Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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Ella le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó el rostro a la luz de la luna.

– ¿Seguro que sólo tienes diez años? -le preguntó, burlona.

– Creo que sí -respondió el niño, soñoliento.

– ¿Por qué no estás durmiendo?

– No puedo entrar en el autocar. Fox lo cerró con llave.

– ¡Por Dios! -gruñó ella con enfado-. ¿Adónde ha ido?

– No sé. -Señaló hacia la granja Shenstead-. Tomó ese camino a través del bosque. Creo que fue a que lo recogieran.

– ¿Quién?

– No sé. Él llama y alguien lo recoge. Cuando mamá estaba con nosotros yo lo seguía a veces. Pero ya no me molesto en hacerlo.

Bella lo acomodó en su regazo dentro del voluminoso abrigo y reposó la barbilla sobre la cabeza del niño.

– ¿Sabes una cosa, cariño? No me gusta nada lo que está pasando aquí. Me iría mañana mismo con mis hijas… Pero me preocupas. Si yo supiera qué tiene en mente tu padre… -Se sumió en un silencio breve y meditativo-. ¿Y si te llevo mañana con los maderos y tú les cuentas algo sobre tu madre? Puede que estés una temporada en una casa de acogida, pero así te apartarás de Fox y finalmente volverás con tu madre y con el Cachorro. ¿Qué crees?

Wolfie negó violentamente con la cabeza.

– No. Tengo miedo a los maderos.

– ¿Por qué?

– Buscan moretones, y si los encuentran, te llevan con ellos.

– ¿Y en tu cuerpo, van a encontrarlos? -preguntó la mujer.

– Creo que sí. Entonces me mandarán al infierno.

Su cuerpecillo flacucho se estremeció y Bella se preguntó con furia por qué le habían metido esa porquería en la cabeza.

– ¿Por qué irías al infierno si tienes moretones, cariño? ¡Eso no es culpa tuya, es culpa de Fox!

– Va contra las reglas -le respondió el niño-. Los médicos se cabrean cuando encuentran moretones en los niños. Cuando eso ocurre, uno no quiere estar cerca.

¡Dios todopoderoso! Sólo una mente retorcida podría fabricar aquella lógica asquerosa. Bella le abrazó fuerte y le obligó a pegarse más a ella.

– Confía en mí, cariño, no tienes nada de qué preocuparte. Tienes que hacer algo verdaderamente malo para que los médicos y los maderos se cabreen, y tú no has hecho nada malo.

– Pero tú sí -dijo Wolfie, que la había oído llamar por teléfono desde su escondite bajo las mantas-. No debiste decir a Fox dónde está Nancy. Lo único que ella hizo fue desatar la cuerda para hacerse amiga tuya. -Levantó la vista hacia la cara de luna de Bella-. ¿Crees que él la va a cortar con su navaja? -preguntó con tristeza.

– Nada de eso, cariño -le dijo con tranquilidad, posando de nuevo la barbilla en la cabeza de Wolfie-. Le dije que estaba en operaciones nocturnas en la llanura de Salisbury. Hace tres días aquello estaba atestado de soldados, se entrenan para ir a Afganistán creo, así que va a ser como buscar una aguja en un pajar… suponiendo que la aguja esté allí, claro.

Mensaje de Mark

Emergencia. Llámeme con urgencia

Mark hizo un último intento de comunicar; a continuación puso el móvil en la mano de James e hizo girar el volante para entrar de nuevo en la carretera con el Lexus.

– ¿Sabe cómo funcionan esos chismes?

James miró el diminuto aparato que tenía en la mano. Los botones brillaron en la oscuridad durante uno o dos segundos y después se apagaron.

– Me temo que no -confesó-. El único teléfono móvil que he utilizado en mi vida era del tamaño de una caja de zapatos.

– No pasa nada. Cuando suene me lo da.

Mark pisó a fondo el acelerador y condujo a gran velocidad por el estrecho carril, rozando el arcén con los neumáticos.

James se apoyó en el salpicadero.

– ¿Le importaría que le dé algunos datos de la vida en el ejército? -dijo.

– Adelante.

