Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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Aunque él no se había dado cuenta, una agente de policía estuvo vigilando a Steven Harding desde que ingresó en el hospital. Se quedó sentada donde él no podía verla, para asegurarse de que no salía de allí, pero Steve no tenía ninguna prisa por marcharse del hospital. No paraba de coquetear con las enfermeras y, para desesperación de la agente, ellas le correspondían. Mientras esperaba, caviló sobre la ingenuidad de las mujeres, y se preguntó cuántas de aquellas enfermeras habrían negado rotundamente haberlo incitado si él hubiera intentado violarlas. Dicho de otro modo, ¿qué podía considerarse incitación? ¿Lo que una mujer describiría como coqueteo inocente? ¿O lo que un hombre calificaría de clara insinuación?

Cuando Ingram la relevó de su puesto, la agente sintió un gran alivio.

– Le van a dar de alta a las cinco, pero tal como están las cosas, no creo que se marche. Tiene a todas las enfermeras coladitas, y él está encantado. La verdad, si lo echan de su cama no me extrañaría que acabara en algún otro lecho. Yo no sé qué le ven, pero claro, a mí nunca me han dicho nada los exhibicionistas.

Ingram sonrió y dijo:

– Espere un momento, no se lo pierda. Si no sale por su propio pie antes de que cuente hasta cinco me lo llevo esposado.

– Me apunto -replicó ella-. Nunca se sabe. Podría necesitar que le echara una mano.

La cinta de vídeo era incómoda de ver, no debido a su contenido, que, como había dicho el policía de Dartmouth, era discreto, sino porque la imagen subía y bajaba continuamente a causa del movimiento del barco del francés. Con todo, su hija había conseguido grabar un buen rato a Harding con todo detalle. Carpenter, sentado a su mesa, la puso una vez, y luego la rebobinó con el mando a distancia hasta el momento en que Harding se sentaba encima de la mochila. Congeló la imagen y se dirigió al equipo de detectives que se había reunido con él en el despacho.

– ¿Qué creen que está haciendo allí?

– ¿Soltando a Godzilla? -dijo uno de los hombres con una risita.

– Haciéndole señales a alguien -sugirió una mujer.

Carpenter retrocedió para seguir la panorámica de la cámara por el desenfocado yate blanco y la figura con biquini tumbada boca abajo en la cubierta.

– Estoy de acuerdo con usted -dijo-. Pero ¿a quién?

– Nick Ingram hizo una lista de los barcos que había allí ese día -dijo otro detective-, así que no será demasiado difícil encontrarlos.

– Había un Fairline Squadron con dos quinceañeras a bordo -dijo Carpenter mientras entregaba a los detectives el informe de Bournemouth sobre el bote abandonado-. El Gregory's Girl, de Poole. Empiecen por ése. El propietario es un empresario de Poole llamado Gregory Freemantle.

A las 16:45, cuando Steven Harding salió por la puerta con el brazo en cabestrillo, Ingram le cerró el paso.

– Buenas tardes. Espero que se encuentre mejor.

– ¿Ya usted qué le importa?

Ingram sonrió.

– Siempre me intereso por las personas en cuyo rescate participo.

– No pienso hablar con usted. Usted es el capullo que les hizo interesarse por mi barco.

Ingram le mostró su placa y dijo:

– Le interrogué el domingo. Agente Ingram, de la policía de Dorsetshire.

Harding entrecerró los ojos.

– Dicen que pueden quedarse el Crazy Daze mientras sea necesario, pero no quieren explicarme qué derecho tienen a hacerlo. Yo no he hecho nada, así que no pueden acusarme de nada, pero por lo visto pueden robarme el barco. ¿Qué significa «mientras sea necesario»?

– Puede haber varias razones por las que se considere necesario retenerlo -explicó el agente, aunque sin ser demasiado explícito. Las reglas sobre retención de sospechosos eran muy imprecisas, y la policía no tenía reparos en retener las presuntas pruebas-. En el caso del Crazy Daze, seguramente significa que no han terminado los exámenes forenses, pero en cuanto estén acabados se lo devolverán.

