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Arnaldur Indriðason: Las Marismas

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Arnaldur Indriðason Las Marismas

Las Marismas: краткое содержание, описание и аннотация

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Un hombre aparece asesinado en su casa en el barrio Las Marismas de Nordurmyri. La policía encuentra escondida en su escritorio una vieja foto de la tumba de una niña de cuatro años. Y es precisamente esa foto la que conduce a los investigadores hacia el pasado tenebroso de aquel hombre, a sus antiguas relaciones y a un drama familiar. Esta historia coincide con la desaparición de una joven de su propio banquete de boda. Los inspectores, Erlendur y Sigurdur Óli, se enfrentan en los dos casos a enredados y complicados pasados de familias aparentemente corrientes. «Verosímil, bien construida, conmovedora e inteligente.» Times Literary Supplement «Fascinante, original y desconcertante.» Val McDermid

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Algunas veces era su niña pequeña, le abrazaba y runruneaba como un gatito. Otras, era una mujer desesperada que se paseaba por el piso gritando y acusándole de haberlos abandonado a ella y a su hermano cuando eran pequeños. En esas ocasiones podía ser obscena, maliciosa y cruel. A veces también estaba casi bien, si es que se podía decir de alguien que «estaba bien»; entonces Erlendur creía que podía conversar con ella como con cualquier persona sensata.

Vestía tejanos gastados y una cazadora de piel negra. Llevaba el pelo negro muy corto y dos pequeños piercings en una ceja, de una de sus orejas colgaba una cruz de plata. Antes lucía una dentadura blanca y bonita, ahora la tenía algo deteriorada; le faltaban dos dientes en la encía superior. Se le notaba cuando sonreía con generosidad. Tenía la cara delgada, aspecto cansino y oscuras ojeras. Erlendur apreciaba cierto parecido con su madre, la abuela de Eva Lind. Maldecía la mala suerte de su hija y se culpaba a sí mismo por lo que le había ocurrido.

– Hablé con mamá hoy, o mejor dicho, ella habló conmigo. Quería saber si podía hablar contigo. ¡Es estupendo ser hija de padres divorciados!

– ¿Tu madre quiere algo de mí? -preguntó Erlendur asombrado.

Ella todavía le odiaba, después de veinte años. Sólo la había visto de pasada una vez en todo este tiempo y la ira de su mirada era evidente. En otra ocasión habló con ella por teléfono sobre Sindri Snaer y Erlendur prefería no acordarse de esa conversación.

– Es un bicho y una esnob.

– No hables así de tu madre.

– Unos amigos del barrio de Gardabaer, que están forrados de dinero, iban a celebrar la boda de su hija este fin de semana, pero la novia se dio el piro y desapareció. ¡Qué ridículo! Eso ocurrió el sábado y no han vuelto a saber nada de ella. Mamá estaba en la boda y está indignada a tope. Me dijo que te preguntara si puedes hablar con esa gente. No quieren enviar ningún aviso a la prensa, manada de pijos que son, pero como saben que tú trabajas en el departamento de investigación de la policía, piensan que a lo mejor puedes solucionar la cosa así, por lo bajines, a escondidas. Y soy yo la que tengo que encargarme de que hables con la gentuza esa. Mamá no, ¿entiendes? ¡Mamá nunca!

– ¿Tú conoces a esa gente?

– No lo bastante para que me invitaran a la boda que la preciosa muñequita que hacía de novia acabó reventando.

– ¿Y a la chica, la conoces?

– Muy poco.

– ¿Adínde habrá ido?

– No lo sé.

Erlendur se encogió de hombros.

– Estaba pensando en ti hace un rato.

– Qué guay -dijo Eva Lind-. Precisamente me preguntaba si…

– No tengo dinero -espetó Erlendur sentándose frente a ella en el sillón de la televisión-. ¿Tienes hambre?

Eva Lind hizo una mueca.

– ¿Por qué no se puede hablar contigo sin que empieces a hablar de dinero? -le preguntó.

Erlendur se sintió como si le hubiera quitado las palabras de la boca.

– ¿Y por qué yo nunca puedo hablar contigo de nada?

– Que te jodan.

– ¿Por qué hablas así? ¿Qué quieres decir? ¡Que te jodan! ¿Qué maneras son ésas?

– ¡Jesús! -suspiró Eva Lind.

– ¿Quién eres hoy? ¿Con quién estoy hablando? ¿Eres tú misma, escondida detrás de toda esa mierda de las drogas?

– No empieces con esa estúpida canción otra vez. «¿Quién eres? -le parodiaba-. ¿Dónde estás?» Estoy aquí, sentada delante de ti. Yo soy yo.

– Eva.

– ¡Diez mil! -dijo Eva-. Eso no es nada. ¿Acaso no puedes reunir diez mil? Si te sobra el dinero.