– Además del problema del terrorismo del IRA, que es una alerta aún vigente, ahora existe la amenaza del terrorismo de Al Qaeda. Los dos factores significan que los campamentos militares son áreas cerradas para cualquiera que no tenga los documentos y la autoridad adecuados… y eso incluye al personal militar. -Se estremeció cuando las luces mostraron un seto peligrosamente cerca-. Lo mejor que podemos esperar usted y yo como civiles es que logremos persuadir al sargento de guardia para que llame y pida a Nancy que vaya a la entrada. Aunque con toda seguridad se negará a hacerlo, así que sugiero que mañana la busquemos por los canales adecuados. Bajo ninguna circunstancia nos permitirán recorrer el campamento en busca de Nancy. Nuestro amigo, el del teléfono, tendrá que sufrir las mismas restricciones.

Los neumáticos rechinaron en una curva.

– ¿Me está diciendo que no tiene sentido ir hasta allá?

– Lo que sin duda estoy cuestionando es la pertinencia de morir en el intento -dijo el anciano con sequedad-. Incluso en el caso de que decidamos continuar, quince minutos más no cambiarán nada respecto a la seguridad de Nancy.

– Lo siento. -Mark redujo la velocidad hasta un límite aceptable-. Creo que ella necesita saber lo que pasa.

– Nosotros mismos no lo sabemos.

– Entonces hay que prevenirla.

– Ya lo ha hecho con su mensaje. -El tono del anciano era como de disculpa-. No vamos a descubrir nada si huimos, Mark. Eso de lanzarse de cabeza huele a pánico bajo el fuego enemigo. Mantener la posición nos dirá al menos contra qué y contra quién estamos combatiendo.

– Lleva varias semanas haciendo eso -señaló Mark con impaciencia-, y no ha llegado a ninguna parte. Además, no veo por qué de repente está tan relajado ante el hecho de que él sepa el nombre y la dirección de su nieta. Es usted quien lo describe como un loco.

– Y ésa es la razón por la que quiero mantenerlo a la vista -dijo James con calma-. Si algo sabemos en este momento es que lo tenemos a las puertas. Creo firmemente que está con los nómadas. Es obvio que ha estado observándonos… quizá nos haya seguido a la casa de los Weldon… y si lo hizo, entonces habrá visto la dirección que tomamos cuando salimos de la casa. Por el momento, la mansión es vulnerable y puede ser que su última llamada tuviera esa intención.

Las luces de cruce iluminaron un sitio donde el seto se interrumpía, unos noventa metros más adelante, en el lugar donde un portón daba entrada a un campo. Se aproximó con la intención de dar marcha atrás y regresar por donde había venido cuando James le puso suavemente la mano en el hombro.

– Nunca saldrá de usted un soldado, hijo -dijo, en tono divertido-, al menos hasta que aprenda a pensar antes de actuar. Tenemos que acordar alguna táctica antes de lanzarnos en otra dirección. No tengo intención de meterme en una trampa, como tampoco la tenía el pequeño que hemos conocido esta tarde.

Cansado, Mark apagó el motor y las luces.

– Sería más feliz si fuéramos a la policía -dijo-. Usted habla como si estuviera inmerso en una guerra privada que no afecta a nadie más, pero son demasiadas las personas inocentes involucradas en ella. Esa mujer, Bella, y el niño. Usted mismo dijo que lo más probable era que los estuvieran utilizando, ¿qué le hace pensar entonces que no están también en peligro?

– Leo no está interesado en ellos -dijo James-. Sólo son su excusa para poder estar aquí.

– Entonces ¿Leo es ese personaje al que llaman Fox?

– No, a no ser que tenga un hijo del que nunca me haya hablado… o que el niño no sea suyo. -Le tendió el móvil a Mark-. La policía no mostrará interés hasta que alguien resulte herido -dijo con cinismo-. Hoy en día hay que estar muerto o agonizante para concitar la atención, y aun así, no es más que de cara a la galería. Hable con Elizabeth. Ella no atiende el teléfono, las llamadas van directamente a su contestador, pero estoy seguro de que las oye. No tiene sentido que hable con ella… desde la muerte de Ailsa no me ha respondido… pero quizás quiera hablar con usted.

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