Rápidamente salté la verja y me dejé caer en el suelo de gravilla. Salí, empuñando la pistola con ambas manos, debajo del puente.
Me agaché y avancé en la oscuridad.
El sonido del torrente hacía un eco atronador debajo del puente, sostenido por cuatro grandes soportes de hormigón. Backus podía estar oculto detrás de cualquiera de ellos.
– ¡Backus! -grité-. Si quieres vivir, sal. ¡Ahora!
Nada. Sólo el sonido del agua. Entonces oí una voz a lo lejos y me volví. Era Rachel. Todavía estaba a cien metros. Estaba gritando, pero el ruido del agua oscurecía sus palabras.
Backus se agazapó en la oscuridad. Trató de conjurar todas las emociones y concentrarse en el momento. Había estado allí antes. Acorralado en la oscuridad. Había sobrevivido entonces y sobreviviría otra vez. Lo importante era concentrarse en el momento, sacar fuerzas de la oscuridad.
Oyó que su perseguidor le llamaba. Estaba cerca. El tenía el arma, pero Backus tenía la oscuridad. La oscuridad siempre había estado de su lado. Se apretó otra vez contra el hormigón y deseó poder desaparecer en las sombras. Sería paciente y actuaría en el momento oportuno.
Aparté la mirada de la figura distante de Rachel y volví a concentrarme en el puente. Avancé, manteniéndome lo más alejado posible de los refugios de hormigón sin caer al canal. Descarté los dos primeros y miré otra vez a Rachel. Ahora estaba a cincuenta metros. Empezó a hacerme señales con el brazo izquierdo, pero no entendí el movimiento de gancho que me repetía.
De repente me di cuenta de mi error. Había dejado las llaves en el coche. Backus podía subir por el otro lado del puente y meterse en el Mercedes.
Eché a correr, deseando llegar a tiempo de disparar a los neumáticos. Pero me equivocaba con el coche. Al pasar el tercer soporte de hormigón Backus saltó sobre mí por sorpresa, golpeándome contundentemente con el hombro. Retrocedí con los brazos extendidos, con Backus encima de mí, resbalando los dos sobre la gravilla hasta el borde del canal de hormigón.
Él trataba de arrebatarme la pistola, usando ambas manos para arrancármela de las mías. Supe en un instante que si llegaba a la pistola todo habría acabado, me mataría a mí y después a Rachel. No podía dejar que se apoderara del arma.
Me clavó el codo izquierdo en la mandíbula y sentí que el arma me resbalaba. Disparé dos veces, con la esperanza de darle en un dedo o en la palma de la mano. Backus gritó de dolor, pero enseguida sentí que redoblaba su esfuerzo e intensificaba la presión, alimentado por el dolor.
Su sangre se coló entre mis dedos y debilitó mi agarre. Iba a perder la pistola. Lo sabía. Tenía una mejor posición y una fuerza animal. El arma se me escapaba. Podía intentar aguantar unos segundos hasta que llegara Rachel, pero para entonces puede que ella también estuviera corriendo a una trampa mortal.
Opté por la única alternativa que me quedaba. Clavé los talones en la gravilla e impulsé todo mi cuerpo hacia arriba. Mis hombros resbalaron sobre el borde de hormigón. Replanté los pies y lo volví a intentar. Esta vez fue suficiente. Backus pareció darse cuenta de su situación de repente. Soltó la pistola y trató de agarrarse del borde. Pero era demasiado tarde también para él.
Juntos caímos por el borde al agua negra.
Rachel los vio caer desde sólo unos pocos metros de distancia. Gritó «¡No!», como si eso pudiera detenerlos. Fue al lugar desde el que habían caído y miró hacia abajo, pero no vio nada. Corrió a lo largo del borde hasta salir de debajo del puente. No vio nada. Miró río abajo en busca de alguna señal de ellos en la rápida corriente.
Finalmente, vio que Bosch salía y movía la cabeza como para comprobar su posición. Estaba pugnando con algo debajo del agua y ella se dio cuenta de que estaba tratando de quitarse el impermeable.
