El comisario Zhang había tenido un día horrible. A primera hora de la mañana salió rumbo al Club Número Uno de Cuadros Veteranos de Shanghai con la idea de comprar un regalo de cumpleaños a un viejo compañero de armas. Producto de la nueva política de jubilaciones de los cuadros, el Club era una muestra de las constantes atenciones del Partido hacia los revolucionarios de la generación más veterana. Aunque estuvieran jubilados, se les ofrecía la garantía de que mantendrían su nivel de vida. Por supuesto, no todos gozaban de esta ventaja. El acceso al club se reservaba a los cuadros superiores de un determinado rango.
Al principio, Zhang estaba muy orgulloso de su carné de miembro, pues le granjeaba un respeto inmediato y ciertos privilegios que no existían en otros sitios. Le permitía comprar a precio oficial algunos productos muy buscados, hacer reservas en centros turísticos cerrados al público en general, comer en restaurantes exclusivos con guardias de seguridad apostados en la entrada y, por supuesto, disfrutar de la piscina, el campo de golf y las instalaciones del enorme complejo deportivo del Club. También había un pequeño y sinuoso arroyo donde los más ancianos podían pescar toda la tarde mientras recordaban sus años de gloria.
Sin embargo, en los últimos tiempos Zhang no lo visitaba con tanta frecuencia. Cada vez había más restricciones para usar el servicio de coches del Departamento, y como cuadro jubilado, tenía que presentar una solicitud por escrito. El Club quedaba bastante lejos, y la idea de viajar apretado dando tumbos en autobús no le entusiasmaba demasiado. Decidió tomar un taxi.
En la tienda del Club, Zhang buscó un regalo adecuado a un precio razonable, pero todo era demasiado caro.
– ¿Qué le parece una botella de Maotai en una caja de madera? -sugirió el dependiente-.
– ¿Cuánto cuesta? -preguntó Zhang-.
– Doscientos yuanes.
– ¿Ése es el precio oficial? El año pasado compré una por treinta y cinco yuanes.
– Ya no existe el precio oficial, camarada comisario. Todo va a precio de mercado. La economía de mercado se aplica en todo el país, le guste o no.
No era el precio,… o no sólo el precio. Lo que más le molestaba a Zhang era la actitud indolente del dependiente, como si el Club se hubiese convertido en un colmado normal y corriente donde cualquiera podía entrar y él mismo no fuera más que un anciano anónimo sin dinero suficiente en el bolsillo. No obstante, pensándolo bien, tampoco era tan sorprendente. En estos tiempos la gente no valoraba más que el dinero. Las reformas económicas lanzadas por el camarada Deng Xiaoping habían creado un mundo que ahora el comisario Zhang ya no reconocía.
Salió de la tienda con las manos vacías y se encontró con Shao Ping, un viejo cuadro jubilado de la Academia de Ciencias Sociales de Shanghai. Ambos se quejaron de los precios del mercado.
– Camarada Shao, usted era el Secretario del Partido en el Instituto de Economía. ¿Podría ponerme al corriente de las reformas económicas actuales?
– Yo también estoy confundido -le respondió-. Todo está cambiando muy deprisa.
– ¿Es bueno hacer tanto énfasis en el dinero? -preguntó Zhang-.
– No, no es demasiado bueno -dijo Shao-, pero tenemos que reformar nuestro antiguo sistema, y según el Diario del pueblo, la economía de mercado es el camino correcto.
– Pero a la gente ya no le importa el liderazgo del Partido.
– O quizá nos hayamos hecho demasiado mayores.
En el autobús Zhang tuvo una ocurrencia que le devolvió en parte el ánimo. Desde la jubilación, seguía un curso de pintura clásica de paisajes, así que escogería uno de sus cuadros, lo mandaría enmarcar y le haría un regalo original y emotivo a su viejo compañero de armas.
