Qiu Xiaolong - Muerte De Una Heroína Roja

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Shanghai, 1990, el asesinato de la joven Guan «Hong Ying», una celebridad política y estandarte nacional, se convierte en un caso delicado un año después de los acontecimientos de la Plaza Tiananmen. El recién ascendido Inspector Jefe Chen Cao se muestra poco convencido por la máscara de perfección de la heroína roja, entregada a la causa del Partido, sin amigos ni amante.
Muerte de una heroína roja es mucho más que una historia de detectives. Llena de contrastes, es una radiografía sutil de la China de la transición, captada a través de una multitud de historias particulares y una apasionante inmersión en su historia, cultura, tradición poética y gastronómica. Una magnífica iniciación a la China de hoy.
Galardonada con el Premio Anthony a la mejor primera novela y finalista del prestigioso Premio Edgar, Muerte de una heroína roja es la confirmación de uno de los escritores más interesantes del momento.

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No tardó demasiado en encontrar la Casa de los Escritores, que no era precisamente el edificio de ensueño descrito por algunos periódicos. Situada al final de una calle serpenteante, tenía una fachada colonial clásica, pero resquebrajada y agujereada. A diferencia de otras construcciones nuevas o recién remodeladas en la colina, parecía modesta, incluso un tanto destartalada. Con todo, desde allí se disfrutaba de una vista espléndida del río de la Perla.

– Me llamo Chen Cao -se presentó al recepcionista y le enseñó su carné-. La camarada Yang Ke me recomendó que viniera.

En la tarjeta diseñada por la Asociación de Escritores se olvidaba mencionar la auténtica profesión de cada titular, en el caso de Chen «Inspector Jefe», por cierto una omisión en la que él había insistido; en cambio, debajo del nombre figuraba su catalogación como «poeta» en caracteres dorados. El recepcionista miró el carnet de Chen.

– Así que usted es el famoso poeta. La gerente general Yang acaba de llamar. Le hemos reservado una habitación muy tranquila, y también muy luminosa, por lo que podrá concentrarse para escribir.

– ¿La gerente general Yang? -preguntó Chen, divertido por el nuevo título de la veterana novelista, y se alegró de ver que, por una vez, su carnet de poeta le servía para algo-. Número catorce -dijo mirando el recibo-. ¿Es mi número de habitación?

– No, es el número de su cama. Es una habitación doble, pero en este momento usted es el único ocupante, de manera que la tendrá toda para usted. Las habitaciones individuales están ocupadas.

– Gracias.

Chen cruzó el vestíbulo y entró en la tienda de regalos para comprar el periódico de Guangzhou. Se lo puso bajo el brazo y se dirigió a su habitación.

El cuarto hacía esquina al final del pasillo. Era tranquilo y retirado, tal como había dicho el recepcionista, y razonablemente limpio. Tenía un par de camas estrechas, dos mesillas de noche y un pequeño escritorio con la cubierta marcada por quemaduras de cigarrillos, recuerdos de la dura labor de un escritor. La habitación olía a detergente para la ropa, como las camisas nuevas colgadas en un viejo armario. El cuarto de baño era el más pequeño que jamás había visto. El retrete funcionaba con una vieja cadena de latón que colgaba de un depósito en lo alto. No había aire acondicionado, ni televisor, sólo un viejo ventilador eléctrico a los pies de la cama que, por suerte, funcionaba. Se acercó a la cama que le habían asignado. Por debajo, vio que asomaba un par de zapatillas de plástico. Era una cama dura como el acero y estaba cubierta por una delgada sábana que le recordó un tablero de go.

A pesar del cansancio del viaje, no tenía ganas de estirarse a descansar un rato. Decidió ducharse. Debido a los altibajos del calentador eléctrico, el agua era a ratos caliente o fría, pero por lo menos, lo refrescó. Después, con una toalla en torno a la cintura, se recostó con la cabeza apoyada en un par de almohadas y cerró los ojos durante unos minutos. Mas tarde llamó a recepción y preguntó cómo podía llegar a la Comisa ría Central de Guangzhou. El recepcionista parecía algo sorprendido, pero Chen explicó que quería visitar a un amigo. Tras tomar nota de las indicaciones, se vistió y salió.

El inspector Hua Guojun lo recibió en una oficina luminosa y amplia. Era un hombre de casi cincuenta años, con una amplia sonrisa dibujada permanentemente en la cara. Chen le había enviado la información por fax antes de salir de Shanghai.

– Camarada inspector jefe Chen, le doy la bienvenida en nombre de todos mis compañeros.

