Michael Connelly - Cauces De Maldad

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Bosch investiga esta vez la muerta del ex pro filer del FBI. Terry McCaleb (protagonista de Deuda de sangre, libro que fue llevado al cine de la mano de Clint Eastwood). Sus indagaciones le inducen a sospechar que el tristemente famoso asesino en serie conocido como el Poeta -al que se daba por muerto-podría hallarse involucrado en la repentina defunción de McCaleb. Bosch decidirá entonces pedir la ayuda de la agente del FBI Rachel Welling, encargada en su día de la investigación de los crímenes cometidos por el Poeta.

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Cuando Rachel hubo terminado, Backus le ordenó que pusiera el brazo libre en el otro reposabrazos. Entonces se acercó y le agarró el brazo para mantenerlo en su lugar mientras le pasaba otra brida y la cerraba. Retrocedió y admiró su obra.

– Ya está.

– Bob, hicimos mucho trabajo bueno juntos. ¿Por qué estás haciendo esto?

El la miró desde arriba y sonrió.

– No lo sé. Pero hablemos de eso después. Tengo que acabar con el detective Thomas. Ha pasado mucho tiempo para él y para mí. Y sólo piensa, Rachel, que puedes observar. Qué rara oportunidad para ti.

Backus se volvió hacia Thomas. Se acercó y le quitó la mordaza de la boca. Después metió la mano en el bolsillo y sacó una navaja plegable. La abrió y en un movimiento fluido cortó la brida que mantenía el brazo derecho de Thomas sujeto a la butaca.

– Ahora, ¿dónde estábamos, detective Thomas? Era el tercer verso, ¿no?

– Yo diría que es el final.

Rachel reconoció la voz de Bosch y se volvió para verlo, pero la butaca era demasiado alta.

Mantuve la pistola firmemente, tratando de pensar en la mejor manera de manejar la situación.

– Harry -me gritó Rachel con calma-. Tiene una pistola en la izquierda y un cuchillo en la derecha. Es diestro.

Mantuve la posición y le ordené que bajara las armas. Backus obedeció sin vacilar. Eso me dio que pensar, como si hubiera pasado rápidamente al plan B. ¿Había otra arma? ¿Otro asesino en la casa?

– Rachel, Ed, ¿estáis bien?

– Estamos bien -dijo Rachel-. Túmbalo, Harry. Tiene bridas en el bolsillo.

– Rachel, ¿dónde está tu pistola?

– En la otra habitación. Túmbalo, Harry.

Di un paso más para adentrarme en la habitación, pero entonces me detuve para estudiar a Backus. Había cambiado otra vez. Ya no se parecía al hombre que se había hecho llamar Shandy. Sin barba, sin gorra sobre el pelo gris. Se había afeitado la cabeza y la cara. Tenía un aspecto completamente diferente.

Di otro paso, pero me detuve de nuevo. De repente pensé en Terry McCaleb y en su mujer y su hija y en su hijo adoptivo. Pensé en la misión compartida y en lo que se había perdido.

¿Cuántos hombres malvados andarían libres por el mundo porque Terry McCaleb había muerto? En mi interior creció una rabia más poderosa que el río. No quería poner a Backus en el suelo, esposarlo y observar cómo se lo llevaban en un coche patrulla para que viviera detrás de los barrotes una vida de celebridad, atención y fascinación. Quería quitarle todo lo que él le había quitado a mi amigo y a todos los demás.

– Tú mataste a mi amigo -dije-. Por eso…

– Harry, no -dijo Rachel.

– Lo siento -dijo Backus-, pero he estado bastante ocupado. ¿Quién vendría a ser tu amigo?

– Terry McCaleb. También era amigo tuyo y…

– De hecho, quería ocuparme de Terry. Sí, tenía el potencial de convertirse en un incordio, pero…

– ¡Cállate, Bob! -gritó Rachel-. No le llegabas ni a la suela del zapato a Terry. Harry, esto es demasiado peligroso. ¡Túmbalo! ¡Ahora!

Me despejé de mi rabia y me centré en el momento presente. Terry McCaleb retrocedió en la penumbra. Me acerqué a Backus, preguntándome qué me estaba diciendo Rachel. ¿Túmbalo? ¿Quería que le disparara?

Di dos pasos más.

– ¡Al sucio! -ordené-. Lejos de las armas.

– Lo que tú digas.

Se volvió como para apartarse de donde había dejado las armas y para elegir un lugar para tumbarse.

– ¿Te importa?, aquí hay un charco. La chimenea gotea.

Sin esperar mi respuesta dio un paso hacia la ventana. Y de repente lo vi. Supe lo que iba a hacer.

