Rob trataba de apartar de su mente la imagen de su hija. Las mordazas de cuero…
– Lo cierto es que no. No tengo ni la más remota idea de lo que quieres decir.
– Muy bien, Rob. Perdona. Iré directa al grano. En su primera expedición, Layard fue a Lalesh. Mi opinión es que cuando estuvo allí, los yazidis le hablaron del Libro Negro y de cómo un inglés, Jerusa lem Whaley, se lo había llevado. Layard fue el primer británico que habían conocido los yazidis y, probablemente, el primer occidental desde la visita de Whaley. Así que tiene todo el sentido. Debieron de decirle que querían que les devolvieran el libro.
– Hummm…, puede ser.
– Así que Layard va a Constantinopla y le habla al embajador Cannings sobre sus descubrimientos. Sabemos con seguridad que se vieron. Y también sabemos que sir Stratford Canning era un angloir landés de ascendencia protestante.
Rob pudo por fin discernir débilmente adónde iba a parar.
– ¿Canning era irlandés?
– Sí. De la aristocracia angloirlandesa. Una pequeña camarilla. Personas como Whaley y lord Saint Leger. Los miembros del Fuego del Infierno. Todos ellos están relacionados.
– Pues sí, es curioso. Pero ¿cómo concuerda todo esto?
– Más o menos en la misma época corrieron rumores en Irlanda sobre un tal Edward Hincks.
– ¿Cómo? Me estoy liando.
– Hincks fue un clérigo irlandés de Cork poco conocido. ¡Él solo consiguió descifrar la escritura cuneiforme! Todo esto es cierto, Rob. Búscalo en internet. Éste es uno de los mayores misterios de la asirio logía. Toda la Europa culta trataba de descifrar la escritura cuneiforme y, de repente, ese párroco rural irlandés les aventaja a todos. ¿Cómo es que Hincks la descifró de pronto? Era un insignificante clérigo protestante que vivía en mitad de ninguna parte, en el culo del mundo irlandés.
– ¿Crees que encontró el libro?
– Creo que Hincks encontró el Libro Negro. El libro estaba escrito casi por completo en caracteres cuneiformes, así que Hincks debió de encontrarlo de alguna forma en Irlanda y lo tradujo, lo descifró y se dio cuenta de que había encontrado el tesoro de Whaley. El famoso texto de los yazidis que antes tenían los del Club del Fuego del Infierno. Quizá tratara de mantenerlo en secreto. Sólo unos cuantos protestantes irlandeses encopetados sabían lo que había encontrado Hincks, personas que, para empezar, ya estaban al corriente de la historia de Whaley y del club irlandés del Fuego del Infierno.
– ¿Te refieres a los aristócratas irlandeses? ¿Gente como… Can ning?
Isobel casi emitió un chillido.
– Eso es, Rob. Sir Stratford Canning era enormemente importante en los círculos angloirlandeses. Como muchos de su clase, no hay duda de que se avergonzaba del pasado del club. Así que, cuando oyó que habían encontrado el libro de Whaley, Canning tuvo una estupenda idea que resolvería todos los problemas que tenían. Querían librarse del libro y él sabía que Layard necesitaba dárselo a los yazidis. Y Hincks lo encontró.
– Y así el Libro Negro fue enviado de vuelta a Constantinopla…
– Y volvió por fin a los yazidis… ¡por medio de Austen Layard!
Se hizo el silencio en el teléfono. Rob sopesó todo aquello. Trataba de no pensar en su hija.
– Bueno, es una teoría…
– Es más que una teoría, Rob. ¡Escucha esto! -Rob pudo oír cómo pasaba las páginas de un libro-. Aquí. Escucha. Éste es el verdadero relato de la segunda visita de Layard a los yazidis: «Cuando se rumoreó entre los yazidis que Layard había vuelto a Constantino pla, se decidió enviar a cuatro sacerdotes yazidis y a un jefe», y se dirigieron todos a Constantinopla.
– ¿Y?
– Hay más. Tras unas «negociaciones secretas» con Layard y Canning en la capital otomana, Layard y los yazidis se dirigieron después hacia el este, al Kurdistán, de vuelta a la tierra de los yazidis. -Isobel tomó aire y luego citó textualmente-: «El trayecto desde el lago Van a Mosul se convirtió en un desfile triunfal… Layard recibió cálidas muestras de gratitud. Era a él a quien habían acudido los yazidis y había demostrado que era digno de su confianza». Después de aquello, el grupo continuó su camino por los pueblos yazidis hasta Urfa acompañado por «cientos de personas que cantaban y gritaban».
