Michael Connelly - Cauces De Maldad

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Bosch investiga esta vez la muerta del ex pro filer del FBI. Terry McCaleb (protagonista de Deuda de sangre, libro que fue llevado al cine de la mano de Clint Eastwood). Sus indagaciones le inducen a sospechar que el tristemente famoso asesino en serie conocido como el Poeta -al que se daba por muerto-podría hallarse involucrado en la repentina defunción de McCaleb. Bosch decidirá entonces pedir la ayuda de la agente del FBI Rachel Welling, encargada en su día de la investigación de los crímenes cometidos por el Poeta.

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La corriente tenía garras. Sentía miles de garras tirando de mí, tratando de devolverme al torrente oscuro. El agua me azotaba la cara. Con un brazo a cada lado del muelle, traté de trepar por el hormigón resbaladizo, pero cada vez que ganaba unos centímetros las garras me aferraban y tiraban de mí hacia abajo. Rápidamente entendí que lo mejor que podía hacer era agarrarme. Y esperar.

Al abrazarme al hormigón pensé en mi hija. Pensé en ella suplicándome que resistiera, diciéndome que tenía que hacerlo por ella. Me dijo que no importaba dónde estuviera o qué hiciera, ella todavía me necesitaba. Incluso en aquel momento supe que era una ilusión, pero me pareció reconfortante. Me proporcionó la fuerza para no soltarme.

Había herramientas y una rueda de repuesto en el compartimento, nada que sirviera. Entonces, debajo de la rueda, a través de los agujeros del diseño de la llanta, Rachel vio cables negros y rojos. Cables de batería.

Puso los dedos en los agujeros de la llanta y tiró hacia arriba. Era grande, pesada y difícil de agarrar, pero no se amilanó. Sacó la rueda de un tirón y la dejó en el suelo.

Cogió los cables y cruzó de nuevo la calle a la carrera, causando que un coche patinara de costado cuando el conductor pisó los frenos.

En la barandilla, miró al río, pero no vio a Bosch hasta que miró justo debajo y lo vio agarrado al pilar de soporte. El agua le impactaba en el rostro y tiraba de él. Tenía las manos y los dedos llenos de arañazos y sangrantes. Estaba mirándola a ella con lo que le pareció una pequeña sonrisa en el rostro, casi como si le estuviera diciendo que iba a salvarse.

Insegura de cómo iba a completar el rescate, ella tiró el extremo de uno de los cables al agua. Eran demasiado cortos.

– ¡Mierda!

Había una tubería que recorría el lateral del puente. Si lograba bajar hasta la tubería quizá pudiera hacer descender los cables un metro y medio más… Eso podría bastar.

– Señora, ¿está bien?

Ella se volvió. Tenía un hombre a su lado, debajo de un paraguas. Estaba cruzando el puente.

– Hay un hombre en el río. Llame al novecientos once. ¿Tiene móvil? Llame al novecientos once.

El hombre empezó a sacar un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Rachel se volvió de nuevo hacia la barandilla y empezó a treparla.

Ésa era la parte sencilla. Pasar por encima de la barandilla y bajar por la tubería era la maniobra arriesgada. Se puso los cables en torno al cuello y lentamente bajó un pie a la tubería y luego el otro. Se dejó resbalar hasta quedar con una pierna a cada lado de la tubería, como si estuviera montando a caballo.

Esta vez sabía que el cable llegaría a Bosch. Empezó a bajarlo y él se estiró a cogerlo. Pero justo cuando la mano de Bosch lo agarró, Rachel vio un borrón de color en el agua y Bosch fue golpeado por algo y no pudo evitar desasirse del pilar de soporte. En ese momento Rachel se dio cuenta de que había sido Backus, vivo o muerto, lo que lo había soltado.

Ella no estaba preparada. Cuando Bosch se soltó, se mantuvo aferrado al cable, pero su peso y el peso de Backus y la corriente fueron demasiado para Rachel. Su extremo del cable se le escapó y cayó en el agua, bajo el puente.

– ¡Ya vienen! ¡Ya vienen!

Rachel miró al hombre que estaba debajo del paraguas asomado a la barandilla.

– Es demasiado tarde -dijo ella-. Se ha soltado.

Yo estaba débil, pero Backus estaba aún más débil. Sabía que no tenía la misma fuerza que había mostrado en la confrontación al borde del río. Me había arrancado del puente porque no lo había visto venir y porque me había golpeado con todo su peso, pero se agarraba a mí como un ahogado, sólo trataba de no soltarse.

