Thomas asintió con la cabeza con expresión de enfado.
– ¿Es tu amigo?
Me di cuenta de que podía haber pinchado en hueso.
– Bueno, un conocido.
– Pues me debe dinero.
– ¿De verdad? ¿Qué pasó?
– Es una larga historia. Le vendí algunos libros de colección y él me pagó muy deprisa. Me pagó con un giro postal y no hubo problema. Así que cuando me pidió más libros se los mandé antes de recibir el giro. Craso error. Eso fue hace tres meses y no he recibido ni un centavo. Si vuelves a ver a ese conocido tuyo, dile que quiero mi dinero.
– Lo haré, Ed. Qué pena. No sabía que el tipo era un artista del timo. ¿Qué libros te compró?
– Le interesa Poe, así que le vendí algunos libros de la colección Rodway. Antiguos. Libros muy bonitos. Después me pidió más cuando recibí otra colección. No me los pagó.
Mi frecuencia cardiaca estaba cambiando de velocidad. Lo que Thomas me estaba diciendo era una confirmación de que Backus estaba de algún modo en juego. Quería detener la charada en ese momento y decirle a Thomas lo que estaba ocurriendo y que él estaba en peligro. Pero me contuve. Necesitaba hablar antes con Rachel y formar el plan adecuado.
– Creo que vi esos libros en su casa -dije-. ¿Eran de poesía?
– La mayoría, sí. No le interesaban mucho los relatos cortos.
– ¿Esos libros tenían el nombre del coleccionista original? ¿Rodman?
– No, Rodway. Y sí, llevaba el sello de la biblioteca. Eso aumentaba el precio, pero tu amigo quería los libros.
Asentí. Vi que mi teoría encajaba. Ahora era más que una teoría.
– Harry, ¿qué quieres realmente?
Miré a Thomas.
– ¿Qué quieres decir?
– No sé. Estás haciendo un montón de…
Un sonido fuerte sonó en la parte de atrás de la tienda, cortando a Thomas.
– No importa, Harry -dijo-. Más libros. He de ir a recibir una entrega.
– Ah.
– Hasta luego.
– Sí.
Observé que dejaba la zona del mostrador y se dirigía a la parte de atrás. Miré el reloj. Era mediodía. El director iba a situarse ante las cámaras para hablar de la explosión en el desierto y decir que había sido el trabajo de un asesino conocido como el Poeta. ¿Podía ser éste el momento elegido por Backus para abordar a Thomas? Sentí una opresión en la garganta y en el pecho, como si el aire hubiera sido succionado de la sala. En cuanto Thomas se deslizó por el umbral al almacén, me acerqué al mostrador y me incliné para mirar el monitor de seguridad. Sabía que si Thomas comprobaba el monitor del almacén, vería que no había salido de la tienda, pero contaba con que él fuera directamente a la puerta.
En una esquina de la pantalla vi que Thomas ponía el ojo en la mirilla de la puerta de atrás. Aparentemente sin alarmarse por lo que vio, procedió a descorrer el pestillo y abrir la puerta. Miré intensamente a la pantalla, aun cuando la imagen era pequeña y estaba viéndola cabeza abajo.
Thomas retrocedió y entró un hombre. Llevaba una camisa oscura y pantalones cortos a juego. Llevaba dos cajas, una apilada encima de la otra y Thomas lo dirigió a una mesa de trabajo.
El hombre que hacía la entrega dejó las cajas, cogió una tablilla electrónica de encima de la caja superior y se la entregó a Thomas para que firmara el albarán.
Todo parecía en orden. Era una entrega de rutina. Rápidamente me aparté del mostrador y me dirigí a la puerta. Al abrirla oí un timbre electrónico, pero no me preocupé por eso. Volví al Mercedes, corriendo bajo la lluvia después de haberme guardado el libro autografiado debajo de mi impermeable.
– ¿Qué hacías tumbado por encima del mostrador? -preguntó Rachel una vez que estuve de nuevo tras el volante.
– Tiene un sistema de seguridad. Hubo una entrega y quería asegurarme de que no era Backus antes de salir. Son las tres en Washington.
