Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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El camino hasta Gobekli transcurrió sin incidentes. Radevan se hurgó la nariz y se quejó en voz alta de los turcos. Rob observaba el inmenso desierto, hacia el Éufrates y las azules montañas del Taurus que se levantaban más allá. Había llegado a gustarle este desierto, aunque le turbaba. Tan antiguo, tan cansado, tan malévolo, tan agreste. El desierto de los demonios del viento. ¿Qué más se escondía en sus bajas colinas? Un pensamiento extraño. Rob miró el paisaje.

Llegaron rápidamente. Con un chirrido de neumáticos gastados, Radevan aparcó. Se asomó por la ventanilla mientras Rob se dirigía a la excavación.

– ¿Tres horas, señor Rob?

Rob se rió.

– Sí.

La excavación era aquel día frenética, más ajetreada de lo que Rob había visto antes. Se estaban abriendo nuevas zanjas. Nuevos agujeros profundos en las colinas que dejaban ver aún más piedras. Rob comprendió que la campaña de excavaciones estaba llegando a su fin y Franz quería seguir descubriendo. El periodo de excavaciones era extremadamente corto. Hacía demasiado calor en el yacimiento en pleno verano y estaba demasiado expuesto en invierno. Y, de todos modos, los científicos necesitaban al parecer nueve meses de interpretación y trabajo de laboratorio para procesar lo que habían encontrado en los tres meses de verdadera excavación. En eso consistía el año arqueológico: tres meses de trabajo preliminar y nueve de pensar. Bastante relajado, a decir verdad.

Franz, Christine y el paleobotánico Iván mantenían una discusión en la zona cubierta con el toldo. Saludaron a Rob con un movimiento de mano, él se sentó y se sirvieron más té. A Rob le gustaba la infinita cadena de producción del té turco, el ritual del tintineo de las cucharillas, los vasos con forma de tulipán y el sabor del dulce cay negro. Y aquel té caliente era curiosamente refrescante bajo el sol del seco desierto.

Mientras tomaba el primer vaso de té, el periodista les contó que estaba a punto de acabar, que ésa era su última visita. Examinó el rostro de Christine mientras lo decía. ¿Vio un atisbo de pena? Quizá. Se recreó un poco en ello. Pero después recordó su trabajo. Tenía que hacer unas cuantas preguntas más, sus últimas indagaciones. Por eso estaba allí. Nada más.

Necesitaba enmarcar la excavación en un contexto. Había leído algunos libros más de historia y de prehistoria, y quería colocar a Gobekli Tepe en algún lugar. Ver si encajaba y cómo se integraba dentro del mosaico de la historia más amplia de la humanidad, la evolución del hombre y la civilización.

Franz se mostró feliz de colaborar.

– En esta zona -elevó el brazo hacia las amarillas colinas que había más allá de los toldos sin paredes- es donde empezó todo. La civilización. El primer lenguaje escrito es el cuneiforme y comenzó no muy lejos de aquí. La fundición de cobre es de origen mesopotámico. Y las primeras ciudades de verdad se construyeron en Turquía. Isobel Previn puede hablarte de todo eso.

Rob estaba desconcertado. Entonces recordó el nombre. La tutora de Christine en Cambridge. Isobel Previn. Había leído también ese nombre en diferentes libros de historia. Previn había trabajado con el gran James Mellaart, el arqueólogo inglés que excavó Catalhöyük. Rob disfrutó leyendo sobre Catalhöyük, principalmente porque la excavaron muy deprisa. Tres años de trabajos intensos y todo quedó al descubierto. Aquella fue la época heroica y hollywoodiense de la arqueología. Hoy día, por lo que Rob sabía, las cosas habían disminuido de velocidad. Ahora había tantos expertos en diferentes campos -arqueometalúrgicos, zooarqueólogos, etnohistoriadores, geomorfólogos…-, que todo se había complicado mucho. Un yacimiento complejo podía tardar décadas en desentrañarse.

