Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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– Pero todavía no lo entiendo -dijo Boijer-. ¿Para qué tanto teatro? La pobre mujer del vídeo, la estaca en el jardín cuando amenazó con matar a la niña… ¿Qué era todo eso?

– Lo vio como una oportunidad de torturar a Rob. Psicológicamente -contestó Christine-. Ése es el estilo de Cloncurry. Es un psicópata. Extravagante y teatrero. Recuerde que he estado un tiempo con él. No han sido las mejores horas de mi vida. -Rob la observaba; ella le devolvió la mirada-. Nunca me tocó. Me pregunto si será asexual. De todos modos, sí sé que es un exhibicionista, un fanfarrón. Le gusta que la gente vea lo que él hace. Provoca sufrimiento a las víctimas y también a aquellos que las quieren.

Forrester se había puesto de pie y se acercó a la ventana. El suave sol irlandés le daba en la cara. Se dio la vuelta y habló con tranquilidad.

– Y el sacrificio humano se realizaba tradicionalmente delante de un público. De Savary me lo dijo. ¿Cuál fue la palabra que utilizó? El poder expiatorio del sacrificio procede del hecho de que sea observado. Los aztecas arrastraban a la gente hasta la cima de las pirámides para que todo el pueblo pudiera ver cómo les sacaban el corazón. ¿Correcto?

– Sí -admitió Christine-, como los entierros de los barcos vikingos. Ceremonias públicas de sacrificio. Y el empalamiento de los Cárpatos: una vez más, un gran ritual público. El sacrificio está hecho para ser contemplado. Por el pueblo, por los reyes y por los dioses. Un espectáculo de crueldad. Ése es el deseo de Cloncurry. Crueldad prolongada, pública y muy elaborada.

– Y eso es lo que planeaba para usted, Christine -dijo Forrester con suavidad-. Un empalamiento público. En el jardín de la casa de campo. Imagino que la banda de Irlanda lo fastidió.

– ¿Cómo?

– Empezaron a discutir y a disparar -explicó Dooley-. Creo que la banda perdió el control sin él…, sin su líder.

– Pero hay otra cosa -añadió Boijer-. ¿Por qué dejó Cloncurry a la banda en Irlanda si debía de saber que los arrestarían e incluso que los matarían?

Rob se rió amargamente.

– Otro sacrificio. Sacrificó a sus propios hombres. En público. Probablemente él miraba mientras los Gardai los mataban. Tenía aquellas cámaras instaladas por toda la casa. Imagino que disfrutó de todo eso, observándolo en la pantalla de su ordenador.

Llegó la pregunta fundamental. Fue Boijer quien la hizo.

– Entonces, ¿dónde está Cloncurry? ¿Dónde demonios está ahora?

Rob miró a los policías de uno en uno.

– Seguramente está en Inglaterra -dijo Dooley, finalmente.

– O en Irlanda -respondió Boijer.

– Creo que es probable que esté en Francia -sugirió Christine.

Forrester frunció el ceño.

– ¿Perdón?

– Cuando estuve atada y encapuchada le oír hablar una y otra vez sobre Francia y su familia de allí. Detestaba a su familia, los secretos de familia y todas esas cosas. Su terrible legado. Eso es lo que siempre decía. Cuánto odiaba a su familia, sobre todo, a su madre… En su estúpida casa de Francia.

– Me pregunto… -Boijer se quedó mirando a Forrester con una extraña expresión. El inspector asintió sombríamente-. Quizá la mujer del vídeo, a la que mató, fuera su madre.

– Dios mío.

La habitación quedó en silencio.

– Pero la policía francesa está vigilando la casa, ¿no? ¿Vigila a los padres? -dijo Rob.

– Supuestamente -respondió Boijer-. Pero no estamos en contacto con ellos a todas horas. Y no habrían seguido a la madre si hubiera salido.

Sally interrumpió de repente con rabia.

– Pero ¿cómo iba a ir él hasta allí? ¿En avión privado? ¡Ustedes dijeron que estaban investigando eso!

Forrester levantó una mano.

