Michael Connelly - Echo Park

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Harry Bosch tiene la oportunidad de reabrir un caso en el que trabajó en el pasado y que había quedado sin resolución; se traga del asesinato de Marie Gesto, una joven desaparecida años atrás. Bosch tuvo siempre el presentimiento de que nunca encontrarían con vida a Gesto y cuando las circunstancias le forzaron a cerrar el caso, se quedó con la desagradable sensación de haber dejado escapar al culpable por obviar un detalle de la investigación. Por ello recibe, entre escéptico y aliviado, la confesión de un hombre que alega estar detrás del asesinato de la joven. Las circunstancias que envuelven el caso son atípicas dado el interés de un político por llegar a un pacto con el presunto culpable. Arguye que resultaría beneficioso paa ambas partes: el detenido detallaría qué pasócon otros casos irresolutos cuya autoría se atribuye, evitando así la pena de muerte. A Bosch no le gusta la propuesta, pero no puede reprimir su deseo de cerrar un caso que le ha inquietado durante años.

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Bosch se dio cuenta de que todo el plan para que Raynard Waits confesara el asesinato de Marie Gesto y llevara a los investigadores hasta el cadáver podía haber sido completamente originado por Abel Pratt. Estaba en una posición perfecta como intermediario que podía controlar a Bosch, así como a las otras partes implicadas.

Y se dio cuenta de que, con Swann formando parte del plan, Pratt no necesitaba ni a Olivas ni a O'Shea. Cuanta más gente hay en una conspiración, más oportunidades existen de que fracase. Swann sólo tenía que decirle a Waits que el fiscal e investigador estaban detrás para colocar así una pista falsa para que Bosch la siguiera.

Bosch sentía el ardor de la culpa empezando a quemarle en la nuca. Se dio cuenta de que podía haberse equivocado en todo lo que había creído hasta media hora antes. Olivas, después de todo, quizá no había sido un policía corrupto. Quizá lo habían utilizado con la misma habilidad con que habían utilizado al propio Bosch, y quizás O'Shea no era culpable de otra cosa que no fuera la manipulación política, es decir, de ponerse medallas que no le correspondían y de sacarse de encima la culpa. O'Shea podría haber motivado el tongo departamental para contener las acusaciones de Bosch simplemente porque podían causarle un daño político, no porque fueran ciertas.

Bosch repensó una vez más toda esta nueva teoría y vio que se sostenía. No encontró aire en los frenos ni arena en el depósito de gasolina; era un coche que se podía conducir. La única cosa que faltaba era el motivo. ¿Por qué un tipo que había aguantado veinticinco años en el departamento y que estaba contemplando una jubilación a los cincuenta iba a arriesgarlo todo en una trama como ésa? ¿Cómo podía un tipo que había pasado veinticinco años persiguiendo criminales dejar que un asesino quedara en libertad?

Bosch sabía por haber trabajado en un millar de casos de homicidio que el motivo era con frecuencia el componente más escurridizo de un crimen. Obviamente, el dinero podía motivarlo, y la desintegración de un matrimonio podía desempeñar un papel. Pero eso eran denominadores comunes desafortunados en las vidas de muchas personas. No podían explicar fácilmente por qué Abel Pratt había cruzado la línea.

Bosch dio una fuerte palmada en el volante. Aparte de la cuestión del móvil, se sentía avergonzado y enfadado consigo mismo. Pratt lo había manipulado a la perfección y la traición era profunda y dolorosa. Pratt era su jefe. Habían comido juntos, habían investigado casos juntos, se habían contado chistes y habían hablado de sus respectivos hijos. Pratt se encaminaba a una jubilación que nadie en el departamento creía que fuera otra cosa que bien ganada y bien merecida. Era el momento de viajar barato, de recoger la pensión departamental y conseguir un empleo de seguridad lucrativo en las islas, donde el sueldo era alto y la jornada reducida. Todo el mundo tenía esas expectativas y a nadie le daba rabia. Era el cielo azul, el paraíso del policía.

Pero ahora Bosch vio a través de todo ello.

– Es todo mentira -dijo en voz alta en el coche.

33

Tras conducir durante treinta minutos, Pratt salió de la autovía en el paso de Cahuenga. Tomó por Barham Boulevard en dirección noreste hacia Burbank. El tráfico todavía era denso, y Bosch no tuvo problemas en seguirlo y mantenerse a una distancia prudencial. Pratt pasó junto al acceso trasero a los estudios Universal y la entrada delantera de Warner Bros. Después hizo unos pocos giros y aparcó delante de una hilera de casas similares en Catalina, cerca de Verdugo. Bosch pasó por delante deprisa, giró por la primera a la derecha y luego otra vez y una tercera. Apagó las luces antes de girar una vez más a la derecha y presentarse por segunda vez en la hilera de casas. Aparcó a media manzana del todoterreno de Pratt y se deslizó en su asiento.