– ¡Y un cuerno! Se lo han quedado para que no me largue a Francia.

Ingram negó con la cabeza.

– Tendría que ir un poco más lejos, Steve -le corrigió-. Hoy en día, en Europa todo el mundo coopera mucho. -Señaló el fondo del pasillo-. ¿Nos vamos?

Harding se apartó de él.

– Ni lo sueñe. Yo no voy a ninguna parte con usted.

– Me temo que tendrá que venir -dijo Ingram fingiendo pesar-. La señorita Jenner le ha denunciado por agresión, y tengo que formularle unas preguntas. Preferiría que me acompañara voluntariamente, pero si es necesario lo detendré. -Señaló con la cabeza la parte del pasillo que Harding tenía a su espalda, y agregó-: Por ahí no se va a ningún sitio, ya lo he comprobado. -Señaló la puerta del fondo, donde había una mujer consultando un tablero-. Esa es la única salida.

Harding empezó a sacar el brazo del cabestrillo, calibrando sus posibilidades de escapar corriendo, esquivando a aquel gigante uniformado, pero algo le hizo desistir. Quizá fuera el hecho de que Ingram le superaba en diez centímetros. Quizá se percató de que la mujer que había al fondo del pasillo era policía. Quizá vio algo en la sonrisa de Ingram que lo convenció de que aquello era un error…

Se encogió de hombros y dijo:

– Bueno. No tengo nada más que hacer. Pero es a su querida Maggie a la que debería detener. Me ha robado el teléfono.

Capítulo 23

En el Range Rover de la policía, Harding estuvo callado casi todo el trayecto a Swanage. Ingram no intentó conversar con él. De vez en cuando, cuando miraba hacia la izquierda para ver si venía algún coche, sus miradas se encontraban, pero Ingram no sintió por Harding la empatia que Galbraith había sentido por él en el Crazy Daze. Lo único que veía en el rostro de Harding era inmadurez, y lo despreciaba por ello. Harding le recordaba a todos los jóvenes delincuentes que había detenido a lo largo de los años; ninguno de ellos había tenido la experiencia ni el sentido común para prever las consecuencias de su comportamiento. Ellos sólo pensaban en términos de retribución y justicia, y en si los llevarían a la cárcel; pero nunca pensaban en la lenta destrucción de sus vidas. Cuando atravesaban el pueblecito de Corfe Castle, con sus murallas en ruinas, Harding rompió el silencio.

– Si el domingo usted no hubiera sacado conclusiones precipitadas, no habría pasado nada de todo esto.

– ¿Nada de qué?

– De todo esto. Mi detención. Esto. -Se tocó el brazo-. Yo no debería estar aquí, sino en Londres. Tenía un papel en una obra que habría supuesto mi lanzamiento.

– El único motivo de que esté aquí es que esta mañana ha agredido a la señorita Jenner -le recordó Ingram-. ¿Qué tienen que ver los sucesos del pasado domingo con eso?

– Maggie no me habría conocido si no hubieran asesinado a Kate.

– Eso es verdad.

– Y ustedes creen que yo tengo algo que ver con eso, pero no es justo -protestó Harding con amargura-. No es más que una maldita coincidencia, igual que mi encuentro con Maggie esta mañana. ¿Cree que yo me habría acercado por allí de haber sabido que me la iba a encontrar?

– ¿Por qué no? -Salieron de la zona de velocidad limitada, e Ingram aceleró la marcha.

Harding miró al policía y dijo:

– ¿Se imagina lo que es estar sometido a vigilancia policial? Ustedes tienen mi coche y mi barco. Tengo que permanecer en una dirección que han elegido ustedes. Es como estar en la cárcel. Me están tratando como a un criminal y yo no he hecho nada, pero si pierdo los nervios porque una imbécil me trata como si fuera Jack el Destripador, me acusan de agresión.

Sin apartar la vista de la carretera, Ingram replicó:

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