Gobekli Tepe era un yacimiento de esa clase. Franz llevaba excavando en Gobekli desde 1994, Christine había dado entender que él pasaría el resto de su vida laboral trabajando allí. ¡Toda una vida de trabajo en una sola excavación! Pero una vez más, se trataba del yacimiento arqueológico más impresionante del mundo. Y probablemente por esa razón parecía Franz tan contento casi siempre. En ese momento sonreía, explicándole a Rob los comienzos de la historia de la cerámica y la agricultura, cuya existencia vino después de que se construyera Gobekli Tepe. Y ambas habían comenzado también cerca de allí.

– Pueden verse los primeros signos de cultivos de la historia en Siria. Gordon Childe lo denominó la revolución neolítica y ocurrió no muy lejos de allí, hacia el sur. Abu Hureyra, Tell Aswad, lugares como ésos. Así que, ya ves que esto es una verdadera cuna. El trabajo del metal, la cerámica, la agricultura, la fundición y la escritura comenzaron cerca de Gobekli. ¿Ja?

– Sí, aunque en realidad hay pruebas de plantaciones de arroz en Corea del 13000 antes de Cristo, pero no se sabe bien -añadió Chris tine.

Ivan, que había permanecido en silencio hasta ahora, también participó:

– Y hay algunas curiosas evidencias de que la cerámica pudo haberse desarrollado y luego sufrir una especie de retraso antes de eso en Siberia.

Rob se giró.

– ¿Cómo? -Franz pareció un poco enfadado por la interrupción de su colega, pero Rob estaba intrigado-. Continúa.

Iván se ruborizó.

– Pues tenemos evidencias en la parte más oriental de Siberia, y puede que en Japón, de una civilización aún más primitiva. Un pueblo del norte. Posiblemente se extinguieron porque las pruebas desaparecen. No lo sabemos. No tenemos ni idea de qué fue de ellos.

Franz parecía molesto.

Ja, ja, ja, Ivan. Pero, aun así, esta zona es donde de verdad ocurrió. ¡El Oriente Próximo! Aquí. -Golpeó la mano contra la mesa para darle énfasis, haciendo que las cucharillas vibraran-. Todo eso. Todo comenzó aquí. Los primeros hornos para hacer cerámica. Fue en Siria y en Iraq. Los hititas hicieron el primer acero. En Anatolia. Los primeros cerdos domésticos estaban en Cayonu, los primeros pueblos en Anatolia y… y por supuesto, el primer templo…

– ¡Gobekli Tepe!

Todos rieron. La paz había quedado restablecida y la conversación continuó. Rob pasó diez minutos aplicado en tomar notas mientras los arqueólogos charlaban entre sí sobre la domesticación de los animales y la distribución de «microlitos». La conversación era técnica y compleja; a Rob no le importó. Tenía las últimas piezas del rompecabezas. No era un retrato completo -seguía habiendo misterios-, pero sí que era bueno y convincente, y funcionaría. Además, él era periodista, no historiador. No había venido aquí para solucionarlo todo, sino para recoger una impresión vivida y rápida. ¿A qué llamaban periodismo? Al «primer esbozo de la historia». Eso es lo que él hacía y lo que se suponía que tenía que hacer: estaba escribiendo el primer borrador.

Levantó la mirada. Llevaba media hora tomando notas. Los científicos lo habían dejado ocupado en ello; se habían dispersado por la excavación para hacer lo que de verdad hacían cuando no estaban discutiendo: examinar la tierra y limpiar antiguas piedras. Sentado en aquella tienda, con más argumentos ya para su artículo, Rob se puso de pie, se frotó su entumecido cuello y decidió ir a dar una vuelta por el lugar antes de irse. Levantó su mochila y caminó entre los montículos más cercanos, bordeando los recintos vallados y las piedras.

Más allá de la zona principal de la excavación había una amplia zona descubierta sembrada de piedras. Christine le había enseñado aquel lugar en su visita anterior. Rob se había sorprendido al ver tantas piezas de sílex de hacía doce mil años, talladas por hombres de la Edad de Piedra, esparcidas alrededor. Literalmente, se trataba de miles de ellas. Simplemente podías arrodillarte y, tras una breve búsqueda, coger un hacha antigua, una punta de flecha o una herramienta para cortar.

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