Rachel buscó por el río, pero no vio por ninguna parte la cabeza de Backus. Miró de nuevo a Bosch mientras éste se alejaba. Vio que él la miraba a ella. Bosch levantó un brazo por encima del agua y señaló. Ella siguió la dirección que Bosch le indicaba y vio el Mercedes aparcado encima del puente. Vio que el limpiaparabrisas estaba en marcha y supo que las llaves seguían allí.
Echó a correr.
El agua estaba fría, más de lo que habría imaginado. Y yo ya estaba débil por la lucha con Backus. Me sentía pesado en el agua y me costaba mantener la cara sobre la superficie. El agua parecía viva, como si me estuviera agarrando y tirando de mí hacia el fondo.
Había perdido la pistola y no había rastro de Backus. Extendí los brazos y traté de maniobrar el cuerpo de manera que simplemente pudiera cabalgar los rápidos hasta que recuperara parte de la fuerza y pudiera hacer un movimiento o Rachel consiguiera ayuda. Me acordé del niño que había caído al río tantos años antes. Los bomberos, los policías, incluso los viandantes trataron de salvarlo, echando al agua mangueras, escaleras y cuerdas. Pero fallaron y el niño se ahogó. Al final, el rabión lo devoró todo.
Traté de no pensar en eso. Traté de no caer preso del pánico. Giré las palmas hacia abajo y tuve la sensación de que podía mantener la cabeza fuera del agua con más facilidad. La nueva posición incrementó mi velocidad en la corriente, pero me permitió conservar la cabeza a flote. Me dio confianza. Empecé a pensar que podía lograrlo. Durante un rato. Todo dependía de cuándo llegara la ayuda. Miré al cielo. No había helicópteros. No había bomberos. Todavía no había ayuda. Sólo el vacío gris del cielo y la lluvia que caía.
El operador del servicio de emergencias le dijo a Rachel que se mantuviera en línea, pero ella no podía conducir deprisa y con seguridad con el teléfono en la oreja. Lo soltó en el asiento del pasajero sin desconectarlo. Cuando llegó a la siguiente señal de stop frenó tan en seco que el teléfono cayó al suelo, fuera de su alcance. No le importó. Estaba acelerando por la calle mirando a su izquierda en cada cruce en busca del siguiente puente que cruzara el canal.
Cuando finalmente vio uno, aceleró hasta él y detuvo el Mercedes encima del puente, en medio de la calzada. Bajó de un salto y corrió a la barandilla.
No se veía ni a Bosch ni a Backus. Pensó que podía haberlos adelantado. Cruzó la calle. Un motorista hizo sonar la bocina, pero ella pasó a la barandilla del otro lado sin preocuparse por eso.
Examinó la superficie turbulenta durante unos segundos, hasta que vio a Bosch. Tenía la cabeza encima de la superficie e inclinada hacia atrás, con la cara hacia el cielo. Rachel sintió pánico. ¿Seguía vivo? ¿O se había ahogado y su cuerpo simplemente era arrastrado por la corriente? Entonces, casi con la misma rapidez con que el miedo la había atenazado, vio que Bosch sacudía la cabeza, como hacen con frecuencia los nadadores para apartarse el pelo y el agua de los ojos. Estaba vivo y a unos cien metros del puente. Vio que pugnaba por modificar su posición en la corriente. Rachel se inclinó hacia delante y miró al agua. Sabía lo que él estaba haciendo. Iba a intentar agarrarse a uno de los soportes del puente. Si podía agarrarse y aguantar, podrían sacarlo y salvarlo allí mismo.
Rachel corrió de nuevo al coche y abrió la puerta del maletero. Buscó en la parte de atrás algo que pudiera ayudarla. Allí estaba su bolsa y poco más. La echó al suelo de un tirón y levantó el panel de suelo alfombrado. Alguien atrapado detrás del Mercedes en la calle empezó a tocar el claxon. Ella ni siquiera se volvió a mirar.
Golpeé con tanta fuerza el pilar central del puente que me quedé sin respiración y pensé que me había roto cuatro o cinco costillas. Pero me agarré. Sabía que era mi oportunidad. Me aferré con todas las fuerzas que me quedaban.
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