Michael Peinkofer - La llama de Alejandría

Здесь есть возможность читать онлайн «Michael Peinkofer - La llama de Alejandría» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La llama de Alejandría: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La llama de Alejandría»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En 1882, la joven aristócrata inglesa Sarah Kincaid viaja a un simposio sobre arqueología en París. Allí, gracias al hipnotizador Maurice du Gard, descubre que su padre, quien realiza una misión secreta para el gobierno británico, corre peligro, y pese a las reticencias de lord Kincaid decide salir en su rescate. De París a Alejandría, pasando por Malta, y perseguida por un misterioso asesino, Sarah encuentra finalmente a su padre. En una Alejandría rota por la guerra, en plena revuelta de Urabi y bombardeada por los británicos, padre e hija se adentrarán en las catacumbas de la ciudad en busca del que quizá sea el mayor misterio de la Antigüedad: la Biblioteca sumergida de Alejandría.

La llama de Alejandría — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La llama de Alejandría», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La tentación era omnipresente: un grupo de liliputienses, que se reían como niños, deambulaban anunciando un espectáculo de variedades, y los carteles y letreros pintados con colores vivos que tapaban los desconchados de las paredes atraían hacia todos los placeres imaginables: teatro, baile, música y diversión para los que buscaban distracciones ligeras, y absenta y amor venal para los demás. Nadie escuchaba al predicador que, al final de una hilera de casas, hablaba del Juicio Final, de Sodoma y Gomorra y de la ira de Dios, y añadía que este observaba a todos los pecadores y los castigaría con la muerte. El ansia insaciable de placer y diversión parecía ser común a toda la gente del barrio.

La electricidad ya había llegado a París, la ciudad más moderna del mundo, y muchas de las fachadas que se extendían desde la rué Lepic hasta la place du Tertre en dirección hacia la place Pigalle , estaban iluminadas. En algunos edificios de entramado aún se reconocía su origen rústico; otros habían desaparecido detrás de opulentas decoraciones: aquí saludaban unas misas romanas, allí Dioniso, el dios del vino. Las ventanas de los bares estaban abiertas de par en par, lo cual permitía a las cabareteras asomarse hacia fuera y así, como quien no quiere la cosa, mostrar el contorno del pecho para alegría de los hombres sedientos de placer. De tanto en tanto aún se veía a alguno de los incontables artistas que hacían vida en Montmartre y que se inspiraban en la viva animación pecaminosa, generalmente jóvenes pálidos que poblaban bares y locales con el pelo enmarañado y la mirada vacía. Al caer la noche, la bohemia y la burguesía se reunían a pesar de todas las barreras políticas y formaban un extravagante corro que acogía a cualquiera que se encontrara en la zona.

Menos a Sarah Kincaid.

Aunque al principio aún la fascinaba la libertad sin condiciones que parecía imperar en Montmartre, era consciente de que aquel lugar no carecía de cierta decadencia. En todas las épocas de la humanidad, la búsqueda del placer por el placer había sido un signo de ocaso inminente y, después de todo lo que Sarah había visto y presenciado con Maurice du Gard, no podía evitar ver un mal presagio en los ojos brillantes por la absenta y en los rostros rígidos convertidos en máscaras sonrientes. En sus oídos, las risas se transformaban en risotadas demoníacas, acompañadas por las notas estridentes de pianos y acordeones.

El extraño artefacto que Sarah llevaba consigo envuelto en papel aceitado, ¿qué importancia tenía? ¿Por qué no lo mencionaban en el telegrama? ¿Por qué su padre se lo había dado a Du Gard en vez de enviárselo a ella a Londres? Y, sobre todo: ¿dónde estaba Gardiner Kincaid?

¿Adonde había ido al salir de París? ¿Dónde se encontraba ahora? ¿Y en qué consistía el peligro que, al parecer, lo amenazaba?

Sarah venció con la fuerza de la razón el temor que se apoderaba de ella. Temía por su padre, pero también sabía que ese miedo era producto de la impotencia que la embargaba. Saber que la vida del viejo Gardiner corría peligro y no poder ayudarlo era casi peor que no saber nada de él. Por muy vaga que fuera la información que había recibido, la utilizaría para encontrar a su padre y advertirlo. Suponiendo que no fuera demasiado tarde…

Du Gard no había dicho cuándo tendrían lugar los acontecimientos que había contemplado en su visión ni si se podía impedir que ocurrieran y Sarah, prudentemente, no se lo había preguntado. Nadie le impediría buscar a su padre.

Ni siquiera su propio padre…

Mientras las riadas de gente alegre la empujaban por los callejones del barrio, Sarah pensaba en los símbolos grabados en las superficies del cubo: las cinco primeras letras del alfabeto griego y otro signo que Sarah no conocía, pero que le resultaba un poco familiar. Si hubiera tenido que especificar su origen, habría adscrito el estilo al Antiguo Oriente: hitita, aunque también podía ser asirio o babilónico.

