Qiu Xiaolong - Visado Para Shanghai

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La nueva novela de Qiu Xiaolong retoma las andanzas protagonizadas por el Inspector Chen en su anterior gran éxito, Muerte de una heroína roja. En esta ocasión, Chen ha de investigar la misteriosa desaparición de la bailarina Wen Liping durante su regreso a China desde Estados Unidos. La vigorosa trama policial propicia la radiografía de un país en plena mutación, sirviéndose de un personaje que está ya en las antologías del género: un amante de la literatura que resuelve intrincados enigmas en tanto recita proverbios de Confucio y moderna poesía china. El estilo de Xiaolong ha hecho ya las delicias de miles de lectores en todo el mundo. A pesar de su juventud se trata de un autor contrastado, cuyo futuro se adivina enormemente brillante.

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– Buena idea -dijo Chen, agradecido.

Sin embargo, cuando se quedaron solos, Gu no proporcionó mucha información nueva. Gu le contó lo que le parecía sospechoso del modo en que había aparecido el señor Diao, el hombre de Hong Kong que fue a visitarle. Un Hacha Voladora no habría ido a ver a Gu, ya que no era realmente un miembro de los Azules. Diao debería haber ido al Hermano Mayor de los Azules. Gu estaba fuera de su elemento cuando intentaba jugar a detectives, pero se había enterado de que Diao también había visitado la Casa de Baños Capital Rojo.

Al parecer, Gu había intentado realmente obtener información. Chen asentía mientras tomaba el vino a sorbos. Si aquel fujianés era un Hacha Voladora que buscaba a Wen, Diao podía pertenecer a una organización rival; un tercer elemento, como había sugerido la inspectora Rohn.

– Gracias, Gu. Ha hecho un gran trabajo.

– Vamos, inspector jefe Chen. Me ha aceptado como amigo – declaró Gu-, y por un amigo estoy dispuesto a que me perforen las costillas con cuchillos -Gu había enrojecido y se golpeó el pecho con el puño, gesto que Chen no esperaba ver en una habitación privada de karaoke.

Cuando Meiling regresó con Nube Blanca, abrieron otra botella de Mao Tai.

Gu volvió a brindar.

– Por el mayor logro del inspector jefe Chen y un futuro próspero.

Meiling se unió a los brindis. Nube Blanca, arrodillada junto a la mesa, se apresuró a añadir vino a su copa.

Chen no recordaba cuánto había tenido que beber. Animado por lo agradable que le resultaba semejante reconocimiento, empezaba a aceptar la posición de que gozaba allí.

Aprovechó la oportunidad cuando Meiling se excusó y planteó una pregunta a Gu.

– ¿Ha venido Li Guohua por aquí?

– ¿Li Guohua, el Secretario del Partido de su departamento? No, aquí no. Pero un pariente suyo tiene un bar en un sitio muy bueno. Me lo dijo el Hermano Mayor de los Azules.

– ¿De veras? -que su cuñado tenía un bar no era nuevo para él, pero Gu había mencionado específicamente al Hermano Mayor como la fuente que le había dado la información. Esto era inquietante. Hasta el momento, el Secretario del Partido Li había sido para Chen el prototipo de corrección del Partido además de su mentor político.

¿Era éste el motivo por el que Li había sido tan reacio a dejarle seguir una investigación relacionada con las tríadas? ¿Era tal vez la razón por la que Li había insistido en asignarle a Qian como ayudante temporal?

– Puedo averiguar más cosas para usted, inspector jefe.

– Gracias, Gu -dijo él.

Meiling entró en la habitación. Sonaba una nueva pieza de música. Era un tango. Nube Blanca, arrodillada con una taza para él en la mano, le miró. Tenía una manchita de sangre en la planta del pie. Quizá era sangre de la serpiente. Chen se sintió tentado a bailar de nuevo con ella.

No estaba bebido; no tan bebido como Li Bai, bajo la luna de la dinastía Tang, que había escrito sobre bailar con su propia sombra. En un momento de soledad, Li Bai debía de haber disfrutado su embriagada partida de la monótona existencia. Escapar, aunque sólo momentáneamente, parecía deseable aquella noche en el Dynasty.

Al ver que Meiling consultaba su reloj, el inspector jefe Chen pensó pedirle que se marchara a casa, sola. Sin embargo, lo que hizo fue levantarse.

CAPÍTULO 22

El inspector Yu se despertó al oír un ruido ronco e interminable.

