Sue Grafton - L de ley

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La detective Kinsey Millhone se aprestaba a ser dama de honor en la boda del hermano de su casero cuando, pocos días antes, acepta investigar para un vecino, Chester, por qué en los archivos militares ha desaparecido todo rastro de Johnny Lee, su padre recién fallecido y veterano de la segunda guerra mundial. ¡Adiós planes de boda!, porque, de pronto, alguien ha entrado en casa del difunto dejándolo todo patas arriba y Chester descubre, en una caja de caudales, una llave con esta misteriosa inscripción: LEY. A partir de entonces nadie es ya quien dice ser: ni Ray Rawson, el antiguo amigo del ejército, que quiere alquilar la casa; ni Gilbert Hays, a quien Kinsey sorprende llevándose una bolsa de la casa de Lee; ni Laura Huckaby, la mujer a quien aquél entrega la bolsa. A Kinsey no le queda más remedio que emprender una salvaje odisea en la que, para desenredar la madeja, acabará pasando por cualquier cosa, menos por detective…

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– Espera un poco. ¿Cómo sabes todo eso?

– Porque lo vi -dije. Me volví a Helen-. ¿Hay guía telefónica en la casa? No la he visto en el dormitorio y seguramente nos hará falta.

– En el cajón del tocador. Espera. Voy a buscarla -dijo Ray, poniéndose en pie. Entró en el dormitorio.

– ¿Te suena la casa Ley? -le dije en voz alta-. Se me ocurrió que podía ser de aquí. -Miré a Helen-. ¿No le suena de nada a usted?

Negó con la cabeza.

– No he oído ese nombre en mi vida.

Ray volvió con dos volúmenes en la mano, la guía de Louisville y las Páginas Amarillas.

– ¿Por qué crees que es de aquí?

Abrí las Páginas Amarillas.

– Soy optimista -dije-. En mi trabajo, empiezo siempre por lo evidente. -Ray dejó la guía telefónica en una silla vacía. Encontré el listado de los cerrajeros. No había ninguna casa Ley a la vista, pero Louisville Compañía Cerrajera parecía una posibilidad prometedora. El destacado anuncio decía que la empresa estaba en el ramo desde 1910-. También podemos probar en la biblioteca municipal. Las guías telefónicas de comienzos de los años cuarenta podrían depararnos alguna sorpresa.

– Es detective privada, mamá -dijo Ray a Helen-. Por eso está metida en esto.

– Sí, ya me preguntaba yo quién era.

Dejé el volumen en la mesa, abierto por la página de los cerrajeros. Golpeé con la uña el anuncio de Louisville CC.

– Llamaremos aquí dentro de un minuto -dije-. Bien. ¿Dónde estábamos? -Miré las notas de Ray-. Ah, sí, la otra llave era una Master. Creo que sólo fabrican candados, pero podemos preguntar cuando llamemos. Ahora viene la pregunta: ¿estamos buscando una puerta grande y otra más pequeña? ¿O una puerta y además un cofre, una caja, algo parecido?

Ray se encogió de hombros.

– Seguramente lo primero. En los años cuarenta no había esos lugares de depósitos independientes que hay ahora. Lo pusiera donde lo pusiese, tuvo que cerciorarse de que no lo iban a tocar. No podría ser la caja de seguridad de un banco porque la llave no me pareció a mí la indicada. Además, Johnny aborrecía los bancos. Por eso se metió en líos. Y no creo que fuera a depositar el botín a punta de pistola, ¿entiendes?

– Sí, entiendo. Además, los bancos se derriban, sufren reformas, cambian de domicilio social. ¿Y los edificios públicos de otras clases? ¿El ayuntamiento o el palacio de justicia? ¿El Consejo de Educación, un museo?

Ray cabeceó, rechazando la idea.

– Viene a ser lo mismo, ¿no? No son más que parcelas rentables para cualquier agente de la propiedad. Importa poco lo que se construya en ellos.

– ¿Y otros lugares de la ciudad? Los monumentos históricos. Tienen que estar protegidos.

– Vamos a pensar por ahí.

– Una iglesia -dijo Helen de pronto.

– Es posible -dijo Ray.

Helen señaló el cuaderno.

– Anótalo.

Ray apuntó lo de las iglesias.

– Está la compañía de aguas potables, junto al río. Las escuelas. Churchill Downs. No van a derribar estas cosas.

– ¿Y alguna propiedad grande?

– No está mal pensado. Antes había muchas fincas grandes por aquí. Pero he estado fuera muchos años y no sé qué quedará en pie.

– Si Johnny huía de la policía, tenía que ser un lugar de fácil acceso -dije-. Y además, estar relativamente a salvo de intrusismos.

