Michael Connelly - Cauces De Maldad

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Bosch investiga esta vez la muerta del ex pro filer del FBI. Terry McCaleb (protagonista de Deuda de sangre, libro que fue llevado al cine de la mano de Clint Eastwood). Sus indagaciones le inducen a sospechar que el tristemente famoso asesino en serie conocido como el Poeta -al que se daba por muerto-podría hallarse involucrado en la repentina defunción de McCaleb. Bosch decidirá entonces pedir la ayuda de la agente del FBI Rachel Welling, encargada en su día de la investigación de los crímenes cometidos por el Poeta.

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Bosch volvió a quedarse callado mientras se concentraba en la conducción y el seguimiento. Al cabo de otros quince minutos el intermitente del Explorer se encendió otra vez y Thomas salió en DeSoto Avenue y enfiló hacia el norte. Bosch y Walling lo siguieron en la rampa de salida, pero esta vez sin la cobertura de otro tráfico.

En DeSoto, Thomas se detuvo casi de inmediato en una zona en la que no se podía aparcar y Bosch tuvo que pasar de largo o la vigilancia habría resultado obvia.

– Creo que está mirando un plano -dijo Rachel-. Tenía la luz encendida y la cabeza baja.

– Vale.

Bosch se metió en una estación de servicio, rodeó los surtidores y retomó la calle. Hizo una pausa antes de salir, mirando a la izquierda hacia el Explorer de Thomas. Esperó y al cabo de medio minuto Thomas volvió a incorporarse al tráfico. Bosch esperó que pasara por delante, manteniendo el móvil en la oreja izquierda para bloquear cualquier perspectiva de su rostro por si Thomas estaba mirando y lo veía en medio de la lluvia. Dejó que pasara otro coche y salió a la calle.

– Debe de estar cerca -dijo Rachel.

– Sí.

Pero Thomas condujo durante varias travesías más antes de girar a la derecha. Bosch frenó antes de hacer lo mismo.

– Valerio -dijo Rachel, al ver el cartel de la calle en el barro-. Esta es.

Cuando Bosch hizo el giro, ella vio las luces de freno en el coche de Thomas. Estaba parado en medio de la calle tres manzanas más adelante. Estaba en una calle sin salida.

Bosch rápidamente se detuvo detrás de un coche aparcado.

– La luz interior está encendida -dijo Rachel-. Creo que está otra vez mirando el plano.

– El río -dijo Bosch.

– ¿Qué?

– Te lo he dicho, Valerio atraviesa todo el valle, pero también lo hace el río. Así que probablemente está buscando una forma de dar la vuelta. El río corta todas estas calles aquí. Probablemente ha de ir al otro lado de Valerio.

– No veo ningún río. Veo una valla y cemento.

– No es lo que considerarías un río. De hecho, técnicamente eso no es el río. Probablemente es el desagüe del cañón de Aliso o de Brown. Va al río.

Esperaron. Thomas no se movió.

– El río solía desbordarse en tormentas como ésta. Barrería un tercio de la ciudad. Así que trataron de controlarlo. Contenerlo. Alguien tuvo la idea de capturarlo en piedra, encauzarlo en hormigón. Así que eso es lo que hicieron y las casas y hogares de todo el mundo quedaron supuestamente a salvo.

– Supongo que es lo que se llama progreso.

Bosch asintió y volvió a aferrarse con fuerza al volante.

– Se está moviendo.

Thomas giró a la izquierda y, en cuanto su coche se perdió de vista, Bosch se separó del bordillo y lo siguió. Thomas condujo hacia el norte por Saticoy y después dobló a la derecha. Pasó por encima de un puente que cruzaba el curso de agua. Mientras lo seguían, Rachel miró hacia abajo y vio el impetuoso torrente en el canal de hormigón.

– Guau. Y yo que creía que vivía en Rapid City.

Bosch no respondió. Thomas giró hacia el sur en Masón y volvió hacia Valerio Street, ya del otro lado del canal de hormigón. Dobló otra vez a la derecha por Valerio.

– Eso será otra calle sin salida -dijo Bosch.

El continuó en Masón y pasó de largo Valerio Street. Rachel miró a través de la lluvia y vio que Thomas había entrado en un sendero de entrada enfrente de una gran casa de dos pisos que era una de las cinco viviendas del callejón sin salida.

– Se ha metido en un sendero -dijo-. Dios, ¡él está allí! ¡Es la casa!

– ¿Qué casa?

– La de la foto del remolque. Backus estaba tan seguro de sí mismo que nos dejó una puta foto.