Rob podía notar la emoción de Isobel, pero era incapaz de compartirla. Mientras miraba apesadumbrado el cielo nublado de Londres, dijo:
– Vale. Ya entiendo. Puede que tengas razón. El Libro Negro está, por tanto, en Kurdistán. En algún lugar. No en Gran Bretaña ni en Irlanda. Al final, Layard lo devolvió. La banda se equivoca. Está claro.
– Por supuesto, cariño -repuso Isobel-. Pero no es sólo que esté en el Kurdistán. Está en Urfa. ¿Entiendes? El libro dice Urfa. Por supuesto que Lalesh es la capital sagrada de los yazidis, pero la antigua capital administrativa, la política, es Urfa. ¡El libro está en Sanliurfa! Oculto en algún lugar. Layard lo llevó allí, a los yazidis. Y a cambio, éstos le dijeron dónde encontraría las grandes piezas antiguas, el obelisco de Nínive y el resto. Y Canning y Layard consiguieron la fama que deseaban. ¡Todo encaja!
La boca de Rob se secó. Sintió un impulso de desesperación sarcástica.
– Muy bien. Estupendo, Izzy. Es posible. Pero ¿cómo demonios lo encontramos? ¿Cómo? Los yazidis trataron de matarnos. Sanliurfa es un lugar en el que no somos bienvenidos. ¿Sugieres que simplemente volvamos y les pidamos que nos den su texto sagrado? ¿Hay algo más que quieres que hagamos de paso? ¿Caminar quizá sobre el lago Van?
– No estoy hablando de ti. -Isobel suspiró con fuerza-. Me refiero a mí. ¡Esto es una oportunidad para mí! Tengo amigos en Urfa. Y si puedo llegar primero al Libro Negro, aunque sólo sea pedirlo prestado durante unas horas para hacer una copia, tendremos algo para Cloncurry. Podremos intercambiar nuestro conocimiento por Lizzie y Christine. Conozco bien a los yazidis. Creo que puedo encontrarlo. Encontrar el libro.
– Isobel…
– ¡No vas a disuadirme! Me voy a Sanliurfa, Rob. Voy a encontrar el libro para ti. Christine es mi amiga. Y tu hija es como si fuera mía. Quiero ayudar. Puedo hacerlo. Confía en mí.
– Pero, Isobel, es peligroso. Es una locura. Y los yazidis a los que yo vi creen de verdad que el libro sigue en Gran Bretaña. ¿Qué me dices de eso? Y luego está Kiribali…
La mujer soltó una risa ahogada.
– Kiribali no me conoce. Y, de todas formas, tengo sesenta y seis años. Si soy decapitada por unos nestorianos psicópatas, que así sea. Así no tendré que preocuparme de ir a graduarme de nuevo la vista. Pero creo que estaré bien, Rob. Ya tengo una idea de dónde puede estar el libro. Y tomo un vuelo para Urfa esta noche.
Rob puso reparos. La esperanza que le ofrecía Isobel era remota, muy remota, pero también le atraía; quizá porque, en realidad, no tenía ninguna otra esperanza. Y también sabía que Isobel estaba arriesgando su vida, cualquiera que fuera el resultado.
– Gracias, Isobel. Gracias. Pase lo que pase, gracias por esto.
– De nada. Vamos a salvar a esas chicas, Rob. Te veré pronto. ¡Os veré a los tres!
Rob se volvió a sentar y se frotó los ojos. Después salió y estuvo fuera toda la tarde, bebiendo solo en un bar. Al regresar a casa no pudo soportar el silencio, así que volvió a las calles para seguir bebiendo. Fue de bar en bar, bebiendo despacio y a solas, mirando el móvil cada cinco minutos. Al día siguiente hizo lo mismo. Y al siguiente. Llamó Sally cinco veces. Llamaron sus amigos de The Times. Llamó Steve. Llamó Sally. La policía guardaba silencio.
Y mientras tanto, Isobel lo llamaba casi a cada hora contándole sus avances en Urfa. Dijo que creía que se encontraba «cerca de la verdad, cerca del libro». Le contó que algunos de los yazidis negaron tener el libro, pero que otros pensaban que ella tenía razón, que el libro había sido devuelto, pero que no sabían dónde estaba escondido.
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