Michael Peinkofer - La llama de Alejandría

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En 1882, la joven aristócrata inglesa Sarah Kincaid viaja a un simposio sobre arqueología en París. Allí, gracias al hipnotizador Maurice du Gard, descubre que su padre, quien realiza una misión secreta para el gobierno británico, corre peligro, y pese a las reticencias de lord Kincaid decide salir en su rescate. De París a Alejandría, pasando por Malta, y perseguida por un misterioso asesino, Sarah encuentra finalmente a su padre. En una Alejandría rota por la guerra, en plena revuelta de Urabi y bombardeada por los británicos, padre e hija se adentrarán en las catacumbas de la ciudad en busca del que quizá sea el mayor misterio de la Antigüedad: la Biblioteca sumergida de Alejandría.

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– Sarah no llegó a concluir la frase, pero sí el pensamiento. Sobrecogida, se llevó la mano a la boca.

– ¿Qué ocurre? -quiso saber Du Gard.

– Creo que ya sé qué está buscando mi padre en Alejandría.

– ¿De verdad?

– Está buscando el Cementerio de los Dioses -declaró Sarah con voz apagada-, el lugar donde, según las crónicas, I se encuentra la tumba de Alejandro Magno.

– ¿La tumba de Alejandro? ¿Y qué la lleva a creerlo?

– Se cumpliría un viejo sueño de todo investigador. Se trata de hacer realidad un mito. Hingis, ese miserable advenedizo, tenía razón…

– ¿Qué quiere decir? -Du Gard sacudió la cabeza-. Francamente, no entiendo nada…

– En nuestra discusión en La Sorbona, Friedrich Hingis afirmó que mi padre nunca había hecho un descubrimiento de la categoría de Schliemann y, desgraciadamente, tenía razón. Arrancarle al pasado sus mitos y convertirlos en parte de la historia es algo con lo que sueñan todos los arqueólogos, pero a muy pocos se les concede ese triunfo.

– ¿Y la tumba de Alejandro es uno de esos mitos?

– Por supuesto -asintió Sarah-. La han buscado durante siglos. Distintas fuentes indican que, tras su muerte, el cadáver de Alejandro fue llevado a Egipto y se le dio sepultura en un mausoleo erigido expresamente para él, un lugar al que llamaron el Cementerio de los Dioses. Incluso existen descripciones del sepulcro, que supuestamente se encuentra bajo un gran túmulo de tierra, pero nunca lo han encontrado. Si mi padre consiguiera descubrir la tumba de Alejandro, por fin habría encontrado su propia Troya y lograría el reconocimiento que merece.

– Comprendo -comentó Du Gard-. Eso explicaría por qué las excavaciones deben efectuarse en el más estricto secreto, ¿verdad? Gardiner tiene miedo de que alguien se le adelante.

– Efectivamente. Y también nos ofrece un posible motivo respecto a la participación del Ministerio de Finanzas londinense en las excavaciones: teniendo en cuenta la importancia de Alejandro en la historia y el hecho de que nadie antes ha podido descubrir su último lugar de reposo, cabe suponer que allí se atesoran riquezas inconmensurables.

– ¿Y cree que el cubo guarda alguna relación? -preguntó Du Gard señalando el objeto que Sarah tenía en las manos.

– ¿Quién sabe? -dijo, y se encogió de hombros-. Sea como sea, el tema de las iniciales no puede ser casualidad.

– Quizá tenga usted razón y Pierre Recassin murió por ese motivo -reflexionó Du Gard-. No sería la primera vez que se comete un brutal asesinato por codicia desaforada.

– Cierto -admitió Sarah, que había palidecido a lo largo de la conversación-. De todos modos, estoy intranquila por otros motivos.

– ¿Cuáles?

– ¡Alejandría, Maurice! ¿Es que no lee los periódicos?

Mon Dieu , ¡tiene razón! -El semblante de Maurice du Gard, que ya de por sí tenía poco color, adquirió matices aún más blancos-. Los levantamientos en Egipto, la rebelión del pacha Urabi…

– Hará una semana, en Alejandría se produjeron ataques sangrientos contra todos los extranjeros que se encontraban en la ciudad -añadió Sarah-. Al parecer, debido a las amenazas de intervención de nuestro gobierno, los británicos fueron los más afectados. Un testigo ocular declaró al Times que había habido una terrible matanza, que la anarquía imperaba en las calles. De todos los sitios del mundo, mi padre ha escogido precisamente el más inseguro y peligroso de todos…

– Eso no significa nada -la tranquilizó Du Gard.

