró dar su dirección. Desde la llegada de los nómadas, la policía sabía que tendrían problemas y despacharon un coche de inmediato para investigar. Mientras tanto, la agente femenina de la comisaría mantenía a Prue en línea para tranquilizarla. ¿Podía dar la señora Weldon una descripción del hombre? ¿Lo había reconocido? Prue detalló lo que parecía la descripción estereotipada de un ladrón o un atracador. «Cara blanca… ojos que me miraban…» Y repetía continuamente que no se trataba de Mark Ankerton ni de James Lockyer-Fox.

La agente le preguntó por qué aludía al coronel Lockyer-Fox o al señor Ankerton, y a cambio recibió un embrollado informe sobre una entrada en su casa a la fuerza, intimidación, incesto, llamadas amenazantes, grabaciones, Darth Vader, el asesinato de un perro y la inocencia de Prue, que no había hecho nada malo.

– Es Eleanor Bartlett, de la casa Shenstead, con quien deben hablar -insistió Prue como si la agente le hubiera telefoneado a ella y no al contrario-. Ella es la que dio pie a todo esto.

La mujer envió la información a un colega que había trabajado en la investigación del caso de Ailsa Lockyer-Fox. Eso podía interesarle, dijo. Y la señora Weldon sugería la existencia de algunos extraños secretos de familia de los Lockyer-Fox.

Lo que hizo que Prue hablara con tanta libertad fue la autocompasión. No había recibido ni una muestra de bondad a lo largo del día y la voz tranquilizadora al otro lado de la línea, seguida por la llegada de dos forzudos uniformados dispuestos a buscar al intruso en la casa y el patio, obtuvieron su rendición de tal modo que ningún interrogatorio hubiera logrado lo mismo en menos tiempo. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando uno de los agentes le puso en la mano una taza de té y le dijo que no había nada de qué preocuparse. Quienquiera que fuera el mirón, ya no estaba.

Cuando el sargento detective Monroe llegó, media hora después, ella estaba entregada por entero a ayudar a la policía en todo lo que pudiera. Ahora que estaba mejor informada, debido a la visita de James y Mark, hizo una laberíntica exposición de los hechos, terminando con una descripción del hombre que hablaba por teléfono con un distorsionador de voz, el «asesinato» del perro de James y el robo en la mansión del que había hablado Mark.

Monroe frunció el entrecejo.

– ¿Quién es el hombre que telefonea? ¿Lo conoce usted?

– No, pero estoy segura de que Eleanor Bartlett sí -dijo, ansiosa-. Pensé que la información provenía de Elizabeth… al menos, eso fue lo que me dijo Eleanor… pero el señor Ankerton dice que Eleanor se ceñía a un guión, y creo que tiene razón. Cuando se les oye a los dos, al hombre y a ella, uno se da cuenta de todas las repeticiones.

– ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Que ese hombre ha escrito el guión?

– Bueno, sí; eso es lo que creo.

– ¿Está diciendo que la señora Bartlett está conspirando con ese hombre para chantajear al coronel Lockyer-Fox?

A Prue no se le había ocurrido aquella idea.

– Oh, no… Sólo pretendía avergonzar a James y hacerlo confesar.

– ¿Confesar qué?

– El asesinato de Ailsa.

– La señora Lockyer-Fox murió por causas naturales.

Prue hizo un gesto de desesperación con la mano.

– Ése fue el veredicto del juez de instrucción… pero nadie lo creyó.

Fue una declaración generalizada que el sargento prefirió ignorar. Hojeó sus notas.

– ¿Y usted asume que el coronel la mató porque el día antes de su muerte su hija dijo a la señora Lockyer-Fox que el hijo era de él? ¿Está totalmente segura de que la señora Lockyer-Fox vio a su hija ese día?

– Ella fue a Londres.

– Londres es una ciudad muy grande, señora Weldon, y, según nuestra información, ella participó en la reunión del comité de una de sus organizaciones caritativas. Además, tanto Elizabeth como Leo Lockyer-Fox dijeron que llevaban seis meses sin ver a su madre. Eso no encaja con lo que usted alega.