Cuando salió del sueño, parpadeando a la media luz de la habitación, el ruido se repitió varias veces a lo lejos. Desorientado aún, tenía la sensación de que el extraño sonido procedía de otro mundo. ¿Era el grito de una lechuza blanca? Probablemente no era inusual en aquella zona. Buscó su reloj. Las seis menos veinte. La luz grisácea del día empezaba a filtrarse por las persianas de plástico.

Se decía que el ulular de la lechuza era un mal presagio, en especial cuando era lo primero que se oía por la mañana.

En Yunan, él y Peiqin a veces se habían despertado entre los gorjeos de pájaros sin nombre. Diferentes días. Diferentes pájaros también. Tras una noche de viento y lluvia, la pendiente que quedaba detrás de su ventana quedaba cubierta de pétalos caídos. Volvía a echar de menos a Peiqin.

Frotándose los ojos hizo un esfuerzo para quitarse de encima la sensación que le había provocado el grito de la lechuza. No había motivos para sospechar que iba a ser un mal día.

El inspector jefe Chen había hablado con él de la probabilidad de que los Hachas Voladoras tomaran medidas desesperadas. Era alarmante, pero comprensible. Si se tenían en cuenta los grandes beneficios que obtenían con el tráfico humano, la banda lo intentaría todo para apoderarse de Wen, ellos mismos o a través de conexiones, para impedir que su esposo declarara.

Empezó a sonar su teléfono. El número que apareció en la pantalla era local. La llamada era del director Pan; era la primera vez que hablaban desde el incidente de la intoxicación alimentaria.

– ¿Va todo bien, Pan?

– Estoy bien. Anoche estuve con un cliente en una casa de baños de la aldea Tingjian, y vi a Zheng Ximming jugando al majong con varios inútiles.

– ¿Quién es Zheng Ximming?

– Un Hacha Voladora. Hizo algún negocio con el marido de Wen hace dos o tres años.

– Vaya noticia. Debería haberme llamado anoche.

– No soy policía. En aquel momento no asocié a Zheng con su investigación -dijo Pan-. Pero puede que no sea demasiado tarde. Una partida de majong puede durar toda la noche. Si va ahora mismo, apuesto a que aún le encontrará allí. Tiene una moto de color rojo. Una Honda.

– Voy hacia allá -dijo-. ¿Alguna cosa más sobre Zheng?

– El año pasado Zheng estuvo en la cárcel por jugar. Sólo está en libertad condicional para seguir un tratamiento médico. No debería jugar a majong -tras una breve pausa, Pan añadió-: Ah, también he oído historias sobre Zheng y la Feliz Viuda Shou, la propietaria de la casa de baños. A ella le gusta entrelazar las piernas con las de Zheng.

– Entiendo -por eso le había llamado Pan tan temprano. Era un perro astuto. Después de una noche de majong, una visita a las seis y media estaba bien calculada para pillarle desprevenido.

– Ah, usted no sabe nada de mí, inspector Yu.

– Claro que no. Gracias.

– Gracias a usted. Si usted no me hubiera salvado, habría muerto envenenado en su hotel.

El inspector Yu ya había superado la fase de sentirse decepcionado con la policía local por ocultarle información. Una persona como Zheng no se les debería haber pasado por alto. Decidió ir a la aldea Tingjiang sin notificárselo al sargento Zhao. Tras pensárselo bien, Yu también se llevó la pistola.

La aldea estaba a menos de quince minutos a pie. Era difícil creer que allí hubiera una casa de baños públicos. En verdad, la rueda del cambio giraba sin parar en el mundo del polvo rojo -el de la gente corriente- tanto hacia delante como hacia atrás. La renovada prosperidad del negocio de la casa de baños en los años noventa le debía menos a la nostalgia de los ancianos que a su nuevo servicio. Para los nuevos ricos era un lugar donde podían comprar la satisfacción de ser atendidos de la cabeza a los pies, y en ocasiones también en otras partes. El inspector Yu había recibido informes de esos servicios indecentes. Debía de haber algunos clientes ricos en aquella zona, ya que el dinero que entraba procedía del extranjero.

Cuando llegó a la aldea, lo primero que vio fue una motocicleta de color rojo vivo junto a una casa pintada de blanco que exhibía la imagen de una enorme bañera. Al parecer aquella casa de baños antes era una residencia. A través de la puerta entreabierta vio un pequeño patio de piedras repleto de carbón, leña y pilas de toallas de baño. Entró. Una enorme bañera de baldosas blancas ocupaba el espacio de la sala de estar y comedor originales. Había otra habitación con una cortina con abalorios de bambú que servía de puerta y un cartel que decía: habitación de la larga felicidad. Era la habitación privada para los clientes ricos.

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