Bosch aparcó junto al bordillo. Las casas de Valerio estaban fuera del campo de visión. Rachel se volvió y miró en todas las ventanas. Todas las casas de alrededor estaban a oscuras.

– Debe de haberse ido la luz por aquí.

– Debajo de tu asiento hay una linterna. Cógela.

Rachel se agachó y la cogió.

– ¿Y tú?

– No me hará falta. Vamos.

Rachel empezó a abrir la puerta, pero entonces miró atrás a Bosch. Quería decir algo, pero dudó.

– ¿Qué? -preguntó Bosch-. ¿Que tenga cuidado? Descuida, lo tendré.

– De hecho, sí, ten cuidado. Pero lo que iba a decir es que tengo mi segunda pistola en la bolsa. ¿Quieres…?

– Gracias, Rachel, pero esta vez me he traído la mía. Ella asintió.

– Debería haberlo pensado. ¿Y qué piensas ahora de pedir refuerzos?

– Pide refuerzos si quieres, pero yo no pienso esperar. Allá voy.

Noté la lluvia fría en la cara al salir del Mercedes. Me subí el cuello de la chaqueta y empecé a dirigirme a Valerio. Rachel se acercó y caminó a mi lado sin decir palabra. Cuando llegamos a la esquina utilizamos la pared que rodeaba la propiedad como escudo y miramos al callejón sin salida y a la casa oscura en la que Ed Thomas había aparcado su coche. No había señal de Thomas ni de nadie. Todas las ventanas de la fachada de la casa estaban a oscuras, pero a pesar de la escasa luz me di cuenta de que Rachel tenía razón. Era la casa de la foto que Backus había dejado para nosotros.

Oía el río, pero no podía verlo. Estaba oculto detrás de las casas. Sin embargo, su potencia furiosa era casi palpable, incluso desde la distancia. En tormentas como aquélla toda la ciudad desaguaba sobre sus suaves superficies de hormigón. Serpenteaba por el valle de San Fernando y rodeaba las montañas hasta el centro de la ciudad. Y desde allí al oeste, hasta el océano.

Era un simple hilo de agua durante la mayor parte del año. Incluso un chiste municipal. Sin embargo, una tormenta podía despertar la serpiente y darle poder. Se convertía en la alcantarilla de la ciudad, millones y millones de litros golpeando contra sus gruesos muros de piedra, toneladas de agua pugnando por salir, avanzando con una terrible fuerza e inercia. Recordé un chico al que se llevó la corriente cuando yo era niño. No lo conocí, pero oí hablar de él. Cuatro décadas más tarde incluso recordaba su nombre. Billy Kinsey estaba jugando en el borde del río. Se resbaló y al cabo de un momento había desaparecido. Encontraron su cuerpo sin vida en un viaducto situado a dieciocho kilómetros.

Mi madre me había enseñado desde pequeño y con insistencia, cuando llueve…

– Mantente alejado del rabión.

– ¿Qué? -susurró Rachel.

– Estaba pensando en el río. Atrapado entre esos muros. Cuando era niño lo llamábamos el rabión. Cuando llueve así el agua se mueve deprisa. Es mortal. Cuando llueve mantente alejado del rabión.

– Pero vamos a la casa.

– Lo mismo, Rachel. Ten cuidado. Mantente alejada del rabión.

Ella me miró. Parecía entender lo que quería decirle.

– De acuerdo, Bosch.

– ¿Y si tú te ocupas del frente y yo voy por detrás?

– Bien.

– Prepárate para cualquier cosa.

– Tú también.

La casa objetivo estaba a tres propiedades de distancia. Caminamos con rapidez a lo largo de la pared que rodeaba la primera propiedad y después cortamos por el sendero de entrada de la siguiente. Rodeamos las fachadas delanteras de dos edificios hasta que llegamos a la casa donde estaba aparcado el coche de Thomas. Rachel me saludó por última vez con la cabeza y nos separamos, ambos desenfundando las armas al unísono. Rachel avanzó hacia la parte delantera mientras yo empezaba a recorrer el sendero de entrada hacia la parte de atrás. La penumbra y el sonido de la lluvia y el río canalizado me dieron cobertura visual y acústica. El sendero de entrada estaba flanqueado de buganvillas achaparradas que llevaban tiempo sin que nadie las podara ni se ocupara de ellas. Detrás de las ventanas, la casa estaba oscura. Alguien podía estar observándome desde detrás de cualquier ventana y no lo habría sabido.

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