– Camarada inspector Hua, le agradezco su cooperación. Es mi primer viaje a Guangzhou. Soy un auténtico forastero y no puedo hacer nada sin su ayuda. Aquí tiene la carta oficial de nuestra oficina.

Chen explicó la situación sin mencionar los antecedentes familiares de Wu Xiaoming. Hojeó el expediente y sacó una fotografía:

– Ésta es la chica que busco. Se llama Xie Rong.

– Hemos hecho algunas pesquisas -dijo Hua-, pero todavía no hemos encontrado nada. Debe de haberse tomado esto muy a pecho para viajar desde Shanghai, camarada inspector jefe Chen.

Cierto. Normalmente, habría bastado con enviar un fax a la Comisaría de Policía de Guangzhou, y los agentes locales habrían investigado a su manera. Si se consideraba importante, tal vez se telefonearía un par de veces, pero la colaboración no iría más lejos. No era necesario contar con el inspector jefe en persona.

– En este momento, es nuestra única pista -explicó Chen-. Se trata de un caso de gran importancia política.

– Ya entiendo…, pero es una búsqueda difícil. Nadie sabe cuántas personas han llegado a la ciudad en los últimos años, y apenas una cuarta parte, como mucho, se presenta con su carnet de identidad u otros documentos en los Comités de Distrito. Aquí tiene una relación de las personas que hemos investigado, aunque su testigo potencial no figura en ella.

– De modo que podría estar entre los demás -Chen tomó la lista-. ¿Y por qué no se presentan?

– No les interesa acreditarse. Su presencia no es ilegal, pero algunas de las profesiones que practican sí lo son. Sólo quieren ganar dinero. Si encuentran un lugar donde quedarse, no se molestan en presentarse ante las autoridades locales.

– Entonces, ¿dónde podemos buscarla?

– Dado que su testigo es una chica joven, puede que trabaje en un hotel pequeño o en un restaurante -dijo Hua-, o quizá en un club de karaoke, un salón de masajes o algo así. Son los trabajos más atractivos para las jóvenes que vienen a buscar fortuna.

– ¿Podemos investigar en esos lugares?

– Ya que el caso es tan importante para usted, mandaremos a un par de agentes a comprobarlo, aunque pueden tardar semanas, y lo más probable es que sea inútil.

– ¿Por qué?

– Bueno, tanto los patrones como los empleados intentan no pagar impuestos. ¿Para qué van a decir que trabajan en un local, sobre todo en los clubes de karaoke y en los salones de masaje? Lo evitarán como la peste.

– ¿Qué otra cosa podemos hacer?

– Por ahora, es lo único. Tenga paciencia.

– ¿Y qué puedo hacer… además de esperar?

– Es su primer viaje a Guangzhou, así que relájese y diviértase. Hay zonas especiales, como Shengzhen y Shekou, a las que van muchos turistas -afirmó Hua-. Si quiere, puede ponerse en contacto con nosotros cada día, y si usted mismo desea empezar a buscar, no hay nada que se lo impida

Quizá Chen se había tomado el caso demasiado en serio, como había insinuado el inspector Hua. Al salir de la Comi saría de Guangzhou, llamó a Huang Yiding, editor de una revista literaria local que había publicado algunos poemas suyos. Una mujer contestó el teléfono y le dijo que Huang había dejado la revista para convertirse en gestor de un bar llamado La bahía sin noches en la calle Gourmet. No quedaba muy lejos, de modo que tomó un taxi. La biennombrada calle Gourmet era un menú en vivo y en directo. Al cobijo de una multitud de letreros, una gran variedad de animales exóticos estaba expuesta en jaulas de diferentes tamaños en el exterior de los restaurantes que se sucedían a lo largo de la calle. La cocina de Guangzhou era bien conocida por su imaginación desbordante: sopa de serpiente, estofado de perro, salsa de sesos de mono…, o platos preparados a base de gato salvaje o rata de bambú. Con los animales vivos expuestos en las jaulas, los clientes no tendrían dudas acerca de la calidad de sus platos.

La bahía sin noches era, efectivamente, uno de esos locales, pero le informaron de que Huang se había marchado a Australia en busca de nuevos horizontes profesionales. Chen había agotado su lista de contactos en Guangzhou. Paseando por la calle, miraba el espectáculo de la gente comiendo y bebiendo dentro y fuera de los restaurantes. Sospechó que algunos de esos exquisitos platos estarían preparados con especies en peligro de extinción. El Diario del pueblo había informado recientemente de que, a pesar de las normas dictadas por el gobierno, numerosos restaurantes las seguían ofreciendo a sus clientes.

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