– Hemos rastreado los informes del control del tráfico aéreo. Hemos contactado con todas las pistas de aterrizaje del este de Inglaterra. -Se encogió de hombros-. Sabemos que tenían el dinero para un avión. Sabemos que Marsinelli tenía licencia y, posiblemente, Cloncurry también. El problema de esa línea de investigación es… -Suspiró-. Hay miles de aviones privados en el Reino Unido, decenas de miles en Europa occidental. Si Cloncurry ha conseguido volar bajo un nombre falso durante meses, un año, ¿quién sabe?, nadie le detendría. Ha tenido autorización todo el tiempo. Y otro problema es que todos buscan a una banda de hombres que van en coche o en avión privado. No buscan a un hombre que vuela solo… -Se frotó el mentón pensativo-. Pero, aun así, no creo que los franceses le dejaran escapar. Todos los aeródromos y puertos importantes están en alerta. Pero supongo que es posible.

– Toda esta especulación no nos lleva muy lejos, ¿no? -dijo Rob cortante-. Cloncurry puede estar en Gran Bretaña, Francia o Irlanda. Estupendo. Sólo tres países en los que buscar. Y sigue teniendo a mi hija. Y puede que haya asesinado a su madre. Así que, ¿qué vamos a hacer?

– ¿Y qué hay de su amiga, la que está en Turquía, Isobel Previn? ¿Ha tenido suerte con la búsqueda del Libro Negro? -preguntó Forrester.

Rob sintió una punzada de esperanza mezclada con desesperación.

– Anoche recibí un mensaje de ella. Dice que está cerca. Es lo único que sé.

Sally se incorporó en su asiento y el sol resplandeció en su pelo rubio.

– Pero ¿y Lizzie? Ya está bien con ese Libro Negro. ¿A quién le importa? ¿Qué va a hacer con Lizzie ahora? ¿Con mi hija?

Christine se movió en el sofá y abrazó a Sally.

– Lizzie está a salvo por ahora. Él no me necesita porque no soy más que la novia de Rob. Fui un juguete. Un extra. Algo desechable. -Volvió a abrazar a Sally-. Pero ese tipo no es idiota. Va a hacer uso de Lizzie, a utilizarla en contra de Rob. Hasta que consiga lo que quiere. Y lo que quiere es el Libro Negro. Cree que Rob lo tiene.

– Pero lo cierto es que yo no sé nada -admitió Rob con desaliento-. Le he mentido, le he dicho que sé algo, pero ¿por qué iba a creerme? Como dices, no es ningún estúpido.

– Tú fuiste a Lalesh -respondió Christine-. Le oí hablar de eso también. Lalesh. ¿Cuántos han estado allí que no sean yazidis? ¿Quizá unas cuantas docenas en cien años? Eso es lo que le fastidia. -Christine se recostó-. Está obsesionado con el libro y está seguro de que sabes algo, por lo de Lalesh. Así que creo que Lizzie está relativamente a salvo, por ahora.

Hubo un silencio. Después, la conversación general pasó, inevitablemente, a aviones, aeródromos y ferris durante un par de minutos más. Y, al poco rato, se oyó un sonido en el ordenador.

Cloncurry estaba conectado.

Rob hizo una señal con la mano, sin decir nada, a todos los que se encontraban en la habitación. Se reunieron alrededor de la pantalla del ordenador y miraron fijamente.

Allí, en la webcam, aparecía Cloncurry. La imagen era clara y nítida. El sonido era bueno. El asesino sonreía. Se reía entre dientes.

– ¡Hola otra vez! He pensado que debíamos ponernos al día. Charlar un poco. Así que han conseguido agarrar a mis ayudantes tan cognitivamente deficientes. Mis hermanos de Eire. Menudo fastidio. Había planeado también un bonito empalamiento, como probablemente saben ya. ¿Vieron la gran estaca del jardín?

Dooley asintió.

– La vimos.

– Vaya, detective Doohicke. ¿Cómo está? Qué pena que no llegáramos a descuartizar a la puta francesa. Tanto cuchillo para nada. Debería, al menos, haber torturado a esa furcia como yo quería. Pero tenía otras cosas en mente. No es que importe demasiado porque aún sigo teniendo a mis amigos. De hecho, tengo a uno justo aquí. Saluden a mi pequeño amigo.

Cloncurry acercó la cámara y enfocó algo.

Era una cabeza humana cortada.

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