La madre de Du Gard también había tenido visiones.
En su empeño por evitar que la gente tomara decisiones equivocadas, ella no había ocultado su saber, sino que lo había hecho público, con el resultado de que la detuvieron y la juzgaron por insurrecta. Pasó el resto de sus días en una cárcel de
Nueva Orleans, donde cada vez fue más incapaz de distinguir la realidad de las visiones. Murió en estado de enajenación mental, un destino que Du Gard imaginaba terrorífico y que no quería compartir de ningún modo.
Por eso guardaría para él lo que había visto y descubierto, pero buscaría respuestas.
Le habían enseñado a creer en un gran todo, en un destino superior que hablaba a través de las estrellas, de las visiones y de las cartas del tarot. Du Gard seguiría las huellas de ese destino, pero París no era el lugar adecuado. Por un lado, estaba convencido de que, antes o después, lo buscarían, y no tenía ganas de morir como Pierre Recassin. Por otro, quería estar cerca de Sarah Kincaid, porque era muy consciente de que volverían a verse.
Du Gard rió quedamente y tomó otro trago de absenta. Lo que le había explicado a Sarah era una gran mentira. Ni aquella noche en Nueva Orleans la había seducido por medios deshonestos ni la había considerado una aventura pasajera. Solo lo había dicho, en contra de sus propios sentimientos, para empujarla a separarse de él y a retirarse al apartado condado de Yorkshire donde, eso esperaba, por el momento estaría a salvo.
No había vuelto a verla después de la conversación en el Astarte. Durante una escala nocturna en las costas de Malta, donde el capitán Hulot y sus hombres habían cargado a bordo agua fresca y provisiones, Sarah desembarcó en secreto. Du Gard supo después que había regresado en un mercante a Inglaterra, y hacia allí partiría él también muy pronto.
En sus visiones, Du Gard había visto que una sombra oscura se cernía sobre la capital británica. Sucedería algo cuyas consecuencias no solo podían afectar al imperio, sino a todo el mundo, y Maurice du Gard quería estar allí cuando ocurriera.
– Londres -murmuró.
Allí estaba el futuro.
Hará un año, en este mismo apartado expresé mi deseo de que la gran aventura de Sarah Kincaid continuara y de tener ocasión de desvelar más cosas sobre la siniestra conspiración que se fragua en la niebla de la época victoriana. Si he podido cumplir ese deseo ha sido sobre todo gracias a mis fieles lectores y por eso quiero mencionarlos en primer lugar. Naturalmente, también agradezco todos los elogios y los ánimos que me han llegado tanto por escrito como en las lecturas de La maldición de Thot. La idea de crear algo en una novela que ofrezca a los lectores la posibilidad de sumergirse en otra época y en otros mundos es lo que sigue fascinándome más del oficio de escritor; en este sentido, espero haberlo logrado también esta vez.
A algunos quizá les extrañará que el segundo volumen de las aventuras de nuestra intrépida heroína se desarrolle con anterioridad, pero después de los sucesos ocurridos en La maldición de Thot, me pareció importante aclarar los dramáticos sucesos de Alejandría y mostrar cómo Sarah se convirtió en la persona que los lectores conocen y, al mismo tiempo, desvelar algo más sobre las fuerzas que trabajan ocultas…
En esta ocasión, el viaje conduce desde las tortuosas callejuelas parisinas de Montmartre hasta la siniestra costa de un islote y la lejana Alejandría, y puedo decir que escribir esta novela también ha sido una gran aventura que me ha deparado mucho placer y me ha mantenido en vela más de una noche.
Igual que Sarah Kincaid, yo también he contado con el apoyo de compañeros leales que querría nombrar en este apartado: mi editor, Stefan Bauer, al que doy las gracias por su compromiso y una magnífica colaboración amistosa; Daniel Ernle, el dibujante de trazo genial que siempre sabe qué ilustración me imagino; Simone Brack, que se ha encargado de la traducción de los pasajes en francés; mi agente, Peter Molden, que siempre está dispuesto a escucharme; las bodegas de Franco Martinetti y su fantástico Montruc…
Y, evidentemente, también doy las gracias como siempre a mi familia y a mis amigos, especialmente a mi maravillosa esposa y a mi hija pequeña, que no deja de asombrarme todos los días.
MICHAEL PEINKOFER
Michael Peinkofer (1969) cursó estudios de literatura alemana, historia y ciencias de la comunicación en Munich. Desde 1995 se dedica a la escritura, el periodismo cinematográfico y la traducción. Actualmente vive en la región de Algovia, en el sur de Alemania. Su novela Trece runas, traducida a siete idiomas, ha sido un rotundo éxito de ventas en Alemania y España, y le ha dado a conocer como uno de los referentes actuales entre los jóvenes autores europeos de novela histórica. Su siguiente novela, La maldición de Thot, inauguró la serie dedicada a la intrépida arqueóloga victoriana Sarah Kincaid.
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