Pero ¿qué revelaba aquello sobre el cubo?

¿Para qué servía el artefacto que su padre parecía haber guardado como una reliquia?

¿Por qué Gardiner Kincaid no había dejado ninguna nota para describirle, aunque fuera someramente, de qué se trataba? ¿Por falta de tiempo? ¿Por motivos de seguridad?

Sarah recordó con malestar que Du Gard le había contado que su padre parecía apurado y receloso. No podía imaginar a Gardiner Kincaid teniendo miedo. Pero, evidentemente, él también era un ser humano, y entonces la asaltó el mal presentimiento de que su padre se había mezclado con poderes que excedían ampliamente sus habilidades y su coraje. Y, mientras aún se preguntaba cómo podía relacionar todo aquello, se dio cuenta de que las risas y la voces se iban extinguiendo a su alrededor, igual que los sonidos metálicos de la música.

El pelotón de sedientos de placer que la había prendido y arrastrado había desaparecido en uno de los innumerables locales, y Sarah se encontró sola en medio de una callejuela estrecha, que se prolongaba entre fachadas ruinosas y estaba únicamente alumbrada por la pálida luz de la luna que se filtraba entre los tejados.

Extrañada, Sarah miró a su alrededor y constató que se había extraviado. En vez de seguir el torrente de gente a lo largo de una sola manzana, como era su intención, inmersa en sus pensamientos había pasado de largo por la parada de los cocheros y se había adentrado sin querer en las entrañas revueltas y oscuras de Montmartre.

A medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, Sarah se fue dando cuenta de que no estaba tan sola como había pensado. En los vanos y en las entradas a los sótanos se acuclillaban personajes de aspecto miserable que encarnaban el reverso del hedonismo y la gula. Vio a niños harapientos, con ojos hundidos y mejillas chupadas, que se arrimaban llorando a sus madres; borrachos que mataban el tiempo en los portales de las casas, mascullando cosas sin sentido; hombres con sombreros calados hasta las cejas y rostros desfigurados por cicatrices, que no prometían nada bueno; finalmente, una figura de cabellos largos, cuyo sexo no podía determinarse con claridad. Con su boca destentada, que desprendía un hedor a putrefacción y matarratas barato, sonrió a Sarah mientras parecía mirarla sin vería con sus ojos turbios.

– ¿Qué, criatura? ¿Buscas placer? Me temo que aquí no vas a encontrarlo…

El o ella soltó una risotada y Sarah se echó atrás, asustada, solo para pisar algo con el tacón de una bota. Se oyó un chillido agudo y un tropel de cuerpos grises rechonchos se alejó de allí deslizándose sobre el pavimento sucio y arrastrando tras de sí las delgadas colas.

Ratas…

Sarah hizo una mueca de asco y la figura de cabellos largos, que probablemente había perdido la razón, se echó a reír aún más fuerte. Su risa desbocada resonó en las fachadas deslucidas y siguió a Sarah, que había dado media vuelta para alejarse rápidamente de la desagradable compañía.

No fue muy lejos.

Justo cuando se acercaba a la salida del callejón, hacia la luz clara y tranquilizadora del alumbrado público que penetraba por allí, Sarah divisó una figura grande y lúgubre que le obstaculizaba el camino.

Se detuvo instintivamente.

Solo pudo reconocer a contraluz la silueta del extraño, pero notó la amenaza que partía de él. Una capa negra cubría abombada su estatura gigantesca; una frialdad gélida y mortal parecía precederlo.

Sarah contuvo el aliento; luego hizo lo que su instinto, adiestrado en incontables aventuras, le aconsejaba.

Emprendió la huida.

Sin pararse a pensar ni un momento en quién era el extraño o qué quería, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos tan deprisa como el vestido, cortado a la moda parisina, y los zapatos de tacón alto se lo permitieron, y pasó por delante de la persona enloquecida de cabellos largos, cuyas risas ya se habían transformado en chillidos delirantes. Uno de los hombres con sombrero debió de ver en Sarah a una víctima fácil y se dispuso a ir tras ella, pero su compinche lo retuvo. Ambos observaron acobardados la gran sombra que se acercaba por la callejuela, pisándole los talones a la joven.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La llama de Alejandría»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La llama de Alejandría» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Michael Peinkofer - Das Buch Von Ascalon
Michael Peinkofer
Michael Peinkofer - Las puertas del infierno
Michael Peinkofer
Michael Peinkofer - Trece Runas
Michael Peinkofer
Michael Connelly - Llamada Perdida
Michael Connelly
Ana María Alonso Ramos - Una misión llama-da A.M.A.R
Ana María Alonso Ramos
Raúl Micieli - Llama Violeta
Raúl Micieli
Saint Germain - La Llama Violeta
Saint Germain
Annabelle Sami - Llama Out Loud!
Annabelle Sami
Rose Impey - Llama Drama
Rose Impey
Отзывы о книге «La llama de Alejandría»

Обсуждение, отзывы о книге «La llama de Alejandría» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x