Dimos tumbos en la corriente, que nos atrajo hasta el fondo. Traté de abrir los ojos, pero el agua era demasiado oscura para ver a través de ella. Lo llevé con fuerza hasta el lecho de hormigón y me situé detrás de él. Coloqué el cable que todavía sujetaba en torno al cuello de Backus. Tiré del cable una y otra vez hasta que él me soltó y llevó las manos a su propio cuello. Me ardían los pulmones. Necesitaba aire. Me empujé en Backus para salir a la superficie. Al separarnos intentó por última vez agarrarse de mis tobillos, pero yo logré liberarme.

En los últimos momentos Backus vio a su padre. Muerto e incinerado hacía mucho tiempo, a él se le apareció vivo, con los ojos severos que Backus siempre recordaba. Tenía una mano a la espalda, como si ocultara algo. La otra mano llamaba a su hijo para que siguiera adelante. Para que fuera a casa.

Backus sonrió y después rió. El agua le entró en la boca y en los pulmones. No sintió pánico. Le dio la bienvenida. Sabía que renacería. Volvería. Sabía que el mal nunca podía ser derrotado. Sólo cambiaba de un sitio a otro y aguardaba.

Salí a la superficie y tragué aire. Me revolví en el agua buscando a Backus, pero había desaparecido. Me había librado de él, pero no del agua. Estaba exhausto. Notaba los brazos tan pesados en el agua que apenas podía sacarlos a la superficie. Pensé en el chico otra vez, en lo asustado que tuvo que estar, completamente solo y con las garras aferrándose a él.

Delante de mí, vi donde el agua se vaciaba en el canal principal del río. Estaba a cincuenta metros de distancia y sabía que allí el río sería más ancho, más llano y más violento. Pero los muros de hormigón hacían pendiente en el canal principal y sabía que podría tener una oportunidad de salir si conseguía frenar mi velocidad y encontrar un agarre.

Bajé los ojos y decidí situarme lo más cerca posible de la pared sin ser empujado con fuerza contra ella. Entonces vi una salvación más inmediata. El árbol que había visto en el canal desde la ventana de la casa de Turrentine estaba a cien metros de distancia, en el río. Debía de haberse enganchado en el puente y le había dado alcance.

Con mi última reserva de fuerzas, empecé a nadar con la corriente, cogiendo velocidad y dirigiéndome al árbol. Sabía que podía ser mi bote salvavidas. Podría llevarme hasta el Pacífico si era necesario.

Rachel perdió de vista el río. Las calles la alejaron de él y enseguida lo perdió. No podía volver. En el coche había una pantalla de GPS, pero ella no sabía cómo funcionaba y de todas formas dudaba de que dispusiera de conexión con el satélite con semejante clima. Se inclinó hacia delante y golpeó el volante con rabia con la palma de la mano. Sentía que estaba abandonando a Harry, que sería culpa suya si se ahogaba.

Entonces oyó el helicóptero. Volaba bajo y se movía con rapidez. Se inclinó hacia delante para mirar a través del parabrisas. No vio nada. Bajó del coche y giró en círculos bajo la lluvia, mirando. Todavía lo oía, pero seguía sin verlo.

Tenía que ser el rescate, pensó. Con esa lluvia, ¿quién más podía estar volando? Se metió de nuevo en el Mercedes y siguió la pista del sonido. Dobló a la derecha por la primera calle que pudo y empezó a seguir la dirección del sonido. Conducía con la ventanilla bajada y la lluvia la empapaba. Escuchó el sonido del helicóptero en la distancia.

Enseguida lo vio. Estaba volando en círculos un poco más adelante y a la derecha. Rachel continuó y cuando llegó a Reseda Boulevard giró de nuevo a la derecha y vio que, de hecho, había dos helicópteros, uno encima del otro. Los dos eran rojos con letras blancas en el lado. No eran de la televisión ni de la radio. Los dos aparatos llevaban las siglas del Departamento de Bomberos de Los Ángeles.

Había un puente delante, y Rachel vio coches detenidos y gente saliendo bajo la lluvia y corriendo hacia la barandilla. Miraban al río.

Ella detuvo el coche en medio de un carril de tráfico e hizo lo mismo. Corrió a la barandilla a tiempo de asistir al rescate. Bosch llevaba un arnés de seguridad amarillo y estaba siendo elevado en un cable desde un árbol caído que estaba encajado en la parte más baja, donde el río se ensanchaba hasta una distancia de cincuenta metros.

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