Qiu Xiaolong - Muerte De Una Heroína Roja

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Shanghai, 1990, el asesinato de la joven Guan «Hong Ying», una celebridad política y estandarte nacional, se convierte en un caso delicado un año después de los acontecimientos de la Plaza Tiananmen. El recién ascendido Inspector Jefe Chen Cao se muestra poco convencido por la máscara de perfección de la heroína roja, entregada a la causa del Partido, sin amigos ni amante.
Muerte de una heroína roja es mucho más que una historia de detectives. Llena de contrastes, es una radiografía sutil de la China de la transición, captada a través de una multitud de historias particulares y una apasionante inmersión en su historia, cultura, tradición poética y gastronómica. Una magnífica iniciación a la China de hoy.
Galardonada con el Premio Anthony a la mejor primera novela y finalista del prestigioso Premio Edgar, Muerte de una heroína roja es la confirmación de uno de los escritores más interesantes del momento.

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capítulo 22

Guangzhou.

El inspector jefe Chen se encontraba bajo el letrero de la estación de ferrocarril llena de una multitud de viajeros procedentes de todo el país. Centro económico y cultural del sur de China, la ciudad se estaba convirtiendo rápidamente en un segundo Hong Kong.

Paradójicamente, según el folleto turístico que Chen tenía en las manos, la historia de Guangzhou era mucho más antigua: Hong Kong todavía era una aldea de pescadores cuando en aquella se entablaron los primeros contactos con los comerciantes bárbaros de Occidente. Sin embargo, a partir de 1949 y durante treinta años, la cercanía de Hong Kong hizo que fuera sometida a una vigilancia ideológica especial que entorpeció su desarrollo económico y cultural. Hubo que esperar a que el camarada Deng Xiaoping visitara las provincias del sur a principios de los años ochenta, con el fin de promover su política de Puertas Abiertas, para que las cosas empezaran a cambiar. Con el rápido auge del mercado libre y la empresa privada, se produjo una revolución económica que llegó a transformar por completo Guangzhou y las ciudades circundantes. Al igual que Shenzhen, una zona especial de rascacielos comerciales cercana, Guangzhou también era zona "especial", es decir, en el sentido de que no se aplicaban la mayoría de los códigos socialistas ortodoxos. Las ventajas del socialismo ahora se definían en términos de una vida mejor y más próspera para el pueblo. Los inversores y capitalistas extranjeros llegaban en tropel, y la estrecha conexión entre Guangzhou y Hong Kong se había consolidado gracias a una nueva línea de ferrocarril. "Por eso tantas personas vienen a Guangzhou, entre ellas Xie Rong", pensó Chen.

En un extremo de la estación, los viajeros formaban cola a lo largo del andén, esperando el nuevo expreso GuangzhouHong Kong. En los periódicos locales abundaban las polémicas sobre «Un país, dos sistemas». Los vendedores ambulantes gritaban «¡Oca asada de Hong Kong!» y «¡Cerdo de Hong Kong a la brasa!», como si todo aquello que se refiriese a la ciudad fuera inmediatamente más deseable. Pero a diferencia de aquellos viajeros entusiasmados que esperaban en el andén, Chen no tenía interés en ir a Hong Kong. Ya tendría tiempo cuando volviera a estar bajo el control de China a partir de 1997, pues en teoría, seguiría siendo capitalista. No obstante, en ese momento él tenía que encontrar un lugar donde quedarse en Guangzhou, un lugar acorde con el presupuesto socialista del Departamento.

La oposición del comisario Zhang en la reunión de la brigada de asuntos especiales no había mejorado su situación económica. Al exponer los diversos motivos que justificaban su viaje a Guangzhou, hubo uno que no había querido mencionar, y que aunque quizá no era tan importante, sí lo tenía presente: Chen deseaba mantenerse lo suficientemente ocupado con el caso como para no pensar en sus propios problemas, y para eso, un viaje de unos días investigando lejos de Shanghai era justo lo que necesitaba. Sin embargo, una vez en Guangzhou, descubrió que su apuro financiero era más grave de lo que había pensado. Debido a la nueva política de libertad de precios, una pequeña habitación en un hotel de poca monta en un lugar no demasiado alejado ya le costaría unos cuarenta yuanes al día. Chen ya había gastado ciento cincuenta yuanes en el billete de ida y vuelta, y los doscientos restantes apenas le alcanzarían para cinco días. Como inspector jefe, disponía de una dieta de un máximo de cinco yuanes para la comida, pero un pequeño plato de empanadillas de gambas y fideos consumido en un puesto callejero ya le saldría más caro. La única solución era encontrar una casa de huéspedes barata con un pequeño comedor.