– Ya lo sé. Bueno, ¿qué has averiguado? ¿O sólo estabas comprando un libro?
– He averiguado mucho. Tom Walling es un cliente. O lo era, hasta que le estafó en un pedido de libros de Edgar Allan Poe. Eran pedidos por correo, como pensábamos. Nunca lo vio, sólo le enviaba los libros a Nevada.
Rachel se sentó más erguida.
– ¿Estás de broma?
– No. Los libros eran de una colección que Ed estaba vendiendo. Así que estaban marcados y podían rastrearse. Por eso Backus los quemó en el bidón. No podía arriesgarse a que sobrevivieran a la explosión intactos y pudieran rastrearse hasta Thomas.
– ¿Por qué?
– Porque decididamente él está en juego aquí. Thomas es su objetivo. Arranqué el coche.
– ¿Adónde vas?
– Voy a dar la vuelta para confirmar lo de la entrega. Además, es bueno cambiar de sitio de vez en cuando.
– Ah, ahora vas a darme la lección básica de la vigilancia.
Sin responder, rodeé el centro comercial por atrás y vi la furgoneta marrón de UPS aparcada junto a la puerta trasera abierta de Book Carnival. Pasamos en el coche y durante el breve atisbo que tuve de la parte de atrás de la furgoneta y la puerta abierta del almacén, vi que el hombre que había realizado la entrega empujaba varias cajas por una rampa de la parte de atrás de la furgoneta. Las devoluciones, supuse. Seguí conduciendo sin titubear.
– Todo en orden -dijo Rachel.
– Sí.
– No te has delatado con Thomas, ¿verdad?
– No. Sospechaba algo, pero digamos que me salvó la campana. Quería hablar contigo antes. Creo que hemos de decírselo.
– Harry, ya hemos hablado de esto. Si se lo decimos cambiaría su rutina y su actitud. Podía delatarse. Si Backus ha estado observándolo, cualquier pequeño cambio lo delataría.
– Y si no lo avisamos y esto falla, entonces…
No terminé. Habíamos sostenido la misma discusión dos veces antes, con cada uno de nosotros cambiando de posición alternativamente. Era un clásico conflicto de intenciones. ¿Apuntalábamos la seguridad de Thomas a riesgo de perder a Backus? ¿O arriesgábamos la seguridad de Thomas para acercarnos a Backus? Se trataba de si el fin justificaba los medios, y ninguno de los dos estaríamos satisfechos tomáramos la decisión que tomásemos.
– Supongo que eso significa que no podemos dejar que nada vaya mal -dijo ella.
– Exacto. ¿Y refuerzos?
– También creo que es demasiado arriesgado. Cuanta más gente metamos en esto, más posibilidades hay de delatar nuestra mano.
Asentí con la cabeza. Ella tenía razón. Encontré un sitio en el extremo del aparcamiento opuesto al lugar desde donde habíamos vigilado antes. Sin embargo, no me estaba engañando a mí mismo. No había muchos coches en el aparcamiento en medio de un día laborable lluvioso y éramos perceptibles. Empecé a pensar que tal vez éramos como las cámaras de Ed. Meramente un instrumento di-suasorio. Tal vez Backus nos había visto y eso lo había detenido en su idea de llevar a cabo su plan. Por el momento.
– Cliente -dijo Rachel.
Miré al otro lado del aparcamiento y vi a una mujer que se dirigía a la tienda. Me sonaba familiar y la recordé del Sportman's Lodge.
– Es su mujer. La vi una vez. Creo que se llama Pat.
– ¿Crees que le lleva la comida?
– Quizá. O quizá trabaja aquí.
Observamos durante un rato, pero no había rastro de Thomas ni de su mujer en la parte delantera de la tienda. Empecé a preocuparme. Saqué el móvil y llamé a la tienda, esperando que la llamada los llevara a la parte delantera, donde estaba el teléfono.
Pero una mujer contestó de inmediato y todavía no había nadie en el mostrador. Colgué rápidamente.
– Debe de haber un teléfono en el almacén.
– ¿Quién ha contestado?
– La mujer.
– ¿Debería entrar?
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