Casi inmediatamente, Bosch vio a Pratt de pie en la calle, mirando a ambos lados antes de cruzar. Pero estaba tardando demasiado en hacerlo. La calle estaba despejada; sin embargo, Pratt seguía mirando a uno y otro lado. Estaba buscando a alguien o asegurándose de que no lo hubieran seguido. Bosch sabía que lo más difícil en el mundo era seguir a un poli que está pendiente de si lo siguen. Se agachó más en el coche.

Por fin Pratt empezó a cruzar la calle, todavía mirando adelante y atrás continuamente. Al llegar a la otra acera, se volvió y caminó de espaldas. Dio unos pocos pasos hacia atrás, examinando la zona en ambas direcciones. Al llegar al coche de Bosch, la mirada de Pratt se detuvo un largo momento.

Bosch se quedó helado. No creía que Pratt lo hubiera visto -estaba demasiado agachado-, pero podría haber reconocido el vehículo como un coche patrulla sin identificar de la policía o específicamente como uno de los asignados a la unidad de Casos Abiertos. Si iba a comprobarlo, Bosch sabía que lo habrían pillado sin demasiada explicación. Y sin pistola. Randolph le había confiscado por rutina su arma de repuesto para realizar análisis balísticos en relación con los disparos a Robert Foxworth.

Pratt empezó a caminar hacia el coche de Bosch. Bosch agarró el tirador de la puerta. Si lo necesitaba, saldría corriendo del coche hacia Verdugo, donde habría tráfico y gente.

Sin embargo, Pratt se detuvo de repente, y algo atrajo su atención a su espalda. Se volvió hacia la casa delante de la cual se había parado antes. Bosch siguió su mirada y vio que la puerta delantera de la casa estaba parcialmente abierta y que había una mujer mirando y llamando a Pratt mientras sonreía. Estaba oculta detrás de la puerta, pero uno de sus hombros desnudos estaba expuesto. Su expresión cambió cuando Pratt le dijo algo y le indicó que volviera a entrar. Ella hizo un mohín y le sacó la lengua. Desapareció de la puerta, dejándola abierta quince centímetros.

Bosch lamentó que su cámara estuviera en su coche, en Echo Park. No obstante, no necesitaba pruebas fotográficas para saber que reconocía a la mujer del umbral y que no era la esposa de Pratt; Bosch había conocido a la mujer de su jefe recientemente, cuando éste había anunciado su jubilación en una fiesta en la que estuvieron presentes todos los componentes de la brigada.

Pratt miró otra vez hacia el coche de Bosch. Dudó un momento, pero finalmente se volvió hacia la casa. Subió rápidamente los escalones, entró y cerró la puerta a su espalda. Bosch aguardó y, como esperaba, vio que Pratt descorría una cortina y miraba a la calle. Bosch se quedó agachado mientras los ojos de Pratt se entretenían en el Crown Vic. Sin duda alguna, el coche había atraído las sospechas de Pratt, pero Bosch supuso que el aliciente del sexo ilícito había podido con su instinto de verificar el coche.

Se oyó cierto alboroto cuando Pratt fue agarrado por detrás y se apartó de la ventana. La cortina volvió a quedar en su lugar.

Bosch se incorporó de inmediato, arrancó e hizo un giro de ciento ochenta grados desde el bordillo. Dobló a la derecha en Verdugo y se dirigió hacia Hollywood Way. Evidentemente el Crown Vic estaba quemado. Pratt lo buscaría activamente cuando saliera otra vez de la casa. Por fortuna para Bosch el aeropuerto de Burbank estaba cerca. Supuso que podría dejar el Crown Vic en el aeropuerto, alquilar un coche y volver a la casa en menos de media hora.

Mientras conducía trató de situar a la mujer a la que había visto mirando por la puerta de la casa. Recurrió a un par de técnicas de relajación mental que había empleado cuando los tribunales aceptaban la hipnotización de testigos. Pronto se estaba grabando la nariz y la boca de la mujer, las partes de ella que habían disparado su sensación de reconocimiento. Y enseguida lo tuvo. Era una joven y atractiva empleada civil del departamento que trabajaba en la oficina que había del otro lado del pasillo de Casos Abiertos. Era de la oficina de Personal, conocida por las tropas como Entradas y Salidas porque era el lugar donde ocurrían ambas cosas.

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