– Yo no -dijo ella-. Yo nunca he alegado nada. Cuando llamaba, me mantenía en silencio.

El ceño de Monroe se frunció aún más.

– Pero usted sabía que su amiga sí alegó eso. Entonces, ¿quién la convenció de lo contrario?

– Debe de haber sido Elizabeth -dijo Prue, incómoda.

– ¿Por qué haría eso si nos dijo que no había visto a su madre desde hacía seis meses?

– No lo sé. -Prue se mordió el labio con ansiedad-. Ésta es la primera vez que oigo por boca de ustedes que sabían lo del viaje de Ailsa a Londres. Eleanor asegura que James no les contó nada.

El sargento sonrió levemente.

– Usted no tiene un buen concepto de la policía de Dorset, ¿verdad?

– ¡Oh, no! -le aseguró ella-. Creo que es maravillosa.

La cínica sonrisa del agente se evaporó de inmediato.

– Entonces, ¿por qué cree que no íbamos a comprobar los movimientos de la señora Lockyer-Fox los días previos a su muerte? Hasta que el patólogo llevó a cabo el análisis post mortem estuvimos investigando sobre la causa de su muerte. Durante dos días hablamos con todas las personas que habían tenido contacto con ella.

Prue se abanicó mientras un cálido rubor le subía por el cuello.

– Eleanor dijo que todos ustedes eran francmasones… igual que el patólogo.

Monroe la miró pensativo.

– Su amiga está mal informada, actúa con malicia o es una ignorante -dijo antes de volver a consultar sus notas-. Usted asegura estar convencida de que el relato de la reunión era verdad debido a la discusión que oyó, en la que la señora Lockyer-Fox acusaba a su marido de arruinar la vida de Elizabeth…

– Parecía tan lógico…

El sargento no le prestó atención.

– … pero ahora no está segura de que ella estuviera hablando con el coronel. Además, usted cree que situó los hechos en una secuencia incorrecta y que el señor Ankerton tuvo razón cuando dijo que la muerte del perro del coronel estaba relacionada de alguna manera con el golpe que usted oyó. Él cree que la señora Lockyer-Fox fue testigo de la mutilación deliberada de un zorro.

– Eso fue hace tanto tiempo… En ese momento era lo que yo pensaba… fue algo horrible, sobre todo porque a la mañana siguiente Ailsa estaba muerta… No se me ocurrió que hubiera podido ser otra persona, excepto James.

El detective calló un momento; meditaba sobre algunos datos que había anotado.

– El coronel informó sobre un zorro mutilado en su terraza a principios del verano -dijo de repente-. ¿Sabía algo de eso? ¿O si después hubo otros?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Cree que podría ser su amiga, la señora Bartlett, la responsable de eso?

– ¡No, por Dios! -protestó Prue, profundamente horrorizada-. A Eleanor le gustan los animales.

– Pero supongo que se los come.

– Eso no es justo.

– Creo que hay muy pocas cosas justas -dijo Monroe sin emoción-. Digámoslo de otra manera. Tras la muerte de su esposa, el coronel Lockyer-Fox ha sido víctima de un catálogo de brutalidades. Usted insiste en que la campaña de acoso fue idea de su amiga, entonces ¿por qué desecha la sugerencia de que ella pudiera matar a su perro?

– Porque tiene miedo a los perros -respondió sin mucha convicción-, sobre todo a Henry . Era un gran danés. -Sacudió la cabeza anonadada, tan a ciegas sobre lo ocurrido como el detective-. Es algo tan cruel… no soporto ni siquiera pensar en ello.

– ¿Y no cree que es cruel acusar a un anciano de incesto?

– Ellie dijo que si nada de eso era cierto, él se defendería, pero nunca dijo una sola palabra… se quedó encerrado en su casa e hizo como si nada ocurriera.

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