– ¡Backus, no!

Mis palabras no lo detuvieron. Plantó su pie y se lanzó de cabeza por la ventana. La ventana, con el marco maltrecho por años de luz solar y lluvias como la de ese día, cedió con la facilidad del atrezo de Hollywood. La madera se astilló y el cristal se hizo añicos al ser atravesado por el cuerpo de Backus. Corrí rápidamente al hueco de lo que había sido la ventana e inmediatamente vi el relampagueo del cañón de la segunda pistola de Backus. PlanB.

Dos disparos rápidos y oí que las balas silbaban a mi lado e impactaban en el techo por detrás de mí. Me agaché a resguardo de la pared y respondí disparando dos veces sin mirar. Después me tiré al suelo, rodé por debajo de la ventana y me levanté del otro lado. Backus se había ido. En el suelo vi una pistola de cañón corto de gran calibre de dos balas: su segunda arma. Ahora estaba desarmado, a no ser que hubiera un plan C.

– Harry, el cuchillo -me gritó Rachel desde atrás-. ¡Suéltame!

Cogí el cuchillo del suelo y rápidamente corté sus ligaduras. El plástico se cortaba con facilidad. A continuación me volví hacia Thomas y puse el cuchillo en su mano derecha para que pudiera liberarse él mismo.

– Lo siento, Ed -dije.

Podía darle el resto de la disculpa más tarde. Me volví hacia Rachel, que estaba en la ventana, mirando a través de la penumbra. Había cogido la pistola de Backus.

– ¿Lo has visto?

Me uní a ella. Treinta metros a la izquierda estaba el torrente. Justo cuando miré vi que el torrente desbordado arrastraba un roble entero en su superficie. Después hubo movimiento. Vimos que Backus saltaba desde la protección de una buganvilla y empezaba a escalar la valla que mantenía a la gente alejada del río. Justo cuando estaba salvando la parte superior, Rachel alzó la pistola y disparó dos veces en rápida sucesión. Backus cayó en el arcén de gravilla contiguo al canal. Se levantó de un salto y echó a correr. Rachel había fallado.

– No puede atravesar el río -dije-. Está encerrado. Irá hacia el puente de Saticoy.

Sabía que si Backus llegaba al puente lo perderíamos. Podía cruzar y desaparecer en el barrio del lado oeste del canal o en el distrito comercial contiguo a DeSoto.

– Yo iré desde aquí -dijo Rachel-. Tú ve al coche y llega más deprisa. Lo emboscaremos en el puente.

– Entendido.

Me dirigí a la puerta, preparándome para echar a correr bajo la lluvia. Saqué el móvil del bolsillo y se lo lancé a Thomas mientras salía.

– Ed -grité por encima del hombro-. Llama a la policía. Consigue refuerzos.

42

Rachel extrajo el cargador de la pistola de Backus y descubrió que sólo faltaban las dos balas que ella había disparado. Volvió a colocarlo en su sitio y corrió a la ventana.

– ¿Quieres que vaya contigo? -preguntó Ed desde atrás.

Ella se volvió. Thomas se había liberado. Estaba de pie, sosteniendo el cuchillo preparado.

– Haz lo que ha dicho Harry. Consíguenos refuerzos.

Rachel salió al alféizar y saltó, bajo la lluvia. Rápidamente avanzó junto a la buganvilla hasta que descubrió un hueco y alcanzó la valla del río. Se puso la pistola de Backus en su cartuchera y escaló y saltó al otro lado, rasgando la manga de la chaqueta al engancharse. Se dejó caer en el arcén de gravilla que estaba a sesenta centímetros del borde. Miró por encima y vio que el agua estaba a sólo un metro del límite del cauce. Se estrellaba contra las paredes de hormigón, creando el sonido atronador de la muerte. Apartó la vista y miró hacia delante. Vio que Backus corría. Estaba a medio camino del puente de Saticoy. Rachel se levantó y echó a correr. Disparó un tiro al aire para que él pensara en lo que venía detrás y no en lo que podía aguardarle en el puente.

El Mercedes patinó en el bordillo en la parte superior del puente. Salté, sin preocuparme por apagar el motor, y corrí hacia la barandilla. Vi que Rachel corría hacia mí, con la pistola levantada, por el arcén del canal. Pero no vi a Backus.

Retrocedí y miré en todas direcciones, pero seguí sin verlo. Era imposible que hubiera alcanzado el puente antes que yo. Corrí hasta la verja que flanqueaba el puente y daba acceso al arcén del canal. Estaba cerrada, pero vi que el arcén continuaba por debajo del puente. Era la única alternativa. Sabía que Backus tenía que estar escondido allí debajo.

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