Después de pasar veinte minutos en el mostrador de reserva de hoteles de la estación, Chen decidió telefonear a Yang Ke, la directora de la Asociación de Escritores de Guangzhou:

– Camarada Yang, soy Chen Cao.

– Xiao Chen, me alegro de que me llame -dijo Yang-. Reconozco su acento de Shanghai.

– ¿Todavía se acuerda de mí?

– Desde luego, y del artículo que escribió sobre la película también. ¿Dónde se encuentra?

– Estoy aquí, en Guangzhou. Sería un honor visitar y saludad a una a la escritora consagrada de parte de un escritor joven y desconocido.

– Gracias, pero usted ya no es tan desconocido. Hoy en día no es demasiado habitual que los jóvenes se muestren respetuosos con los viejos.

Yang, de unos sesenta y cinco años, era una novelista que había escrito La canción de la revolución, un éxito de ventas a comienzos de los años sesenta, que luego se convirtió en una famosa película, con Daojin, una diosa revolucionaria, como joven protagonista. Chen no tenía edad para verla cuando se estrenó, pero conservaba recortes de varias revistas de cine. Tanto la novela como la película habían sido prohibidas durante la Revolución Cultural. Cuando volvieron a pasarla, se apresuró en ir a verla. Se sintió desilusionado, porque no era la película con la que había soñado. Le pareció que la historia era un estereotipo de la propaganda: los colores irreales y la heroína demasiado seria y rígida, con gestos dignos de los carteles revolucionarios. Aun así, Chen había escrito un artículo defendiendo los méritos históricos de la novela.

– ¿Qué lo trae por aquí?

– Nada especial. Todo el mundo dice que Guangzhou ha cambiado mucho, así que quiero verlo con mis propios ojos, y espero encontrar algo que me sirva de inspiración.

– Precisamente por eso vienen tantos escritores. ¿Y dónde se está hospedando, Chen?

– Todavía no lo he decidido. De hecho, usted es la primera persona a la que llamo en Guangzhou. Los hoteles parecen bastante caros.

– Para eso está nuestra Casa de los Escritores. Habrá oído hablar de ella, supongo. Vaya a verla. Su ubicación es excelente y le harán un descuento importante.

– ¡Ah, sí!, ahora lo recuerdo.

El edificio de la antigua Asociación de Escritores de Guangzhou había tenido que ser transformado en una casa de huéspedes. En principio, se trataba de una organización no-oficial que siempre se había beneficiado de las ayudas del gobierno destinadas a los escritores profesionales y a sus actividades, pero en los últimos años, la financiación había disminuido de manera notable. Como medida de. último recurso, Yang convirtió las oficinas del edificio en una pensión cuyos beneficios se destinaban a la Asociación.

– Ése fue esencialmente el argumento que esgrimí ante las autoridades para obtener el permiso. Como Guangzhou está cambiando tan rápidamente, los escritores vendrán aquí para saber cómo se vive y tendrán que quedarse en alguna parte. Los hoteles son demasiado caros, y para los miembros de la asociación, nuestra Casa de los Escritores cobra menos de una tercera parte. ¡Todo sea por la civilización espiritual socialista!

– ¡Una idea formidable! -dijo él-. La Casa de los Escritores debe tener un gran éxito.

– Venga a verla con sus propios ojos, pero hoy no podré recibirle. Tengo que ir a una conferencia del Pen Club en Hong Kong. La semana que viene organizaré una comida de bienvenida en nombre de la filial de la asociación en Guangzhou.

– No se moleste, directora Yang, pero me encantaría reunirme con usted y otros autores.

– Usted se afilió a la Asociación Nacional de Escritores hace mucho tiempo. Yo voté por usted, todavía lo recuerdo. Traiga su carné de miembro, pues los encargados se lo pedirán para hacerle el descuento.

– Gracias.

Aunque pertenecía a la Asociación Nacional de Escritores desde hacía varios años, Chen todavía no conseguía entender cómo había ingresado en ella, ya que no lo había solicitado. Sus poemas no gustaban a algunos críticos, y él no era uno de esos escritores ambiciosos que querían ver su nombre en letra de imprenta todos los meses. Quizá su elección se debiera en parte a su trabajo como policía, porque según la propaganda de las autoridades del Partido, los escritores en la Chi na socialista provenían de todos los sectores sociales.

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