Ray arrugó la frente.

– ¿Cómo podía asegurarse de que nadie más lo encontraría? Era arriesgadísimo. Dejar las sacas del dinero por ahí. ¿Quién dice que no tropezará con ellas cualquier crío que esté jugando al béisbol?

– Los crios ya no juegan al béisbol en la calle, ahora tienen videojuegos -dije.

– Bueno, pues un obrero de la construcción o un vecino curioso. El lugar tenía que ser seco, ¿no crees?

– Seguramente -dije-. Las dos llaves sugieren por lo menos que el dinero no se enterró.

– Cuánto siento que Gilbert se las haya llevado. Nos llevará ventaja aunque encontremos el lugar.

– No te preocupes por eso. Nunca salgo de casa sin mi juego de ganzúas. Si encontramos las cerraduras que interesan, ya es nuestro.

– Además, podemos forzarlas -sugirió Ray-. Aprendí a hacerlo en la cárcel, junto con otras cosas.

– Recibiste una educación completa por lo que veo.

– Soy buen estudiante -dijo con modestia.

Los tres guardamos silencio durante unos segundos, en espera de que la imaginación se pusiera a trabajar.

– El cerrajero que vio la llave grande dijo que podía ser de un portalón. A ver qué os parece esto. Johnny tenía acceso a una mansión antigua. La llave grande era del portalón y la pequeña la del candado de la puerta principal.

Ray no parecía contento.

– ¿Cómo sabía Johnny que no iban a vender o derribar la casa?

– Puede que fuera un monumento histórico. Protegido por la tradición.

– ¿Y si han restaurado la mansión y cobran por visitarla? Medio estado habrá desfilado por allí.

– Es verdad -dije-. En cualquier caso, el dinero no podía estar a la vista para que lo viese cualquiera que entrase. Tenía que estar oculto.

– Y así volvemos al principio -dijo Ray.

Guardamos silencio otro rato.

– Lo que me pone enfermo es que es toda una pasta. Siete, ocho sacas llenas de dinero y joyas. Pesaban un montón. Entonces éramos fuertes y jóvenes. Tendrías que habernos oído quejarnos y gruñir mientras cargábamos las sacas en el maletero del coche.

Lo miré con curiosidad.

– ¿Cuál era el plan inicial? ¿Qué habría pasado si la poli no hubiera aparecido? ¿Qué pensaba hacer Johnny con el dinero en tal caso?

– Supongo que lo mismo. Siempre decía que a los atracadores los descubrían porque se gastaban el dinero demasiado deprisa. Que se ponían a pasar plata y joyas mientras la policía distribuía información sobre el botín robado. Dejando rastros fáciles de seguir.

– Entonces, fuera cual fuese el plan, Johnny lo tenía ya preparado de antemano -dije.

– Por fuerza.

Medité aquello.

– ¿Dónde lo capturaron?

– Ya no me acuerdo. Fuera de la ciudad. En la carretera de no sé qué sitio.

– Carretera de Ballardsville -dijo Helen-. No sé por qué, pero lo tenía metido en la cabeza. ¿No te acuerdas?

Ray sonrió satisfecho.

– Mi madre tiene razón -dijo-. ¿Cómo es que lo recordabas?

– Lo oí en la radio -dijo Helen-. Estaba muy asustada. Creía que estabas con él. No sabía que os habíais separado y estaba convencida de que te habían detenido.

– Me detuvieron, pero en otra parte -dijo Ray.

– ¿Pasó mucho tiempo entre el robo y la captura de Johnny?

Ray me miró a los ojos.

– ¿Crees que pudo esconder el botín en algún lugar entre el banco, que estaba en el casco urbano, y el punto en que lo capturaron?

– A no ser que tuviera tiempo de ir a otra ciudad y volver -dije-. Que es como decir que siempre se encuentra algo en el último lugar en que se busca. Está clarísimo. Una vez que encuentras lo que buscabas, dejas de buscar. La última vez que lo viste iba cargado con varias sacas de dinero. Cuando lo capturaron, las sacas habían desaparecido. En consecuencia, el dinero tuvo que esconderse en ese intervalo final. A propósito, no me has dicho cuánto tiempo transcurrió.

– Medio día.

– Entonces no tuvo tiempo de ir muy lejos.

– Sí, es verdad. Siempre he imaginado que el dinero estaba en la ciudad. Nunca se me ha ocurrido que pudiera haberlo dejado y volver a continuación. Tiene que estar en un radio de ciento cincuenta kilómetros.

– Pienso que deberíamos partir de la base de que está en Louisville. No quiero afrontar la perspectiva de registrar todo el Kentucky occidental.

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