– La visión que me contó -inquirió Sarah-, aquel sueño en vela por el que supo que la vida de mi padre corría peligro, ¿cuándo lo tuvo? Y, por favor, Maurice, dígame la verdad…

– Déjeme pensar un momento. -Du Gard se concentro-. Aquella noche yo estaba en el escenario y fue poco antes de mi actuación. Si no recuerdo mal, sería el 11 de este mes.

– ¿El 11 de junio?

Oui. Pourquoi ?

– Porque el 11 de junio tuvieron lugar los altercados en Alejandría -contestó Sarah estremecida-. Y no me diga que no cree que ambas cosas estén relacionadas.

– Lo que yo crea o deje de creer no tiene la menor importancia, ma chére . ¿Desde cuándo cree usted en visiones y adivinos? ¿No dijo que todo eso era pura charlatanería?

– La mayoría, sí, eso aún lo creo -se defendió Sarah-. Pero cuando los indicios son tan claros como en este caso…

– … también pueden ser una coincidencia, aunque bastante peculiar, lo reconozco.

– ¿Y usted habla de casualidad? ¿Precisamente usted?

– Oui, ma chére , y con razón. En mi visión no aparecían disturbios. Y estoy bastante convencido de que lo que vi correspondía al futuro, no al presente. Por lo tanto, todo indica que su padre sigue con vida.

– Eso espero, de todo corazón; pero no lo creeré hasta que lo vea con mis propios ojos.

– ¿Qué quiere decir?

– Qué viajaré a Alejandría -anunció Sarah resuelta.

– ¿Quiere ir a Alejandría? -Du Gard se la quedó mirando perplejo-. Pero ¿no acaba de decir que actualmente es el lugar más inseguro y peligroso del mundo?

– En efecto, y mi padre se encuentra allí. Tengo que reunirme con él.

Ma chére … -Du Gard respiró hondo y urdió sus argumentos-. D'abord , no ayudará en nada a su padre poniéndose en peligro. Ensuite , él no querría que usted arriesgara su vida por él. Troisiémement , él sin duda sabía dónde se metía y asumió el riesgo a sabiendas.

– Puede -admitió Sarah-. O estaba tan enfrascado en sus investigaciones que los acontecimientos lo cogieron totalmente por sorpresa. También es posible que las prisas le impidieran enterarse de lo que sucedía en Alejandría. Al fin y al cabo, lo perseguían…

Oui , todo eso también es posible. Pero no creo que usted contribuya a mejorar su situación lanzándose de cabeza a una aventura con un desenlace imprevisible.

– Si no le gusta, eche un vistazo a su bola de vidrio -propuso Sarah encogiéndose de hombros-. A lo mejor entonces el desenlace de la expedición es un poco más previsible. Y usted… -Sarah se dirigió en francés al archivero, que continuaba sentado detrás del escritorio y había seguido con los ojos muy abiertos la conversación, sostenida en inglés-. ¿Sería tan amable de buscar los mapas que le pidió el doctor Laydon?

– Con mucho gusto -replicó el hombre macilento, y se retiró a todas luces contento de alejarse de la discusión.

– De nuevo le repito que se trata de una bola de cristal -puntualizó Du Gard ofendido-. Pero no necesito consultarla para prever que la expedición acabará en catástrofe. Quédese, Sarah, ¡se lo suplico!

– Mi decisión es firme, Maurice. No intente disuadirme.

– ¿Por qué quiere ir a Alejandría? ¿Para salvar a su padre o porque quiere averiguar a toda costa si aún cuenta usted con su lealtad?

– ¿Ya empieza de nuevo? Ya le he dicho que a usted no le incumbe.

– ¿Ah, no? Es usted muy transparente, Sarah.

– ¿En qué sentido?

– Sé exactamente qué piensa. No deja de encontrar gente a la que nunca había visto antes y que parece conocer muy bien a su padre. Y él no le pidió ayuda a usted, sino a su viejo amigo Mortimer Laydon. Eso la ha herido…

– Tonterías, yo…

– ¿Sabe?, creo que madame Recassin no se equivocaba con usted. Está realmente llena de miedos, Sarah Kincaid. Preferiría morir antes que reconocer que el hombre al que durante toda la vida ha admirado como a un monumento es una person como cualquier otra.

– Cállese -exigió Sarah con severidad.

– Lo haré, ma chére , pero no antes de completar lo que tengo que decirle. Reflexione sobre los motivos que la llevan a arriesgar su vida: ¿lo hace para iniciar una acción de rescate que probablemente no podrá salvar a su padre, o lo hace para aplacar sus miedos y su vanidad…?

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