– Tengo el móvil allí, es parte de la escena del crimen -dijo, estirándose hacia el teléfono-. Sólo he venido a hacer una llamada y me voy.
– Me estaba preguntando por tu teléfono -dijo Pratt-. Algunos de los chicos han estado tratando de llamarte y dijeron que no respondías.
– Los de Forense no me dejaban sacarlo de la escena. Ni el teléfono ni mi coche. ¿Qué querían?
– Creo que querían invitarte a una copa en Nat's. Puede que estén yendo hacia allí.
Nat's era un antro de cerca de Hollywood Boulevard. No era un bar de polis, pero todas las noches pasaba por allí un buen número de polis fuera de servicio. Los suficientes para que el dueño del local mantuviera la versión hard de The Clash de «I Fought the Law» en la máquina de discos durante veinte años. Bosch sabía que si aparecía en Nat's el himno punk estaría en constante rotación en saludo al recientemente fallecido Robert Foxworth, alias Raynard Waits. «Luché contra la ley, y ganó la ley…» Bosch casi podía oírlos a todos cantando el coro.
– ¿Va a venir? -le preguntó a Pratt.
– Quizá más tarde. He de hacer algo antes.
Bosch asintió.
– Yo no tengo ganas -dijo-. Voy a pasar.
– Como quieras. Ellos lo entenderán.
Pratt no se movió del umbral, así que Bosch levantó el teléfono. Llamó al número de Jerry Edgar para poder seguir con la mentira de que tenía que hacer una llamada. Sin embargo, Pratt permaneció en el umbral, con el brazo apoyado en la jamba mientras examinaba la sala de brigada vacía. Realmente estaba tratando de sacar a Bosch de allí. Quizás había recibido la noticia de un lugar del escalafón más alto que el ocupaba el teniente Randolph.
Edgar respondió la llamada.
– Soy Bosch, ¿has llamado?
– Sí, tío, he llamado.
– He estado un poco ocupado.
– Lo sé. Lo he oído. Buen disparo hoy, compañero. ¿Estás bien?
– Sí, bien. ¿Por qué llamabas?
– Sólo por algo que pensé que querrías saber. No sé si ahora todavía importa.
– ¿Qué es? -preguntó Bosch con impaciencia.
– Mi primo Jason me llamó desde la DWP. Dijo que te vio hoy.
– Sí, buen tipo, ayudó mucho.
– Sí, bueno, no estaba comprobando cómo te trató. Quería decirte que me llamó y dijo que había algo que quizá querrías saber, pero que no le dejaste tarjeta ni teléfono ni nada. Dijo que unos cinco minutos después de que tú y la agente del FBI que te acompañaba os marcharais, vino otro poli y preguntó por él. Preguntó en el mostrador por el tipo que estaba ayudando a los polis.
Bosch se inclinó hacia delante en su mesa. De repente estaba muy interesado en lo que Edgar le estaba contando.
– Dijo que ese tipo mostró una placa y explicó que estaba controlando tu investigación y preguntó a Jason qué queríais tú y la agente. Mi primo los llevó a la planta a la que habíais ido y acompañó a ese tipo a la ventana. Estaban allí mirando la casa de Echo Park cuando tú y la señora agente aparecisteis allí. Os vieron entrar en el garaje.
– ¿Qué pasó entonces?
– El tipo se largó de allí. Cogió el ascensor y bajó.
– ¿Tu primo consiguió el nombre de ese tipo?
– Sí, el tipo dijo que se llamaba detective Smith. Cuando le enseñó la identificación tenía los dedos sobre la parte del nombre.
Bosch conocía esa vieja treta que usaban los detectives cuando iban por libre y no querían que su verdadero nombre apareciera en circulación. Bosch la había usado en alguna ocasión.
– ¿Y una descripción? -preguntó.
– Sí, me la dio. Dijo que era un tipo blanco, de un metro ochenta y ochenta kilos. Tenía el pelo gris plateado y lo llevaba corto. Unos cincuenta y cinco años, traje azul, camisa blanca y corbata a rayas. Llevaba una bandera americana en la solapa.