Erlendur se quedó mirando a su hija. Había algo en su actitud que le llamaba la atención desde el momento en que llegó. Su respiración era irregular, estaba nerviosa y tenía la frente perlada de sudor. Parecía enferma.

– ¿Te pasa algo? -le preguntó.

– Estoy estupendamente. Me hace falta calderilla. Porfa, no seas difícil.

– ¿Estás enferma?

– Por favor.

Erlendur seguía mirándola.

– ¿Estás intentando desengancharte? -le dijo.

– Porfa, diez mil. No es nada. Para ti no es nada. Luego no volveré a pedirte dinero nunca más.

– Así que es eso. ¿Cuánto tiempo hace desde que… -Erlendur no sabía cómo expresarse-… utilizaste alguna sustancia?

– No importa. Lo he dejado. ¡He dejado de dejar de dejar de dejarlo! -Eva Lind se levantó-. Dame diez mil. Por favor. Cinco. Dame cinco mil. ¿No las llevas en el bolsillo? ¿Cinco? Si sólo es una mierda pinchada en un palo.

– ¿Por qué intentas dejarlo ahora?

Eva Lind miró a su padre.

– Nada de preguntas tontas. No voy a dejar nada. ¿Dejar qué? ¿Qué quieres que deje? Deja tú de decir tonterías.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Estás enferma?

– Sí, muy enferma. ¿Me puedes dar esas diez mil? Será un préstamo. Te las devolveré, ¿eh? Tacaño.

– Tacaño es una buena palabra -dijo Erlendur-. ¿Estás enferma, Eva?

– ¿Por qué sigues preguntando eso? -exclamó Eva, aún más excitada.

– ¿Tienes fiebre?

– Dame el dinero ya. ¡Dos mil! ¡No entiendes nada, viejo estúpido!

Erlendur se había levantado y ella se le acercó como si fuese a atacarle. Él no comprendía esa repentina agresividad y la observó detenidamente de arriba abajo.

– ¿Se puede saber qué miras? -le gritó ella-. ¿Acaso tienes ganas, eh? ¿El viejo está caliente?

Erlendur le dio una bofetada, aunque no muy fuerte.

– ¿Has disfrutado? -preguntó Eva Lind.

Erlendur le dio otra bofetada, esta vez algo más fuerte.

– ¿Se te pone dura? -continuó ella, y Erlendur la apartó con un empujón.

Nunca la había oído hablar así. En un momento se había convertido en una fiera salvaje. Tan incontrolada que no la reconocía. Se quedó inmóvil sin saber qué hacer y poco a poco su enfado fue convirtiéndose en lástima.

– ¿Por qué intentas dejarlo ahora? -repitió una vez más.

– ¡No estoy intentando dejarlo ahora! -dijo ella gritando-. ¿Qué te pasa hombre, no entiendes lo que te digo? ¿Quién habla de dejar nada?

– ¿Qué pasa, Eva?

– Cierra ya la boca y dame las cinco mil. ¿Puedes darme eso?

Parecía haberse calmado algo. Tal vez se daba cuenta de que se había pasado de la raya. No podía hablarle así a su padre.

– ¿Por qué ahora? -le volvió a insistir Erlendur.

– ¿Me darás las cinco mil si te lo digo?

– ¿Qué ha sucedido?

– Cinco mil.

Erlendur no le quitó la vista de encima.

– ¿Estás embarazada?

Eva Lind le miró y sonrió resignada.

– Bingo.

– Pero ¿cómo? -dijo Erlendur con un suspiro.

– ¿Qué quieres decir con «cómo»? ¿Quieres que te lo describa?

– ¡Para ya! ¿Es que no utilizas algún anticonceptivo, preservativos, píldoras?

– No sé qué pasó. Simplemente pasó.

– ¿Y ahora quieres dejar la droga?

– No, ya no. No puedo. Ahora te lo he dicho todo. Me debes diez mil.

– ¿Para que puedas drogar a tu hijo?

– No es ningún hijo, tonto. No es nada. Sólo un grano de arena. No puedo dejarlo ahora. Lo dejaré mañana. Te lo prometo. Sólo que no ahora. ¿Dos mil? ¿Qué son dos mil para ti? Nada.

Erlendur volvió a acercarse a ella.

– Pero lo has intentado. Quieres dejarlo. Yo te ayudaré.

– ¡No puedo! -gritó Eva.

Tenía la cara llena de sudor y trataba de disimular el temblor que le sacudía el cuerpo.

– Por eso has venido a verme -dijo Erlendur-. Podrías haber ido a buscar dinero a otra parte, lo has hecho en otras ocasiones. Pero has venido a mí porque quieres que…

– No digas chorradas. Vine porque mamá me pidio que lo hiciera y porque tú tienes dinero. Sólo por eso. Si tú no me das el dinero lo buscaré en otra parte. No es ningún problema. Hay muchos tíos que están dispuestos a pagarme.

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