Con todo, la reunión de la brigada de asuntos especiales había sido de lo más desagradable. La había presidido el inspector jefe Chen. A pesar del rango superior del comisario Zhang, era él quien tenía la última palabra como jefe del grupo, pero no solía pedirle su opinión muy a menudo, al menos no tanto como había prometido, y tampoco le informaba de los avances de la investigación como era debido.
Por otro lado, a Zhang le inquietaba la presencia del inspector Yu en la reunión. No era en absoluto una cuestión personal, pero creía que las implicaciones políticas del caso exigían un agente más entusiasta. No le agradó nada comprobar que Yu seguía en el grupo, y eso gracias a la intervención inesperada del inspector jefe Chen, lo cual demostraba, por encima de todo lo demás, la insignificancia del comisario Zhang. La alianza entre Chen y Yu lo dejaba en una posición desfavorable. Sin embargo, en el fondo, era la propia ambigüedad ideológica del inspector jefe la que le preocupaba. No cabía duda de que Chen era un agente joven y brillante, pero no estaba tan seguro de que fuese un auténtico defensor de la causa por la que habían luchado los cuadros veteranos del Partido. Había intentado leer algunos poemas del joven inspector. No entendía ni un solo verso. Sabía que se hablaba de Chen como de un vanguardista influido por el modernismo occidental y también que se decía que estaba comprometido afectivamente con una joven periodista cuyo marido había desertado en Japón. Mientras Zhang seguía sumido en sus cavilaciones, el inspector jefe Chen, llegado al final de su informe preliminar, concluyó con voz solemne:
– Se trata, pues, de una nueva dirección decisiva para nuestra investigación. Tenemos que seguir adelante sin temer, como bien ha dicho el comisario Zhang, las dificultades ni la muerte.
– Un momento, camarada inspector jefe -interrumpió Zhang-, empecemos desde el principio.
Chen tuvo que volver a empezar. Relató su segunda visita a la habitación de Guan y su examen detenido de las fotografías, luego los registros de las llamadas telefónicas y el viaje a la montaña. Todos aquellos datos conducían a la misma persona, Wu Xiaoming, quien no sólo era el hombre que a menudo la llamaba por teléfono, sino también el que había sido su acompañante durante el viaje. A continuación, Yu informó sobre la entrevista con Wu Xiaoming el día anterior. Tanto el uno como el otro se abstuvieron de presentar una conclusión, pero la dirección de la investigación era más clara que el agua, y ellos parecían darla por sentado. Zhang se quedó atónito.
– ¡Wu Xiaoming!
– Sí, el hijo del camarada Wu Bing.
– Debería haberme mostrado las fotos antes -dijo Zhang-.
– Lo había pensado -respondió Chen-, pero era posible que no fuera más que una pista falsa.
– Entonces supongo que Wu es su principal sospechoso.
– Sí, por eso he sugerido la reunión.
– ¿Por qué no habló conmigo antes de su entrevista? Quiero decir, antes de ir a ver a Wu a su casa.
– Intentamos ponernos en contacto con usted, camarada comisario, ayer por la mañana temprano alrededor de las siete -terció Yu-.
– ¡Oh!, estaba ocupado con mis ejercicios de tai-chi -se excusó-. ¿No podrían haber esperado un par de horas?
– ¿Para un caso tan importante?
– ¿Y ahora qué piensa hacer?
– El inspector Yu irá a entrevistar a algunas personas relacionadas con Wu -indicó Chen-. Yo viajaré a Guangzhou.
– ¿ Con qué fin?
– Para encontrar a la guía turística, Xie Rong. Se trata de una testigo que podría revelarnos más cosas sobre lo que sucedió entre Guan y Wu.
– ¿Cómo llegó hasta esa mujer?
– La agencia de viajes me dio su nombre, y luego Wei Hong me contó que Xie y Guan habían tenido una discusión en la montaña.
– ¿No podría tratarse de una simple riña entre una turista y una guía?
– Es posible, pero no probable. ¿Cómo se explica que Guan, una trabajadora modelo de rango nacional, tratara a otra mujer de puta?
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