La descripción coincidía con la de unos cincuenta mil hombres del centro de Los Angeles. Y Bosch estaba mirando a uno de ellos. Abel Pratt seguía en el umbral de su despacho. Estaba mirando a Bosch con las cejas enarcadas de modo inquisitivo. No llevaba la chaqueta del traje, pero Bosch la veía colgada en un gancho en la puerta, detrás de él. Había un pin con la bandera americana en la solapa.
Bosch volvió a mirar a su escritorio.
– ¿Hasta qué hora trabaja? -preguntó en voz baja.
– Normalmente se queda hasta las cinco. Pero hay un puñado de gente por ahí, mirando la escena en Echo Park.
– Vale, gracias por el consejo. Te veré después.
Bosch colgó antes de que Edgar pudiera decir nada más. Levantó la cabeza y Pratt todavía estaba mirándolo.
– ¿Qué era eso? -preguntó.
– Ah, algo del caso Matarese. El que cerrarnos esta semana. Parece que al final podríamos tener un testigo. Ayudará en el juicio.
Bosch lo dijo con la mayor indiferencia posible. Se levantó y miró a su jefe.
– Pero no se preocupe. Esperaré hasta que vuelva de mi suspensión.
– Bien. Me alegro de oírlo.
Bosch caminó hacia Pratt. Se acercó demasiado a él, invadiendo su espacio personal. Su superior retrocedió al interior de su oficina y se colocó tras su escritorio. Eso era lo que quería Bosch. Le dijo adiós y le deseó un buen fin de semana. A continuación se encaminó a la puerta de la sala de brigada.
La unidad de Casos Abiertos tenía tres coches asignados a sus ocho detectives y el supervisor. Los coches funcionaban sobre la base de que el que primero llegaba, primero elegía, y las llaves estaban colgadas en ganchos junto a la puerta de la sala de brigada. El procedimiento para que un detective cogiera un coche era escribir su nombre y el tiempo estimado de devolución en una pizarra colgada debajo de las llaves. Cuando Bosch llegó a la puerta la abrió del todo para bloquear a Pratt la visión de los ganchos con las llaves. Había dos juegos de llaves en los ganchos. Bosch cogió uno y se fue.
Al cabo de unos minutos salió del garaje de detrás del Parker Center y se dirigió hacia el edificio de la compañía de agua y electricidad. La alocada carrera para vaciar el centro de la ciudad sólo estaba empezando y Bosch recorrió las siete manzanas con rapidez. Aparcó ilegalmente delante de la fuente que se hallaba junto a la entrada del edificio y bajó del coche. Miró el reloj al acercarse a la puerta. Eran las cinco menos veinte.
Un vigilante de seguridad uniformado apareció en la puerta, haciéndole señas.
– No puede aparcar…
– Lo sé.
Bosch mostró su placa y señaló la radio que estaba en el cinturón del hombre.
– ¿Puede llamar a Jason Edgar con eso?
– ¿Edgar? Sí. ¿ Qué es…?
– Localícelo y dígale que el detective Bosch le está esperando en la puerta. He de verlo lo antes posible. Llámelo ahora, por favor.
Bosch se volvió y se dirigió a su coche. Se metió dentro y pasaron cinco minutos hasta que vio a Jason Edgar saliendo a través de las puertas de cristal. Cuando se metió en el coche abrió la puerta del pasajero para mirar, no para entrar.
– ¿Qué pasa, Harry?
– Recibí su mensaje. Suba.
Edgar entró en el coche con reticencia. Bosch arrancó cuando él estaba cerrando la puerta.
– Espere un momento. ¿Adónde vamos? No puedo irme sin más.
– No deberíamos tardar más que unos minutos.
– ¿Adónde vamos?
– Al Parker Center. Ni siquiera bajaremos del coche.
– Lo he de comunicar.
Edgar sacó una radio del cinturón. Llamó al centro de seguridad de la compañía y dijo que estaría ilocalizable por un asunto policial durante media hora. Recibió un 10-4 y se guardó la radio en el cinturón.
– Tendría que haberme llamado antes -le dijo a Bosch-. Mi primo dijo que tiene la costumbre de actuar primero y preguntar después.
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